2008/05/24

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | "HARO IBARS FUE PIONERO EN EL PERIODISMO, ATRAPABA MUY BIEN LA REALIDAD"

«Haro Ibars fue pionero en el periodismo, atrapaba muy bien la realidad»
«Fue pionero en muchas cosas, como en el consumo de drogas y la bisexualidad, pero no de la movida»
E. Urquiola | La Nueva España, 2008-05-24
https://www.lne.es/sociedad/2008/05/24/haro-ibars-pionero-periodismo-atrapaba-21699020.html 

El escritor y periodista gallego J. Benito Fernández, autor del libro «Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído», pronunció ayer una conferencia en el Club de Prensa Asturiana de La Nueva España, organizada en colaboración con Tribuna Ciudadana, en la que abordó la vida de Haro Ibars (1948-1988), periodista, poeta, pionero de las drogas, de la bisexualidad y, para algunos, símbolo de la movida madrileña. En el acto, también intervino el arquitecto Alfonso Toribio, quien además de señalar el extenso currículum del periodista, destacó su condición de «escritor de raza».

-¿Cómo surge la idea de hacer un libro sobre Haro Ibars?

-Los primeros libros que hice son proyectos de hace muchos años. El primero fue «El contorno del abismo: vida y leyenda de Leopoldo María Panero»; y el segundo, «Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído». Éstos arrancan de un trabajo que hice en el año 1983 para Radio Cadena Española, un proyecto de trece capítulos llamados «Mis malditos favoritos», y dos de esos malditos eran los dos poetas. Años después, se me ocurrió hacer el libro de Leopoldo Panero, y lo que ocurrió es que la vida de éste y la de Haro Ibars se cruzan constantemente. Los dos son bisexuales, incluso llegaron a tener una relación íntima. Al haber hecho el libro de Panero, que tuvo bastante éxito, me animé a seguir adelante, y lógicamente, entre todos los documentos que manejaba, había referencias a cartas de ambos, y la labor se me hizo más fácil.

-¿Buscaba reflejar una época?
-Sí, no sólo se trata de contar la vida de una persona linealmente, sino que quería saber qué había en su entorno. Si llegas al año 1979 o 1980, con la explosión de la movida ¿cómo puedes no hablar de lo que sucede, de cómo es Madrid? Pero también escribo de cuando era un bebé, cosa que a todo el mundo le llama la atención. Aunque se piense que a un bebé no pueden pasarle cosas, sí que le pasan, ya que están sus padres, que tienen amigos, salen, cenan, se divierten, y hacen que el bebé se desarrolle en un mundo que le condiciona.

-¿Fue Eduardo Haro Ibars el padre de la movida madrileña?

-No fue, como se dice, uno de los padres de la movida. Fue pionero en muchas cosas, como en consumir drogas, hacer orgías sexuales, pero todo esto unos veinte años antes de la movida. De hecho, se partía de risa cuando se lo decían.

-¿Cómo fue su relación con el mundo de las drogas?

-En ese tiempo, los ácidos o el LSD que se podían comprar, los obtenían de alguien que viajaba a Holanda y lo traía camuflado. El «chocolate», por ejemplo, se lo compraban a los legionarios que pasaban por Madrid para desfilar con las tropas de Franco. Haro Ibars fue pionero en esto, y yo creo que él y sus amigos fueron las primeras personas que consumieron drogas en España.

-Y enfermó de sida.
-Sí, por la heroína. Las agujas las usaban unos y otros sin lavar ni nada. A mí eso me lo confesó su compañera Blanca Uría. Cuando le comunicaron que tenía sida, creo que él siguió metiéndose «caballo» hasta sus últimos días. No se cuidó nada. Hay gente que dice que sabía que tenía el síndrome y se picaba compartiendo jeringuilla con otros, yo eso no lo he podido constatar, me cuesta creer que alguien sea tan malvado.

-¿Y cómo fue su relación con Blanca Uría?
-Fue la mujer de su vida, la conoció en 1979 y estuvo con ella hasta que murió, en 1988. Pero eran un trío, estaban ellos dos y Lirio, un chico de la calle hecho a sí mismo. Era un triángulo, Blanca estaba enamorada de Eduardo, éste lo estaba de Lirio y, a la vez, seguía con Blanca. Eduardo sabía que Blanca, por su familia, tenía mucho poder adquisitivo. De hecho, lo sacó en más de una ocasión de apuros económicos. Pero también la quería, hay un libro de poemas dedicado entero a ella. La quería, está claro, pero a la vez la utilizaba.

-¿Qué tipo de relación mantuvo Haro Ibars con Asturias?
-La vida de Eduardo tiene un lado absolutamente asturiano. Empezando por el sentimental, la vida de Haro Ibars estuvo llena de amores asturianos. Por ejemplo, estaba enamorado de Juan Ángel, un chico de Gijón. Por otro lado, quienes primero editaron Eduardo fueron asturianos también. El libro «Gay rock», lo escribió en Quintes y lo publicó Silverio Cañada, fundador de la editorial Júcar. Sus primeros poemas editados en el año 1972, fueron publicados gracias a otro asturiano, Fernando Corujeno, que era secretario de la revista «Papeles de Son Armadans», que dirigía Camilo José Cela. Desde el año 1980 publicó en la revista «Los Cuadernos del Norte», dirigida por Juan Cueto Alas.

-Transcurridos tres años de la publicación del libro, ¿ha cambiado en algo su visión sobre el poeta?

-Me parece el personaje más atractivo de todos los malditos que he manejado. Fue pionero en el periodismo, atrapaba muy bien la realidad y hablaba de cosas de las que no lo hacia nadie en la revista «Triunfo»; como poeta me resulta menos interesante. Quiso ser siempre una estrella del rock, de hecho cuando más dinero ganó fue cuando fue letrista de la «Orquesta Mondragón».

2008/05/07

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | FALLECE MERCÈ SALA, LA PRESIDENTA DE RENFE QUE PERMITIÓ EL CÓDIGO DE LA INFAMIA

Mercè Sala, la mujer que dio puntualidad a Renfe.
Fallece a los 65 años la modernizadora del ferrocarril.
Enric Company | El País, 2008-05-07
https://elpais.com/diario/2008/05/08/necrologicas/1210197603_850215.html 

Mercè Sala Schnorkowski, una de las primeras mujeres que ejerció uno de los cargos de máxima responsabilidad gubernamental en España, la presidencia de Renfe, falleció en la madrugada de ayer, a los 65 años de edad, en el hospital de Sant Pau de Barcelona, donde se le trataba un cáncer.

Ahora que los gobiernos de España tienen tantas mujeres como hombres, parece normal que en 1991 Mercè Sala pudiera ser nombrada para llevar a cabo una tarea tan importante como modernizar los ferrocarriles. Pero entonces no lo era. El reto, además, era enorme. Renfe llevaba décadas siendo uno de los paradigmas de la ineficiencia típica de los servicios públicos, del atraso español.

Su aval para el cargo era una década de eficaz gestión al frente de los transportes públicos de Barcelona y su área metropolitana, llevada a cabo como concejal del Ayuntamiento de Barcelona. Demostró que estaba a la altura del reto y, cuando dejó Renfe en 1996, la impuntualidad del ferrocarril había pasado a la historia en España.

En Renfe, introdujo la moderna concepción de los servicios de Cercanías, la gestión por unidad de negocio y, en su suma, el criterio de eficacia. Le cupo la responsabilidad de poner en marcha la primera línea de alta velocidad, la que une Madrid con Sevilla.

Mujer de fuerte personalidad, de trato franco y directo, no dudó en enfrentarse a los sindicatos, tanto en su etapa de concejal, entre 1979 y 1989, como en Renfe. Sin embargo, también los sindicatos destacaron ayer sus méritos como gestora eficaz y modernizadora del ferrocarril. Su imagen conduciendo un tren de Cercanías de Madrid para acudir a su trabajo como presidenta de Renfe le dio una gran popularidad, no exenta de polémica.

Nacida en Barcelona en 1943, la trayectoria política de Sala comenzó en su etapa de estudiante en un partido izquierdista, el Front Obrer de Cataluña (FOC), rama catalana del Frente de Liberación Popular (FLP), donde militaron también otros universitarios destinados a ser destacadísimas responsabilidades, como Miquel Roca, Narcís Serra, Pasqual Maragall y, en Madrid, Miguel Boyer. En 1965 fue expulsada de la Universidad de Barcelona tras haber participado en diversas protestas, por lo que su licenciatura en Económicas y Empresariales la tuvo que obtener en Bilbao.

En 1974 ingresó en Convergència Socialista de Catalunya, uno de los antecedentes del PSC. Su última responsabilidad pública ha sido la presidencia del Consejo de Trabajo Económico y Social de Cataluña, desde 2006. Casada y con dos hijos, la Generalitat le otorgó hace pocas semanas la Cruz de Sant Jordi.

Elogios unánimes
Responsables políticos, sindicales y empresariales expresaron ayer con unanimidad y respeto la alta consideración que les mereció la trayectoria de Mercè Sala. El presidente de la Generalitat, José Montilla, afirmó que Cataluña ha perdido a una persona que, desde sus distintas responsabilidades, "demostró su enorme valía, su compromiso con Cataluña y sus gentes".

El actual presidente de Renfe, José Salgueiro, manifestó que Mercè Sala impulsó el modelo de gestión que permitió modernizar la compañía y afirmó que su gestión como presidenta "quedará unida a la del primer servicio de alta velocidad ferroviaria que circuló en España" y hoy "es una realidad para más de 20 ciudades".

En su condición de ex alcalde de Barcelona, el ex presidente Pasqual Maragall recordó que Mercè Sala fue una de sus principales colaboradoras en el gobierno de la ciudad. "Mi mano derecha en el Ayuntamiento, en el Área Metropolitana, en los sistemas ferroviarios, en la organización de los Juegos Olímpicos y en tantas otras cosas", explicó. También dijo que "hubiera podido ser y tal vez debería haber sido alcaldesa de Barcelona". No lo fue, según Maragall, porque "había que escoger entre gente muy buena, como Lluís Armet, Joan Clos o ella. Como Clos había hecho lo más complicado, que era rehabilitar la Ciutat Vella, le tocó a él. Pero Mercè es la señora de Barcelona".

El ex presidente Jordi Pujol dijo de ella que era "una mujer valiente" y que fue siempre "cumplidora con sus compromisos con España en general y con Cataluña en particular". Las patronales Fomento del Trabajo, Fepime y Pimec elogiaron la capacidad gestora de Sala, así como que fuera siempre "una persona de equipo, decidida y con empuje".

2008/05/04

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | PASOS DE BAILE

Pasos de baile.
Andrés Trapiello | El País, 2008-05-04

https://elpais.com/diario/2008/04/05/babelia/1207351030_850215.html 

Acaba de publicarse completo un libro excepcional; y aparece, también del mismo autor, continuación de aquél, otro aún más extraordinario y apasionante, enteramente inédito. Los dos son libros extensos, lo cual les beneficia. El primero se publicó expurgado por primera vez en 1958 con el título de ‘En España con Federico García Lorca’; el segundo lleva el de ‘Madrid sufre (Diarios de guerra en el Madrid republicano)’. Recoge aquél su relación con mucha gente, pero sobre todo con el poeta García Lorca, del que el autor llegó a ser amigo íntimo. En cuanto a ‘Madrid sufre’, avancemos que se trata, en mi modesta opinión, de uno de los libros más subyugantes referidos a la Guerra Civil española y, desde luego, un documento único que habrá de convertirse a partir de ahora en imprescindible para conocer la vida, las intrigas, calamidades y miserias políticas, militares y diplomáticas de la guerra en Madrid. Ambos libros tienen la forma de un diario, pero no es en absoluto exagerado asegurar que se leen, sobre todo el segundo, como la mejor novela que se haya uno tropezado de ese momento y de esta ciudad. Estos dos libros, el ya publicado y el inédito, los escribió el chileno Carlos Morla Lynch.

Morla, músico de vocación, había nacido en París en 1885 y era diplomático de carrera. Cuando en 1928 le llegó la orden de trasladarse desde la embajada de París como consejero a la de Madrid, tenía cuarenta y tres años y atravesaba por un momento especialmente dramático: después de haber perdido una hija hacía nueve años en condiciones dramáticas, perdía otra no menos dramáticamente. Será difícil saber si fue la muerte de esas hijas la que rompió su matrimonio con ‘Bebé’ Vicuña o si, por el contrario, ese quebranto venía de atrás. En todo caso, Morla y Bebé nunca volvieron a compartir dormitorio aunque jamás dejaron de vivir bien avenidos bajo el mismo techo. Cabe sospechar también que en el distanciamiento de la pareja influyera el entusiasmo manifiesto que despertaba en Morla la camaradería viril con cuantos jóvenes limpiabotas, ‘barmans’ y maletillas salían a su encuentro por la Plaza Mayor y la Puerta del Sol y, sin duda, su repertoriado visiteo a tascas, bares y coctelerías. En cualquier caso, la afición a los guapos garzones le franqueó las puertas del muy clandestino club del que eran socios Lorca, Cernuda y otros artistas del 27.

Morla era consciente de que su carrera diplomática le había puesto al lado de gentes singulares y en ambientes interesantes, exclusivos, pintorescos. Supo también que tenía un puesto de privilegio: en realidad, la diplomacia, en tiempos de paz, suele acabar en cotilleo de altura, con sus claves, sus mensajes cifrados y sus cortesanas comedias de juguete, discretas o sobreactuadas. Lo que Morla no podía sospechar es que en su vida se iba a cruzar la España de la República y de la guerra, la gran tragedia.

En París, ciudad por antonomasia de los minués, Morla y Bebé habían tenido ya durante ocho años uno de esos refinados salones tan corrientes allí. Adoraban esa ciudad. Fueron amigos de Cocteau, de Milhaud y de otros componentes del Grupo de los Seis, participaban en la vida artística, asistían a los estrenos de Falla, de Stravinski, de los ballets rusos, iban a los ‘vernissages’ de Picasso y de Foujita, y su traslado les disgustó profundamente. Sin embargo, la llegada al poblachón manchego cambió sus vidas. Al poco tiempo de estar aquí cayó en manos de Morla un ejemplar del ‘Romancero gitano’, y fascinado por esa poesía le entraron unos vehementes deseos, irrefrenables, de conocer a Lorca. Morla era impulsivo. Era también sentimental, extrovertido y frívolo, sensible y culto, alguien a quien no le avergonzaba llorar en público o hacerse perdonar con unas flores, con unos chocolates o unos cigarrillos. Desde el primer momento Lorca y él congeniaron. Tanto, que Lorca les dedicaría a los Morla algunos de sus poemas y, poco después, ‘Poeta en Nueva York’. No sabemos exactamente la razón por la que hombres tan disparejos intimaron hasta ese punto. ¿El amor a los bellos, como Sócrates? Puede ser. El diario de Morla no lo aclara, porque no es un diario íntimo. No habla nunca de su intimidad más que dando rodeos. Pasean Lorca y él un día por los jardines de la Magdalena, en Santander, y Morla escribe: "Confidencias. Qué a gusto me siento con él, unidos ambos en 'la verdad' del paisaje (...), confiándonos 'la verdad' de lo que sentimos, 'la verdad' de lo que pensamos...". Pero lo cierto es que de esa "verdad" no cuenta nada. Nos ha dejado constancia, desde luego, de la admiración absoluta, a veces un tanto ingenua, que siente por alguien a quien considera un genio, tan seductor como insondable. Y Lorca, ¿qué vio en Morla? Un hombre bueno y discreto con las "verdades" y alguien que ponía a su disposición un salón donde poder brillar: "Federico", nos dirá Morla, "es en general ‘actor’ y raras veces ‘público’". En muy poco tiempo, y animado por Lorca, el salón de los Morla y sus "tés intelectuales" se hacen célebres. Por ellos, y por sus diarios, desfilan Salinas, Guillén, Alberti, Neruda, Azaña, D'Ors, María de Maeztu, Fernando de los Ríos, Victoria Ocampo, Ortega, Huidobro, Neruda, Martínez Nadal, Gabriela Mistral, Rubinstein, Cernuda, Montes, Mourlane y cien más... Y aunque los diplomáticos tengan un poco alma de entomólogos y acaben clavando a "sus" celebridades en su carnet de baile como si fueran exóticas mariposas, Morla se esfuerza por descubrir en cada uno de esos amigos, conocidos o saludados su "verdad", lanzándose al ruedo ibérico, tan noble como esperpéntico. Y si Lorca y sus amigos van a su casa un día sí y otro también, ellos, en justa correspondencia, le circularán por camerinos, zambras y burladeros y, en algunos casos, alcobas, como Cernuda, quien le hará celestino de unos celos rabiosos. La vida social ha sido siempre, como se sabe, una simbiosis sofisticada: ‘do ut des’. Y Morla cumple: "El mundo está bien hecho", podemos pensar leyendo ese primer diario suyo de un ambiente como el lorquista, con frecuencia un poco pitirifláutico y pueril. Si por fuera la República se deshace en desórdenes, asesinatos y luchas políticas, en casa de los Morla las guitarras suenan a violines y hasta los intelectuales, mundanos, bohemios y de izquierda, aman el esmoquin y la etiqueta. Es divertido asistir hoy a la vida jaranera de personajes que se han hecho tan célebres, y oír a Lorca declararse "del partido de los pobres" mientras flirtea cada noche con la misma encopetada y reaccionaria aristocracia que combatiría con saña dos o tres años después todo lo que él había representado.

Pasados los años, Morla publicó ‘En España con Federico García Lorca’, que sorteó la censura franquista sin problemas, quizá porque lo presentaba despojado de algunos fragmentos ahora restituidos (aunque, incomprensiblemente, no todos). De ‘Madrid sufre’, su continuación, se han suprimido también por desgracia otros pasajes, no sabemos cuáles, ni las razones, pero incluso esto no nos impide afirmar que, tal como se nos da a conocer ahora este diario, jamás habría podido publicarse entonces. Lo habrían impedido en primer lugar muchos de los influyentes personajes que salen en él, y desde luego el Régimen no lo habría tolerado. Claro que de haber triunfado el Frente Popular, tampoco.

De pocos libros se podrá decir que sea como éste un espejo paseado a lo largo del camino. Una revolución es siempre un gran argumento, y Morla lo repetirá a menudo: no acaba de creerse que todo esté sucediendo "para" él, para que él lo cuente. Creeríamos incluso que lo vive desde fuera: "El ambiente es el de la revolución rusa cuando se refleja en el cine", observará como un futurista. Es además un privilegiado, a salvo de unos y de otros y con plena libertad de movimiento. Mientras los demás luchan por conservar sus vidas, atacando o defendiendo, Morla entra, sale, mira, habla, parlamenta, y lo anota todo en un cuaderno que guarda bajo llave: de caer en manos indiscretas le pondría en el mayor aprieto con todo el mundo, con sus colegas diplomáticos en primer lugar, y desde luego con "los blancos" y con "los rojos".

Al estallar la guerra las embajadas de Madrid empiezan a recibir a gentes que, copadas en la ciudad, tratan de ponerse a salvo. La de Chile, la principal en esa labor, llega a acoger a dos mil asilados de los ocho mil quinientos repartidos entre las treinta legaciones restantes, una avalancha humana despavorida por los "paseos" y las cárceles. Imaginemos sólo aspectos prácticos: víveres, higiene, convivencia en aquel pandemonio... Después de la corte y sus fastos, la checa y sus miserias. La desdicha, lo decía Tolstói, es, literariamente hablando, mucho más fotogénica que la felicidad. El parecido con la novela de Foxá, sin embargo, no va más allá de ese título, superándola en mucho. Para empezar, Morla es un liberal de izquierdas, alguien que aspira a la neutralidad y a la ecuanimidad. Su profesión de diplomático es intentar ser ambas cosas; su finura moral le ayuda a ser compasivo y su decencia a ponerse siempre del lado del más débil.

Entró entonces su vida en una vorágine, como la de todas las personas de aquel drama. Pronto el viejo palacio de la calle del Prado donde se encontraba la embajada se angostó lo indecible. El propio Morla llega a asilar en su domicilio a cincuenta y tres personas. Cada uno de estos seres arrastra una tragedia de dimensiones homéricas, y todos sienten la necesidad de contarla. Hay entre ellos, naturalmente, aristócratas de tronío (alguno de los retratos que hace Morla, el de la duquesa de Peñaranda, por ejemplo, gitana y sinvergüenza, son magistrales), generales conocidos, políticos, prófugos, mujeres, ancianos, jóvenes, curas, monjas y escritores como Ros, Alfaro o un Sánchez Mazas tremulento a quien el miedo no impidió, en todo caso, escribir en la embajada su mejor novela, ‘Rosa Krüger’... Morla escucha, anota y sobre todo trabaja de forma incansable, 16 horas diarias, para salvar esas vidas, sorteando balas y delaciones. La versallesca misión del diplomático se declara ahora, no obstante, muy seria y crucial. No toma en consideración las ideas de aquellos que le piden socorro, contrarias casi siempre a las suyas. Desprecia incluso sus comportamientos mezquinos y egoístas, al comprobar su ingratitud o su doblez. Todo lo que sucede, además, sucede al mismo tiempo: los crímenes, los combates en el frente de la ciudad sitiada, las iniquidades, el miedo, la alegría y la esperanza en la victoria, la exaltación, la cobardía, las intrigas diplomáticas, los espías... Por otro lado, y en medio del paroxismo, los asilados acaban viviendo en sus tediosos y aterrados encierros un simulacro de normalidad, con su bacará y sus bailes, las fugas y la angustia... Diríamos que con ese argumento el diario se va escribiendo solo, como una prodigiosa y envolvente sinfonía. Ni siquiera necesita ser especialmente brillante ni tener un gran estilo.

Consciente de la magnitud de la epopeya, Morla trata de buscar un justo medio, no siempre fácil. Ante unos cadáveres vistos en la calle dirá, asombrándose de sí mismo: "Más atroz pensado que visto. Uno se acostumbra a todo". Pero no, tampoco Morla se acostumbró a todo, porque cada día le trae sorpresas colosales, políticas, diplomáticas, bélicas, personales incluso (por entonces conoció a Ojazos, otro de sus compañeros de errabundaje por el tipismo madrileño). A lo largo de setecientas páginas, que no se pueden dejar de leer, nos desmenuzará tan pintorescas como significativas y valiosas informaciones que no aparecen en ninguna parte. No, desde luego en los libros de historia (ni en el básico ‘Asilos y canjes durante la Guerra Civil’, de Javier Rubio, ni el bilioso, valioso e inaceptable ‘Diplomático en el Madrid rojo’, de Schlayer, ni en los ‘Informes diplomáticos’ del propio Morla ni en el tremebundo ‘Checas de Madrid’ de Borrás, ni mucho menos en las tediosas memorias del efímero embajador de Chile, un sujeto infatuado que huyó de la embajada a los ocho meses dejándole a Morla al frente y a quien Franco premió su servilismo con una calle) ni en las novelas de otros literatos (no desde luego en el almibarado ‘Meses de esperanza y lentejas’, de Samuel Ros, ni en la sesgada de Fernández Flórez, ‘Una isla en el Mar Rojo’). La melodía principal de esta danza de la muerte escrita por Morla no puede ser otra que la vida de los asilados, las gestiones diplomáticas y el miedo en todo momento a ser asaltados por cenetistas de ‘Castilla Libre’ o agentes del temible SIM o forajidos incontrolados. ¿Y el bajo continuo? Sus borneos en un Madrid hambriento y masacrado por la aviación fascista tanto como por los "paseos", las sediciones y el terror; los teatros, cines y corridas de toros que ni la guerra ha interrumpido; sus parrafadas con chicos guapos y desconocidos tropezados en las tabernas; las visitas a Pastora Imperio; los refugios, los espías, las chinches; otra vez el hambre ("desde que hay revolución y que se come poco, advierto que la gente está más gorda"); las zancadillas de los colegas; sus despachos con Álvarez del Vayo, Miaja o Besteiro (de quien Morla se mostrará entusiasta partidario hasta el final); la preocupación acuciante para buscar víveres tanto como, a veces, algunos precarios festines; la visión fugaz de un Neruda, cónsul de Chile, que sale huyendo de Madrid, muerto de miedo, o la visita a unos Alberti a quienes busca en su casa de Velázquez 57 para ofrecerles asilo en marzo de 1939 ("¡qué van a querer que termine la guerra! Alberti vive ahora en una casa preciosa, moderna, elegante, con una terraza magnífica (...) Hay quienes no tenían nada, y ahora tienen casas, coches, medios. Con la victoria de Franco lo pierden todo"). Sin duda no le perdonaba que hubiera escrito hacía poco "un verso asqueroso refiriéndose al enemigo. Dice así: ‘hijos de hombre con hombre’"... Y, pese a todo, quiere ampararlos...

La victoria de Franco vació la embajada de Chile de unos asilados... para llenarla de otros. Pudo Morla entonces acoger o preparar la acogida de diecisiete republicanos (algunos, como Miguel Hernández, rechazaron el asilo). La historia se repetía, al revés. Contradanza. Rigodón. La embajada los defendió de la ferocidad falangista, durante año y medio, como había defendido a los falangistas de los frentepopulistas. ¿Qué consiguió con ello Morla? Desde luego no una calle...

Sumados los dos libros nos dan más de mil quinientas páginas y once años, acaso los más traumáticos en la vida española desde la expulsión de los moriscos. El propio Morla, que ha sobrellevado esa epopeya con Bebé (personaje tan fundamental en esta segunda parte como insignificante fue en la primera), no acaba de creerse que todo "eso" les haya sucedido a ellos, y que hayan sobrevivido. "Ya lo creo que se podría escribir un libro único", suspirará. Probablemente no sabía que ya lo estaba escribiendo él, un libro al que será difícil que supere ni el sesudo cronicón histórico ni la a menudo alocada novelería. Con una realidad como la que Morla ha rescatado de "los hunos y los hotros", probablemente saldría sobrando cualquier otra novela, porque la suya ha sido escrita ya... y sin un átomo de ficción.

Carlos Morla Lynch. ‘En España con Federico García Lorca (Páginas de un diario íntimo, 1928-1936)’. Prólogo de Sergio Macías Brevis. Renacimiento. Sevilla, 2008. 650 páginas. 33 euros. ‘Madrid sufre (Diarios de guerra en el Madrid republicano)’. Renacimiento. Sevilla, 2008. 840 páginas. 35 euros. Se publicará en mayo.

MIKEL/A, AQUÍ ESTAMOS Y NO NOS OCULTAMOS

Mikel/a enseña cacho en la 2ª Gayakanpada de EHGAM, 27-29 agosto 1993, Muxika // Este trabajo, no podría ser de otra manera, está dedicado e...