Mostrando entradas con la etiqueta Homofobia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Homofobia. Mostrar todas las entradas

2023/02/16

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | LA REPRESIÓN A LOS HOMOSEXUALES EN LA ASTURIES FRANQUISTA: UNA CUESTIÓN DE CLASE

Nortes / Miguel Fernández Turuelo y Tino Brugos //

La represión a los homosexuales en la Asturies franquista: una cuestión de clase

Miguel Fernández investiga la arbitrariedad de la persecución y las estrategias de supervivencia del colectivo LGTBI.
Jara Cosculluela | Nortes, 2023-02-16
https://www.nortes.me/2023/02/16/la-represion-a-los-homosexuales-en-la-asturies-franquista-una-cuestion-de-clase/ 

Con los expedientes de peligrosidad social como fuentes primarias, pero también tirando de relatos orales, literatura, diarios y libros de texto franquistas, el historiador Miguel Fernández Turuelo ha desarrollado el proyecto “La represión de las realidades sexuales y de género disidentes durante el Franquismo en Asturias: memoria de las olvidadas para un presente democrático”, dirigido por el profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu Rubén Vega y nacido con una mirada puesta en otros trabajos similares contextualizados en “ciudades más grandes, como Barcelona o Madrid”. Este martes el investigador presentó en la Biblioteca del Fontán de Oviedo/Uviéu una primera aproximación de un proyecto todavía en curso. En el acto estuvo acompañado de Tino Brugos, profesor de secundaria, miembro de SUATEA, y cofundador y ex portavoz de XEGA. El histórico activista gay definió el trabajo de Fernández como “imprescindible” y “esperanzador, aunque sea tarde, porque toca limpiar los libros de mitos y cuestiones que no son defendibles ya” y, además, “recuperar los años perdidos en relación a la memoria histórica LGTBI, que sigue ocupando un espacio marginal”.

La misión de Fernández ha sido encontrar en expedientes y otras fuentes los vestigios de la represión y persecución de gays, lesbianas y trans en la Asturies franquista, además de tratar de dibujar las formas de resistencia y autoapoyo que a pesar de todo pudo desplegar el colectivo ante este hostigamiento del régimen. En un marco general de análisis, Fernández explicó que “antes del 54 en España no se reprimía institucionalmente la homosexualidad como tal porque se tenían otras prioridades como, por ejemplo, el abuso de menores”. Sería una modificación por parte del franquismo de la Ley de vagos y maleantes, nacida en 1933 en el periodo de la II República, la que incluiría la homosexualidad como delito objeto de castigo, exilio, trabajos forzados e internamiento. Posteriormente, en el año 71, entra en vigor una nueva norma, la Ley de Peligrosidad Social, dirigida ya casi en exclusiva hacia los homosexuales. El investigador apunta en todo caso que “no se castigaba únicamente la inversión sexual”, es decir, la orientación sexual no heterosexual, “sino también la inversión de género”, sobre todo el afeminamiento, “que era una auténtica carta de entrada a la cárcel, ya fueras gay o no”. Además, el régimen se encargaba de sancionar “la reincidencia, la ostentación o el despliegue en el espacio público”, en la medida en la que se quería a la “homosexualidad fuera de las calles, porque se consideraba que podía contagiar al resto del cuerpo social”.

De los 131 expedientes asturianos, “solo 11 hacen referencia a la homosexualidad reprimida de facto”, y “a pesar de los números modestos”, Fernández detalló que las conclusiones de la investigación por ahora muestran que “la represión no era sistemática” en Asturies, a diferencia de lo sucedido en las grandes ciudades, sino esencialmente arbitraria. No obstante, para juzgar este hecho, Fernández reparó en que “hay que tener en cuenta el ‘sexilio’”, esto es, la emigración sexual a las grandes ciudades, causa directa de la dispersión de los enjuiciamientos y de los expedientes, “pero también los cambios de jueces”, por ejemplo, de un “Mariano Rajoy padre, juez de vagos y maleantes de León”, a Saturnino Gutiérrez, “que condenaba en menor medida a los encausados, notándose considerablemente el descenso del atosigamiento”.

Particularidades asturianas: justicia de clase, invisibilidad, arbitrariedad e inversión de género
Un elemento particular que diferencia su investigación de las referidas a grandes capitales del país es el hallazgo de que “aquí, la justicia franquista contenía un elemento de clase evidente”, como por ejemplo queda demostrado para el historiador en expedientes como el de “un constructor de Oviedo, con dinero, del que se dice que es muy generoso” y por ello pudo acabar evitando su condena, u otro similar de un abogado ovetense adinerado “que fue condenado por homosexualidad pero eludió finalmente cumplir la pena” por esta razón. Afirmó que, por lo general, los gays de clase alta “no fueron declarados peligrosos” y, por otro lado, “tenían la facilidad de crear sus propios espacios de sociabilidad” que les permitían eludir las redadas y rebajar el hostigamiento. Pero no sólo pertenecer a la burguesía suponía una ventaja en este sentido, sino también “tener un trabajo estable, dinero líquido o un dictamen favorable del patrón te podía librar de la cárcel”.

Otra de las particularidades que revelan los expedientes es la escasa visibilidad de las personas LGTB en los espacios públicos que, en general, permanecían ocultas “en todos los ámbitos sociales”, con la clara excepción del gijonés Rambal, “con una homosexualidad visible” y reconocida. Sin embargo, en su búsqueda, Fernández encontró otras anomalías no tan populares como la del artista de Cimavilla asesinado en 1976 en circunstancias nunca aclaradas. Así, relató el hallazgo de dos mineros del Pozu Santa Bárbara cuyos expedientes especifican que fueron encontrados manteniendo relaciones sexuales en la calle, por la noche, siendo así acusados por la Guardia Civil y procesados a pesar “tener un trabajo” honrado. Para Fernández, “se podría tirar del hilo y conseguir más testimonios” que revelen la existencia de “mineros homosexuales y que rompan con el arquetipo de Rambal”.

El historiador recalcó que, en Asturies, “la visibilidad en el espacio público” de las personas LGTB “es mucho menor que en grandes ciudades y no hay apenas expedientes que nos dejen ver la ostentación gay en el espacio público”. Así, muchas “detenciones tuvieron más que ver con la expresión de género”. Fernández expuso que “la arbitrariedad de las caracterizaciones de la homosexualidad”, la falta de sistematización, y, por ende, de la persecución y represión estaban relacionadas ver con “el pivotaje en el género para acusar de homosexualidad”. En este caso, el historiador se centró en dos expedientes encontrados por los que se observa que era la expresión de género la que se utilizó para las acusaciones. Es el caso de J.F.A., del que se decía “que hacía las tareas de casa” a diario, como expresaron los vecinos, por lo que su heterosexualidad habría quedado en entredicho, o el caso de un expedientado que fue acusado de peligrosidad social porque “conducía muy rápido con su coche, se decía de él que era demasiado masculino para ocultar su homosexualidad”.

¿Dónde están los expedientes de lesbianas y trans?
“No hemos encontrado lesbianas en los archivos”, determinó Fernández, que explicó este hecho por la invisibilidad estructural de las mujeres no heterosexuales, término acuñado por la investigadora Raquel Osborne y que pasa por comprender que las mujeres históricamente han sido caracterizadas como sujetos sin agencia ni deseo, por lo que sus relaciones lésbicas permanecerían ocultas para la sociedad. Todo ello, advirtió el historiador, a pesar de hechos como el del médico zaragozano Luis Serrano Vicéns, “el Kinsey español”, que demostró en su estudio sobre la sexualidad de las mujeres de los años 30 a los 60 “que las prácticas lesbianas no eran tan invisibles, ni tan minoritarias”, con datos que revelaban que “el 35,8% de las mujeres consultadas afirmaban haber tenido experiencias sexuales con otras mujeres y el 65,5% admitían que desearían tenerlas”.

Por otro lado, Fernández se lamentó de que la diversidad de género resulte más difícil todavía de rastrear en este tipo de fuentes, debido a que “ni siquiera se concebían, hasta mediados de los 80, las realidades trans y casi todo era englobado en la homosexualidad, lo que implica, además, muchos problemas teóricos y de investigación”. Sin embargo, en su investigación, rescata el caso de la periodista asturiana del régimen Ángeles Villarta, practicante “del periodismo gonzo, que se infiltra en el psiquiátrico de Oviedo” en los años 50 para escribir una publicación y relata el caso de “una niña de rostro angelical” que quería casarse con ella y que, “cada vez que podía, se escapaba al monte y se rapaba el pelo”, dejando así el testimonio de lo que se intuye que es la historia un joven trans internado. Fuera de Asturies, recaló en la historia castellonense de Florencio Pla Meseguer, “La Pastora”, maquis intersexual “que provocó tanto desorden político como de género” y “que nadie supo definir”. Será ya avanzados los años 70 cuando se comiencen a encontrar delimitaciones de las realidades trans, mencionó Fernández, refiriéndose en este punto a Miguel Ángel Zamora, “mujer trans a la que hormonaron en la cárcel, reconociendo” que era trans, “pero que acabó suicidándose”. Para ahondar en esta cuestión, concluyó, más que mirar en los archivos de vagos y peligrosidad, “habrá que investigar los archivos psiquiátricos”.

Redes y resistencia: el sexilio y la anomalía de Rambal
Fernández destacó la “ausencia de resistencias en Asturies” a la represión y la persecución “que preconizarían la movilización de protesta”, ahondando en las grandes dificultades que ha encontrado para rastrearlas. De hecho, Fernández manifestó no haber podido encontrar apenas “redes de solidaridad o de segunda familia o de reconocimiento mutuo que sí hay en ciudades más grandes”, como Madrid y Barcelona, por lo que “las estrategias de resistencia para la represión no pueden ser las mismas”. Los detenidos, continuó, eran capturados “en zonas de ‘cruising’ y no en espacios de socialización”. La gran excepción a este hecho para Fernández sería Rambal, “un homosexual, obrero” y que actuaba “en un cabaret al que acudía la clase alta gijonesa”, toda una anomalía en el sentido de reconocimiento y ostentación, porque esto se esperaba que ocurriese en “el barrio chino o en Chueca”, pero no en Cimavilla. Por el testimonio, entre otras fuentes, de La Tarabica, vecina del barrio y coetánea de Rambal, para el investigador se demuestra que este “sí tenía redes de solidaridad, sociabilidad y de reconocimiento” que le pudieron proporcionar protección, apoyo y sostén para su visible disidencia sexual. En este contexto de debilidad de redes para la resistencia, el investigador también subrayó como consecuencia que “las estrategias a la hora de declarar ante las autoridades en Asturies cambian respecto a las de ciudades grandes: “o lo negaban todo o iban cambiando la declaración” o se acude a “la carga de la culpa a factores externos, como, por ejemplo, «me obligaron»” y, finalmente, la opción de la emigración por razones de orientación sexual o de género fue especialmente relevante. Así, describió cómo el “'sexilio' hizo que muchos de ellos se fueran a trabajar a ciudades más grandes, generalmente en hostelería, prostitución o el mundo artístico”, creando “guetos como el barrio chino de Barcelona o Chueca en Madrid”, que más que espacios de liberación sexual, [según el] investigador, fueron “herramientas de represión franquista”.

2022/10/07

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | ALESS GIBAJA COMPARTE LOS GRAVES INSULTOS HOMÓFOBOS QUE RECIBE POR REDES

Aless Gibaja comparte los graves insultos homófobos y amenazas que recibe por redes: "También soy humano y me duele mucho".
"No podemos vivir en 2022 con tanto odio. Tenemos que evolucionar, no involucionar", pidió.
20 Minutos, 2022-10-07
https://www.20minutos.es/noticia/5067065/0/aless-gibaja-comparte-los-graves-insultos-homofobos-que-recibe-por-redes-tambien-soy-humano-y-me-duele-mucho/

Las redes sociales tienen diferentes lecturas. Desde los beneficios de la comunicación que se le puede sacar hasta la toxicidad y la impunidad que ofrecen a algunos usuarios. Por ello, no son pocas las ‘celebrities’ que denuncian esta parte más dañina.

El último de ellos ha sido Aless Gibaja, que no suele pronunciarse sobre este tipo de asuntos. Sin embargo, tras recibir una gran ristra de comentarios homófobos, quiso denunciarlo públicamente.

"Desnutrido", "sidoso", "afeminado", "culo roto", "homosexual enfermo hijo de puta" o "te deseo la muerte" son los inadmisibles mensajes que le enviaron y le dejaron "en shock".

"¿Por qué tanto odio? Me da mucha pena ver este tipo de violencia y odio", ha asegurado en su publicación de Instagram. "Recibo muchos mensajes de este tipo y siempre me callo e ignoro ese tipo de cosas, y no se puede permitir".

"Mi bandera siempre fue la tolerancia, el respeto y la igualdad. La verdad es que con el tiempo me he hecho superfuerte como un iceberg, pero también soy humano y me duele mucho, pero más me duele pensar que miles de personitas estén sufriendo diariamente por este tipo de barbaridades", ha reflexionado.

"Por favor, no podemos vivir en pleno 2022 con tanto odio... Vive y deja vivir. Tenemos que evolucionar, no involucionar", ha pedido. "Nunca dejéis de ser vosotros mismos por este tipo de injusticias. ¡Stop violencia, stop homofobia’".

2022/07/10

DOCUMENTACIÓN | OFENSIVAS | CUANDO SER HOMOSEXUAL SE CONSIDERA(BA) UNA ENFERMEDAD: LA HISTORIA TRAS SU DESPATOLOGIZACIÓN

Huffpost / Orgullo en Nueva York, 1989-06-25 //

Cuando ser gay se considera(ba) una enfermedad: la historia tras su despatologización.

Tantos años de criminalización y patologización dan como resultado un estigma que aún pervive. A los activistas LGTBI de entonces hay que agradecerles los logros de hoy.
Marina Velasco | Huffpost, 2022-07-10
https://www.huffingtonpost.es/entry/cuando-ser-gay-se-consideraba-una-enfermedad-la-historia-tras-su-despatologizacion_es_62c80257e4b0aa392d3d9ac4

En una época no muy lejana, los manuales de psiquiatría por antonomasia clasificaban la homosexualidad como una “perturbación sociopática de la personalidad”, como una “desviación sexual”. En una época no muy lejana, si eras gay la iglesia te consideraba pecador, el Gobierno te consideraba un criminal y los psiquiatras te veían como un enfermo. Y así, atrapadas por una triple opresión –reconvertida después en estigma–, sobrevivían como podían las personas LGTBIQ+, ya fuera desde el ocultamiento y la negación o, al contrario, desde la reivindicación y el activismo.

Fueron las y los activistas quienes consiguieron que en 1973 la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) retirara de su Manual diagnóstico de trastornos mentales (DSM) la homosexualidad, tras una larga lucha del colectivo LGTBI, narrada en el documental Cured, de Patrick Sammon y Bennett Singer. Estaban hartos de oír a psiquiatras como Charles Socarides decir que “no puede haber gais felices” y que la homosexualidad debía tratarse “como la epilepsia o el alcoholismo”; estaban hartos de ser expulsados de su trabajo porque a sus jefes les llegaban “informaciones” sobre su orientación sexual; estaban hartos de enfrentarse al encierro en instituciones mentales, donde la “terapia” recibida podía ser verbal, pero también por medio de ‘electroshock’ y lobotomías.

A finales de los 60, algo empezó a cambiar en todo el mundo: el mayo francés del 68, las protestas contra la guerra de Vietnam, los disturbios de Stonewall en Estados Unidos. Los activistas LGTBI –aún sin ese nombre– se movilizaron como nunca, centrando sus esfuerzos en que la APA dejara de incluir la homosexualidad en la ‘Biblia’ de la psiquiatría. Se propusieron encontrar a un psiquiatra homosexual que reconociera su condición ante el resto de sus compañeros, mostrándoles que no estaba enfermo. Y dieron con él. Se llamaba John Fryer, aunque ante sus colegas, en la Convención de la APA de Dallas en 1972, se presentó como el Doctor H. Anónimo, oculto tras una máscara y una peluca negra y rizada.

Fryer, que había vivido en sus propias carnes la discriminación laboral por ser gay, enumeró todo aquello que podía “perder” una persona en su vida por ser homosexual: “Tal vez no se nos considere para una cátedra, [...] dejen de enviarnos a los pacientes [o] nos exijan que pidamos una excedencia para dejar de trabajar”. “Sin embargo, corremos un riesgo aún mayor al no vivir nuestra humanidad plenamente”, lanzó. “Esta es la mayor pérdida, nuestra humanidad honesta”, dijo.

John Fryer no convenció a todos sus compañeros psiquiatras –y por supuesto tampoco a toda la población–, pero sí a una mayoría. En 1973, el DSM dejó de incluir la homosexualidad como una enfermedad. Y esa primera victoria supo a gloria. De algún modo, el colectivo había “vencido a esos señores” psiquiatras que iban en su contra, explica a El HuffPost Santiago Peidro, doctor en Psicología y profesor en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Pero, sobre todo, “fue importante para la población en general, que cuando escucha que algo es una enfermedad, lo reproduce”, indica Peidro.

La Organización Mundial de la Salud tardó algo más en dar este paso, y hubo que esperar hasta el 17 de mayo de 1990 –hoy Día Internacional contra la LGTBIfobia– para que el organismo sacara la homosexualidad de su Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud (CIE).

Pero una cosa es que se pronuncien los organismos de la salud y otra es que las leyes cambien. Retomando el caso de Estados Unidos, hasta el año 2003 no se legalizó a nivel federal las relaciones sexuales consentidas entre personas del mismo sexo. Todavía hoy, en alrededor de 70 países se sigue considerando un delito las relaciones entre personas del mismo género.

¿Y en España?
Cuando nació Mili Hernández (Madrid, 1959) existía en España la llamada Ley de vagos y maleantes, con la que la dictadura franquista criminalizaba a los homosexuales dentro de una categoría en la que incluía a “rufianes”, “proxenetas” y explotadores de menores.

Hernández, hoy dueña de la mítica librería Berkana, especializada en literatura LGTBI, no sabía lo que esa ley podía suponer en su vida porque, de hecho, ni siquiera era consciente por aquel entonces de que ella misma era lesbiana.

“Tenía 16 años cuando murió Franco, estaba en plena adolescencia”, recuerda Hernández. “Desde muy pequeñita, desde los 11 años, yo ya sabía que algo me pasaba, me costaba encontrar mi sitio, sentía que era diferente, pero no sabía ponerle nombre”, reconoce la librera y editora. Por fin pudo nombrarlo pasados los 18, con la democracia ya incipiente. “Entendí que lo que me pasaba era que me gustaban las mujeres, que no me gustaban los chicos”, resume.

Y aunque Hernández tampoco era consciente de que la OMS catalogaba aún la homosexualidad como enfermedad mental, sí sabía que ser lesbiana “era algo malo, que estaba fuera de la norma”. “Vivíamos en un país muy en blanco y negro, muy heteropatriarcal. Los padres ya tenían la idea de que sus hijas estudiaran, pero la función principal de las mujeres seguía siendo casarse y tener hijos”, cuenta. “En aquel entonces había dos canales en la televisión, y de la homosexualidad no hablaban. Tampoco en los colegios, tampoco en las familias”, dice.

En su adolescencia más tardía, empezaron a filtrarse otros colores. “Se oían cosas como ‘Mari Trini es lesbiana’, ‘Martina Navrátilová es lesbiana’”, recuerda Hernández. “Yo sabía que Lorca era gay, pero de mujeres no tenía ni idea. Supe ponerle nombre a qué me pasaba cuando encontré algún referente con el que sentirme identificada”, relata.

Reconoce Hernández que en algún momento sí pensó que “quizás tenía que ir al psicólogo” en busca de ayuda emocional. Pero hasta para eso España era un lugar hostil en aquel entonces. “Al psicólogo sólo iban quienes estaban muy muy mal, muy tarados, como decían entonces”, reflexiona.

Más adelante, Hernández se enteraría de que “muchas personas gais, lesbianas y trans” en su época fueron sometidas a “terapias completamente equivocadas de psiquiatras muy retrógrados, adscritos al régimen franquista”, dice.

El psicólogo argentino Santiago Peidro sostiene que esa corriente de psiquiatras que aseguraba que podía ‘curar’ la homosexualidad, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX y en la primera del XX, existía movida por una serie de “intereses”. “Cuando la psiquiatría del siglo XIX se apropia de todos los asuntos relacionados con la sexualidad, comienza a tomarlo como una patología, un desvío respecto a la norma, y empieza a considerarse como una enfermedad del instinto sexual”, señala.

Primero los psiquiatras pensaron que había un “problema físico en el cerebro”; luego vieron que todo estaba normal ahí, que no servía de nada “abrir las cabezas y revisar”. Empezaron entonces a pensar que “todo se debía al instinto sexual”, que a priori debía estar “preconfigurado”, según sus ideas, para que el hombre se sintiera atraído por la mujer, y viceversa.

“Este discurso encontró un límite en Freud”, afirma Santiago Peidro. Sigmund Freud (1856-1939) entiende que no existe ese instinto “innato”, “preconfigurado”, y que no hay nada malo en ser homosexual. Paradójicamente, muchos psiquiatras blandieron después teorías de Freud con la intención de ‘curar’ la homosexualidad, pese a que el propio Freud nunca lo consideró una enfermedad. Los psiquiatras, recuerda Peidro, están “inevitablemente atravesados por prejuicios morales, por sus propias religiones y por sus historias familiares”.

De la patologización y la criminalización a las ‘terapias de conversión’
Igual que el fin de la dictadura franquista no supuso el final de la represión del colectivo en España, el pronunciamiento de los psiquiatras de la APA y de la OMS tampoco acabó en su momento con el estigma asociado a las personas LGTBI en el mundo. En absoluto.

“El proceso no culminó ahí”, explica Alberto de Belaunde, representante de la organización OutRight International por los derechos LGTBQ+. OutRight International publicó en 2019 un informe pionero sobre el alcance de las conocidas como terapias de conversión, en el que concluyó que estas se llevan a cabo, de una u otra manera, en los cinco continentes del mundo. “Está muy extendido incluso en países como España, donde hay un importante reconocimiento de los derechos de las personas LGTB”, señala este abogado y activista peruano.

Saúl Castro, abogado gallego y autor de 'Ni enfermos ni pecadores' (Ediciones B), explica que, bajo el paraguas de esas “terapias de conversión”, cabe cualquier intervención que busca “modificar o eliminar la orientación sexual, la identidad o la expresión de género de una persona”. En 'Ni enfermos ni pecadores', Castro ha documentado la existencia, incidencia y alcance de estas prácticas en España.

Las “mal llamadas terapias de conversión” perpetúan “esa idea antigua de la psiquiatría” según la cual “la orientación sexual, la identidad o la expresión de género de una persona pueden suprimirse o cambiarse siguiendo determinadas prácticas”, afirma De Belaunde.

Quienes las promueven y practican obvian dos aspectos fundamentales: el primero es que la ciencia ya ha desmentido esas pseudoteorías de que la orientación sexual se puede ‘curar’; el segundo y, quizás, más importante, es el daño que generan en las víctimas: en su autoestima, en su salud mental e incluso en su deseo sexual.

Estas pseudoterapias ya no toman tanto la forma del ‘electroshock’ –aunque esto sigue produciéndose en determinados países–, sino que tienden a adquirir otras manifestaciones: “Terapia psicoanalítica, prescripción de determinadas pastillas para eliminar la libido de las personas, a través de charlas, talleres sociales, ritos llevados a cabo por líderes religiosos…”, enumera Alberto de Belaunde.

Uno de los problemas que advierte OutRight International para detectar y denunciar estas prácticas es, precisamente, la facilidad con la que pasan desapercibidas por camuflarse como coaching o charlas de identidad, sobre todo en contextos religiosos o sociales. “No existe una conciencia general sobre ellas, de modo que muchas víctimas o sobrevivientes no reconocen que lo que sufrieron cae dentro de este concepto”, sostiene el representante de la organización.

Iván León, víctima de terapia de conversión y autor de '¡Oh feliz culpa!' (Egales), tampoco fue consciente en un primer momento de que las charlas a las que acudía en la Diócesis de Alcalá de Henares (Madrid) eran lo que realmente eran. Llegado un momento, quienes impartían esos ‘talleres’ empezaron a “vincula[r] la homosexualidad con la pederastia, incluso con la pederastia en la Iglesia, lo que achacaban a los sacerdotes homosexuales. También hacían vinculación con la zoofilia”, explica León en una entrevista con El HuffPost. Este discurso fue lo que le hizo darse cuenta.

“Sin duda, la religión es uno de los factores que explican por qué todavía existe el nivel de intolerancia que conocemos hacia la comunidad LGTBI”, sostiene Alberto de Belaunde. El abogado y activista considera fundamental que se impliquen “no sólo la comunidad LGTB y los legisladores, sino también los profesionales de la salud mental, y por supuesto también líderes sociales y religiosos, especialmente de aquellas iglesias o aquellos credos que tradicionalmente han cumplido un rol en la valoración social negativa de las personas LGTB”.

Recientemente, el Gobierno de España aprobó el anteproyecto de la Ley Trans, que entre otras cosas prohíbe las “terapias de conversión”. Saúl Castro defiende que la mera prohibición no erradica estas prácticas, y que para poder perseguirlas realmente habría que incluir un delito específico sobre las mismas en el Código Penal.

La organización OutRight International alude a tres elementos “fundamentales” para acabar con estas prácticas: un enfoque preventivo que genere conciencia entre la población; la existencia de “canales de denuncia efectivos que eviten la revictimización”; y garantizar a las víctimas el acceso a servicios de salud para superar el trauma vivido.

De manera transversal a todo lo anterior, hay que “asegurar políticas educativas que ayuden a vencer los estigmas en la sociedad”, añade De Belaunde. “Mientras exista sexismo, homofobia y transfobia, lamentablemente estas prácticas van a aparecer. Porque son resultado de la discriminación y la intolerancia contra la comunidad LGTB+”, advierte. Por eso son tan importantes las fechas, las banderas y las reivindicaciones del Orgullo que se celebra estos días.

No hace falta mirar tan atrás...
Si bien la homosexualidad desapareció como enfermedad mental de los manuales del DSM y el CIE en 1974 y 1990 respectivamente, la “orientación sexual egodistónica” –cuando una persona siente una atracción que no se corresponde con lo que entiende por ideal y le genera ansiedad– siguió incluida como categoría de diagnóstico para la OMS hasta 2019.

Hubo que esperar también hasta entonces para que la Organización Mundial de la Salud dejara de considerar la transexualidad como trastorno mental. En su última Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), la transexualidad pasó a formar parte de la categoría “condiciones relativas a la salud sexual”, saliendo del capítulo dedicado a “trastornos de la personalidad y el comportamiento”.

2022/07/09

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | LA DURA HISTORIA DE AARON LEE, UN VIOLINISTA ENCERRADO POR SU FAMILIA POR SER GAY

Pronto / Aaron Lee //

La dura historia de un violinista encerrado por su familia por ser gay.

Se llama Aaron Lee, nació en Madrid y sus padres son músicos coreanos que no aceptaron su homosexualidad.
Pronto, 2022-07-09
https://www.pronto.es/noticias-del-corazon/noticias-emotivas/dura-historia-violinista-encerrado-familia-gay-42515.html 

En la semana del Orgullo, que reivindica los derechos de las personas LGTBI, la historia de Aaron Lee nos ayuda a comprender lo que supone ser homosexual en determinados países y, todavía, en algunas familias.

Aaron Lee, nacido en Madrid en 1988, es hijo de un director de orquesta, que es pastor de una iglesia evangélica, y de una pianista surcoreanos.

A los 4 años, empezó a tocar el piano y, a los 9, el violín. Todo en su familia era perfecto. Hasta que, a los 16 años, se dio cuenta de que le gustaba un chico, descubriendo así su homosexualidad.

Una noche, su padre le comentó que en la factura telefónica había un número repetido muchas veces. "¿Se trata de una chica? Sea lo que sea, tu madre y yo estaremos a tu lado", le dijo.

El joven Aaron interpretó esa frase como una invitación a declarar su condición sexual. Y lo hizo. Aquel fue el inicio de su infierno, con amenazas, golpes e insultos por parte de su padre, que no aceptaba un hijo gay.

Después de someterse a "terapias de conversión" y sufrir malos tratos físicos y psicológicos, su padre le dijo que iba a llevarle a estudiar con la mejor violinista de Seúl. Fue un engaño. Lo que hizo fue encerrarlo en una isla, en la celda de una iglesia, incomunicado, hasta que cambiara.

Aaron sólo pensaba en escapar, pero cada vez que lo intentaba recibía más palizas. Al cabo de un tiempo, cambió de estrategia y, un día, les anunció a sus padres que ya no era gay.

De tocar en la calle a la Orquesta Nacional
Después regresó con su familia a Madrid y, al poco tiempo, se desencadenó el episodio final porque su padre descubrió discos y material que le delataron de nuevo. Entonces, y sin contemplaciones, le echaron de casa. Tenía 18 años.

Con sus ahorros de 700 euros, se quedó solo en Madrid. Para sobrevivir hacía bolos musicales, trabajó de camarero, doblando ropa en una tienda y tenía 30 euros mensuales para comida. Hasta que, un día, Aaron se atrevió a tocar en la calle y recaudó 120.

Cuando cumplió 20 años, consiguió ser el músico más joven en entrar en la Orquesta Nacional de España, donde estuvo seis años. Lo dejó porque sintió que su pasión se volvía rutina.

Hoy, toca como solista, se define como emprendedor social, tiene inversiones inmobiliarias, ha escrito su autobiografía, "Yo soy el que soy" (Letrame), ha creado la Fundación Arte que Alimenta, para proteger a los adolescentes LGTBI, a mujeres maltratadas y niños en situación de riesgo, e investiga la música española de los siglos XIX y XX.

Todo lo ha conseguido contra viento y marea y habiendo sido capaz de perdonar a sus padres. "Nunca he sido rencoroso. No comparto las cosas que hacen ni su forma de comprender la vida. Lo que sí hago es preguntarme qué habrá detrás para que respondan de esta manera tan dura", comenta con una serenidad sorprendente.
 
Y TAMBIÉN...
>
Secuestrado y torturado por su familia: historia de Aaron Lee, un prodigio del violín español.

Aaron Lee fue el integrante más joven de la Orquesta Nacional, adonde logró llegar después de vivir un infierno personal que se desató al declarar su homosexualidad. Una dura historia con música clásica y una pincelada almodovariana.
Ulises Fuente | La Razón, 2020-10-21
https://www.larazon.es/cultura/20201021/gkpvfmrawrehxbvvnuqofzjnju.html
>
Homofobia y tortura: Aaron Lee saca a escena su infierno personal.

El músico, castigado por su padre por ser homosexual, actúa con su violín en la obra ‘Yo soy el que soy’, que relata su biografía y echa el cierre a la sala Pavón Kamikaze.
El País, 2021-01-11
https://elpais.com/cultura/2021-01-11/homofobia-y-tortura-aaron-lee-saca-a-escena-su-infierno-personal.html

2022/07/07

LIBROS | García-Mauriño Múzquiz, Javier | Picospardo's

García-Mauriño Múzquiz, Javier (2021) [07-01]. Picospardo’s. Madrid: Sial Pigmalión.

[.es] En 1993 el comité del Premio Lope de Vega declaró ganador a Javier García-Mauriño Múzquiz, y en aquel momento arrancó una historia de teatro que dura hasta hoy día. Ya que han pasado casi treinta años desde que fuera premiada, la obra merece una investigación crítica de su relevancia en el teatro español de la época y una revisión del impacto de haber llevado el tema de la homosexualidad a las tablas. Asimismo, lo que el lector tiene entre sus manos ahora es una reexaminación de una obra teatral que bajo la pluma de un dramaturgo revela de manera mimética un momento de transición social y política en España.

García-Mauriño escribió ‘Picospardo’s’ a principios de los noventa, basándose en un guion de cine original previo titulado de la misma manera, en el cual trabajó entre 1987 y 1988. Como trasfondo, está viviendo aún en un ámbito político perplejo. No hay una manera definitiva de establecer en qué momento finaliza la transición del país, no se puede especificar si ha terminado un periodo de ajustes, y en la trama en ‘Picospardo’s’ el autor pone el reflector en otra transición social tan silenciosa como imparable. Va más allá de mostrarnos los efectos que un accidente tiene en la vida de los personajes, los cuales son piezas sueltas de un rompecabezas que no será armado sino hasta el momento en que se revela el elemento en común que los une.

Javier García-Mauriño Múzquiz (Madrid, 1948) es autor teatral y guionista cinematográfico. Licenciado en Ciencias de la Información (rama Imagen). Sus cortometrajes son premiados en Madrid, Calviá, Málaga, Huesca y Alcalá de Henares. Premio SIMO de periodismo 1983. Guionista de Radio Exterior de España. Trabaja para Filmoteca Española. En 1987 dirige el Festival de Cine de Huesca. Realiza labores de supervisión lingüística, doblaje y subtitulado para TVE y Canal Plus. Formó parte de la Junta de Calificación de Películas del Ministerio de Cultura. Coguionista de largometrajes dirigidos por Fernando Huertas, Fernando Fernán-Gómez y José García Hernández. En 1994 obtiene el Premio Lope de Vega de teatro 1993, con su obra ‘Picospardo’s’. Cuenta en su haber con numerosos estrenos teatrales y distintas publicaciones. En 2020 inicia su relación con la editorial Sial Pigmalión con la publicación de ‘Monólogos’ y la participación en la obra colectiva ‘Puro teatro’.

2022/06/29

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | EN 1981 SE CELEBRÓ EN VIGO LA PRIMERA MARCHA GALLEGA POR LA LIBERACIÓN SEXUAL

Los 41 años de Orgullo en la ciudad.
Vigo fue la urbe gallega que acogió la primera marcha en defensa del amor libre y la liberación sexual en 1981. Fue secundada por decenas de asociaciones y sindicatos.
Carolina Sertal | Faro de Vigo, 2022-06-29

Era el año 1981 y se cumplía el decimosegundo aniversario de las revueltas protagonizadas por la comunidad gay, lésbica y trans en Nueva York, que un 28 de junio de 1969 dijeron " ¡basta! " tras la redada y la represión policial en el local Stonewall Inn de Greenweech Village. La mecha de aquella rebelión que ya no tendría marcha atrás llegaba algo más tarde a Galicia que al resto de España, puesto que en el año 1977 se había celebrado por primera vez en el territorio nacional una marcha a favor de los derechos de las personas homosexuales. Tuvo lugar en Barcelona y logró congregar a unas 4.000 personas que fueron disueltas por los grises.

Si bien fue Vigo la que acogió la primera manifestación "gay" en la comunidad gallega, previamente, en el año 1980 ya había tenido lugar una tímida movilización en la ciudad de A Coruña. Sin desfile y sin hacer mucho ruido, concentró a muy poca gente. El movimiento LGTBI en Galicia empezaba a despertarse, aunque la población todavía seguía sufriendo los estigmas de una sociedad que aún asimilaba el inicio de la España moderna, tras haber superado la Transición.

"Mañana, manifestación gay". Así rezaba el titular de la noticia publicada en FARO que anunciaba una gran manifestación en la ciudad de Vigo con salida de la Praza de Portugal a las 12.30 horas. La previa también recogía que, tras la marcha de "lucha por la liberación sexual", se llevaría a cabo una fiesta-romería popular en el Parque de Castrelos a partir de las 14.30 horas, en la que habría puestos de bebidas, bocadillos, música, teatro y más actividades.

En la noticia publicada en la prensa local, se destacaba que aquel "Día Internacional do Orgullo Gay, que sus responsables consideran como una jornada de lucha por la liberación sexual está organizado por la Coordinadora de Colectivos Gays de Galicia, que se formó aproximadamente hace un año y un mes, a raíz de unas jornadas sobre la sexualidad. Después de esa fecha se concluyó un manifiesto, que fue presentando en el Colegio Médico de Santiago y que contenía la opinión de los redactores sobre el por qué de la represión de la sexualidad".

Por otra parte, se ponía de relieve que se trataba de la primera manifestación de este tipo en Galicia y también que contaba con el apoyo de diferentes colectivos, organizaciones y movimientos que se sentían identificados con “estos temas”.

En concreto, el evento celebrado en la ciudad fue secundado por las asociaciones de vecinos Casco Viejo, Vigo Oeste y Cultural de Vigo, así como por Zona Aberta, de A Coruña, y Colectivo polas Libertades de A Coruña y Vigo; además de contar con el apoyo de Asamblea de Traballadores en Paro de Vigo y de los partidos políticos PSdeG-PSOE, PCG, MCG y LCR, del Sindicato Nacional de CC.OO y de las organizaciones feministas Coordinadora Feminista de Vigo y Asociación Galega de A Coruña. También contó con la participación de la UPG, AN-PG y de Unión de Mocedades Galegas.

En la rueda de presentación de aquella marcha en la ciudad olívica quedó patente la situación de la discriminación y opresión que vivía el colectivo en la época, puesto que la Coordinadora de Colectivos Gays de Galicia aprovechó la ocasión para mostrar su profundo rechazo y desacuerdo con las penas que habían sido impuestas a dos marineros de Ferrol por mantener relaciones sexuales.

En concreto, uno de ellos debería cumplir 16 meses de condena y otro 14 meses, lo que deja constancia de la cruda etapa que atravesaba la comunidad LGTBI.

Asimismo, la organización de la manifestación también insistió en su oposición a los planes del Gobierno de U.C.D. para aprobar un Código Penal, en su opinión reaccionario, al considerar que era “una auténtica amenaza para las personas homosexuales”, puesto que según señalaban en aquella rueda de prensa, la normativa se basaba en que “la Organización Mundial de la Salud considera la homosexualidad como un mal”, por lo que “U.C.D. penaliza este tipo de relaciones”.

Han pasado 41 años desde que Vigo abanderó la lucha por el amor libre y la liberación sexual y, a pesar de que se ha ganado terreno en materia de derechos y libertades, lo cierto es que todavía queda mucho camino por recorrer ante el auge de los discursos de odio, principalmente alimentados por la extrema derecha, y las agresiones que no dejan de sucederse contra personas de distinta orientación sexual o identidad de género.


Memorias de la primera manifestación LGTBI en Galicia: 41 años de Orgullo.
Vigo fue la ciudad gallega que acogió la primera marcha en defensa del amor libre y la liberación sexual.
Carolina Sertal | Faro de Vigo, 2022-06-28 ***
https://www.farodevigo.es/gran-vigo/2022/06/28/memorias-primera-manifestacion-lgtbi-galicia-67741326.html

2022/05/11

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | PREMIAN A JOHN FRYER POR SU CONTRIBUCIÓN AL MOVIMIENTO POR LOS DERECHOS LGTBI

Al Día / John Fryer //

Un antiguo profesor de Temple es premiado por su contribución al movimiento de los derechos LGBTQ+.

El Dr. John Fryer era un profesor de Temple, cuyo discurso en la reunión de la Asociación Americana de Psiquiatría ayudó a eliminar la homosexualidad del DSM.
Emily Leopard-Davis | Al Día, 2022-05-11
https://aldianews.com/es/leadership/organizaciones/eliminar-los-gays-del-dsm 

El Dr. John Fryer fue homenajeado el 2 de mayo de 2022 en Filadelfia por su contribución al movimiento de los derechos LGBTQ+. Pronunció un discurso en la convención de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) en 1972 como Dr. Henry Anonymous, que estaba a favor de eliminar la homosexualidad del DSM.

Filadelfia declaró el 2 de mayo Día del Dr. Fryer. Su antigua casa en 138 W. Walnut Lane fue designada como histórica, y se ha colocado un marcador histórico sobre él en la 13ª y Locust.

El Dr. Fryer nació en Winchester, Kentucky. Estudió en la Universidad de Transilvania y en la Universidad de Vanderbilt para estudiar medicina a finales de los años 50 y principios de los 60.

En esta época, la homosexualidad estaba clasificada como un trastorno en el Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales (DSM), ya que se incluyó en 1952. Por ello, cualquiera que saliera del armario podía ser internado involuntariamente, despedido o perder la custodia de un hijo. Un grupo de activistas por los derechos de los homosexuales, liderado por Frank Kameny, hizo un piquete en las convenciones de la APA de 1970 y 1971 para conseguir que la APA eliminara la homosexualidad del DSM.

Un panel titulado "Psiquiatría: ¿Amigo o enemigo de los homosexuales? Un diálogo" se creó para la convención de 1972. El panel estaba compuesto originalmente por dos personas homosexuales y dos psiquiatras. Barbara Gittings pidió al Dr. Fryer que se uniera al panel después de que su compañera, Kay Tobin Lahusen, les sugiriera que incluyeran también a un psiquiatra gay. Al principio, el Dr. Fryer no quería dar la charla. Aceptó hacerlo después de unos meses de reflexión y de que le dijeran que podía darlo disfrazado. Además, Gittings le pagó el viaje a la conferencia con una subvención que había recibido.

El Dr. Fryer conocía el riesgo de estar fuera a nivel personal. Fue expulsado de su residencia en la Universidad de Pensilvania tras salir del armario con un amigo y fue despedido de su trabajo.

Pronunció un discurso como Dr. Henry Anonymous, llevando una máscara de Richard Nixon, una peluca rizada y un esmoquin tres tallas más grande. También utilizó un micrófono que cambiaba su voz. El Dr. Fryer comenzó su discurso diciendo: "Soy homosexual. Soy psiquiatra".

Al final de su discurso dijo: "Esta es la mayor pérdida, nuestra honesta humanidad, y esa pérdida lleva a todos los demás que nos rodean a perder también ese pedacito de su humanidad. Porque si se sintieran realmente cómodos con su propia homosexualidad, entonces podrían sentirse cómodos con la nuestra. Como psiquiatras homosexuales, por lo tanto, debemos usar nuestras habilidades y sabiduría para ayudar a todos ellos y a nosotros mismos a estar cómodos con ese pedacito de humanidad llamado homosexualidad."

La homosexualidad fue eliminada del DSM un año después del discurso del Dr. Fryer, en 1973.

La APA creó el premio John Fryer en su honor en 2005. El premio se otorga a quienes contribuyen "a mejorar la salud mental de las minorías sexuales".

El Dr. Fryer falleció en 2003 a la edad de 65 años.

Sus documentos, incluido su discurso de 1972, se conservan en la Sociedad Histórica de Pensilvania, la Biblioteca de Historia Americana de Filadelfia y uno de los mayores archivos de documentos históricos del país.

2022/05/05

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | ¿QUIÉN FUE EL PSIQUIATRA ENMASCARADO QUE IMPULSÓ UNA REVOLUCIÓN Y LUEGO 'DESAPARECIÓ'?

New York Times / John Fryer (d) en la asamblea de la APA de 1972 //

¿Quién fue el psiquiatra enmascarado que impulsó una revolución y luego ‘desapareció’?

En 1972, John Fryer arriesgó su carrera para decirle a sus colegas que las personas homosexuales no padecían enfermedades mentales. Su acción generó cambios en los sistemas legales, médicos y de justicia.
Ellen Barry | New York Times, 2022-05-05
https://www.nytimes.com/es/2022/05/05/espanol/psiquiatria-gay-fryer.html

Durante el segundo día de la convención anual de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por su sigla en inglés), en 1972, ocurrió algo extraordinario.

Mientras los psiquiatras reunidos, en su mayoría hombres blancos con trajes oscuros, ocupaban sus lugares en las innumerables sillas del salón Danés en el Hotel Adolphus de Dallas, una figura disfrazada se coló desde los pasillos del fondo. En el último momento, atravesó una cortina lateral y ocupó su lugar en la parte delantera de la sala.

El público contuvo la respiración. El aspecto del hombre era grotesco. Su rostro estaba cubierto por una máscara de goma de Richard Nixon y llevaba un esmoquin estridente que le quedaba muy grande y una peluca de cabello muy rizado. Pero la extravagancia de su atuendo perdió importancia cuando empezó a hablar.

“Soy homosexual”, comenzó. “Soy psiquiatra”.

Durante los siguientes diez minutos, el doctor Henry Anónimo (así había pedido que lo llamaran) describió el mundo secreto de los psiquiatras homosexuales. De manera oficial, no existían; la homosexualidad estaba catalogada como una enfermedad mental, por lo que reconocerla suponía la revocación de la licencia médica y perder la carrera. En 42 estados de Estados Unidos, la sodomía era un delito.

La realidad es que había muchos homosexuales en la APA, el organismo profesional más influyente de este ramo, afirmó el médico enmascarado. Pero vivían en la clandestinidad, ocultando cualquier rastro de su vida privada a sus colegas.

“Todos nosotros tenemos algo que perder”, continuó. “Tal vez no se nos considere para una cátedra, el analista que está en nuestra misma calle podría dejar de enviarnos a los pacientes que no puede atender o es posible que un supervisor nos exija que pidamos una licencia para ausentarnos”.

Esa era la concesión que había aceptado hacer en su vida el hombre enmascarado. Pero el precio era demasiado alto. Eso es lo que había ido a decirles.

“Sin embargo, corremos un riesgo aún mayor al no vivir nuestra humanidad plenamente”, dijo. “Esta es la mayor pérdida, nuestra humanidad honesta”.

Luego tomó asiento en medio de una gran ovación.

El discurso de 10 minutos, pronunciado el lunes 2 de mayo hace 50 años, fue un punto de inflexión en la historia de los derechos de las personas homosexuales. Al año siguiente, la APA anunció que revertiría su postura de casi un siglo y declaró que la homosexualidad no era un trastorno mental.

Es raro que los psiquiatras transformen la cultura que les rodea, pero eso fue lo que ocurrió en 1973.

Al eliminar el diagnóstico del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (conocido como DSM, por su sigla en inglés), la psiquiatría eliminó el sustento jurídico de una variedad de prácticas discriminatorias como negar a las personas gay el derecho al empleo, la ciudadanía, la vivienda y la custodia de sus hijos; excluirlos del clero y del ejército y de la institución del matrimonio. Podía comenzar el largo proceso contra esas prácticas.

Cuando las personas gay fueran remitidas a una consulta de psiquiatría, ya no se les enviaría a “curarse” (inyectándoles hormonas, sometiéndolos a terapias aversivas o a psicoanálisis exhaustivo) sino que se les diría que, desde el punto de vista de la ciencia, no hay nada intrínsecamente malo en ellos.

Después de pronunciar su discurso, el hombre enmascarado, John Ercel Fryer, de 34 años, voló desde Dallas hasta su casa en Filadelfia y escribió en su diario sobre lo aterradora y profunda que había sido la experiencia.

“El día pasó, llegó y se fue y yo sigo vivo. Por primera vez, me he identificado con una fuerza afín a mí mismo”, escribió, en extractos incluidos en Cured, un documental de 2020.

Sin embargo, no le dijo a su madre que lo había hecho; tampoco a su hermana ni a su mejor amigo de la infancia. En 20 años solo le contó lo sucedido a muy pocas personas.

‘Sentí una gran libertad’
Fryer, quien murió en 2003 a los 65 años, destacaba por su tamaño (medía 1,80 metros y pesaba unos 140 kilos), por su inteligencia destellante y porque evidentemente era gay.

Betty Lollis, una amiga de Winchester, Kentucky, lo recordaba como el niño de cara redonda que llegó acompañado de su madre a su clase de segundo grado vistiendo un traje de marinero. Era un prodigio, afirmó, y también “un chico del que los demás se reían o se burlaban”.

Décadas después, algunos de sus compañeros de clase se disculparon con Fryer por la manera en que lo habían tratado. “Esas personas que fueron dolorosas para él también eran todo lo que tenía”, dijo. “Son sus amigos más queridos”.

Le fue muy bien en todas sus clases, se inscribió en la universidad a los 15 años y en la facultad de medicina a los 19. Pero, una y otra vez, su camino se vio obstaculizado cuando los supervisores se enteraban de que era gay.

El más difícil de estos contratiempos ocurrió en 1964. Se había trasladado al entorno más libre de la Costa Este estadounidense y llevaba unos meses de residencia en la Universidad de Pensilvania cuando bajó la guardia y durante una cena le dijo a un amigo de la familia que era gay.

El joven se lo comunicó de inmediato a su padre, que a su vez se lo comunicó al jefe de departamento de Penn, según contó Fryer en una entrevista de 2002 a la revista Journal of Gay and Lesbian Psychiatry. El director del departamento llamó a Fryer a su despacho y le dijo: “O renuncias o te despido”.

Fryer tuvo que realizar tareas humillantes durante años en un hospital psiquiátrico estatal, la única institución que lo aceptó, para poder completar su residencia. Después de eso, se enfrentó a un largo e incierto camino hacia la titularidad. Por estas razones, era poco atractivo salir del clóset, dijo en una entrevista realizada en 2001 para This American Life, gran parte de la cual no se ha publicado hasta ahora.

“Si decías que eras gay, era una manera de no tener ningún poder”, dijo. “Y yo quería ser poderoso. Así que ser un médico aparentemente heterosexual me permitió tener poder”.

En 1970, Frank Kameny, un astrónomo que había sido despedido del ejército por ser gay, dirigió un pequeño grupo de activistas por los derechos de las personas homosexuales para protestar contra la convención anual de la APA, exigiendo que se desclasificara el diagnóstico.

Fryer formaba parte de la “APA Gay”, un grupo en los márgenes de la asociación que se reunía en secreto, y vio con desagrado cómo los manifestantes irrumpían en las mesas redondas e interrumpían a los oradores. “Estaba avergonzado y deseaba que se callaran”, dijo.

Pero al año siguiente, Barbara Gittings, una de las activistas, se acercó a Fryer para pedirle ayuda.

Líderes más jóvenes y progresistas estaban ascendiendo en las filas de la APA y los activistas percibieron una oportunidad. Tuvieron una idea: en vez de protestar, podrían cambiar las cosas enfrentándose a los psiquiatras con uno de los suyos, un psiquiatra gay. Si pudieran encontrar a alguien que aceptara hacerlo.

“Mi primera reacción fue: De ningún modo”, recuerda Fryer. “No tenía nada seguro y no quería hacer nada que pusiera en peligro la posibilidad de conseguir un puesto de profesor en algún sitio. En ese momento, no había manera de lograrlo si revelaba mi identidad”.

Sin embargo, durante los meses siguientes, Gittings siguió insistiendo. Le contó a Fryer cómo se había acercado a una decena de colegas homosexuales y cada uno de ellos decía que no, que el riesgo era demasiado grande.

Esta reticencia molestó a Fryer. Y Gittings, como dijo él, continuó “subiendo la apuesta”. ¿Y si le pagaba el viaje a Dallas? ¿Y si llevaba un disfraz, para que nadie supiera que era él?

“Ella sembró en mi mente la posibilidad de que podía hacer algo”, dijo. “Y que podía hacer algo que fuera útil sin arruinar mi carrera”.

En aquel momento, la pareja de Fryer era un estudiante de arte dramático y ambos se lanzaron al proyecto de idear un disfraz que ocultara su identidad: un esmoquin grande, una máscara de goma para distorsionar sus rasgos y una peluca que no tuviera las entradas que él tenía.

Al subir al escenario ese día, Fryer dijo: “Sentí una gran libertad, una sensación de libertad inmensa”.

También estaba orgulloso de ser el único de sus colegas que se había atrevido a hacerlo.

“Hacer eso, estar dispuesto a hacer eso, aunque ninguno de mis colegas en la APA Gay estaba dispuesto, de manera abierta o de otro modo”, dijo. “Todos estaban en la audiencia. Y estaban aplaudiendo”.

Ver a Fryer tuvo un efecto emocional poderoso en los psiquiatras reunidos en la sala, dijo Saul Levin, quien en 2013 se convirtió en el primer hombre abiertamente homosexual en ocupar el cargo de director ejecutivo y director médico de la APA.

“Los sacudió de verdad, obviamente”, dijo. “Ahí estaba esa gran audiencia en ese momento, viendo a alguien salir con un disfraz muy bizarro. Los desorientó un poco, ¿qué diablos está pasando aquí? Y luego esta persona sale con un discurso muy elocuente”.

Fryer estaba mareado cuando dejó el escenario, tan emocionado que, antes de regresar a Filadelfia, derrochó en un clavecín manual, que describió con ironía como “una de las elecciones menos sabias de mi vida”.

Cuando regresaba a su habitación de hotel para quitarse el disfraz, pasó junto al presidente del departamento de psiquiatría de la Universidad de Pensilvania, que lo había despedido de su residencia. Ninguno de los dos mostró alguna señal de que se reconocían.

‘Como si ya no pudiera hacer nada más’
Fryer regresó a la casa victoriana donde vivía en Germantown con sus perros dóberman pinscher y los estudiantes de medicina a los que acogía como inquilinos.

Siguió siendo él mismo: generoso y autoritario, carismático y mordaz, y con un acento de Kentucky que usaba cuando le convenía.

Seguía sin tener la titularidad y su carrera era tan inestable como siempre. En 1973, la APA votó a favor de desclasificar la homosexualidad. Y Fryer otra vez perdió un empleo, ahora en el Hospital Friends.

De nuevo, un administrador lo llamó a su oficina. “Si fueras gay y no fueras extravagante, te quedarías”, recuerda Fryer que le dijo. “Si fueras extravagante y no fueras gay, te quedarías. Pero como eres gay y extravagante, no puedes quedarte”.

Fryer vio cómo sus colegas eran ascendidos y ganaban la titularidad. El grupo gay de la APA se disolvió, ya que una nueva generación más activista dio un paso adelante como una fuerza abierta dentro de la psiquiatría y conformó la Asociación de Psiquiatras Gays y Lesbianas. Pero Fryer no participó en ella.

“Volví a huir”, dijo. “No fui a las reuniones. Fue como si desapareciera”. Era como si “hubiera hecho lo mío y ya no pudiera hacer nada más”, dijo.

De vez en cuando, le contaba a alguien lo que había hecho.

Karen Kelly, de 67 años, quien le alquiló una habitación a Fryer cuando era estudiante de medicina, dijo que él se lo contó durante una cena a fines de la década de 1970 y no volvió a mencionarlo.

Lollis, de 85 años, dijo que ella y Fryer fueron confidentes más tarde en la vida y a veces hablaban por teléfono varias veces a la semana. Pero ella no supo que él era el doctor Anónimo hasta 2002, cuando le mandó el episodio de This American Life en el que describía el discurso.

“Simplemente no lo compartió con nadie”, dijo. “Ni su madre, ni su hermana”.

Después de un tiempo, Fryer obtuvo un puesto en la Universidad de Temple, donde se especializó en el duelo y fue uno de los pioneros que contribuyó al movimiento de cuidados paliativos. Después de dar clases todo el día y luego de cenar, a menudo veía a sus pacientes hasta las 11:00 p. m., recordó Kelly. Acompañó a muchos de sus pacientes durante su muerte.

Organizaba grandes fiestas y, a veces, se aparecían sus amigos famosos, como la antropóloga Margaret Mead o la escritora Gail Sheehy. Usaba dashikis. Cuando viajaba para dar conferencias, “terminaba en un restaurante tiki con mis primos, bailando con la bailarina de hula”, dijo Kelly.

Pero albergaba una sensación de resentimiento, dijo David Scasta, quien conoció a Fryer como médico residente en la Universidad de Temple y lo entrevistó sobre su vida en 2002.

Se sentía aislado de la comunidad gay, dijo Scasta, expresidente de la Asociación de Psiquiatras Gay y Lesbianas. Nunca tuvo una relación duradera. Y siempre sintió que su carrera no era lo que podría haber sido.

“Siempre hubo una sensación de tristeza por no ser completamente aceptado”, dijo. “John siempre sintió que estaba al margen”.

Pasarían décadas antes de que los historiadores de los derechos de las personas homosexuales entendieran completamente el significado del discurso del doctor Anónimo, que tenía “una importancia similar a los disturbios de Stonewall”, agregó Scasta. También en ese caso, el impulso del movimiento se originó por personas inesperadas.

“No siempre son las personas amables y respetuosas de la ley las que lo logran, los que pueden hacer el cambio son los que están en la periferia”, dijo.

Esta semana, el 50° aniversario del discurso del doctor Anónimo se celebró con discursos y proclamas en Filadelfia, donde se declaró el 2 de mayo como el Día de John Fryer.

La celebración pública de su acto había empezado años antes de la muerte de Fryer, y en 2001, él mismo lo comentaba con sarcasmo, cuando decía que “se le mencionaba como prueba cada vez que alguien quería una prueba”.

Sin embargo, en aquel momento, fue el secreto lo que le dio poder a su acto, dijo.

“Aquella persona disfrazada, podía decir lo que quisiera”, dijo. Y añadió: “Llevé a cabo este acto aislado, que cambió mi vida, que ayudó a cambiar la cultura de mi profesión, y desaparecí”.

2022/05/03

DOCUMENTACIÓN | VIOLENCIA | AUSTRALIA: CONDENADO POR ASESINAR A UN GAY EN 1988

Australia: Un condenado por asesinar a un hombre gay en 1988.
AP Noticias | Independent, 2022-05-03
 
 
Un hombre australiano fue condenado el martes a 12 años y siete meses de prisión por el asesinato en 1988 de un estadounidense que cayó de un acantilado de Sydney conocido como lugar de encuentro entre homosexuales. En un principio, la muerte del matemático Scott Johnson fue considerada un suicidio, pero su familia presionó para que se investigara más. En 2017, un forense descubrió una serie de agresiones, algunas fatales, en las que las víctimas habían sido atacadas porque se creía que eran homosexuales.

Scott White, de 51 años, se declaró culpable en enero y podría haber sido condenado hasta a cadena perpetua. La juez Helen Wilson dijo que no consideraba probado, más allá de una duda razonable, de que el asesinato fuera un crimen homófobo, un agravante que habría supuesto una condena más larga. También dijo haber aplicado una sentencia más leve que estaba en vigencia en el estado de Nueva Gales del Sur a finales de la década de 1980. El reo debe cumplir al menos ocho años y tres meses de prisión antes de optar a libertad condicional.

White tenía 18 años y era indigente cuando conoció a Johnson, de 27 años y nacido en Los Ángeles, en un bar del suburbio de Manly en diciembre de 1988, y fue con él a un acantilado cercano en North Head. La exesposa de White, Helen White, dijo a la policía en 2019 que su entonces marido había presumido de golpear a hombres homosexuales y había dicho que el único hombre gay bueno era un hombre gay muerto. La mujer dijo a la corte el lunes que su esposo le había dicho que Johnson había corrido acantilado abajo. Scott White dijo que él era gay y tenía miedo de que su hermano homófobo lo descubriera.

Wilson dijo que no era posible sacar conclusiones más allá de una duda razonable sobre lo ocurrido en lo alto del acantilado. El agresor golpeó al doctor Johnson, lo que hizo que tropezara y cayera del borde del acantilado, dijo la jueza. Fuera del tribunal, el hermano de la víctima, Steve Johnson, residente en Boston, dio las gracias a la fiscalía y al sistema judicial por asegurarse de que White iba a prisión. “Esta semana no recibimos compensación por Scott, pero lo que recibió Scott fue dignidad", dijo a la prensa. White tenía un historial de crímenes violentos antes y después del asesinato, pero no había cometido ningún delito desde 2008.

Debe entenderse que la corte no condena a un joven violento e imprudente por un ataque dirigido contra un hombre homosexual, dijo Wilson. Debido al paso del tiempo, el condenado ya no es el mismo joven airado que alzó los puños contra otro al borde de un acantilado. La corte tampoco impone una sentencia por un delito motivado por el odio a un sector concreto de la sociedad. Las pruebas son demasiado endebles para respaldar eso, añadió la juez. Una condena por el mismo delito en la actualidad habría sido mucho mayor, señaló. Los abogados de White han apelado su condena y aspiran a que sea absuelto del cargo de asesinato en un juicio con jurado.

2022/02/20

DOCUMENTACIÓN | VIH-SIDA | ARTIVISMO: EL ARTE QUE ROMPIÓ EL SILENCIO SOBRE EL SIDA

El Salto / Act-Up frente al Hotel Astoria Waldorf de Nueva York, 1990 //

El arte que rompió el silencio sobre el sida.

La epidemia de VIH durante los años 80 y 90 manifestó los peores síntomas de un tiempo y una sociedad que ya estaban enfermos. Numerosas propuestas entre el arte y el activismo político denunciaron desde la primera persona y en colectivo las respuestas ofrecidas por las autoridades. Lo hicieron mientras sus autores trataban de sobrevivir.
Jose Durán Rodríguez | El Salto, 2022-02-20
https://www.elsaltodiario.com/arte/el-arte-que-rompio-el-silencio-sobre-el-sida

David Wojnarowicz pidió a sus amistades que no le hicieran un funeral. En su lugar, el artista les ordenó que, cuando llegara el momento, convocaran una manifestación. “Es sano hacer público lo privado, pero las paredes de la sala o capilla son finas e innecesarias, un simple paso puede convertirlo en un espacio mucho más público”, se lee en una entrada de su diario fechada en 1988, el año en que fue diagnosticado positivo en VIH. Wojnarowicz tuvo la despedida que había exigido: el cortejo fúnebre, organizado por su círculo íntimo de artistas y activistas, estuvo acompañado por proyecciones de textos y fotografías suyas, precedidas por una pancarta que decía: “David Wojnarowicz (1954-1992) ha muerto de sida debido a la negligencia del gobierno”. En ese 1992, el sida era la primera causa de muerte en hombres entre 25 y 44 años en Estados Unidos.

Poeta, fotógrafo, músico, artista visual, Wojnarowicz vivió a la sombra del sueño americano e hizo todo lo posible para convertir sus experiencias en obras que rompieran el silencio en torno a la epidemia de VIH y el abandono, el estigma y la culpabilización de quienes contrajeron el virus. En un autorretrato fotográfico publicado en 1989 encarna esa idea con una imagen impactante: los labios cosidos con hilo y aguja. Ese mismo año, en un texto muy crítico con las instituciones, incluidas las del arte, aseguraba que, cuando le dijeron que había contraído el VIH, se dio cuenta de que también había contraído una sociedad enferma. Por entonces, el senador republicano Jesse Helms promovió una enmienda para prohibir la concesión de subvenciones y fondos públicos a la creación de obras “obscenas o indecentes”. Aunque la enmienda no salió adelante, Wojnarowicz publicó otro texto en el que afirmaba que no se trataba de un problema del mundo del arte sino del “asesinato de homosexuales y del silencio impuesto por ley, de la invisibilidad y el silenciamiento de las personas con sida, de impedir el acceso a la información a quienes tienen que tomar decisiones relativas a la seguridad en sus relaciones sexuales”.

Wojnarowicz, al igual que el ilustrador Keith Haring, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, el cineasta Derek Jarman o el músico Arthur Russell, forma parte de lo que la historiadora del arte Élisabeth Lebovici considera “toda una generación de artistas, críticos, historiadores y comisarios” a la que el sida devastó a finales de los años 80 y principios de los 90. En su ensayo 'Ce que le sida m'a fait: art et activisme à la fin du XXe siècle', publicado en Francia en 2017 y extractado por el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) en 2020, Lebovici habla de que el VIH/sida abrió una crisis en las representaciones y se pregunta cómo hacer visible una crisis que golpea comunidades invisibilizadas, cómo dar visibilidad a personas que han desaparecido, en un mundo que niega los lazos que nos unen a ellas. Ella ofrece una respuesta crítica con el modo en que se hizo durante aquellos años: “El virus es un signo abstracto, pero su iconografía, a la que recurren los medios, se refiere casi automáticamente a la imagen de un hombre mártir, acostado, marcado por todas partes por la enfermedad. La figuración al encerrar el cuerpo del sida en la categoría envilecedora de ‘víctima’ hace que se vea rápidamente como consecuencia visual del deseo homosexual”. Lebovici recuerda asimismo que incluso el periódico de izquierdas ‘Libération’ llegó a referirse al sida como “cáncer gay” en 1983.

La también historiadora del arte Andrea Galaxina se fija en algunas iniciativas que cuestionaron las narrativas impuestas “desde fuera” sobre el sida. Lo hace en 'Nadie miraba hacia aquí', un ensayo de reciente publicación por El Primer Grito en el que recopila obras y acciones desarrolladas por personas afectadas por el virus y que presenta dos visiones: la colectiva desde el activismo político y la personal de artistas que vivieron con VIH/sida y trataron este tema en sus creaciones, contando la historia a través de su propia voz y en primera persona. Las propuestas artísticas que analiza se sirvieron de las técnicas de la guerrilla comunicativa, intervinieron en espacios públicos y dieron fruto en forma de carteles, pegatinas, camisetas, ‘performances’ espectaculares en la calle y piezas de cine y vídeo. Galaxina explica que muchas de esas obras tenían una función práctica y que “no estaban pensadas para la contemplación, para el disfrute estético, sino como una herramienta de denuncia y, además, eran profundamente radicales, lo que hizo que incluso a las instituciones del arte les costase incorporarlas en sus discursos curatoriales”. También señala que eran incómodas para el público, puesto que le interpelaban y le preguntaban qué estaba haciendo para acabar con la crisis del sida, “frente a otros trabajos realizados por artistas ajenos al activismo —que fueron, curiosamente, los que alcanzaron más notoriedad—, en los que por lo general se representa a personas al final de su vida y que invitan más a sentir lástima que a cuestionar todo un sistema”. En ese sentido, ella destaca que “la que seguramente sea la producción cultural más popular sobre el sida, la película ‘Philadelphia’, es obra de un director heterosexual, Jonathan Demme, y está protagonizada, asimismo, por hombres heterosexuales: Tom Hanks, Denzel Washington y Antonio Banderas”.

Frente al discurso dominante sobre la enfermedad, representada por los medios de comunicación hegemónicos desde una dimensión privada, una tragedia personal resultado de decisiones individuales, sin abordar el papel que las condiciones sociales, políticas y económicas tuvieron en el desarrollo de la crisis del sida, los relatos creados desde el arte activista situaban la lupa en otros lugares. En una anotación de 1991 en sus diarios, publicados en español por Caja Negra treinta años después, Wojnarowicz dice ser consciente del papel “que cumplen los medios de comunicación y de cómo la manipulación que hacen de las imágenes sobre este virus puede afectar la percepción del público y hasta a las fundaciones que investigan en materia de salud”. Unos meses antes, otro apunte resumía su postura al respecto, como artista y persona afectada por el VIH: “Las ventanas son mi televisión y las calles mi periódico”.

Para Andrea Galaxina, “la manera en la que se cuenta una enfermedad, en este caso el sida, influye poderosamente en cómo se aborda política, social y económicamente. Y los activistas del sida se dieron cuenta de esto muy pronto y empezaron a trabajar en enunciar, a través del arte y de otros canales, cuáles eran los problemas que planteaba la crisis del sida —que iban más allá de ser una cuestión exclusivamente sanitaria—, quiénes eran los culpables de haber llegado a esa situación y en proponer posibles soluciones”. Ella subraya que la crisis del sida, “como se encargaron de denunciar incansablemente los activistas”, fue el producto de una combinación de factores “entre los que destacan el capitalismo voraz, las políticas ultraconservadoras, el racismo, la homofobia y la total despreocupación por proteger a los más débiles”.

El silencio mata

En 1986 el proyecto artístico ‘Silence = Death’ creó una de las imágenes más icónicas y representativas del movimiento antisida. Un póster sencillo con fondo negro, en el centro el triángulo rosa con el que los nazis señalaban a los prisioneros homosexuales en los campos de concentración, pero invertido, con el vértice hacia arriba, y el lema ‘silence=death’ (silencio igual a muerte). El cartel se pegó en la calle y en establecimientos, y acabó convertido en un emblema muy reconocible, aunque las reacciones iniciales fueran de incomprensión en algunos casos.

Un año después se fundó en Nueva York ACT UP, un colectivo político de acción directa que pretendía influir en el gobierno, en las instituciones sanitarias y en la industria farmacéutica para informar, prevenir y encontrar tratamientos adecuados frente al sida. Sus actuaciones, organizadas horizontalmente, consiguieron llamar la atención y difundir ampliamente sus mensajes, siempre muy críticos con la inacción gubernamental, la codicia de las corporaciones y las intromisiones religiosas, en un entorno muy difícil por el fundamentalismo reaccionario que presidía la Casa Blanca. Hasta 1985, cuatro años después de los primeros casos oficiales, el presidente Ronald Reagan no pronunciará la palabra sida en público. Su primer discurso sobre el tema tendrá lugar dos años y varios miles de muertos después, en 1987.

El trabajo de ACT UP sirvió de archivo de los saberes contra el sida y para que esa información circulara, también realizó análisis políticos de la situación y “transformó el cuerpo enfermo en cuerpo político, lo que supone un enorme desafío al ‘statu quo’, ya que al mostrarlo desde el yo, despojado de moralina y sensacionalismo, no pretende despertar compasión o lástima sino exponer su mera existencia en una sociedad en la que la (buena) salud funciona como requisito imprescindible para la productividad y por tanto para validarnos dentro del sistema”, se lee en ‘Nadie miraba hacia aquí’. La presión de ACT UP, afirma Andrea Galaxina, obligó a científicos y médicos a tener en cuenta sus opiniones.

La dimensión artística resultó fundamental en las acciones de ACT UP. ‘Silence = Death’ se integró en el colectivo, que desarrolló nuevos grupos dedicados a las acciones creativas como Gran Fury, que en 1988 diseñó otra imagen memorable: el cartel ‘The Government has blood on its hands’ (El Gobierno tiene las manos manchadas de sangre). Gran Fury también se encargó de realizar varios trabajos gráficos sobre una realidad ampliamente ignorada entonces: el impacto del VIH sobre las mujeres y cómo habían sido excluidas de los procesos médicos, desde el diagnóstico al tratamiento.

Pero Galaxina apunta que, si hay un formato fundamental para explicar y entender el arte creado en el contexto de la crisis del sida, este es el vídeo, con la aparición y proliferación de videocámaras: “El vídeo del activismo antisida contará entre sus características con la utilización de recursos muy precarios, un trabajo de edición limitado y, en la mayoría de las ocasiones, la ausencia de la voz en ‘off’ dando todo el protagonismo a las personas con sida que, al contrario de lo que sucedía en los programas de televisión comerciales, aquí aparecen como sujetos empoderados con una voz propia”.

Evaluando lo que consiguió el arte activista, la autora de ‘Nadie miraba hacia aquí’ destaca que, al menos, puso sobre la mesa preguntas sobre la utilidad del arte cuando la gente se está muriendo en masa o si se puede considerar arte un póster reproducido infinitamente, pegado en las calles y sin autoría conocida. “Las propuestas del arte activista —valora Andrea Galaxina— ponían el interrogante sobre esto en un momento, y no es casualidad, en que el arte contemporáneo se estaba convirtiendo en un objeto especulativo de primer nivel y que, para más inri, afectaba sobremanera a artistas que vivían con sida”.

Preguntada por la posibilidad de que la crisis del coronavirus pueda producir respuestas artístico-activistas similares a las que trata en el ensayo, ella cree que algunas fuerzas motoras del arte durante la crisis del sida, como la rabia, están ausentes ahora, pero no descarta que, en este marco actual, puedan aparecer obras con fondo y forma. “Es probable que aún sea demasiado pronto para poder generar algo lo suficientemente reposado que proponga algo interesante más allá de los lugares comunes de ‘la soledad del confinamiento’, ‘el uso de la tecnología’, la idea esa que nos vendieron al principio de la pandemia de que colectivamente se puede superar todo, que ahora parece que se desmorona. Seguro que surgirán cosas interesantes, pero creo que apelarán más a la pospandemia y a ese territorio devastado por el individualismo, el egoísmo de los países ricos, la destrucción de lo público y la crisis emocional brutal que va a derivar de todo esto. Espero que ahí el ‘arte del coronavirus’ señale y responda de manera valiente, igual que hizo el arte de la crisis del sida”, compara esta especialista.

Cada semana fallecía alguien

El 1 de diciembre de 1989, Joan Tallada daba vueltas por la plaza de Cataluña en Barcelona con una hucha en la mano, tratando de animar a los transeúntes a colaborar con la causa. Fue la primera acción de ACT UP Barcelona en la que participó, tras haber militado en el Front d'Alliberament Gai de Catalunya. El impulso de ACT UP en Estados Unidos propició el nacimiento de otros grupos similares en el mundo anglosajón, como Outrage!, Queer Nation o Lesbian Avengers. Y estos modos de activismo político y artístico contra el sida, de cuestionamiento radical y búsqueda de soluciones prácticas a problemas concretos, también se extendieron por Europa. “No creo que tuviéramos objetivos muy definidos, la idea general era visibilizar la problemática del sida como una problemática política, no como un tema estrictamente de salud. Dicho de otra manera: una politización de un tema de salud, entender que los problemas de salud no son solo una cuestión biomédica sino también política, económica, cultural y social. El VIH escenificaba esa idea como ningún otro problema en ese momento”, recuerda Tallada en conversación telefónica.

La reclamación de políticas a favor de la prevención y contra la discriminación de las personas afectadas por el VIH fue el eje sobre el que orbitó la actividad de ACT UP Barcelona. Desarrollaron acciones como dibujar con tiza en el suelo de la plaza de Sant Jaume, donde están las sedes del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat, las siluetas de personas para representar a quienes habían fallecido por el sida. Hasta allí llevaron ataúdes de cartón en una suerte de procesiones fúnebres. También realizaron acciones de ‘carrying’ en la Cárcel Modelo, siguiendo lo que hizo el artista Pepe Espaliú, portando en brazos a personas en relevos de parejas para visibilizar la solidaridad y el apoyo de la comunidad a las personas con VIH. “Lo hicimos para llamar la atención sobre la falta absoluta de acciones de prevención y cuidado para las personas con VIH en las cárceles, fue bastante emotivo”, explica Tallada. Otra intervención tuvo lugar en el Hospital del Mar, para denunciar el trato que se había dado a un enfermo de sida con demencia al que se ató a la cama para evitar que se levantara. Desplegaron una pancarta desde la última planta y, tras ocupar el vestíbulo, consiguieron una reunión con la directora del hospital y el compromiso de que se cambiarían los protocolos de actuación con pacientes de VIH. Finalmente, el hospital fue condenado por malas prácticas en este caso.

Sin embargo, Tallada huye del triunfalismo al valorar los logros de sus actuaciones: “Apenas conseguimos nada a corto plazo, prácticamente nada, muy poco. Era un momento muy difícil, no había tratamientos antirretrovirales, se empezaba a utilizar el AZT y quizá alguno más, pero eran tratamientos que no funcionaban bien, ahora sabemos por qué. Había mucha histeria social en torno al VIH y políticamente era un tema tabú. Hubo algún político fallecido por el sida en el parlamento catalán y nunca se ha hecho público, que lo entiendo porque las familias tienen todo el derecho a mantenerlo confidencial, pero es algo que incidía en el estigma y la discriminación. No tengo la sensación de que en el corto plazo consiguiéramos gran cosa”. Lo que sí recuerda como muy positivo es el hecho de que las personas con VIH sintieran que sus voces se escuchaban, aunque no salieran en la televisión, y que había una cierta difusión de información.

Tallada reconoce que mantiene una relación ambivalente con la exaltación de la memoria de lo que hicieron durante aquellos años. No quiere mirar atrás con nostalgia y tampoco caer en el adanismo, ya que sus acciones bebían de una tradición, no surgían de la nada. “Fueron tiempos durísimos —lamenta—, cada semana fallecía alguien. Fuimos la respuesta necesaria a una situación concreta. A veces se nos ve como héroes, pero éramos simplemente gente intentando sobrevivir. No hay que mitificar. En ACT UP Barcelona había gente que era activista por vocación pero otra mucha lo fue por accidente, porque no tenía más remedio y su vida no se hubiera politizado si no hubiera tenido VIH o su pareja o sus amigos”. Sí valora que ACT UP resultara semilla, caldo de cultivo para posteriores florecimientos, como el Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH.

Además de este movimiento en Barcelona, en Madrid hubo dos nombres propios que operaron bajo coordenadas parecidas: La Radical Gai y LSD. La Radical Gai se fundó en 1991 como una escisión de COGAM y en 1993 se crea un grupo formado por lesbianas llamado LSD. “La Radical Gai y LSD —Lesbianas Sin Duda, Lesbianas Son Disruptivas,...— fueron dos colectivos que nacen y actúan en contacto generacional y formando parte del tejido social que se articula en el barrio de Lavapiés”, señala Fefa Vila, quien participó en ambos grupos y en los últimos tiempos ha comisariado diversas exposiciones sobre las intervenciones, publicaciones, traducciones, pegatinas, manifestaciones o fiestas que organizaron. La Radical Gai publicó durante sus años de actividad el fanzine ‘De un plumazo’, del que se llegaron a lanzar seis números y un par de dosieres de entre los que destaca ‘Silencio = Muerte’. Por su parte, LSD editaron cuatro números de otro fanzine, ‘Non Grata’. Ambos colectivos llevaron a cabo campañas ‘artivistas’ —la palabra “artivista” fue concebida en LSD, asegura Vila— como ‘El ministerio (de Sanidad) tiene las manos manchadas de sangre’, y promovieron boicots a entidades y empresas como Cruz Roja, Iberia o Renfe por “vernos como colectivos de riesgo”.

Para Vila, el objetivo era claro: la vida, sobrevivir, “física y simbólicamente”, y lo que se logró fue “revertir procesos que estigmatizaban y creaban odio hacia nuestros cuerpos y vidas. Conseguimos que se cortasen y que midiesen sus palabras en los medios de comunicación y sus agresiones en tantos otros contextos sociales”. Ella enumera con fruición los efectos tangibles que provocaron esas propuestas artísticas activistas: “Visibilizar, poner nombre e imagen; desplazar imaginarios y contextos llenos de estigma, odio, dolor y muerte, y redireccionarlos mediante discursos encarnados en primera persona, en muchas primeras personas, con mucha rabia, contra el capital que era ya global; crear nuevas alianzas entre sectores políticos diversos; poner en la agenda de la izquierda lo LGTBIQ, crear estrategias internacionales; sacar el arte del muermo del museo y poner los discursos artísticos en circulación para una comprensión y una vida en común y de defensa de lo común, de lo más frágil…”. También entiende que las intervenciones activistas, por efímeras que fueran, dejaron huella y allanaron el camino para cambios posteriores: “Radicalizar tanto el contexto en esos años fue lo que permitió luego el paso a políticas institucionales que, por ejemplo, ampararon el matrimonio homosexual, sin apenas discusión social al respecto en España”.

Los optimistas
Aunque el sida ya no figure en las portadas, salvo para recordar efemérides como el 40 aniversario en 2021 de los primeros casos comunicados, las cifras siguen siendo muy importantes y demuestran que el riesgo aún existe. Según ONUSIDA, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida, 37,7 millones de personas vivían con VIH en todo el mundo en 2020. Ese año, un millón y medio de personas contrajeron la infección, con la mitad de los nuevos contagios registrados en mujeres y niñas. Desde el pico alcanzado en 1997, las nuevas infecciones por VIH se han reducido en un 52%. 680.000 personas fallecieron a causa de enfermedades relacionadas con el sida en 2020.

En la producción cultural, la epidemia de VIH es un asunto que puntualmente continúa apareciendo, con mayor o menor fortuna en sus acercamientos. Sobre arte y sida, por ejemplo, gira el argumento de la novela ‘Los optimistas’, de Rebecca Makkai, publicada en 2021 por Sexto Piso. Se trata de una trama con dos momentos temporales, 1986 y 2015, en la que la autora entremezcla el terror que la irrupción del VIH crea en un grupo de amigos y los intríngulis del mercado del arte. En ‘Fiebre’ (Random House, 2021), el escritor italiano Jonathan Bazzi realiza un ejercicio autobiográfico singular sobre su experiencia con el VIH.

Y en el audiovisual, la película ‘120 pulsaciones por minuto’ dirigida por Robin Campillo y estrenada en 2017, recrea los primeros años 90 y el nacimiento de la versión de ACT UP en París. Y la serie ‘It’s a sin’, dirigida por Russell T. Davies, creador de ‘Queer as folk’ y responsable del renacimiento televisivo de ‘Doctor Who’, se sitúa en el Londres ochentero para asistir al impacto que supuso la llegada del VIH en la comunidad homosexual.

MIKEL/A, AQUÍ ESTAMOS Y NO NOS OCULTAMOS

Mikel/a enseña cacho en la 2ª Gayakanpada de EHGAM, 27-29 agosto 1993, Muxika // STARS COFLHEE es un trabajo realizado por Julen Zabala Alon...