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2022/01/23

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | 10 AÑOS SIN PACO ESPAÑA, EL TRANSFORMISTA QUE SE ATREVIÓ A VESTIRSE DE MUJER DURANTE EL FRANQUISMO

Vanity Fair / Paco España //

10 años sin Paco España, el transformista que se atrevió a vestirse de mujer durante el franquismo.

Francisco Morera García dejó Canarias con 16 años y llegó a Barcelona para convertirse en ‘showman’, presentador, empresario y un icono indiscutible del transformismo en tiempos de Franco.
Álex Ander | Vanity Fair, 2022-01-23
https://www.revistavanityfair.es/articulos/paco-espana-transformista 

Algunas de las personas que le conocieron comentan que vivió como una reina y murió como un cuasi pordiosero. Paco España fue uno de los primeros artistas de su generación que subió a los escenarios vestido de mujer cuando aún no había muerto Franco. Durante varios años, saboreó las mieles del éxito de su arte y ganó dinero a espuertas. Arrancó carcajadas y aplausos con sus canciones, bailes y frases marca de la casa (como "Damas, caballeros y mariquitas simpatizantes"), se codeó con la flor y nata del folclore patrio, y hasta despertó celos y envidias. Pero los tiempos de las vacas gordas marcharon, y su incapacidad de reinventarse para conservar su lugar entre los transformistas del momento le condujo a la ruina y el olvido.

Francisco Morera García, más conocido por su alias Paco España, nació en Las Palmas de Gran Canaria el día 20 de noviembre de 1945, pocos años antes de que Franco introdujera a los homosexuales como ciudadanos a perseguir dentro de la Ley de Vagos y Maleantes (curiosamente, vino al mundo el mismo día que el dictador se fue al otro barrio —aunque 30 años antes—). Tenía carisma ya desde muy pequeño, y más de una vez cantó en las parroquias y los festivales infantiles que se organizaban en su zona, y se presentó en las emisoras locales de su ciudad imitando a Joselito. "Cantaba canciones del cancionero español", explicó acerca de sus primeras inquietudes artísticas. "Estaba muy bien en Canarias, todas las semanas había un programa en Radio Las Palmas los días sábados, y yo siempre estaba de artista invitado".

Con dieciséis años, cuando ya empezaba a darse a conocer en las islas, hizo las maletas y dejó el barrio de La Isleta para probar suerte en Barcelona, donde al principio le rechazaron más de una vez por su aspecto físico. "No fue fácil", contó. "Estuve allí quince días buscando trabajo y no me daban. Me hacían pruebas y todo (como cantante), porque era la única forma; si no, me tenía que meter a fregar platos. Llegó un momento que me vi muy desesperado al no encontrar trabajo [...] En ese tiempo estaba en Barcelona muy de moda el travesti, y yo estaba acostumbrado a vestirme de china en el carnaval de mi tierra, y entonces me dije: 'Si canto, puedo hacerlo vestido de chica'".

Tras superar una prueba para entrar a trabajar en la sala de fiesta ‘Barcelona de noche’, en pleno Barrio Chino, fue contratado (y bautizado como Paco Spain) para regalar copla y cachondeo a los asistentes a aquel local. Al principio, lo hacía vistiendo pantalones (aunque maquillado como una mujer) y ganaba apenas 400 pesetas al día. Al cabo del tiempo empezó a adquirir popularidad en la escena canalla de la Ciudad Condal, donde en los años difíciles del tardofranquismo parecía soplar un mayor viento de libertad. "Las primeras veces me sentí muy cohibido. Me sentía como desnudo en la pista. Salía frío creyendo que hacía el ridículo. Pensaba: '¿Qué necesidad tengo de estar vestido de mujer para hacer esto?'. Pero es que, si no lo hacía, no comía. Poco a poco me tuve que ir acostumbrando y ya me fue gustando", confesaría luego el canario, quien se definía a sí mismo como un hombre bisexual, y acabó enamorándose de una bailarina de su espectáculo con la que tuvo a sus dos hijos, Ricardo y Mariángeles —lo que no impidió que también tuviera sus amantes masculinos—.

En 1975, el propietario de la sala en la que Paco trabajaba decidió llevárselo a Madrid. Allí, el artista pasó cuatro años ejerciendo de presentador y ‘showman’ (primera figura) de la sala de fiestas Gay Club, ubicada en los bajos del Hotel Nacional y con capacidad para casi 500 personas. Los admiradores de Paco, que llegó a convertirse en emblema de aquella mítica discoteca gracias a espectáculos como ‘Loco, loco cabaret’, han destacado siempre su gran capacidad para reírse de sí mismo y lo valiente que fue en su día para atreverse a subirse a un escenario ataviado con ropa de mujer en una época en la que el travestismo podía ser motivo de denuncia de acuerdo con la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. "Yo actuaba con Franco, y en el camerino había una bombilla que encendían desde fuera cuando venía la policía al local, y entonces, en vez de vestido, nos poníamos pantalones, pero salíamos a trabajar igual. Al final, la policía nos dejó por imposibles", recordaría el propio artista en una entrevista de 2006.

Con el tiempo, Paco se animó a probar suerte como empresario, lo que hizo que en esa época empezara a recorrer el país con su ‘show’ de transformismo. El artista José Ignacio Galán (Nacha La Macha), que ha estudiado su biografía y recientemente le dio vida en el exitoso musical ‘Paco España, de la gloria al olvido’, sostiene que el canario logró sacar el arte del transformismo de las salas clandestinas de aquella España gris para arrastrarlo hasta los circuitos del ‘mainstream’. “Siempre se decía que Paco era un imitador de Lola Flores, pero él no era un imitador al uso”, comenta a ‘Vanity Fair’. "Paco hacía parodia de Lola, y utilizaba su voz cuando cantaba en directo. Él era un showman. Hacía canciones, algunas compuestas para él (como ‘Guerra pa mi cuerpo’ o su gran éxito ‘Mi vida privada’), y era el número uno en los chistes y la interacción con el público, con esa frescura y esas burradas que otros artistas no se atrevían a decir. El suyo era un humor del pueblo y para el pueblo, e ir a ver un show de Paco España en aquellos momentos era sinónimo de libertad, era ser moderno".

En cuestión de varios años, Paco tuvo ocasión de lanzar discos (alguno de ellos fue grabado en directo en su local de cabecera), hacer teatro y aparecer en varias películas (durante la dictadura, estaba permitido que un hombre apareciese en pantalla o sobre el escenario transformado en mujer, siempre que fuera objeto de burla y escarnio). Cuando el Caudillo murió y el aparato censor desapareció con la aprobación de la Constitución, comenzaron a producirse largometrajes que mostraban la homosexualidad de distinto modo. En ‘Haz la loca... no la guerra’ (1976), por ejemplo, apareció por primera vez un grupo de homosexuales no fingidos que se mostraban orgullosos (Paco España sale en la película dando vida a un travesti llamado Coliflor que interpreta ‘Mi vida privada’ en el Gay Club).

Las canciones del canario pasarían a formar parte del repertorio de otros artistas transformistas. Según explica el profesor Julio Arce en su artículo ‘Paco España y el travestismo escénico durante la transición’, Paco "construyó un repertorio de canciones mediante la apropiación de éxitos convencionales o canciones propias que reivindicaban la libertad sexual, unas veces haciendo uso de la parodia y la ironía, otras sirviéndose del molde de la copla y la canción melódica". Algunos intelectuales de la época presumían de admirar a Paco, cuya obra de teatro ‘Madrid... pecado mortal’ (una comedia musical con música de Juan Pardo) colgó durante un par de años el cartel de no hay billetes en el Teatro Muñoz Seca. Lola Flores acudió una tarde a ver aquella función y, al ver al canario recibiendo risas y aplausos mientras realizaba una imitación de una de sus hijas, se puso hecha un basilisco. Tal fue el escándalo que armó la jerezana (increpando a los actores y al autor del texto), que la representación tuvo que interrumpirse por unos minutos. Por lo visto, el empresario del Muñoz Seca acabó interponiendo una denuncia y, aunque la Faraona fue condenada como autora de una falta de orden público, la sangre no llegó al río y Paco y ella terminaron haciendo las paces.

"Trabajó muchísimo", apunta Galán. "Hubo un momento en Madrid en el que Paco hacía dos funciones de aquella obra y luego, cuando las terminaba, se iba al Gay Club para hacer un espectáculo del cual él era el conductor y la estrella principal. Podía terminar a altas horas de la madrugada, y luego se iba de fiesta a la sala Bocaccio, hasta las mil". Sin embargo, su carrera fue perdiendo fuelle desde finales de los ochenta, a medida que el transformismo clásico empezó a pasar de moda y, tal y como apunta el escritor Alberto Mira en ‘De Sodoma a Chueca’, se fue imponiendo poco a poco "un nuevo repertorio" que prescindía de la copla e "incluía el destape y los travestis hormonados como una alternativa 'moderna' y democrática a los viejos iconos que reproducían los transformistas".

De manera esporádica, Paco continuó haciendo bolos en varios locales de Madrid hasta finales de los noventa. Pero aquel paulatino declive, unido a lo confiado que era y a la mala gestión del dinero que había ganado, fue el principio del fin para él. "Yo llevaba un representante que era mi amante. Era el que manejaba el dinero, y se murió con 52 años. A partir de ahí tuve dos años de depresión, me vi sólo, no entendía nada del papeleo y de repente vi que no tenía dinero ni para pagar la casa", comentó en una de sus últimas entrevistas. "Antes de regresar a Canarias, Paco siguió intentando trabajar en Madrid", apostilla Galán. "Se tiró una temporada en Valencia, donde tenía amigos que le ayudaban, y siguió haciendo galas hasta que ya su cuerpo no pudo más y regresó a Canarias. Tuvo que vender todos los trajes que tenía. Yo mismo le conocí una noche en la discoteca ‘A Noite’, y me ofreció venderme uno de sus vestidos. Se lo quise comprar pero no pude, porque ese día no llevaba dinero encima y ya luego nunca más le vi. Pero mira cómo es la vida que, cuando hicimos público que ‘Paco España, de la gloria al olvido’ se iba a estrenar, se puso en contacto conmigo su hijo Ricardo, quien, después de conocerme, decidió regalarme el único vestido que conservaba de su padre (uno rosa de lentejuelas) para que yo lo tuviera y pudiera usarlo en la función".

Cuidado por su hermana Fefina, Paco pasó sus últimos años entre el dolor de depresión y alguna actuación esporádica en una terraza del Centro Comercial Yumbo. "Ya no era el mismo Paco que había sido, pero sí tengo que decir que no murió olvidado. Él seguía teniendo el cariño de su gente y, sobre todo, de sus hijos. Ricardo estuvo ahí y le ofreció su ayuda, pero Paco no quiso irse a vivir a Barcelona con él y sus nietas, porque no quería ser una carga para él". En 2011, Fefina llegó a ponerse en contacto con la redacción del diario local ‘La Provincia’, con la esperanza de que pudieran prestarle ayuda a su hermano. La periodista que acudió en su busca, Marisol Ayala, pudo constatar que Paco España estaba ya en sus horas más bajas: anímicamente destruido, sin un duro en el bolsillo, y entregado al tabaco y la bebida como refugio. "Hay días que quiero morir. Jamás pensé que un artista como yo terminara así, en la calle, en una pensión, viviendo de la caridad de la gente", le confesó Paco, nombrado Hijo Predilecto de Las Palmas a título póstumo. Unos meses después de aquel encuentro, el 23 de enero de 2012, el artista falleció a causa de un cáncer. Tenía 66 años, cierto aire menesteroso y el corazón cargado de nostalgia.

2018/07/04

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | MANOLITA CHEN: "¿QUÉ TIENEN QUE VER LOS GENITALES CON EL CORAZÓN Y EL SENTIMIENTO?"

ctxt / Manolita Chen //

"¿Qué tienen que ver los genitales con el corazón y el sentimiento?"

Un repaso a la vida de Manolita Chen, que nació como Manuel Saborido, y que sufrió la represión durante el franquismo. Luego triunfó como 'vedette' y como empresaria. La historia de una lucha constante
Francisco Romero | ctxt, 2018-07-04 
https://ctxt.es/es/20180704/Politica/20576/Manolita-Chen-trans-franquismo-represion-entrevista-arcos-Francisco-Romero.htm
Publicado también en: La Voz del Sur, 2019-06-06
https://www.lavozdelsur.es/ediciones/provincia-cadiz/que-tienen-que-ver-los-genitales-con-el-corazon-y-el-sentimiento_58958_102.html

No hay timbre. Hay que llamar a la puerta, metálica, con rejas y cortinas de colores. Después de unos instantes se abre y aparece ella, Manolita Chen, con un pañuelo rojo como única nota de color de una vestimenta en la que predomina el negro, incluido el de los tacones de aguja que luce a pesar de sus 75 años. “Moriré con las botas puestas”, avisa. “Mientras Dios me dé fuerzas”, apostilla, mostrando sus creencias. En su vivienda salta a la vista. “¿Dónde queréis hacer la entrevista, en el salón o en el despacho?”, pregunta. El despacho tiene una mesa barroca, con varios documentos encima y un crucifijo. La estancia, de paredes color verde, tiene varios espejos, un cuadro del siglo XVIII, y otras referencias religiosas. El salón es de color pastel, tiene un sofá y dos sillones palaciegos, además de una talla de la Virgen de la Estrella de más de metro y medio, que preside la estancia, que también está cargada de cuadros y una mesa baja de cristal, donde hay un centro floral. Éste último es el lugar elegido para la charla.

Su pasión por las antigüedades es evidente. Y las distribuye por las diferentes viviendas que tiene en su localidad natal, Arcos de la Frontera. “La Virgen de la Estrella es de Miguel Ángel Caballero, un buen escultor, profesor de Bellas Artes en Sevilla”, explica. También cuenta con obras de la reconocida escultora Luisa Ignacia Roldán, La Roldana, además de “colecciones de relojes alfonsinos”, enumera. “He hecho una capilla privada pero está abierta al público”, dice, donde hay una Virgen del Rosario del imaginero sevillano Luis Álvarez. “A la ‘Duquesa Roja’ —Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia— le compré el dormitorio entero antes de morirse”, reseña. Un patrimonio artístico del que se siente orgullosa y que quiere legar a la localidad arcense, aunque se queja de que el Ayuntamiento no explota los museos que le ha cedido. “Dicen que no tienen dinero, no están por la cultura…”, comenta, antes de empezar a ahondar en una vida, la suya, que no ha sido nada fácil.

La cuchara marcada con una cruz
Nacer en un cuerpo equivocado en pleno franquismo le hizo tener una infancia durísima. Su misma familia la rechazaba. Hasta tenían marcada su cuchara con una cruz para que nadie más la utilizara. “Imagínate vivir con eso”. Es imposible de imaginar. Hay que experimentarlo para saber lo que se siente al sentir coartada una libertad que fue ganando con el paso de los años. Su primera paliza por mostrarse como era se la llevó con apenas cuatro años, cuando todavía era Manuel Saborido Muñoz. Entonces, le pidió a su madre una cocina de juguete. “Eso no se lo piden los niños. Pide un caballo, una pelota de fútbol... ¿no te da vergüenza?”, le contestó María, su madre, que la vio coser otro día y le pegó con la alpargata hasta que se cansó. Sus hermanos —eran once— la fueron aceptando, aunque algunos más que otros.

Uno, del que no quiere dar su nombre, le escribió un día una carta que aún guarda, dentro de una caja con otros papeles amarillentos, fruto del paso del tiempo. “Si se te fue tu madre créeme que lo siento, a mí también se me fue la mía, todavía no se me caen del pensamiento muchas cosas tristes que pasaron en mi vida (...) cada vez que manoseo algo que me asquea me lavo las manos con jabón y me las enjuago con alcohol”. Tenía 15 años cuando la recibió. Ni su propio hermano quería tocar sus pertenencias por riesgo a “contagiarse”. “¿Qué culpa tengo de haber nacido en un cuerpo equivocado? ¿Qué tienen que ver los genitales con el corazón y el sentimiento?”, se pregunta ella misma.

Manolita Chen nunca se sintió hombre. Y no lo escondió. De hecho, no podía. “Se notaba mucho mi feminidad”, dice. Algo que, durante la dictadura, le ocasionó problemas. De pequeña apenas tuvo amigos. Los padres de otros niños de Arcos no querían que sus hijos se relacionaran con ella, cuando todavía era Manuel. Pasaba las tardes sola en su casa. Una de las pocas amigas que tuvo, La Peruchita, quedaba con ella en una plaza del pueblo, donde llegaban por calles distintas, para evitar miradas indiscretas o encontrarse con algún agente municipal.

O con un grupo de cafres. “Los chavales nos apedreaban y nos escupían”, recuerda dolida. Y rememora un episodio que vivió su amiga: “Un chico la conquistó y quedó con ella en el Cerro, donde la tiró a un pitacá, donde salen los higos chumbos, y entre otra niña y yo estuvimos toda la tarde quitándole espinas con unas pinzas”.

La taberna de María 'la viuda'
Luego le tocó hacerse cargo de la taberna que regentaba su madre, conocida como la de María ‘la Viuda’, por motivos evidentes. “Éramos once hermanos y cuando uno se iba a la mili, el que venía detrás se quedaba en la taberna”, explica Manolita. Ella fue la última de la familia a la que se le encargó esta tarea, y cambió el negocio. “Como revolucionaria, y muy adelantada a mi tiempo, forré las paredes del bar con tela de sacos, puse macetas... quedó precioso”, relata. Las cartas y el dominó a los que acostumbraba jugar la clientela desaparecieron de un plumazo. “Aquí se acabó recoger tantos gargajos de gente mayor”, le dijo a su madre.

“El que venga que se tome una copa de vino y una buena tapa”, sentenció. Y María la tabernera vaticinó que irían a la ruina. Pero se equivocó. La clientela aumentó y el local se quedó pequeño. “La gente hacía cola en la puerta”, dice Manolita. Pero el negocio murió de éxito. Un día llegó una carta, firmada por el alcalde, dándole 48 horas de plazo para que abandonara la taberna. No podía volver a servir sus tapas que tan famosa la habían hecho y que venían a buscar vecinos de localidades de toda la Sierra de Cádiz.

Quiso continuar preparándole a su madre la comida por las noches para que ella la sirviera durante el día. Pero la gente no entraba, “preguntaban por mí”, dice Manolita. La taberna se traspasó y su madre lo sintió como un mazazo. “Duró poco tiempo”, dice derramando algunas lágrimas. Poco después decidió que era el momento de abandonar Arcos. Ya lo hizo antes, en una escapada en la que recaló en Vilanova i la Geltrú (Barcelona), donde empezó como albañil y terminó de limpiadora en las casas que se iban construyendo. “Las dejaba como una patena, como un quirófano”, señala.

Después de esa experiencia volvió a casa, y también volvieron las palizas. También recaló en Francia. De allí volvió con experiencia como ‘vedette’ y 110.000 pesetas bajo el brazo. “Mi madre las vio y llamó a la Guardia Civil, creía que las había robado”. Con ese dinero compró colchones nuevos —“estábamos durmiendo en paja”—, una nevera, una lavadora, un tresillo de mimbre... “y sobraba mucho, eso apenas fueron 4.000 pesetas”. El resto se lo dejó a su madre y se volvió a ir.

Hizo las maletas y recaló en Barcelona, donde podía moverse con menos miedo. Limpiaba la cocina de un restaurante y mejillones en otro por las tardes, hasta que le llegó su oportunidad. “Empecé a buscarme la vida con las mariquitas a ver dónde me podía colocar para cantar”, recuerda. El concurso que organizaba una sala de fiestas le cambió la vida. Se compró un traje morado, una boa y varios abalorios. Cantó ‘La morena de mi copla’ y ganó. Así empezó. Luego la contrató el transformista Paco España, con quien recorrió todo el país con espectáculos como ‘Una vez al año no hace daño’. Después trabajó con Juanito Navarro. “Bibi Andersen iba de primera figura y yo de segunda”, dice orgullosa.

Y llegó el momento en el que decidió montar su propia compañía, llamada como ella. “Subí mucho... tanto que la otra Manolita Chen me denunció”, agrega. Acabaron en un juzgado de Sevilla para intentar dirimir quién era la verdadera Manolita Chen. “Te has aprovechado de mi nombre”, le decía la Manolita original. “El juez nos preguntó si alguna de las dos teníamos el nombre registrado y dijimos que no, por lo que tenían que ponerse de acuerdo los abogados, pero ella se murió sin conformidad”, relata la artista de Arcos. Su apodo no lo eligió ella, sino Miguel Castro, un pintor de su localidad natal que empezó a llamarla así. Por ‘Bella Helen’ o Juan de Ronda también ha sido conocida, éste último apodo “cuando era hombre...”, dice, y ella misma se echa a reír, “yo nunca he sido un hombre, pero bueno”.

Las noches en la 'casilla'
De pequeño, cuando aún era Manuel, su madre le buscó novia. Le compró un reloj dorado a María Antonia, la hija de una vecina, y la convenció para que salieran juntos. Eso evitó que Manolita acabara en la cárcel o en un “campo de concentración de mariquitas”, como lo llama ella, donde fueron a parar muchas de sus amigas. Aunque no se libró de pasar varias noches en la casilla, la cárcel que se encontraba donde ahora está el Parador de Arcos. O en el cementerio. “Me dejaban dormir donde hacían las autopsias, ahí me tenía que acostar”, dice.

La persecución era tal que el jefe de la guardia municipal estuvo durante siete meses yendo diariamente a su casa para pasarle un trapo húmedo por la cara y comprobar que no tenía maquillaje. “Pero se iba y me ponía un poquito de color, mojaba flores rojas que tenía mi madre y me ponía coloretes, siempre me ha encantado la pintura”. Una noche la llevaron al ayuntamiento de madrugada, donde le hicieron tomar aceite de ricino y la pelaron al cero. “Llegué a mi casa vomitando. Tú eres un maricón es lo más bonito que te decían”, rememora. “La gente se reía de mí, me cogían el culo. Era la cáscara amarga, el de la pared de enfrente... se cachondeaban de los mariquitas”.

Y llegó la mili. Le tocó en Cerro Muriano (Córdoba). No pasó las pruebas físicas y, después de partirse algunas costillas tras ser empujada por dos soldados para que saltara un potro, estuvo ingresada y a su vuelta acabó en la cocina, donde terminó de jefa. Tan contentos estaban con ella que intentaron que, una vez juró bandera, se quedara. Hasta le dieron un diploma. “No sé por qué sería, si por limpia o qué”. Durante la mili hizo hasta de sastra. “Si se probaban los pantalones delante mía les quitaba cinco pesetas del precio... ahí aprovechaba yo para palpar”, apunta entre risas. Entre el sueldo que cobraba por cocinar y lo que “mangueaba”, como ella misma dice, se puede decir que pasó una mili “buena”. “En vez de mandarme paquetes de comida mi madre a mí, se los mandaba yo a ella”.

Manolita también vivió en Madrid. Allí se le aplicó la Ley de Vagos y Maleantes cuando una tarde, estando en un cine de ambiente, “donde todos estaban tocándose y liados entre sí, haciéndose pajas...”, señala, entraron los grises y se la llevaron esposada. “En comisaría me dieron dos patadas en el estómago”. “¿No te da vergüenza, maricón?”, le espetaron los agentes. Acabó arrestada y le pidieron 3.000 pesetas para evitar la cárcel. Las consiguió gracias al jefe de cocina del restaurante donde trabajaba. “Desde entonces iba por la calle y venían dos policías secreta a preguntarme dónde iba”, señala.

El primer amor... y los siguientes

Su primer amor fue un vecino de su misma calle de Arcos. Tenía once años. “Lloraba sola porque él no me quería”, dice. “Pero fíjate cómo era la cosa, que él quería estar conmigo, y yo aprovechaba que su padre trabajaba en el alambique, donde se hacía el aguardiente, y allí me citaba de cuatro a cinco y media, cuando estaba solo”. Ahí se estuvieron viendo durante una temporada. Fuera de la localidad, además del amor, conoció el sexo. “Cuando me iba con un hombre lo primero que me preguntaba era: ¿Y tu coño?". "Todavía no tengo coño, tengo una cosa como la tuya”, les decía ella. “Pues no te acerques a mí”, le respondían.

“Querían que les diera placer pero que no me acercara. Entonces te tenías que poner así con la mano larga para tocarles y hacerles una gallarda, que la llamábamos. Ni un beso, ni un abrazo de amor, ni un poco de cariño... nada”. “Querían placer, y si había algo oral se volvían locos, pero no querían estar más contigo”, relata.

La primera vez que se casó fue por el “rito transexual”, con 20 años. Después tuvo un matrimonio que le duró 28 años. Y lo que le faltaba en su vida: los hijos. Fue en la Venta Los Tres Caminos, uno de los exitosos negocios que regentó, donde el entonces presidente de Diputación de Cádiz, Alfonso Perales, conoció las ganas que tenía Manolita de ser madre. Él fue quien le habló de María, quien a la postre sería su primera hija adoptada —después llegaron otros tres—, una pequeña con síndrome de Down a la que habían abandonado sus padres nada más nacer y que estaban cuidando unas monjas. Le daban seis meses de vida, pero eso a ella no le importó.

Se presentó en Cádiz, donde la citaron, y una monja le pidió el DNI, donde aun rezaba como Manuel Saborido Muñoz. Simuló haber olvidado el documento para que no se percataran de ello. Hasta que lo vieron. Y empezó a llorar. “Usted llora porque aquí pone Manuel, pero eso no tiene importancia ninguna, es un puntito lo que hay que cambiar”, le dijeron. “Si lloraba antes, después de eso me puse a llorar más, de alegría, y me abracé a la monja porque es lo más bonito que me pudo pasar, por la fuerza que me dio”. Fue su mayor alegría. Hace 38 años de aquello [1980] y María, ahora, recibe cuidados en un centro de Puerto Real. Alfonso y José, ambos paralíticos cerebrales, fallecieron, uno hace 18 años y el otro, hace apenas unos meses.

El cuarto en discordia está en un centro de Sevilla. “Es paralítico cerebral y ciego, sus padres le arrancaron los ojos porque no sabían lo que tenía”, dice Manolita con pena. “He acogido siempre a quienes más cuidados y cariño necesitaban”, comenta. Para ello aprendió a poner sondas, a darles de comer o a extraerles las balsas, en una residencia de Jerez. “Tenía mucho amor que dar y era feliz pasando noches con ellos, cuidándolos”. Después enfermó ella. Tiene dos operaciones de corazón, también de fémur y de cadera, y padece un cáncer. Pero sigue pasando con ellos las vacaciones de Navidad, Semana Santa y verano.

La 'misión'
Manolita Chen ingresó en la prisión de Puerto II en 2004, cuando su exmarido, que traficaba con droga, la “delató” y le registraron su vivienda, donde encontraron estupefacientes. Ella, sin embargo, recuerda con cariño esa etapa de su vida. “Fue una misión que Dios me mandó”, señala. En la cárcel la hicieron jefa de biblioteca, pero quería ayudar a reclusos con dificultades. Allí vestía, lavaba y daba la medicación a enfermos. “Muchos se me murieron en mis brazos”, dice. Ella misma los amortajaba. Nueve meses estuvo en Puerto II, donde querían que se quedara para continuar con su labor solidaria. Pero regresó, una vez más, a Arcos, una localidad donde tiene una calle que ella misma renombró. “Hubo una época en la que a todo el mundo le ponían una calle... ¿y yo no iba a tener? Pues me la puse yo”, dice con gracia, relatando cómo mandó a un albañil que colocara el azulejo con su nombre en una vía del Barrio Bajo. Desde luego la merece.

2013/12/31

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | AVALANCHA DE COTILLONES PARA DESPEDIR 1978 Y PACO ESPAÑA EN LA PERLA

Avalancha de cotillones para despedir 1978.
Sin salir de San Sebastián, había fiestas con «uvas de la suerte» en Ku, La Perla, Paladín y el Real Club de Tenis.
El Diario Vasco, 2013-12-31
https://www.diariovasco.com/v/20131231/comarca/avalancha-cotillones-para-despedir-20131231.html

Toca despedir el año. En esta calle de la Memoria que vive en otros tiempos, decimos adiós a 1978. En la edición de DV del 31 de diciembre de hace 35 años nos invita a ello un anuncio: «La Perla. Despida el año 1978 y comience 1979 con alegría en La Discoteca de Donostia. Gran Cotillón. Regalos de serpentinas, gorros, uvas de la suerte, turrón, etcétera. Y la extraordinaria actuación de Paco España. ¡¡El boom del año!!!».

Recuerden que el canario Paco España, al que le ponían triple exclamación, fue un pionero del transformismo y revolucionó el mundo del espectáculo en los años 70 con sus funciones de travestis. Mientras Paco España recibía el Año Nuevo en La Perla, al lado, en Paladín, había otro cotillón con «baile y ambiente hasta la madrugada».

Este día y los anteriores aparecían en nuestro periódico más anuncios de cotillones para cambiar el año, que repasamos para evocar las discotecas y locales de entonces. Ku, la discoteca de Igeldo, era una de las referencias de la época. Acababa de celebrar, el 28 de diciembre, una sonada 'Fiesta romana'. Y promocionaba su cotillón con el juego de palabras 'EnKuentrate con las uvas' o con otro anuncio protagonizado por su logotipo de tipografía geométrica y el dibujo de su enmascarada y fea mascota. «Y brindaremos con Conde de Caralt».

Junto a él aparecía la errenteriarra Penny Lane y su «Gran Cotillón a partir de las 12 de la noche». Prometían: «Botella de champán Codorníu para cada 2 personas. A la entrada, bolsa de cotillón. A las 3 de la mañana, turrón. Y a las cinco, sopas de ajo». Observen que el cava aún seguía llamándose champán o champagne, aunque no se elaborase en aquella región francesa.

Encontramos anunciada una tercera referencia, que la discoteca Young Play de Hernani también organizaba su «gran cotillón fin de año». Un clásico durante décadas en las fiestas sociales donostiarras, el Real Club de Tenis, seguía organizando su cotillón en la Nochevieja de 1978-1979. El anuncio que publicaban detallaba sus características: «Gran cotillón desde las 12 de la noche. Uvas de la suerte, turrón, champagne Conde de Caralt, bolsa de cotillón. A la madrugada, sopas de ajo. Orquesta: Urgull Taldea. Pick-up».

Un poco más lejos, también se anunciaban cotillones en salas de Irun. En Gwendolyne, con la Orquesta Internacional Marbella. En Jennifer, con «circuito cerrado de TV con proyecciones». Y en Saroia, que se promocionaba como «la sala de las misses y los deportistas», con entrada a mil pesetas. ¿Alguien recueda la discoteca Mostacho? Pues también tenía cotillón y «uvas de la suerte».

Fuera de los cotillones, entre la publicidad que aparecía en DV en los últimos días de 1978 nos llama la atención uno de Telefónica, entonces Compañía Telefónica Nacional de España: «El día de Nochevieja procure llamar antes de las nueve de la noche. Con ello conseguirá una mayor fluidez en sus comunicaciones telefónicas al evitar la saturación de las líneas». La tecnología era otra hace 35 años.

1982/03/05

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | LA NOCHE ÍNTIMA DE MADRID

La noche íntima de Madrid.
Manuel Vicent | El País, 1982-03-05

https://elpais.com/diario/1982/03/06/sociedad/384217202_850215.html 

En la puerta del garito, un conserje manco, iluminado por un reflejo de color quisquilla, aprieta con el muñón un taco de localidades contra la vesícula y pregona a media voz la entrada al paraíso por el precio de ochocientas pesetas, consumición incluida. Dentro se oyen rugidos de selva virgen. El paraíso es un pequeño local en penumbra abarrotado de padres de familia, novios de periferia, alcaldes o concejales pedáneos en visita política a la capital, ejecutivos solitarios y chulos de pie, apoyados en las columnas con una ginebra en la mano. El drama se desarrolla en un camastro con barrotes de jaula. Una muchacha inglesa, en el papel de pantera en celo que no halla consuelo para su furor uterino, ofrece al respetable público sucesivas oleadas de su culo. Ruge y mueve voluptuosamente la maternidad, embistiendo con el sexo a un macho imaginario.

-¿Qué va a tomar?
-Un ‘whisky’ con soda.

En esto sale un gorila muy afelpado, casi auténtico, y en seguida se ve que la pareja de fieras va a celebrar un coito triunfal. Están hechos la una para el otro. En la sala hay maridos tensos, con la bragueta inflamada que tragan saliva junto a la mujer legítima un poco somnolienta ya a estas horas. Después de realizarse todo el día en casa con la fregona, ella ha ido por la tarde a la peluquería, ha dado de cenar a los hijos, ha lavado los platos, ha usado esa crema que deja las manos suaves para la caricia nocturna y ha consentido en acompañar a su marido a este antro de perdición. Con ademanes primitivos, el gorila arranca a mordiscos el taparrabos de la pantera, y una vez pelada de todo esta fiera inglesa, al son de unos trallazos electrónicos y mucho rebuzno de zoológico, se apodera del mando, sus partes bajas se agitan carnalmente y pronto se nota que el pobre gorila no puede con el paquete. El marido le da con el codo a la legítima:

-No te duermas, mujer.
-¿Qué pasa?
-El mono, que está a punto de palmar. No te lo pierdas.

La pantera desnuda, con la greña en la boca entreabierta, se friega vilmente al compañero sin ninguna compasión, con rudos golpes de bajo vientre. Hace con él un kamasutra violento, según las reglas de la selva. Le muerde la virilidad, lo zarandea como a un papá Noel, montándolo a horcajadas, y cuando la señorita inglesa está a un punto del trance, y el espacio del pequeño paraíso se cubre de jadeos sincopados por el bongó, en ese momento en la sala se oye un grito de pavor acompañado de un maullido de gato. Una mujer de paisano pega un salto en la oscuridad y derriba todas las copas de la mesa. El gato del local, atado con una cuerda a una caja de ‘coca-colas’ detrás de la cortina del cuarto trastero, se había paseado suavemente entre las piernas de la parroquia hasta que la clienta lo pisó. El susto en medio de risotadas le ha cortado el orgasmo feliz a la pantera sobre el camastro de escena, pero, de todas formas, el gorila muere en sus brazos, porque así está escrito en el libreto.

Espectáculos de fina sala
La sala exhibe sexo familiar. El presentador, que probablemente es de Ávila, finge acento extranjero para anunciar las atracciones internacionales de esta sala tan fina. El público asiste al espectáculo con una seriedad de oficina o de conferencia de Zubiri. Ahora llega el número de la ingenua vestida de payaso. La chica anda por el tabladillo parodiando gansadas de Charlot dentro de los zapatones hasta que el saxofón coge una morbidez de boa, la elementa se despelleja los inmensos pantalones y la clientela comienza a divisar carne otra vez. Desde el interior del disfraz, nadie lo diría, sale una joven maciza, que se va poniendo seria a medida que se queda desollada. Se quita el gorro, le cae un haz de pelo hasta los hoyuelos de la riñonada y, sin pensarlo dos veces, comienza a mover las nalgas de almendra hasta caer rendida. Luego viene la parte exótica con el número de la japonesa con arco y el espectáculo se cierra con un desnudo musical a base de cinco lesbianas selectas que trenzan sus cuerpos excitadas por el bolero de Ravel. El público aplaude. Después, los padres de familia se van muy motivados al lecho matrimonial, donde la legítima hará un remedo de ‘strip-tease’ con lencería fina entre el ropero castellano y la mesilla con orinal sin hacer ruido para que no se despierten los hijos. Los ejecutivos solitarios y los alcaldes de pueblo vuelven al hotel, en cuyo vestíbulo tal vez encuentren una rubia oxigenada con la bandera subida, dispuesta a llevarles a los mares del Sur sobre una colcha de satén. Mientras tanto, el elenco del cabaré toma un pepito de ternera en la cafetería de enfrente y, esperando el pase de las tres de la madrugada, habla del cólico nefrítico que le ha dado a una compañera.

Un puerto de secano
La noche íntima de Madrid ha comenzado mucho antes, al cerrarse la tarde. El circuito de Ulises perdido en su regreso a Ítaca puede partir de la calle de la Ballesta, que es un puerto para marineros de secano. A las nueve de la noche, en la tasca Casa Perico, es posible ver a las proletarias del amor cenando en corro sesos a la romana o riñones al ajillo. Una hora después ya están todas en sus puestos, sentadas en los taburetes de los sucesivos antros, acodadas en la barra, haciendo pompas con el chicle. Los garitos de la calle de la Ballesta contienen todavía un punto romántico del primer plan de desarrollo. Huelen a caliente perfume de fresa con una veta de amoniaco que sale de la parte de los retretes. Aquí ya no hay sargentos negros de Torrejón ni el género es tan terciado como en los tiempos de Ullastres. Ahora ya no se ven aquellas mujeres de cuarenta arrobas con una medalla de la virgen de la Fuensanta en el canalillo o ejemplares de hueso gótico y rostro macilento, unas con el preñado de cinco meses comprimido por la faja, otras chaparras con muslos de defensa central asomando por la minifalda, todas con la boca pintada en forma de corazón sobre un dedo de argamasa. Ahora van de progresistas con bufanda y la que menos tiene un hijo en segundo de BUP. Algunas lucen un moño de Evita Perón con lividez de talco en la mejilla, otras visten de malvadas con sombrero borsalino y siempre hay una que queda muy señora con traje de sastre.

-¿Y tú de qué vas, guapa?
-A mí no me preguntes. Son 1.500 y la cama.
-¿Trabajas mucho?
-Una media de dos pardillos al día.
-Suficiente.
-Para ir tirando mientras llega el Mundial-82.
-¿Entonces?
-Lo dicho, 1.500 y la cama. Vicios, también aparte.

Bajo los luminosos románticos de la calle de la Ballesta, que tiene algo de muelle portuario, hay tertulia de chulos con los riñones en la pared y una pata de cigüeña. Los garitos llevan nombres de gran ternura íntima: ‘El y Eva’, ‘Tú y Yo’. Los chulos están picados de viruela y usan zapato blanco, chaqueta ceñida con dos aberturas y navajita de chinar en el bolsillo, patillas rizadas y pelucón de oro. A los porteros se les ven las cachas cuadradas y forman entre ellos una hermandad de karatecas. La calle tiene un candor rojo de pachulí con parpadeos de neón y lisiados de Brunete, noria de taxis que trae clientes sin parar, olor ácido a alcantarilla y freiduría de tascas. El comercio empieza a animarse a las diez de la noche y los antros se apagan a las tres de la madrugada. Entonces se forman en la acera de la Telefónica unos corros de contrata con el aluvión que sube de Carretas, de la plaza del Carmen, de las esquinas de Montera, y el mercado de la carne allí juega a la baja bajo el relente del amanecer.

-Para ti, 1.500, chato.
-Tienen que ser mil o nada.
-Cabrón.
-Se te van a comer las ratas.
-Bueno, vale.

Entre tipos con talante presidiario, cojos, tarados, cerilleras embuchadas en la toquilla como figuras de Nonell, vendedores de lotería, solitarios con las manos en los bolsillos, ebrios de mala catadura a los que les patina el embrague, chulos que controlan la mercancía y mantienen el orden a cierta distancia, alrededor de la Telefónica, hacia las cuatro de la madrugada, se celebra una subasta de carne con los restos de la noche. Es la última oportunidad de llevarse algo al catre con un precio de rebaja. Junto a este barullo de asentadores de abastos hay una fila de taxis esperando a que alguien levante la mano y embarque el paquete. La barriada está llena de pensiones cuya especialidad consiste en un camastro, un lavabo y un billete para la Luna de media hora de duración. El viaje es rápido.

Las chicas de apartamento
Las prostitutas de a pie, con una media de treinta años, todas del terreno, con la nota exótica de alguna portuguesa, mulata antillana o filipina, cubren las últimas esquinas del centro de Madrid y recogen las caspas que salen de los bares americanos. En los ‘pubs’, ‘snacks’, tugurios de color de rosa y barra acolchada con cuarterones de skay, cuadros con caballos ingleses en las paredes tapizadas, en esos cubiles eróticos de los alto de Capitán Haya, en el contorno del hotel Meliá Castilla, ya es otra cosa. Las señoritas de alterne se hacen pasar casi todas por estudiantes de filosofía.

-Yo, por las mañanas, estudio pedagogía.
-¿El método Montessori?
-Cualquier cosa.
-¿Y enseñas algo?
-Lo que haga falta. Siempre que suelte diez billetes.

Son esa clase de chicas que viven en bloque de apartamentos amueblados, con hilo musical y conserje antorchado con charreteras doradas. Tienen un payaso de trapo sobre el sofá cama, estantería con novelas de amor y lujo, revistas abiertas por el horóscopo en una cesta junto al teléfono de góndola tirado en la moqueta entre bragas y medias de colores, fotografías clavadas con chinchetas en la pared, de aquellas que les pidió la agencia, donde se ven ráfagas de su trasero esfumado. Salen con un novio colombiano dedicado al asunto de drogas al por menor. Primero ellas han transitado por el desbrague medio artístico en los cabarés de la Gran Vía, soñando con un papel en una comedia de Alonso Millán, a la espera de una hipotética llamada para un programa de televisión o para una película de Iquino, mientras se conformaban con darle un masaje a un gato rico de provincias.

Cuando de todo eso no ha salido nada y ya se ve que no saldrá, han arrojado la toalla y ahora están sentadas a medianoche en la butaca del lujoso vestíbulo del hotel con la pierna elegantemente cabalgada, el cigarrillo rubio, el mechero de oro, el chaquetón de zorro, viendo pasar por la alfombra peces gordos con tarjetas de crédito. Las puertas blindadas de los ascensores se abren y se cierran. Los ejecutivos embarcan hacia la habitación y ellas, estratégicamente situadas como equipaje al pie de la escalerilla, los siguen con la mirada, esperando que se produzca un guiño de complicidad, ese discreto ademán de contratación para cerrar el trato a distancia, y seguirlos dócil y silenciosamente hasta arriba. Están en las butacas del vestíbulo o esperan la visita en los pubs, ‘snack’ y bares de alrededor, tarareando por lo bajo algo de Rocío Jurado en la penumbra perfumada. Si cae la pieza, ellas se la llevan a su apartamento amueblado, donde suena una melodía de Frank Pourcel en el hilo musical. Cada noche, en estos nidos de amor se reproduce la mitología. La chica dice que estas vacaciones de Semana Santa piensa ir a Londres a comprarse ropa, que en verano se largará a Marbella porque está harta de las piscinas de Madrid, que debe cuatro meses de alquiler, que por las mañanas estudia pedagogía o se mete en un gimnasio, que van a contratarla para anunciar un zumo de fruta. El ejecutivo, con la camisa abierta y los pantalones en la rodilla, juega con el payaso de trapo, y en ese apartamento tan cálido, antes de entrar en combate, alimenta un sueño de oro, el deseo más viejo de cualquier hombre: que esa putilla tan fina se enamore de él y no le cobre, aunque después le tenga que regalar un bolso de cocodrilo.

A las tres de la madrugada parpadea el neón de un ‘strip-tease’ en una esquina del Madrid galdosiano donde hay ratas blancas despanzurradas en la calzada y se oye gritar a una mujer como si la mataran por encima del estruendo del camión de la basura. El garito está en un sótano rojo en forma de tranvía y en la pequeña barra del rellano se amontonan algunas criaturas con uniforme de conejo y una docena de borrachos de lengua gorda con una mano en el cubalibre y la otra buscando la teta más cercana. En cada rincón del tugurio hay un solitario repantigado, arrojado como un bulto en la oscuridad, y en la pista baila una chica única con botas de vaquero. Una mujer en bikini y la cara triste de madre de familia numerosa está semidesnuda y sola en un taburete de la barra.

-¿Se te puede sacar de aquí?
-Nada. Lo mío es sólo el alterne.
-¿Trabajas mucho?
-No me quejo. Entro a las siete de la tarde. A las nueve me dan una hora para cenar. Salgo a las cuatro de la madrugada.
-¿Cómo va el negocio?
-Para mí, bien. Llevo un tanto fijo y el 40% en el descorche. El seguro social, aparte. Vengo a salir por unas 200.000 redondas al mes.
-Que haya suerte.
-Muchas gracias.

El espectáculo de la casa va a comenzar. Se despeja la pista y un empleado echa la cadena por el borde de la tarima para que el personal no muerda las pantorrillas del elenco. Sale una chica en leotardos negros, zapatillas de andar por casa y cazadora de cuero claveteado. Primero se agita siguiendo un ‘rock’ con la lengua fuera, pero muy pronto la música se pone bífida con un clarinete de malas intenciones, y la zagala se despereza suavemente mordiéndose el labio inferior. Los ebrios de la sala no le hacen caso. Entonces ella abrevia. Se quita los leotardos como si se fuera a dormir, arroja el sostén por aquí y las bragas por allá, se manosea el sexo, mueve la tripa recién parida y en eso se produce el acorde final. La chica saluda y se larga, dando saltitos para no resfriarse, en dirección a los lavabos. En seguida se va a proceder a una rifa. Es una atención de la casa. Los camareros reparten papeletas entre la clientela. Hay un bolso para las señoras, un mechero para los caballeros y una muñeca de propina. Con un candor de tómbola benéfica, el empleado canta los números del sorteo y los borrachines gritan, aplauden y besan la pechuga de las conejas.

Ambiente gay con máscara de crema
En un bar de ambiente funciona un vídeo pornográfico mientras las hadas y las mariposas charlan con su paquete de azúcar en las ingles, la cadera breve y un puñado de signos y medallas en el esternón abierto. En el sótano hay parejas masculinas tiradas en la moqueta. Producen la impresión de finos combatientes caídos en una elegantísima batalla perfumada con chanel. No hay duda. Los homosexuales se han apoderado de la noche de Madrid. Junto a los cubos de basura florecen muchachos de pestañas rizadas. La ciudad presenta de noche una máscara de crema que está en los camerinos de Gay Club, donde reina Paco España en bata de cola. Es una visión inquietante, produce un efecto turbador este mundo de travestidos captados en la intimidad. Efebos desnudos con tanga, en traje de lentejuelas, muchachos de una belleza espléndida envueltos en plumas, estolas y tules de ilusión. La estrella rubia Elianne, con el sexo doble, de quita y pon; el mulato cubano Watussi, con la cabeza rapada y polvo de oro, de plata en el hocico inflamado, con una vía láctea de cromo en la frente, en los pómulos; la elasticidad carnal del coreógrafo Jorge Aguer.

La noche íntima de Madrid tiene un efecto simbólico en los camerinos de Gay Club a las tres de la madrugada. Ellos o ellas se reflejan en los espejos de los cuchitriles entre estampas de santos de su devoción, vírgenes supersticiosas, fotografías dedicadas, pinturas, botes de crema, pastas de color, pinceles, sombreros de copa, pelucas, capas de falso armiño, bisutería, taparrabos de vidrio y zapatos de tacón de aguja. Los centauros corren por el pasillo agitando la grupa con un bronceado de lámpara de cuarzo. Tienen allí dentro amores furiosos, celos desbocados. Se besan, se acarician, se muerden entre ellos la dorada yugular. Paco España sale de faraona desmadrada, con un desgarro del Sur, pero al final de la noche se pone metafísico y realiza un ‘strip-tease’ existencialista. Mientras reivindica a gritos, su condición de homosexual con orgullo de pollancón, se arranca el ‘atrezzo’ a tirones, se limpia el rostro con crema y dentro aparece un señor gordito con cara de paracaidista.

La noche de Madrid termina al amanecer en los aledaños del café Latino, en la margen izquierda del paseo de Recoletos. El residuo desvencijado de la jornada, drogadictos, navajeros, maricones sin amor, putas sin catres, chulos después de hacer caja, borrachos sin brújula y ex presidiarios se hacen un nudo de carne y esperan a que el sol ilumine la crestería de las Calatravas.

1981/03/12

PELÍCULAS | Fernández, Ramón | Gay club

Fernández, Ramón (Director) (1981). Gay club. Arturo González P.C.

Gay club. 1981. Estreno: 1981-03-12. 88 min. Dirección: Ramón Fernández. Guion: Manuel Vidal. Reparto: Francisco Algora, Josele Román, Isabel Luque, Antonio Medina, José Álvarez, Carlos Larrañaga, Rafael Alonso, Jose Lifante, Manuel Alexandre, Antonio Gamero, Florinda Chico, José María Guillén, Paco España, José María Caffarel, Juan Gallo, Carmen Martínez Sierra, Joaquín Pamplona, José Manuel Cervino, Salvador Vives, Julián Navarro, Luis Ciges, Francisco Valdivia, Fernando Chinarro, Rafael Conesa. Arturo González P.C.

Dos amigos deciden abrir un club gay en un pueblo del sur de España. Al cerrarse una whiskería de una pequeña localidad de Andalucía, a Toni (el primo gay de una de las trabajadoras del local llamada Isabel) se le ocurre la idea de transformarlo en un club gay con actuaciones musicales. Como no consiguen el crédito bancario que solicitan para conseguir el traspaso, se asocian con Pepe, un amigo de Toni (también homosexual), el novio periodista de Isabel y la anterior encargada del local, Laly. Al difundirse la noticia por el pueblo, en plena transición a la democracia, enseguida se organiza la oposición reaccionaria, capitaneada por el abogado don Alfonso, que vive frente al local. Visitan al gobernador intentando infructuosamente que prohíba la apertura, por lo que urden un plan para cerrar el club gay. El día de la inauguración envían a un grupo de matones para provocar una pelea tumultuaria, con objeto de presentar una denuncia por escándalo público. Aunque procesan a los cinco socios del club gay, el juicio termina con la absolución de los acusados, y por consiguiente el club gay se reabre. Entre los números musicales de la película actúan figuras reales del transformismo de la época, como Paco España y Juan Gallo.

Gay Club: Ser LGTBI también se podía disfrutar

Primer artículo sobre joyas LGTB del cine español a rescatar. Esta comedia de Ramón Fernández fue pionera en reflejar a gays desde una «postura amable» y divertida en 1980
Javi Valera | Cine con ñ, 2021-06-28
https://cineconn.es/gay-club-ser-lgtbi-tambien-se-podia-disfrutar/

En noviembre de 1980 se estrenó en los cines Gay Club. Lo que a simple vista podría tratarse de una de las tantas comedias que realizaban Ramón Fernández, Mariano Ozores y compañía en la época resultó ser una particular y más que aceptable película en la los protagonistas son unos chicos homosexuales de pueblo que deciden abrir un negocio, un bar gay. El director era el propio Fernández, el mismo que había dirigido ‘No desearás al vecino del quinto’ (1970), con ese personaje gay tan bochornoso, caricaturizado y ofensivo interpretado por Alfredo Landa. Los cambios que se estaban produciendo en España también se empezaban a reflejar en el cine.

Antes de ‘Gay Club’, Eloy de la Iglesia ya había realizado ‘Los placeres ocultos’ (1977) y ‘El diputado’ (1978), Pedro Olea había dirigido ‘Un hombre llamado Flor de Otoño’ (1978), pero podría decirse que ‘Gay Club’ fue de las primeras películas -si no la primera- donde el retrato que se hace de los homosexuales es completamente natural y, lo más importante, los protagonistas no son unos tristes. Tienen sus problemas, claro, pero el desarrollo de los personajes no se construye ni se sustenta únicamente en la desgracia, sino también en el disfrute. Antes de los maricones contentos de Almodóvar o de Félix Sabroso y Dunia Ayaso en los 90, llegaron los de Ramón Fernández.

La primera comedia española ‘gay-friendly’
El escritor Alejandro Melero apunta en su libro ‘Los placeres ocultos: Gays y lesbianas en el cine español de la transición’, que ‘Gay Club’ es la primera comedia española ‘gay-friendly’, «que muestra una postura amable, e incluso activista, con respecto a la homosexualidad«. Y sí, uno de los valores añadidos que tiene la película es que no es solo divertida sino que hay lugar para una cierta reivindicación, sobre todo en la parte final.

Estamos ante una comedia muy gay por varios motivos: el más relevante es que los protagonistas son tres amigos de un pueblo andaluz que deciden poner un negocio en el local de otra conocida suya. Dos de ellos son amigos gays (interpretados por Francisco Algora y José Álvarez), que no se esconden y se tratan con cariño y se hablan en femenino si así les apetece, y la tercera es la amiga mariliendre (interpretada por Josele Román) que les apoya en la aventura de abrir el primer bar gay en un pueblo copiando así los bares que ya había en ciudades grandes.

La película tiene una homofilia clara; no tiende a ridiculizar a sus personajes sino que están interpretados con gracia y sin sobreactuación. Esto es muy importante recalcarlo porque los años 70 están marcados por incluir en filmes cómicos al típico mariquita estereotipado con pluma siendo esa es su única característica. Aquí hay pluma -y mucha- pero no es negativa y no es lo único que se destaca de los personajes. Esa es la diferencia más relevante con el cine anterior: se nota que quisieron esforzarse por hacer un retrato fiel. Personajes entrañables, con una verborrea muy graciosa, que tienen el apoyo de su entorno y también, porque sino no sería un reflejo fiel de la época, el rechazo de cierto sector reaccionario del pueblo.

El reflejo del contexto social de la situación LGTB en España
Hay varias secuencias en las que se apuntan ciertas dinámicas sociales que se producían en torno al colectivo LGTB en la época. Por ejemplo, en el primer tramo de la película, los protagonistas van a visitar al director de un banco para que les preste un crédito y poder quedarse con el local en el que quieren montar el club gay . La respuesta negativa sirve de reflejo de cómo, aunque España estaba ya inmersa en una democracia, aún no todo estaba conseguido, ni muchísimo menos.

Otro acierto del guión es mostrar, aunque con cierta tendencia a ridiculizarlos, personajes indignados por la consecución de los avances dentro del colectivo: es el caso del cacique del pueblo, un abogado interpretado por José Lifante, que busca cualquier tipo de excusa dentro de la ley para detener la apertura del local. Estos personajes -como otro interpretado por Manuel Aleixandre- son la representación del antiguo régimen, reacios pero resignados ante la nueva realidad.

En un momento de ‘Gay Club’, uno de estos personajes sintetiza cómo la situación de los homosexuales había mejorado y no podían hacer nada contra ello: «Mientras las cosas sigan como están no podemos hacer nada. Por lo menos antes, si los quitaban de la Ley de Vagos y Maleantes, los ponían en la de Peligrosidad Social, pero ahora, desgraciadamente, no tenemos de dónde agarrarnos». En un diálogo simple, el guionista Manuel Vidal resumió la evolución positiva de España en el tema de derechos LGTB.

En otra escena, dentro del club gay ya abierto, uno de los transformistas que aparecen en el escenario bromea con la aún difícil situación que se vivía dentro de las salas de espectáculos, de cómo la policía podía entrar en esos locales de ambiente, acusarlos de escándalo público y detener a los artistas. Al final, eso acaba ocurriendo también en la película. La intención, pese a que ‘Gay Club’ sea una fantasía divertida, era ser veraces con la realidad del país, los retos pendientes y los avances imparables.

Activismo y visibilidad divertida en Guy Club
La película se vuelve más militante en el tramo final, cuando se celebra un juicio tras acusarlos de escándalo público en el local (la única artimaña que los caciques del pueblo se pueden inventar para cerrarles el negocio). Primero hay que destacar la aparición de Florinda Chico como la madre cómplice que apoya a su hijo gay (interpretado por José Álvarez) y se siente además orgullosa. Qué importante era incluir este ejercicio de visibilidad y aceptación en una película de 1980. Pero lo reivindicativo viene del personaje interpretado por Francisco Algora, Tony, que declara ante el tribunal la situación que vivían los homosexuales:

«Los homosexuales ya estamos acostumbrados a que se nos condene, no por lo que hacemos, sino por lo que somos. Desde niños, nos humillan, nos desprecian y nos persiguen. El solo hecho de ser homosexual, en el mundo machista en que vivimos, ya constituye en sí un delito. Por eso, aunque hayan quitado la homosexualidad de esa ley llamada de Peligrosidad Social, seguimos padeciendo la misma represión que antes por parte de personas a las que, desde toda la vida, les inculcaron el miedo, el odio y el desprecio ante nosotros». Este monólogo es muy potente y sorprende muchísimo, para bien, que esté dentro de una película claramente comercial.

Lástima que después de 40 años no tengamos muchos más ejemplos de filmes de este corte: el colectivo LGTB también necesita sentirse representado en películas divertidas y no solo en dramas sobre el hecho de ser LGTB. ‘Gay Club’ fue pionera en este sentido. Es una pena que no esté actualmente disponible en ninguna plataforma digital (los derechos del filme los tiene José Frade) y que desde hace muchos años no se haya emitido en televisión. 

DOCUMENTACIÓN
>
Juan Gallo triunfa en la Feria Andaluza imitando con su show a la 'Faraona'

«Lola me dijo que la imitara», asegura 'La Otra Lola'
E.Estévez | El Periódico de Ibiza, 2002-08-31
https://www.periodicodeibiza.es/pitiusas/ibiza/2002/08/31/767773/juan-gallo-triunfa-en-la-feria-andaluza-imitando-con-su-show-a-la-faraona.html

1977/10/27

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | LA BIBÍ ANDERSON DE FRANCISCO UMBRAL

Bibí Anderson.
Francisco Umbral | El País, 1977-10-27

https://elpais.com/diario/1977/10/28/sociedad/246841208_850215.html 

Más allá de la melena de Porcel y la barba de Barral, en Barcelona, más allá del humo de pipa de Senillosa y la palabra zumbona de Álvarez Solís, se llega, se puede llegar, llego yo, con Antonio Asensio al volante, con Luis Cantero a la navaja (abre una de dos cuartas para defenderse de las feministas), al barrio maldito de la ciudad portuaria, a esa réplica simétrica y canalla del barrio gótico, al mundo catacumbal de los travestis, donde esta noche, entre adolescentes temblorosas, starlettes que se desnudan bajo el látigo de los flashes y locutores cansados, conozco a Bibí Anderson, transexual, malagueño, malagueña, que me mira muy de frente a los ojos desde su metro ochenta y tantos centímetros de estatura. No es sólo Bibí Anderson, claro. Es esa otra criatura, rubia y de sexo incógnito, que pasa de hombre a mujer y de mujer a hombre durante la danza. Es la ausencia voluminosa de Mimí Pompón o el desgarro tomatero de Paco España, es la estatura efébica de Angie von Pritt, un nuevo laberinto del sexo en que el hombre encarna en la mujer fantasma que lleva dentro, como la mujer en el hombre.

Se lo digo a Antonio Asensio:

-Un día averiguaréis que los hombres ya no se hacen pasar por mujeres, sino las mujeres por hombres, para distraer al personal.

Empezaron en Trento, o donde fuese, debatiendo el sexo de los ángeles. Siendo así que nunca ha estado claro el sexo de los hombres. Pronosticaba tío Oscar que los dos sexos tradicionales -convencionales, digamos- morirían cada uno por su lado. Pero se equivocaba la paloma, se equivocaba, porque estamos hoy en una sexualidad babélica mucho más allá de doña Simone de Beauvoir, que sólo llegó a contar dos mutantes.

El divino Proust, mirando la humanidad a través de su raqueta de tenista que no jugaba al tenis, repitió las palabras judías: «La mujer tendrá Gomorra y el hombre tendrá Sodoma.» Pero las ciudades de la llanura caben ya en el Paralelo barcelonés, entre traseras portuarias y meretrices que aún bailaron el último tango en el barrio chino con el Gran Gilbert.

De modo que estoy aquí, en el camerino catacumbal de Bibí Anderson -veintitantos años, un metro ochenta y tantos de estatura, malagueño, malagueña, cabeza triangular y sagrada-, asistiendo al nacimiento de la nueva Venus hermafrodita de nuestro tiempo posterior a la de Villiers, que surge entre las espumas sucias e industriales de la playa de la Barceloneta, y, efectivamente, lleva una concha en el sexo, como la de Botticelli, y hay conmigo dos discípulos amados, como en las revelaciones, las apariciones y las levitaciones, dos amados amigos que dan fe cuando ella, a solas con nosotros en el camerino, cerrado, se abre la bata y es una singular criatura de dimensiones nocturnas, senos bellos y secreta sexualidad inexplicada.

-La naturaleza no da el homosexual. Da el hermafrodita -me decía la otra noche el doctor Paredes, que sabe de eso.

Vale, tío. Creo que estamos más allá de la fisiología. Estamos entre Carlos Castaneda y los empresarios argentinos del porno catalán, en las catacumbas de una nueva sexualidad, mientras ahí arriba, en la ciudad burguesa, duermen o velan los fanáticos paleocristianos, los éticos antiestéticos y los que, aunque hayan leído a Adorno, siguen rigiéndose por Trento.

Un tercer o cuarto sexo, una nueva sexualidad, aparece sobre la tierra, arde ya en comunas, amores de grupo y barracones de feria con ganadería humana. Lo que nace del mar, con Venus, es el mar mismo. El mar ‘que así invade’, como diría Vicente Nobel Aleixandre. Un mar de tonelada sexual, una revolución de la especie, cuya Venus hermafrodita, bellísima y arrevistada, pudiera ser Bibí Anderson -cualquier Bibí Anderson- en la catacumba roja de las grandes ciudades.

MIKEL/A, AQUÍ ESTAMOS Y NO NOS OCULTAMOS

Mikel/a enseña cacho en la 2ª Gayakanpada de EHGAM, 27-29 agosto 1993, Muxika // STARS COFLHEE es un trabajo realizado por Julen Zabala Alon...