2022/02/20

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | BAMBINO, LA BESTIA QUE CANTÓ Y AMÓ DE FORMA SALVAJE

RTVE / Bambino en una actuación de TVE //

Bambino, la bestia que cantó y amó de forma salvaje.

R. Muñoz | RTVE, 2022-02-20

https://www.rtve.es/television/20220220/bambino-icono-gay-homosexual-amores-salvajes/2291148.shtml

Durante la dictadura franquista se castigaba los actos homosexuales con pena de cárcel. Había una en Badajoz y otra en Huelva. Luego había otras, las personales, las familiares, las sociales. Pero también hubo pequeños universos en los que la tolerancia se imponía al desprecio, y el mundo del espectáculo fue uno de ellos. Muchos homosexuales se sintieron comprendidos en la farándula, la bohemia y el 'artisteo' en unos años marcados por la represión y el miedo. Bambino, que era gitano, gozó de cierta libertad porque era un espíritu libre. Siempre hizo lo que quiso, y con quien quiso. Hablamos de un hombre que triunfó en la España de los 60 y 70, un artista único, moderno, dueño de su cuerpo y su vida, de sus sentimientos. ¿Pero se puede afirmar que Bambino era homosexual?

Fueron muchos los que intentaron saberlo en vida del artista, y muchos los que hoy se lo preguntan todavía. "Hombres, mujeres, yo no hago diferencias, pero lo mío fueron los amores salvajes", dijo en una entrevista a Juan Pablo Silvestre, presentador de 'Mundo Babel' en Radio 3. Lo cierto es que hoy es un icono gay, por su personalidad y por sus canciones. ”Era un excluido. Por su estilo musical, rompedor en la capital de la ortodoxia flamenca, y por su sexualidad, que no podía salir a flote dentro de los márgenes de Utrera", dice Paco Ortiz, director de 'Algo salvaje. La historia de Bambino', que emite 'Imprescindibles', trabajo que ha ganado un premio Carmen (los Goya andaluces) a Mejor Largometraje documental, dirigido por Paco Ortiz.

Bambino, amante 'prohibido'

En el documental se pone en valor que Miguel Vargas Jiménez, Bambino, caminó fuera de lo establecido, que se saltó los convencionalismos, éticos y estéticos, para hacerse su propio camino. Fidel Moreno, periodista y escritor, ahonda en la sexualidad del cantante y remarca su libertad. "Bambino era un representante de todo lo excluido, su manera de ser flamenco no era ortodoxa, su sexualidad no era ortodoxa, y como hacía bandera de todo lo excluido se vio durante mucho tiempo condenado a los márgenes, a oscuras, a la noche", dice. 'Soy lo prohibido', disco que grabó en 1985, es el título de una de sus canciones más célebres, y muchos hacen una lectura en clave autobiográfica.

"Soy ese beso que se da sin que se pueda comentar
Soy ese nombre que jamás, fuera de aquí, pronunciarás
Soy, yo soy lo prohibido".


El arte de la ambigüedad
Dicen los expertos que Bambino no cantaba por derecho, es decir, que sobre el escenario se mostraba desmedido, excesivo, intenso, dramático, libre... Dio rienda suelta a su sensualidad y a su sexualidad mientras interpretaba temas de amores imposibles, envuelto en un perfume de tormento y drama, dando mucho morbo. El temas 'La pared' habla de esos amores imposibles, y con la canción 'Mi amigo' llega al delirio, a la fusión entre cantar y revelarse.

¿Por qué tienes ojeras esta tarde?
¿Dónde estabas, amor de madrugada
Cuando busqué tu palidez cobarde
En la nieve sin Sol de la almohada?

Tienes la línea de los labios fría
Fría por algún beso de pecado
Beso que yo no sé quién te daría
Pero que estoy segura te lo han dado.

Este famoso soneto de Rafael de Léon lo estrenó Rocío Dúrcal en 1967, pero ha pasado a la historia como parte del repertorio de Rocío Jurado y sobre todo de Bambino, el único artista que dota a la letra de ambigüedad.

¿Qué terciopelo negro te amorena
El perfil de tus ojos de buen trigo?
¿Qué azul de vena o mapa te condena
Al látigo de miel de mi castigo?

Y por qué me causaste esta pena
Si sabes, ay amor, ¡Tú bien lo sabes!
Que eres mi amigo
Mi amigo
¡Mi amigo!


Un adelantado a su época

"Bambino buscaba que no estuviera claro el destinatario, hacia quién se estaba dirigiendo", dice Enrique Bumbury, uno de sus herederos. "La letra es de una mujer que le recrimina a su 'amigo' que se vaya con otra. Cuando esto lo canta Bambino toma un giro, un sejo, claramente homosexual", dice en el documental Fidel Moreno. El periodista y escritor añade que "todo lo que ha sido la lucha por los derechos LGTB también ha sido una lucha semántica. Ahora se habla de mi pareja, ahora se habla de mi marido, pero entonces se hablaba de mi amigo. En ese sentido, esta canción puede considerarse una canción pionera del reconocimiento de los derechos de los homosexuales".

Resulta curioso que cuando llegó a Madrid trabajó con Manolo Caracol en Los Canasteros, el mítico tablao situado en la calle Barbieri número 10, en pleno barrio de Chueca. Una placa recuerda al genio del flamenco junto a una puerta cerrada. Dentro, resuena las voces de Bambino, las de los años 60 y las de los 2000, cuando el local pasó a llamarse Polana y era cita obligada para los noctámbulos del ambiente. Muchos se fueron a dormir tarareando 'Compasión'.

Y TAMBIÉN...
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Bambino, el mito del flamenco más salvaje: ¿por qué el público le dio la espalda?
Raquel Elices | RTVE, 2022-02-21

https://www.rtve.es/television/20220221/bambino-quien-fue-cantaor-flamenco-rumba-animal-salvaje/2291882.shtml

DOCUMENTACIÓN | VIH-SIDA | EL ARTE QUE SALIÓ DE LA RABIA, LLENÓ LAS PAREDES Y ACABÓ CON EL SILENCIO SOBRE EL SIDA

El Diario / 'Lee mis labios' (Gran Fury, 1988), frase tomada de un discurso de Bush //

El arte que salió de la rabia, llenó las paredes y acabó con el silencio sobre el SIDA.

Andrea Galaxina publica 'Nadie miraba hacía aquí, un ensayo sobre arte y VIH' que recoge la historia del activismo artístico y de guerrilla contra esta pandemia y la estigmatización que produjo.
Ángeles Oliva | El Diario, 2022-02-20
https://www.eldiario.es/cultura/arte/arte-salio-rabia-lleno-paredes-acabo-silencio-sida_1_8762175.html

En marzo de 1986 Nueva York se llenó de carteles negros con dos palabras escritas en blanco bajo un triángulo rosa: “Silence = Death” (Silencio = Muerte). Aquella fue la primera imagen icónica del activismo antisida, que se estamparía después en camisetas, chapas y pegatinas. Y fue también una creación artística hecha de manera urgente para circular fuera de los museos, usando técnicas del arte de guerrilla para llegar a la máxima población posible.

Mientras el VIH mataba a miles de personas, la falta de acción del Gobierno, el silencio, la escasez de fondos para investigación y la falta de información, hicieron que los propios afectados por el VIH se pusieran en pie para señalar a los culpables y buscar soluciones. Una de las vías para ello fue la creación artística, con el colectivo ACT UP a la cabeza, que creó los ejemplos de arte político más radicales y relevantes de finales del siglo XX.

Andrea Galaxina (Santander, 1986) publica 'Nadie miraba hacia aquí. Un ensayo sobre VIH/SIDA' (El primer grito). Galaxina explica que “fue una crisis terrible” y muestra “cómo con estrategias alternativas como el apoyo mutuo, la autoorganización y los cuidados, se pudo hacer más vivible la vida”. “Es muy inspirador ver cómo se organizó el activismo y la producción cultural en esta crisis. Ahora que estamos en una situación de crisis de salud, de aumento de la precariedad y ascenso del fascismo, ver que en la Historia han existido fórmulas que han permitido a la gente tener vidas más dignas, es inspirador, te empodera”, señala.

El inicio de la crisis del SIDA
El 5 de junio de 1981 se publicaron los primeros casos reconocidos de VIH en una revista médica de Estados Unidos, en la que se hablaba de cinco casos de hombres homosexuales con un tipo muy poco común de neumonía y de cáncer.

Ronald Reagan llevaba seis meses en el poder y con él las políticas represivas, que buscaban desactivar los movimientos activistas que habían crecido en los años 70. El feminismo, el movimiento por los derechos civiles o el movimiento de liberación gay eran enemigos para la moral conservadora. El movimiento antiabortista adquirió una enorme fuerza en ese momento, apoyado desde la Casa Blanca. Y en paralelo, las políticas económicas fueron recortando el acceso a los recursos esenciales de las personas más vulnerables.

La homosexualidad seguía siendo ilegal en Estados Unidos. La práctica de sexo anal y oral entre adultos del mismo sexo estaba prohibida, incluso en privado, y se podía multar o encarcelar a alguien si llevaba más de tres prendas que no correspondían a su género. La homofobia y la falta de información sobre el SIDA hicieron que se criminalizara a los homosexuales y se les culpara de propagar la enfermedad. Y aunque en 1983 se descubrió que su causante era un virus, los medios señalaban dos tipos de víctimas: las inocentes, que se habían contagiado por una transfusión o durante el embarazo, y las culpables, los gais promiscuos.

Tu rabia es tu fuerza
Ante esa situación, los grupos activistas quisieron canalizar la ira para producir un movimiento transformador. El colectivo más importante fue ACT UP, que apostaba por la acción directa y la desobediencia civil y utilizaba las herramientas artísticas para realizar acciones espectaculares. “ACT UP va a tener mucha influencia —dice Andrea Galaxina—, frente a un tipo de activismo más acomodado o asistencial, propone estrategias de acción directa para transformar la realidad. La rabia canalizada a través de sus acciones provocó cambios muy importantes sobre cómo se contaba la epidemia y cómo se representaba a los enfermos”. Y también supuso cambios en los protocolos sanitarios, ya que consiguió, por ejemplo, que se incluyeran los síntomas del SIDA en las mujeres y así se las reconociera como afectadas. “ACT UP puso el VIH en la agenda y esto parte de la rabia: si no lo hace nadie, lo hacemos nosotros”, añade la investigadora.

El cartel 'Silencio=Muerte' acabó teniendo un enorme poder transformador y con él se financiaron muchas de las acciones del colectivo. “Es la obra fundamental del arte de la crisis del SIDA, su impacto excede a la propia crisis y se ha extrapolado a otras cuestiones como la homofobia o el racismo”, apunta Andrea Galaxina. La obra es anterior a la fundación de ACT UP. Fue idea de un grupo de personas que, en 1986, se reunían en Nueva York para compartir sus vivencias sobre el VIH y que decidieron pasar a la acción política y llegar a la comunidad lésbica, gay y a la población general. Todos pertenecían al mundo del arte, el diseño y la publicidad, conocían los códigos que podían funcionar y decidieron que el cartel era la herramienta. El lema llevaría encima el triángulo rosa con que los nazis marcaban a los homosexuales en los campos de exterminio. Después de imprimirlo, se dieron cuenta que el triángulo estaba al revés, apuntando hacia arriba, y eso les gustó más: daba la vuelta a la idea de víctimas y las volvía poderosas.

New Museum, un museo con una línea curatorial alternativa, encargó a ACT UP hacer un instalación en relación al SIDA para sus escaparates. Así nació el colectivo Gran Furry, que realizó una gran producción artística conectada con las acciones de ACT UP. Para el New Museum hicieron una instalación en la que volvían a conectar la idea del Holocausto con el SIDA, utilizando imágenes de los juicios de Nuremberg frente a fotos de personajes públicos que habían hecho declaraciones homófobas.

Gran Furry era un grupo de creadores con una relación muy cercana al mundo del arte institucional. Su primer encargo para realizar una obra de arte público fue en 1990 con 'Kissing doesn´t kill' (Besar no mata), que se colocó en los laterales de autobuses de muchas ciudades del país. “Recogen una iconografía presente en medio mundo, la de Benetton. Reutilizan sus imágenes de personas de diferentes razas, con ropa de colores, para criticar la mercantilización que hace del VIH una marca de ropa”, anota Andrea Galaxina. Se refiere a la campaña que la multinacional Benetton hizo con una foto de la artista Therese Frare, que fotografió el cuerpo de un activista muy enfermo rodeado de su familia, y que se convirtió en uno de los iconos de la epidemia. Gran Furry retorcían los códigos de Benetton y transmitían un mensaje directo: el SIDA no se contagia con besos.

Ni autor, ni original, ni único
Estos colectivos artísticos se sitúan dentro de una corriente en la que se cuestionaban los valores tradicionales en los que se basaba el arte occidental: la idea de autor, de originalidad, de singularidad. “ Ellos rompen con esto porque realizan obras donde no hay un autor, la autoría es colectiva. Y que se reproducen de manera infinita, que se muestran fuera de los lugares canónicos del arte. Están en la calle, en las paredes, pasan de mano en mano o están en los propios cuerpos, cuando se estampan en camisetas”, explica Andrea Galaxina. “Todo esto es también una reacción a una situación que se estaba dando en el mundo del arte en los años 80, en el que se vivía un absoluto esplendor. El dinero de la bolsa y de la especulación se invertía en arte, que se convertía en objeto de pura especulación, y este tipo de obra rompe con estas lógicas”, añade.

Gran Furry participó con un póster en una de las acciones más importantes de ACT UP. Fue en la sede central de la FDA (la agencia del Gobierno de Estados Unidos encargada de regular los medicamentos y ensayos clínicos) en 1988. La fachada del edificio se cubrió con pósteres con dos frases: “El Gobierno tiene sangre en sus manos” y “una muerte de SIDA cada media hora”, junto a huellas de manos ensangrentadas. La acción, en la que participaron todos los grupos de ACT UP del país, fue una victoria para el movimiento: el proceso para la aprobación de medicamentos se agilizó, los tratamientos se hicieron más accesibles y se empezó a incluir a personas con SIDA, personas racializadas y mujeres en los consejos asesores del Gobierno y las farmacéuticas.

La influencia de Gran Furry fue enorme. En 1990 fueron elegidos para asistir en la Bienal de Venecia y lo hicieron con una instalación en la que ponían el foco sobre el sexismo en la crisis del SIDA, los derechos reproductivos de las mujeres y el uso de condones como prevención.

En la instalación había una fotografía explícita de un pene erecto en blanco y negro con el eslogan: “El sexismo asoma su cabeza desprotegida. Hombres: usad condones o piraos. El SIDA mata a las mujeres”. Enfrente, una imagen del Papa Juan Pablo II, que había hecho declaraciones en contra del uso del preservativo. Hubo un gran escándalo y muchas quejas, incluso el presidente de la Bienal amenazó con dimitir si no retiraban la imagen del Papa. Lo que se consiguió fue una enorme visibilidad para el colectivo y para las personas con SIDA.

De enfermos a expertos
Durante los 80 y los 90 el arte activista antisida sirvió para convertir los cuerpos enfermos en cuerpos políticos. “Se produce un fenómeno inédito de transformación del paciente en experto en su enfermedad. Se ve claro en ACT UP, donde hay personas que sin venir del mundo de la medicina, se convierten de manera autodidacta en especialistas en medicamentos. Y lograron formar parte de paneles de expertos del gobierno de EEUU, de la ONU, junto a especialistas de primer rango”, explica Andrea Galaxina.

El único medicamento aprobado durante mucho tiempo para combatir el SIDA fue el AZT. Su eficacia estaba poco clara, los efectos secundarios eran muy fuertes y durante muchos años fue el medicamento más caro de la historia: costaba 10.000 dólares al año. Dos miembros de Gran Furry hicieron el cartel 'Enjoy AZT', (Disfruta AZT) jugando con el eslogan y la estética del anuncio de Coca-Cola. “Criticaban así que algo de lo que dependen las vidas de tantas personas responda a las mismas lógicas que los productos de consumo. El AZT hacía sospechar a los activistas: su uso se había aprobado muy rápido y una empresa tenía el monopolio de su explotación y podía fijar su precio”, relata Galaxina.

La estela de ACT UP llegó a España en los años 90 en colectivos madrileños como La Radical Gai y LSD, que bebían de la teoría queer y practicaban la acción directa. “Son grupos muy pequeños con poca capacidad de impacto, pero son pioneros absolutamente en traer estas ideas y formas de hacer a España. Han influido mucho en una manera de hacer activismo, son un contrarrelato del activismo más institucionalizado”, apunta Andrea Galaxina.

DOCUMENTACIÓN | VIH-SIDA | ARTIVISMO: EL ARTE QUE ROMPIÓ EL SILENCIO SOBRE EL SIDA

El Salto / Act-Up frente al Hotel Astoria Waldorf de Nueva York, 1990 //

El arte que rompió el silencio sobre el sida.

La epidemia de VIH durante los años 80 y 90 manifestó los peores síntomas de un tiempo y una sociedad que ya estaban enfermos. Numerosas propuestas entre el arte y el activismo político denunciaron desde la primera persona y en colectivo las respuestas ofrecidas por las autoridades. Lo hicieron mientras sus autores trataban de sobrevivir.
Jose Durán Rodríguez | El Salto, 2022-02-20
https://www.elsaltodiario.com/arte/el-arte-que-rompio-el-silencio-sobre-el-sida

David Wojnarowicz pidió a sus amistades que no le hicieran un funeral. En su lugar, el artista les ordenó que, cuando llegara el momento, convocaran una manifestación. “Es sano hacer público lo privado, pero las paredes de la sala o capilla son finas e innecesarias, un simple paso puede convertirlo en un espacio mucho más público”, se lee en una entrada de su diario fechada en 1988, el año en que fue diagnosticado positivo en VIH. Wojnarowicz tuvo la despedida que había exigido: el cortejo fúnebre, organizado por su círculo íntimo de artistas y activistas, estuvo acompañado por proyecciones de textos y fotografías suyas, precedidas por una pancarta que decía: “David Wojnarowicz (1954-1992) ha muerto de sida debido a la negligencia del gobierno”. En ese 1992, el sida era la primera causa de muerte en hombres entre 25 y 44 años en Estados Unidos.

Poeta, fotógrafo, músico, artista visual, Wojnarowicz vivió a la sombra del sueño americano e hizo todo lo posible para convertir sus experiencias en obras que rompieran el silencio en torno a la epidemia de VIH y el abandono, el estigma y la culpabilización de quienes contrajeron el virus. En un autorretrato fotográfico publicado en 1989 encarna esa idea con una imagen impactante: los labios cosidos con hilo y aguja. Ese mismo año, en un texto muy crítico con las instituciones, incluidas las del arte, aseguraba que, cuando le dijeron que había contraído el VIH, se dio cuenta de que también había contraído una sociedad enferma. Por entonces, el senador republicano Jesse Helms promovió una enmienda para prohibir la concesión de subvenciones y fondos públicos a la creación de obras “obscenas o indecentes”. Aunque la enmienda no salió adelante, Wojnarowicz publicó otro texto en el que afirmaba que no se trataba de un problema del mundo del arte sino del “asesinato de homosexuales y del silencio impuesto por ley, de la invisibilidad y el silenciamiento de las personas con sida, de impedir el acceso a la información a quienes tienen que tomar decisiones relativas a la seguridad en sus relaciones sexuales”.

Wojnarowicz, al igual que el ilustrador Keith Haring, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, el cineasta Derek Jarman o el músico Arthur Russell, forma parte de lo que la historiadora del arte Élisabeth Lebovici considera “toda una generación de artistas, críticos, historiadores y comisarios” a la que el sida devastó a finales de los años 80 y principios de los 90. En su ensayo 'Ce que le sida m'a fait: art et activisme à la fin du XXe siècle', publicado en Francia en 2017 y extractado por el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) en 2020, Lebovici habla de que el VIH/sida abrió una crisis en las representaciones y se pregunta cómo hacer visible una crisis que golpea comunidades invisibilizadas, cómo dar visibilidad a personas que han desaparecido, en un mundo que niega los lazos que nos unen a ellas. Ella ofrece una respuesta crítica con el modo en que se hizo durante aquellos años: “El virus es un signo abstracto, pero su iconografía, a la que recurren los medios, se refiere casi automáticamente a la imagen de un hombre mártir, acostado, marcado por todas partes por la enfermedad. La figuración al encerrar el cuerpo del sida en la categoría envilecedora de ‘víctima’ hace que se vea rápidamente como consecuencia visual del deseo homosexual”. Lebovici recuerda asimismo que incluso el periódico de izquierdas ‘Libération’ llegó a referirse al sida como “cáncer gay” en 1983.

La también historiadora del arte Andrea Galaxina se fija en algunas iniciativas que cuestionaron las narrativas impuestas “desde fuera” sobre el sida. Lo hace en 'Nadie miraba hacia aquí', un ensayo de reciente publicación por El Primer Grito en el que recopila obras y acciones desarrolladas por personas afectadas por el virus y que presenta dos visiones: la colectiva desde el activismo político y la personal de artistas que vivieron con VIH/sida y trataron este tema en sus creaciones, contando la historia a través de su propia voz y en primera persona. Las propuestas artísticas que analiza se sirvieron de las técnicas de la guerrilla comunicativa, intervinieron en espacios públicos y dieron fruto en forma de carteles, pegatinas, camisetas, ‘performances’ espectaculares en la calle y piezas de cine y vídeo. Galaxina explica que muchas de esas obras tenían una función práctica y que “no estaban pensadas para la contemplación, para el disfrute estético, sino como una herramienta de denuncia y, además, eran profundamente radicales, lo que hizo que incluso a las instituciones del arte les costase incorporarlas en sus discursos curatoriales”. También señala que eran incómodas para el público, puesto que le interpelaban y le preguntaban qué estaba haciendo para acabar con la crisis del sida, “frente a otros trabajos realizados por artistas ajenos al activismo —que fueron, curiosamente, los que alcanzaron más notoriedad—, en los que por lo general se representa a personas al final de su vida y que invitan más a sentir lástima que a cuestionar todo un sistema”. En ese sentido, ella destaca que “la que seguramente sea la producción cultural más popular sobre el sida, la película ‘Philadelphia’, es obra de un director heterosexual, Jonathan Demme, y está protagonizada, asimismo, por hombres heterosexuales: Tom Hanks, Denzel Washington y Antonio Banderas”.

Frente al discurso dominante sobre la enfermedad, representada por los medios de comunicación hegemónicos desde una dimensión privada, una tragedia personal resultado de decisiones individuales, sin abordar el papel que las condiciones sociales, políticas y económicas tuvieron en el desarrollo de la crisis del sida, los relatos creados desde el arte activista situaban la lupa en otros lugares. En una anotación de 1991 en sus diarios, publicados en español por Caja Negra treinta años después, Wojnarowicz dice ser consciente del papel “que cumplen los medios de comunicación y de cómo la manipulación que hacen de las imágenes sobre este virus puede afectar la percepción del público y hasta a las fundaciones que investigan en materia de salud”. Unos meses antes, otro apunte resumía su postura al respecto, como artista y persona afectada por el VIH: “Las ventanas son mi televisión y las calles mi periódico”.

Para Andrea Galaxina, “la manera en la que se cuenta una enfermedad, en este caso el sida, influye poderosamente en cómo se aborda política, social y económicamente. Y los activistas del sida se dieron cuenta de esto muy pronto y empezaron a trabajar en enunciar, a través del arte y de otros canales, cuáles eran los problemas que planteaba la crisis del sida —que iban más allá de ser una cuestión exclusivamente sanitaria—, quiénes eran los culpables de haber llegado a esa situación y en proponer posibles soluciones”. Ella subraya que la crisis del sida, “como se encargaron de denunciar incansablemente los activistas”, fue el producto de una combinación de factores “entre los que destacan el capitalismo voraz, las políticas ultraconservadoras, el racismo, la homofobia y la total despreocupación por proteger a los más débiles”.

El silencio mata

En 1986 el proyecto artístico ‘Silence = Death’ creó una de las imágenes más icónicas y representativas del movimiento antisida. Un póster sencillo con fondo negro, en el centro el triángulo rosa con el que los nazis señalaban a los prisioneros homosexuales en los campos de concentración, pero invertido, con el vértice hacia arriba, y el lema ‘silence=death’ (silencio igual a muerte). El cartel se pegó en la calle y en establecimientos, y acabó convertido en un emblema muy reconocible, aunque las reacciones iniciales fueran de incomprensión en algunos casos.

Un año después se fundó en Nueva York ACT UP, un colectivo político de acción directa que pretendía influir en el gobierno, en las instituciones sanitarias y en la industria farmacéutica para informar, prevenir y encontrar tratamientos adecuados frente al sida. Sus actuaciones, organizadas horizontalmente, consiguieron llamar la atención y difundir ampliamente sus mensajes, siempre muy críticos con la inacción gubernamental, la codicia de las corporaciones y las intromisiones religiosas, en un entorno muy difícil por el fundamentalismo reaccionario que presidía la Casa Blanca. Hasta 1985, cuatro años después de los primeros casos oficiales, el presidente Ronald Reagan no pronunciará la palabra sida en público. Su primer discurso sobre el tema tendrá lugar dos años y varios miles de muertos después, en 1987.

El trabajo de ACT UP sirvió de archivo de los saberes contra el sida y para que esa información circulara, también realizó análisis políticos de la situación y “transformó el cuerpo enfermo en cuerpo político, lo que supone un enorme desafío al ‘statu quo’, ya que al mostrarlo desde el yo, despojado de moralina y sensacionalismo, no pretende despertar compasión o lástima sino exponer su mera existencia en una sociedad en la que la (buena) salud funciona como requisito imprescindible para la productividad y por tanto para validarnos dentro del sistema”, se lee en ‘Nadie miraba hacia aquí’. La presión de ACT UP, afirma Andrea Galaxina, obligó a científicos y médicos a tener en cuenta sus opiniones.

La dimensión artística resultó fundamental en las acciones de ACT UP. ‘Silence = Death’ se integró en el colectivo, que desarrolló nuevos grupos dedicados a las acciones creativas como Gran Fury, que en 1988 diseñó otra imagen memorable: el cartel ‘The Government has blood on its hands’ (El Gobierno tiene las manos manchadas de sangre). Gran Fury también se encargó de realizar varios trabajos gráficos sobre una realidad ampliamente ignorada entonces: el impacto del VIH sobre las mujeres y cómo habían sido excluidas de los procesos médicos, desde el diagnóstico al tratamiento.

Pero Galaxina apunta que, si hay un formato fundamental para explicar y entender el arte creado en el contexto de la crisis del sida, este es el vídeo, con la aparición y proliferación de videocámaras: “El vídeo del activismo antisida contará entre sus características con la utilización de recursos muy precarios, un trabajo de edición limitado y, en la mayoría de las ocasiones, la ausencia de la voz en ‘off’ dando todo el protagonismo a las personas con sida que, al contrario de lo que sucedía en los programas de televisión comerciales, aquí aparecen como sujetos empoderados con una voz propia”.

Evaluando lo que consiguió el arte activista, la autora de ‘Nadie miraba hacia aquí’ destaca que, al menos, puso sobre la mesa preguntas sobre la utilidad del arte cuando la gente se está muriendo en masa o si se puede considerar arte un póster reproducido infinitamente, pegado en las calles y sin autoría conocida. “Las propuestas del arte activista —valora Andrea Galaxina— ponían el interrogante sobre esto en un momento, y no es casualidad, en que el arte contemporáneo se estaba convirtiendo en un objeto especulativo de primer nivel y que, para más inri, afectaba sobremanera a artistas que vivían con sida”.

Preguntada por la posibilidad de que la crisis del coronavirus pueda producir respuestas artístico-activistas similares a las que trata en el ensayo, ella cree que algunas fuerzas motoras del arte durante la crisis del sida, como la rabia, están ausentes ahora, pero no descarta que, en este marco actual, puedan aparecer obras con fondo y forma. “Es probable que aún sea demasiado pronto para poder generar algo lo suficientemente reposado que proponga algo interesante más allá de los lugares comunes de ‘la soledad del confinamiento’, ‘el uso de la tecnología’, la idea esa que nos vendieron al principio de la pandemia de que colectivamente se puede superar todo, que ahora parece que se desmorona. Seguro que surgirán cosas interesantes, pero creo que apelarán más a la pospandemia y a ese territorio devastado por el individualismo, el egoísmo de los países ricos, la destrucción de lo público y la crisis emocional brutal que va a derivar de todo esto. Espero que ahí el ‘arte del coronavirus’ señale y responda de manera valiente, igual que hizo el arte de la crisis del sida”, compara esta especialista.

Cada semana fallecía alguien

El 1 de diciembre de 1989, Joan Tallada daba vueltas por la plaza de Cataluña en Barcelona con una hucha en la mano, tratando de animar a los transeúntes a colaborar con la causa. Fue la primera acción de ACT UP Barcelona en la que participó, tras haber militado en el Front d'Alliberament Gai de Catalunya. El impulso de ACT UP en Estados Unidos propició el nacimiento de otros grupos similares en el mundo anglosajón, como Outrage!, Queer Nation o Lesbian Avengers. Y estos modos de activismo político y artístico contra el sida, de cuestionamiento radical y búsqueda de soluciones prácticas a problemas concretos, también se extendieron por Europa. “No creo que tuviéramos objetivos muy definidos, la idea general era visibilizar la problemática del sida como una problemática política, no como un tema estrictamente de salud. Dicho de otra manera: una politización de un tema de salud, entender que los problemas de salud no son solo una cuestión biomédica sino también política, económica, cultural y social. El VIH escenificaba esa idea como ningún otro problema en ese momento”, recuerda Tallada en conversación telefónica.

La reclamación de políticas a favor de la prevención y contra la discriminación de las personas afectadas por el VIH fue el eje sobre el que orbitó la actividad de ACT UP Barcelona. Desarrollaron acciones como dibujar con tiza en el suelo de la plaza de Sant Jaume, donde están las sedes del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat, las siluetas de personas para representar a quienes habían fallecido por el sida. Hasta allí llevaron ataúdes de cartón en una suerte de procesiones fúnebres. También realizaron acciones de ‘carrying’ en la Cárcel Modelo, siguiendo lo que hizo el artista Pepe Espaliú, portando en brazos a personas en relevos de parejas para visibilizar la solidaridad y el apoyo de la comunidad a las personas con VIH. “Lo hicimos para llamar la atención sobre la falta absoluta de acciones de prevención y cuidado para las personas con VIH en las cárceles, fue bastante emotivo”, explica Tallada. Otra intervención tuvo lugar en el Hospital del Mar, para denunciar el trato que se había dado a un enfermo de sida con demencia al que se ató a la cama para evitar que se levantara. Desplegaron una pancarta desde la última planta y, tras ocupar el vestíbulo, consiguieron una reunión con la directora del hospital y el compromiso de que se cambiarían los protocolos de actuación con pacientes de VIH. Finalmente, el hospital fue condenado por malas prácticas en este caso.

Sin embargo, Tallada huye del triunfalismo al valorar los logros de sus actuaciones: “Apenas conseguimos nada a corto plazo, prácticamente nada, muy poco. Era un momento muy difícil, no había tratamientos antirretrovirales, se empezaba a utilizar el AZT y quizá alguno más, pero eran tratamientos que no funcionaban bien, ahora sabemos por qué. Había mucha histeria social en torno al VIH y políticamente era un tema tabú. Hubo algún político fallecido por el sida en el parlamento catalán y nunca se ha hecho público, que lo entiendo porque las familias tienen todo el derecho a mantenerlo confidencial, pero es algo que incidía en el estigma y la discriminación. No tengo la sensación de que en el corto plazo consiguiéramos gran cosa”. Lo que sí recuerda como muy positivo es el hecho de que las personas con VIH sintieran que sus voces se escuchaban, aunque no salieran en la televisión, y que había una cierta difusión de información.

Tallada reconoce que mantiene una relación ambivalente con la exaltación de la memoria de lo que hicieron durante aquellos años. No quiere mirar atrás con nostalgia y tampoco caer en el adanismo, ya que sus acciones bebían de una tradición, no surgían de la nada. “Fueron tiempos durísimos —lamenta—, cada semana fallecía alguien. Fuimos la respuesta necesaria a una situación concreta. A veces se nos ve como héroes, pero éramos simplemente gente intentando sobrevivir. No hay que mitificar. En ACT UP Barcelona había gente que era activista por vocación pero otra mucha lo fue por accidente, porque no tenía más remedio y su vida no se hubiera politizado si no hubiera tenido VIH o su pareja o sus amigos”. Sí valora que ACT UP resultara semilla, caldo de cultivo para posteriores florecimientos, como el Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH.

Además de este movimiento en Barcelona, en Madrid hubo dos nombres propios que operaron bajo coordenadas parecidas: La Radical Gai y LSD. La Radical Gai se fundó en 1991 como una escisión de COGAM y en 1993 se crea un grupo formado por lesbianas llamado LSD. “La Radical Gai y LSD —Lesbianas Sin Duda, Lesbianas Son Disruptivas,...— fueron dos colectivos que nacen y actúan en contacto generacional y formando parte del tejido social que se articula en el barrio de Lavapiés”, señala Fefa Vila, quien participó en ambos grupos y en los últimos tiempos ha comisariado diversas exposiciones sobre las intervenciones, publicaciones, traducciones, pegatinas, manifestaciones o fiestas que organizaron. La Radical Gai publicó durante sus años de actividad el fanzine ‘De un plumazo’, del que se llegaron a lanzar seis números y un par de dosieres de entre los que destaca ‘Silencio = Muerte’. Por su parte, LSD editaron cuatro números de otro fanzine, ‘Non Grata’. Ambos colectivos llevaron a cabo campañas ‘artivistas’ —la palabra “artivista” fue concebida en LSD, asegura Vila— como ‘El ministerio (de Sanidad) tiene las manos manchadas de sangre’, y promovieron boicots a entidades y empresas como Cruz Roja, Iberia o Renfe por “vernos como colectivos de riesgo”.

Para Vila, el objetivo era claro: la vida, sobrevivir, “física y simbólicamente”, y lo que se logró fue “revertir procesos que estigmatizaban y creaban odio hacia nuestros cuerpos y vidas. Conseguimos que se cortasen y que midiesen sus palabras en los medios de comunicación y sus agresiones en tantos otros contextos sociales”. Ella enumera con fruición los efectos tangibles que provocaron esas propuestas artísticas activistas: “Visibilizar, poner nombre e imagen; desplazar imaginarios y contextos llenos de estigma, odio, dolor y muerte, y redireccionarlos mediante discursos encarnados en primera persona, en muchas primeras personas, con mucha rabia, contra el capital que era ya global; crear nuevas alianzas entre sectores políticos diversos; poner en la agenda de la izquierda lo LGTBIQ, crear estrategias internacionales; sacar el arte del muermo del museo y poner los discursos artísticos en circulación para una comprensión y una vida en común y de defensa de lo común, de lo más frágil…”. También entiende que las intervenciones activistas, por efímeras que fueran, dejaron huella y allanaron el camino para cambios posteriores: “Radicalizar tanto el contexto en esos años fue lo que permitió luego el paso a políticas institucionales que, por ejemplo, ampararon el matrimonio homosexual, sin apenas discusión social al respecto en España”.

Los optimistas
Aunque el sida ya no figure en las portadas, salvo para recordar efemérides como el 40 aniversario en 2021 de los primeros casos comunicados, las cifras siguen siendo muy importantes y demuestran que el riesgo aún existe. Según ONUSIDA, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida, 37,7 millones de personas vivían con VIH en todo el mundo en 2020. Ese año, un millón y medio de personas contrajeron la infección, con la mitad de los nuevos contagios registrados en mujeres y niñas. Desde el pico alcanzado en 1997, las nuevas infecciones por VIH se han reducido en un 52%. 680.000 personas fallecieron a causa de enfermedades relacionadas con el sida en 2020.

En la producción cultural, la epidemia de VIH es un asunto que puntualmente continúa apareciendo, con mayor o menor fortuna en sus acercamientos. Sobre arte y sida, por ejemplo, gira el argumento de la novela ‘Los optimistas’, de Rebecca Makkai, publicada en 2021 por Sexto Piso. Se trata de una trama con dos momentos temporales, 1986 y 2015, en la que la autora entremezcla el terror que la irrupción del VIH crea en un grupo de amigos y los intríngulis del mercado del arte. En ‘Fiebre’ (Random House, 2021), el escritor italiano Jonathan Bazzi realiza un ejercicio autobiográfico singular sobre su experiencia con el VIH.

Y en el audiovisual, la película ‘120 pulsaciones por minuto’ dirigida por Robin Campillo y estrenada en 2017, recrea los primeros años 90 y el nacimiento de la versión de ACT UP en París. Y la serie ‘It’s a sin’, dirigida por Russell T. Davies, creador de ‘Queer as folk’ y responsable del renacimiento televisivo de ‘Doctor Who’, se sitúa en el Londres ochentero para asistir al impacto que supuso la llegada del VIH en la comunidad homosexual.

2022/02/19

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | LA VIDA RÁPIDA Y MUERTE LENTA DE MARÍA ISABEL: LA MUJER QUE DESENCADENÓ LA HUELGA DE PROSTITUTAS EN BILBAO

Público / Andrea Momoitio //
La vida rápida y muerte lenta de María Isabel: la mujer que desencadenó la huelga de prostitutas en Bilbao.

Guillermo Martínez | Público, 2022-02-19

https://www.publico.es/culturas/lunatica-andrea-momoitio-vida-rapida-muerte-lenta-maria-isabel-mujer-desencadeno-huelga-prostitutas-bilbao.html 

Esta historia está escrita desde las esquinas, las sombras de los calabozos, la represión de los tribunales franquistas aún perennes en democracia, la tortura psiquiátrica y la lucha callejera. También desde el olvido a un nombre propio, a unas protestas comunales: María Isabel Gutiérrez Velasco, que murió quemada en una celda de la prisión de Basauri el 9 de noviembre de 1977. La movilización de las prostitutas de Bilbao que eclosionó en la huelga que llevaron a cabo dos días después del fallecimiento vendría después. La periodista Andrea Momoitio desanda los pasos que un día dio una tambaleante María Isabel en ‘Lunática’ (Libros del K.O., 2022), la publicación que resucita esta historia tan calcinada como fugaz. Hasta ahora.

"No sé escribir un libro, pero lo he intentado, entre miedos, vinos y muchos bloqueos", advierte la también cofundadora de ‘Pikara Magazine’ al principio de la monografía. Una vez leídas las 230 páginas que la componen, cualquiera podría afirmar que lo ha conseguido. "Ha sido un proceso muy largo, tedioso, caro, y ahora tengo un mono importante. Durante los últimos años de mi vida me he dedicado a preguntar a personas en cada esquina, casi de manera aleatoria y enfermiza, si conocían a María Isabel o algo de su entorno", relata la escritora a ‘Público’.

Decenas de testimonios, múltiples traslados de una ciudad a otra, ejercicios de memoria con personas que no sabían siquiera qué recordaban exactamente de aquella época son la base de ‘Lunática’, de una María Isabel con "mala luna" cuya vida terminó calcinada dentro de una celda. "El día de la muerte también comienza algo, pero dura muy poco tiempo, como su propia vida, que parecía condenada a vivir cosas intensas y cortas. Tras su muerte se crea el Comité de Prostitutas de Cortes, la calle de Bilbao que frecuentaban, pero apenas un mes después ya estaba desintegrado", relata Momoitio. María Isabel murió a los 23 años con un hijo a punto de cumplir los cinco cuando su madre falleció. Ella estaba esperando el traslado a un centro psiquiátrico de Madrid.

El periplo judicial y psiquiátrico de María Isabel empezó como empiezan muchas de las historias más injustas de aquel tiempo: en los términos recogidos en Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, no derogada hasta 1995. Una historia vital marcada por los varapalos y la persecución policial que también la convirtió en víctima del régimen franquista, como los centenares de presos sociales que en aquellos momentos llenaban las cárceles españolas. Según apuntilla Momoitio, "María Isabel no tenía mucha capacidad ni muchas herramientas para hacer frente a la dictadura. Tan solo se buscaba la vida, por si eso fuera poco".

Higienismo, prohibición y ostracismo
En realidad, eso ya era mucho, muchísimo. "Las putas estaban atravesadas por un engranaje de normas franquistas que buscaban guardar la moralidad católica", recoge la autora en su libro. Pero eso no siempre fue así. La dictadura franquista, al principio, siguió las posturas higienistas, esto es el control de las prostitutas pero siempre pensando en la salud de los hombres y de cara a evitar la propagación de enfermedades veneras. "Eso cambió en torno a 1955, cuando el régimen apuesta por el prohibicionismo, lo que condenó al ostracismo a las prostitutas y obligó a que desempeñaran su trabajo en condiciones de mayor vulnerabilidad", reflexiona la autora.

Este libro publicado sobre uno de los muchos acontecimientos que sacudieron Bilbao durante la Transición pinta a una María Isabel incontrolable, rebosante de vitalidad: "Las personas que no dejan rastro son esas que no se saltan ninguna norma, pero ella precisamente saltó y saltó", concretiza la monografía. Saltó tanto que el eco de sus gritos de auxilio echan por tierra cualquier diagnóstico oficial sobre su salud mental. ¿Cómo escuchar, entonces, esa desesperanza momentánea que sobrecogía a la María Isabel más impulsiva? "He tenido que leer entre líneas, y ha sido una gran pelea el poder acceder a la información sobre su estado psíquico. Al final me di cuenta de que no quería saber lo que opinaba la psiquiatría franquista sobre ella", enuncia la autora.

Su trabajo de investigación, casi de arqueología, se presenta en la publicación como la extensión de un 'yo' que surca la línea de lo personal y lo profesional. La periodista indaga, insiste y reflexiona sobre sus propios anhelos, la configuración del olvido, la presencia de la memoria. "En ocasiones, ha sido complicado asumir y respetar los silencios de las personas que decidían no facilitarme la información que tenían. Yo, como muchas periodistas, tenemos la idea de que la memoria es justicia, y me di cuenta de que mucha gente no comparte esta opinión y cree que es mejor que el pasado quede enterrado", se explaya Momoitio.

La unión de los marginados

"Esa firmeza con la que caminan quienes no tienen nada que perder, ni que ofrecer. Esa firmeza con la que sobreviven esos a los que se les ha despojado de todo", tal y como aparece en la publicación, es la misma firmeza con la que se manifestaron el incipiente y organizado colectivo LGTBI, el movimiento feminista y los grupos de apoyo a la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) tras el fallecimiento en prisión. "En ese tránsito hacia esta democracia, cada grupo fue encontrando su sitio, pero estos quedaron en segundo plano, así que se unieron para reclamar sus derechos", agrega la periodista, quien aprecia ciertos paralelismos con el presente. De ahí surgió una Coordinadora de Marginados a nivel estatal de la que también formaban parte los objetores de conciencia.

En ese "veneno compuesto de calle y cárcel", tal y como Momoitio califica, María Isabel se calcinó, pero todas sus compañeras también estaban muy quemadas. "A sus espaldas tenían la presión moral del régimen franquista, presiones familiares y del entorno social, la nula aceptación que tenía su trabajo, la persecución policial... Estaban completamente machacadas, y es que en realidad estaban condenadas a la prostitución por la inexistencia de posibilidades fuera de ella", explica la cofundadora de ‘Pikara Magazine’.

En retrospectiva, es la propia Momoitio quien asume que el debate sobre la prostitución es el debate que lo atraviesa todo. "Al movimiento feminista nos hace falta mucha memoria, porque hemos aprendido poco desde entonces. Muchas de las propuestas actuales ya se intentaron en el pasado y no sirvieron, sino que llevaron a las mujeres a una situación de mayor vulnerabilidad. Si eso lo tuviéramos claro, al menos podríamos proponer cosas nuevas y no repetir los mismos errores", desarrolla.

Una muerte común y comunalizada
"La vida se acababa cada noche al irse a la cama, y estaba más que ganada si podía dormir tranquila", explicita Momoitio en la publicación. Hasta que un día no pudo. La escritora continúa: "María Isabel ni se suicidó ni fue asesinada. Estoy segura de que fue un simple accidente y me jode". En realidad, lo que la autora cree es que "María Isabel fue una desgraciada incluso para eso, para tener una muerte común, pues en esa misma época hay documentados otros casos de presos que mueren por el mismo motivo". Atrás quedaban sus ingresos en psiquiátricos, sus viajes a comisaría, las escaramuzas de los centros en los que la recluían y las repetidas idas y venidas de Bilbao a Santander como escapatoria del día a día.

Por delante quedaba la solidaridad que inundó parte de Bilbao durante los siguientes días. Esos días, de hecho, fueron pocos. La propia idiosincrasia de las componentes del movimiento y su situación a nivel social no ayudaron a que se pudiera hacer algún tipo de presión para que se esclarecieran los motivos reales del fallecimiento. Momoitio quizá sea la persona que más conoce a María Isabel tras haber hablado con algunos de sus familiares, personas que la conocieron e, incluso, hombres que mantuvieron relaciones sexuales con ella: "Me da mucha pena no haber encontrado a nadie que dijera que fue su amigo. Me da mucha pena pensar que a lo mejor nunca tuvo uno", reflexiona al respecto.

Así, de la prostituta María Isabel que abrió periódicos en 1977, el texto final presenta a Maribel; y es a ella a quien quiere la autora después de bucear en la vida de esta chavala que falleció entre rejas, con sufrimiento psíquico, con un hijo de 4 años. Hasta casi dos meses después del fallecimiento, el Juzgado de Peligrosidad y Rehabilitación Social no archivó su expediente. María Isabel no tiene ningún asunto pendiente con la justicia, ¿y viceversa?

2022/02/14

LIBROS | Momoitio, Andrea | Lunática

Momoitio, Andrea (2022) [02-14]. Lunática. Madrid : Libros del K.O.


[.es] En 1977, el cadáver de María Isabel Gutiérrez Velasco aparece calcinado en una celda de la prisión de Basauri (Bizkaia). Sus compañeras no se creyeron la versión oficial y esos días declararon una huelga de prostitutas en Bilbao. De la mano de otros colectivos políticos, organizaron manifestaciones y encierros para exigir la amnistía de las y los presos sociales y la derogación de leyes franquistas que afectaban especialmente a la chusma. ¿Pero quién era María Isabel? La periodista Andrea Momoito, cofundadora de la revista ‘Pikara Magazine’, emprende en ‘Lunática’ una búsqueda originalísima, apasionada, a ratos caótica, callejera, marginal, intuitiva, detectivesca, desesperada y torrencial. Un crudo y tierno retrato de los márgenes de la sociedad, y una denuncia ácida y sistemática de los mecanismos de represión.

«Una historia fascinante y sobrecogedora, real pero ignorada hasta ahora, que nos habla de explotación, machismo, mentiras oficiales, desidias criminales y prejuicios, contada con sensibilidad y extraordinaria potencia narrativa. Un gran libro». Rosa Montero

2022/02/09

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | UNA HUELGA DE PUTAS EN EL BARRIO

Pikara // Foto de Javier Freijanes para la revista ‘Posible’ intervenida por Zuriñe Burgoa

Una huelga de putas en el barrio.

En 1977, el cadáver de María Isabel Gutiérrez Velasco aparece calcinado en una celda de la prisión de Basauri (Bizkaia). Sus compañeras no se creyeron la versión oficial y esos días declararon una huelga de prostitutas en Bilbao.
Andrea Momoitio | Pikara, 2022-02-09
https://www.pikaramagazine.com/2022/02/una-huelga-de-putas-en-el-barrio/ 

En 1977, el cadáver de María Isabel Gutiérrez Velasco aparece calcinado en una celda de la prisión de Basauri (Bizkaia). Sus compañeras no se creyeron la versión oficial y esos días declararon una huelga de prostitutas en Bilbao.

Mi historia con María Isabel está indisolublemente vinculada a Pikara Magazine. La primera vez que escribí sobre ella fue en un artículo que publiqué en +Pikara, el blog que tenemos en eldiario.es. 2016.

Yo ya estaba obsesionada con aquella historia. En mi barrio, San Francisco, en 1977, un grupo de prostitutas se habían puesto en huelga para tratar de esclarecer qué había pasado con María Isabel Gutierrez Velasco. El 9 de noviembre de 1977 apareció muerta en una celda de la cárcel de Basauri. Sus compañeras no se creyeron la versión oficial [que, en realidad, fueron varias] y aquellos días convocaron las primeras protestas: manifestaciones, encierros en un hospital, encadenamientos a puentes. No estaban solas. De su mano, el incipiente movimiento feminista, el movimiento homosexual (utilizando la terminología de la época) y los comités de apoyo a la COPEL. Digo bien: comités de apoyo. Porque la COPEL solo existía dentro de la cárcel. La coordinadora de presos en lucha vivió sus años álgidos entonces, en esa época que llamamos Transición, cuando todavía algunas y algunos creían que era posible ponerlo todo patas arriba.

Mi María Isabel. Una huelga de putas en mi barrio.

Desde que escuché hablar de aquello por primera vez, he preguntado por aquí y por allá incansablemente. Algunas vecinas guardaban pequeños recuerdos; otras, como Marta, La Discreta, era capaz incluso de explicarme en qué situación exactamente quedó su cadáver. He contado los pasos por el barrio, he tocado timbres, he hecho nuevas amigas; he conocido a Olga y a Vicente; he entendido mejor por qué es tan importante en el barrio la procesión del Nazareno y, ahora, yo también miro con amor al Pelos.

Lo he querido saber todo. Hemerotecas. Archivos. Decenas de entrevistas. Peticiones denegadas y vuelta a empezar. Santander. Bilbao. Salamanca. Pregunta por aquí y pregunta por allá con una obsesión entre ceja y ceja: ella. ¿Quién era María Isabel? ¿Dónde estuvo antes de llegar a Bilbao? En 2018, a partir del planteamiento del movimiento feminista de hacer una huelga, pensábamos que podía ser bonito hacer un especial sobre otras huelgas desconocidas y aproveché para publicar “Las putas que clamaron por María Isabel“. Mis ganas de profundizar en su historia, de jugármela con los límites, iban en aumento. En San Cristóbal de las Casas, mientras Zuriñe pasaba un virus, en la puerta de casa de Laura, decidí que la historia era importante y que quería contarla yo; entendí que ya estaba unida profundamente a una mujer que murió antes de que yo naciera. Sus miedos, su locura, su familia, su fuego, todo empezó a formar parte de mí. En uno de los archivos que he visitado, ante mi empeño por los detalles y mi obsesión por María Isabel, llegaron a insinuarme que mi trabajo nunca sería riguroso y tienen razón. 'Lunática', el libro que acabo de publicar con Libros del K.O, es el relato de una obsesión. Emilio Sánchez Mediavilla, mi editor, escribe en la contraportada que ha sido una búsqueda “originalísima, apasionada, a ratos caótica, callejera, marginal, intuitiva, detectivesca, desesperada y torrencial”. Ha sido, desde luego, la búsqueda de mi vida y, el día que tuve en mis manos su foto, el día que abracé a su hermano o el día que conocí a su madre, fui profundamente feliz.

En 'Lunática' podréis conocer mejor mi obsesión, pero, sobre todo, podréis conocer mejor a María Isabel. ¡Menuda tía! Creo que no nos llevaríamos muy bien, la verdad, pero la quiero por encima del tiempo, de lo posible, por encima de lo que significa estar viva o estar muerta. Su muerte fue una chispa, una pequeña chispa en un noviembre cualquiera, que pudo haber cambiado las condiciones materiales de las prostitutas de Bilbao, pero que, finalmente, no cambió casi nada. Eso sí, nadie podrá decir nunca que su historia es una historia desconocida.

Ojalá ‘Lunática’ sea una excusa contra el olvido.

MIKEL/A, AQUÍ ESTAMOS Y NO NOS OCULTAMOS

Mikel/a enseña cacho en la 2ª Gayakanpada de EHGAM, 27-29 agosto 1993, Muxika // Este trabajo, no podría ser de otra manera, está dedicado e...