Las dos viudas del faraón Terenci. En una vida repleta de amores con hombres, resulta paradójico que Terenci Moix agotara su última etapa entre dos mujeres. Inés, su guardiana, y su hermana Ana María Moix. El novelista catalán ha muerto sin dejar testamento. La escritora Cristina Peri Rossi, amiga de la familia, cuenta cómo son ellas.
Cristina Peri Rossi | Crónica, El Mundo, 2003-04-06 https://www.elmundo.es/cronica/2003/390/1049639033.html El 3 de abril de 2003, día de las exequias fúnebres del enfant terrible, del Rimbaud de la literatura castellana y catalana, Terenci Moix, un hermoso anuncio con su fotografía, publicado en las páginas de El Mundo decía: «Siempre estaré a tu lado»; firmaba: Tu Seshat invicta. Los lectores atentos podrían recordar que su último libro, 'El arpista ciego', que en marzo había recibido el premio de la Fundación José Manuel Lara a la mejor novela, estaba dedicado a «Inés González, Seshat invicta». La clave se había revelado: detrás de este gran hombre, había una mujer, por lo menos. No era la primera vez que la nombraba; aparecía también en la lista de agradecimientos de sus memorias, 'El peso de la paja', junto a Ana María Moix y a Pere Gimferrer. Pero le había hecho otra dedicatoria célebre, la de 'La Venus Bonaparte', de l994: «A Inés González, la guardiana de las cosas más bellas de mi vida, este libro que le pertenece por entero».
Desde entonces, muchos amigos y conocidos del escritor, como Manolo Vázquez Montalbán, la han llamado «la guardiana». Le pertenecía porque esa novela histórica fue fruto de una investigación detallista y minuciosa que realizaron conjuntamente, revisando archivos, leyendo decenas de libros, recorriendo librerías de viejo. «Hasta conseguimos un catecismo que había pertenecido a Napoleón», recuerda Inés.
No hay ni una gota de vanidad en ese plural, sino la admiración y la devoción que sintió por él, desde que lo conoció, en Madrid, cuando Terenci Moix realizaba para TVE el programa cinematográfico 'Más estrellas que en el cielo', en l989. Por el plató desfilaron algunos de los grandes mitos (Kirk Douglas, Lauren Bacall) y duró 19 semanas; Terenci era el director y guionista, desarrollaba una actividad febril, porque, además, escribía una crónica en el diario ABC: ‘Mis inmortales del cine’.
Detallista, exigente, ansioso, necesitaba una ayudante y secretaria, y TVE le hizo el mejor regalo de su vida, según las palabras del autor: le adjudicó a Inés González, una jovencita de 20 años, nacida en Madrid, que había hecho Relaciones Públicas y que se sintió deslumbrada, fascinada por la personalidad del escritor y por el programa (entonces, Terenci Moix se había separado del actor catalán Enric Majó, el gran amor de su vida. La separación fue muy dolorosa y sufrió una fuerte depresión de la cual la ansiedad y la euforia parecían ser los síntomas maníacos. Enric lo visitó días antes de morir y lo acompañó con muchísimo cariño).
Terenci Moix no ha dejado testamento, por lo cual sus herederos son los legales. Sus archivos, su valiosa cinemateca, su numerosa correspondencia, sus manuscritos, su gran biblioteca y todas sus colecciones forman un material muy importante para conocer su vida y su obra. Inés González y Ana María Moix están dispuestas a colaborar conjuntamente para abrir una fundación donde se pueda estudiar toda esta documentación. La sede estará en Barcelona y la vestal o guardiana será Seshat invicta.
Sólo los varones heterosexuales creen que a los homosexuales no les gustan las mujeres; las mujeres, y ellos, saben que no es así. En algunos casos, los varones homosexuales han tenido intensas relaciones afectivas con mujeres, con independencia o no de mantener relaciones sexuales con ellas. Es el caso de Terenci, de nuestro entrañable Terenci del Nilo, autor de las memorias más introspectivas y psicológicamente sutiles de la literatura en castellano.
Todos los merecidos y emocionados homenajes que ha recibido al morir demasiado joven (Terenci siempre fue demasiado joven para todo, salvo para escribir: para emigrar a Roma y a Londres, para el sexo, para morir) hay que hacerlos extensivos a dos mujeres que lo cuidaron con amor, cariño, ternura, que lo mimaron, que cumplieron todos sus deseos -a veces de niño mimado y caprichoso-: su hermana, la escritora Ana María Moix y su secretaria, asistente, dama de compañía, enfermera, discípula y admiradora Inés González.
A Terenci le atraían las mujeres fuertes e inteligentes, como su madre, a quien había admirado especialmente porque en una época oscura, provinciana y represora como la posguerra, había osado tener un amante. Es posible que todas las que admiró fueran un reflejo especular e idealizado de su madre; lo cierto es que despertaba en las mujeres un sentimiento maternal, protector, que disfrutaba con ello, porque era una especie de salvoconducto para los aspectos más infantiles de su carácter: el despotismo, los caprichos, la autocomplacencia y el narcisismo.
A pesar de la juventud de Inés, Terenci reconoció en ella la fortaleza, la capacidad de entrega y de protección de las vestales y de las madres coraje. A partir de esta primera colaboración, Inés se convirtió en imprescindible y fueron inseparables: cuando el escritor terminó su trabajo en Madrid y volvió a Barcelona, le pidió que lo acompañara. La joven madrileña del barrio La Paz (nacida el 20 de abril: Aries con ascendente Leo, reconoce, con cierto orgullo: un carácter firme, invulnerable. Sin embargo, completamente sensible a las demandas, a las exigencias a veces desbordantes de Terenci) vivía con sus padres.
Cuenta que su madre se opuso, en principio, a que siguiera al escritor a Barcelona, pero el flechazo se había producido y era imparable. Dejó la televisión para contraer este «perfecto matrimonio blanco», como ambos llamaban a su estrecha relación de colaboración, apoyo y compañerismo. Porque para estar al lado de Terenci había que compartir todos sus mitos, sus entusiasmos y proyectos.
Inés fue su discípula, algo que considera un privilegio: se matriculó en Historia Antigua en la Universidad de Barcelona, obtuvo excelentes calificaciones y Terenci estaba orgulloso, porque él no había estudiado académicamente. Era mucho más que una secretaria, aunque conservaba cierta independencia territorial: el escritor alquilaba dos pisos en la calle Muntaner (uno, entero, estaba dedicado a su cinemateca, compuesta por más de 3.000 películas, a sus libros, sus discos y sus vastos archivos) y ella, por las noches, regresaba al suyo, tres calles más allá.
Inseparables
Terenci fue un gran noctámbulo: amaba la noche. Era entonces cuando prefería escribir mientras fumaba ansiosamente, le gustaba volver a ver sus viejas películas, reunirse con sus amigos o pintar. Inseparables (título de un apasionante film de David Cronemberg), en una entrevista el escritor había dicho: «Sólo podría amar a alguien igual a mí mismo», ingenua confesión de narcisismo, pero lo cierto es que consiguió transferirle sus gustos y sus pasiones.
Sin embargo, Inés conservó siempre su propia personalidad; para sorpresa de Terenci le gustan los deportes, y solía enfundarse un chándal y hacer footing, acompañada, a veces, por Ymelda Navajo, durante el tiempo en que la directora de Planeta vivió en Barcelona. También le gusta nadar, y ganó un trofeo, del cual se siente orgullosa, en la tradicional competencia del Puerto, en Navidad.
La otra mujer sin la cual no podía vivir era su hermana, la escritora y editora Ana María Moix. Nacida unos años después, en l947, fue una poeta y narradora precoz, mimada por la ‘gauche divine’. Íntima amiga de Carlos Barral, de Jaime Gil de Biedma, de José María Castellet, compartió sus noches de vino y rosas, su amores, su Cadaqués o su Calafell. Demasiados ‘gin’ y demasiados ‘dry martinis’ para alguien tan joven y tan sensible, pero fue una época inolvidable. Yo la conocí en l973 y desde entonces somos grandes amigas; generosa, tierna y dotada de un humor corrosivo supo elegir la vida al alcohol, el compañerismo a las pasiones desbordadas de la juventud. Terenci sentía admiración y respeto por su hermana, más lírica, y en noches intensas le leyó siempre los largos capítulos de sus novelas todavía inéditas; decía que era ella quien le ponía las comas, y tratándose de un escritor meticuloso y a veces inseguro, las comas tenían mucha importancia.
Ana María lo cuidó siempre, estuvo a su lado y en los últimos años compartió con Inés González las vicisitudes de la enfermedad. Toda su ternura se ha volcado en los homenajes que le ha rendido en estos días, donde no faltó un detalle conmovedor: haber colocado en la solapa de Terenci la escarapela del club de admiradores de Sal Mineo, que el escritor había comprado a través de una subasta en Internet.
Son dos escritores completamente diferentes. Ella fue incluida en la famosa antología de Castellet 'Nueve novísimos poetas españoles', junto al amigo común, Pere Gimferrer, pero en esa antología no estaba Terenci. Recientemente, Ana María ha publicado una crónica sobre el periodo más particular de la cultura catalana de los últimos 50 años: '24 horas con la gauche divine'.
A pesar de las grandes diferencias de la literatura de ambos, hay algo que los une: las formas del neorromanticismo -el gusto por el fetichismo, los iconos y el cine- y la capacidad de renovación, de transgresión. Quizás compartieron lo más profundo: el amor por las mujeres de carácter fuerte, las clásicas malas de las películas (las actrices favoritas de Terenci fueron Bette Davis y Joan Crawford).
En este gineceo no puede faltar la gran amistad y colaboración que lo unió a la actriz Nuria Espert. Hace pocos meses, cuando ya estaba muy enfermo y apenas podía caminar, presentó en Barcelona la biografía de la actriz: 'De aire y fuego'. Como siempre, estuvo alegre, mordaz, brillante y sarcástico. Fumaba y simulaba estar sano: detestaba parecer enfermo, el narcisismo se lo impedía. Ambos colaboraron mucho y bien (en 'Yerma', dirigida por Víctor García, por ejemplo, versión muy polémica). Conmovida, Nuria Espert me confesó que había perdido a su mejor amigo y recitó, en el homenaje de despedida, el poema de Kavafis 'Itaca'.
Terenci solía decir que las mujeres lo amaban más que los hombres, aunque él los prefería, y es cierto que fue consentido, mimado y querido por muchas mujeres, pero también es verdad que las trataba con gran admiración. Silvia Querini, directora actual de la editorial Lumen, me contó que el mayor y más hermoso ramo de flores lo recibió de Terenci: 50 rosas, disculpándose por haber entregado tardíamente un prólogo. Y las mujeres lo quisieron como a un Peter Pan seductor, incorregible y lleno de encanto (el segundo volumen de sus memorias se titula, precisamente, 'El beso de Peter Pan'). Un fragmento de ese musical cerró los actos de despedida. Frente a su casa de la calle Muntaner, los vecinos colgaron una pancarta que decía: «Gracias, Terenci».
Cristina Peri Rossi presenta el próximo jueves «Cuando fumar era un placer», editado por Lumen.