Vicente Molina Foix: “Solo amé una vez”.
En 'El joven sin alma', el escritor ajusta cuentas con su juventud. Desdoblándose para convertirse en personaje, recrea su relación con Terenci Moix y las alegrías y tristezas de los 'Nueve novísimos'.
Juan Cruz | El País, 2017-10-09
https://elpais.com/cultura/2017/10/09/babelia/1507538057_694863.html
En 'El joven sin alma', el escritor ajusta cuentas con su juventud. Desdoblándose para convertirse en personaje, recrea su relación con Terenci Moix y las alegrías y tristezas de los 'Nueve novísimos'.
Juan Cruz | El País, 2017-10-09
https://elpais.com/cultura/2017/10/09/babelia/1507538057_694863.html
No hay trampas en este libro, aunque haya ficción. 'El joven sin alma' (Anagrama) es la historia personal de Vicente Molina Foix. En primera persona, aunque empiece (y acabe) siendo él dos Vicente, afrontados por un espejo inquietante. Los nombres propios (Pedro, Guillermo, Ramón, Ana, Leopoldo) son los nombres que tuvieron entonces, en los años 60 del siglo XX, algunos de los escritores más notorios de la generación del autor que es, él lo dice, “el joven sin alma”. Él tuvo amores con Ramón, que pasó luego a la historia como Terenci Moix. El resto (Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, el citado Terenci, Ana María Moix, Leopoldo María Panero) son los amigos de Vicente. Es una historia, tantas veces triste, de amores y de amistad y de cine y de alegría de un grupo que, en parte, consagró Josep Maria Castellet en ‘Nueve novísimos’.
Pregunta. Eran la ‘coqueluche’.
Respuesta. Así lo bautizó Castellet, sí. En el libro se habla de este grupo, del personaje llamado Vicente cuando los encuentra. Es una novela muy de formación porque es la historia de cómo se forma una conciencia: un grupo de personas en el tiempo de un cambio no sólo político, aunque haya política, sino sobre todo moral y personal, de un cambio de vida.
P. Existe un juego literario, el de los dos Vicentes. ¿Quién es Vicente Molina-Foix de los dos?
R. No es un ‘alter ego’, ni un superego ni un ego. Hay un narrador que es Vicente, el protagonista del libro y también vividor de lo que se cuenta, un verificador. Lo dice al principio: “Yo no me voy a llamar de ninguna manera”. Y nunca se dice quién es, aunque se sabe que es él mismo. Me gustó hacer este juego, y tiene esta finalidad: que el Vicente con nombre y apellido quiere ser personaje en este libro, no quiere ser autor. Soy autor y personaje.
P. ¿Cuál de los dos vive ahora con usted?
R. Yo sigo siendo el primero, el que tiene la memoria interior de todo aquello, el que retrata todas las cosas; igual que sucede en ‘El abrecartas’, aunque yo no lo sabía, ahí no soy yo, soy el que escribe las cartas de todos los personajes. En este caso yo he vivido muchas de las cosas, desde mi encuentro con Cela en mi adolescencia al conocimiento de unas hermanas bellísimas y a mi descubrimiento de un grupo de personas que me cambió la vida cuando entré en contacto con ellas en Film Ideal. Esa es la persona que soy. Pero como el libro no es una memoria ni una autobiografía, sino una novela, una novela romántica, he tenido una enorme libertad.
P. “Sin alma”. El apellido del título es muy terminante. ¿Es así como se ve?
R. Me veo sin alma en el sentido amoroso de la palabra, en el sentimental, porque la novela tiene una parte sentimental muy importante. No me veo como una persona desalmada. El “sin alma” es, además, una manera de hablar de los personajes; disfruté mucho siendo personaje, tratándome de personaje. De todos los personajes de este grupo de seis, Vicente es el que menos ama, el que no sabe amar, el que ama el cine, la amistad, sus vivencias, su ideología, sus abrigos, pero no se entrega amorosamente en una novela en la que todos los demás, excelentes escritores en la realidad conocida, saben amar y de alguna forma viven pendientes del amor. Únicamente en ese sentido se dice “sin alma”.
P. ¿Usted era así?
R. Sí. Yo solamente he amado, lo que se dice amar, una vez en mi vida. Las otras veces no es que hiciera cabronadas, al menos no intencionadamente. No. Yo no sabía amar, o quizá no me interesaba tanto amar durante un periodo. Ese es el joven sin alma. Luego el personaje cambia, claro, en todo caso esa es también otra de las maneras por las que yo los veo unidos; se cuenta en ‘El invitado amargo’ (que con ‘El abrecartas’ constituye una especie de trilogía): ahí sí hay amor.
P. Hay muchas referencias a la carencia de alma. Como si fuera una autocrítica.
R. Sí, es una autocrítica. El libro tiene autocrítica en la parte que corresponde. Ahí es muy importante que un Vicente le diga al otro que no mienta. Se habla de un tiempo en que el joven no traiciona, sino que no sabe llegar. No es la historia de una traición ni de una maldad premeditada. Mis amigos estaban suicidándose continuamente por amor… Los demás tomaban cosas y amenazaban con irse de este mundo. Y mi carácter siempre fue un poco más frío, más prudente.
P. ¿Y no hay ego? Escribe usted: “1969. Y todos habían publicado menos yo”.
R. Es una declaración muy verdadera. Ahí me reivindico como un alumno, he sido siempre muy buen alumno. Ahora que ya tengo una edad muy provecta hago una especie de mirada sobre la vida y me doy cuenta de que para mí el elemento creativo, en mi carácter y en mi obra, ha sido el aprendizaje de gente que he tenido la suerte de tener como maestros, algunos mayores, pero algunos de mi edad. Pedro, Ramón, Ana, Leopoldo, Guillermo fueron maestros coetáneos… Luego los he tenido de todas las edades. Y eso de no haber publicado como ellos no eran celos, quizá si lo hubieran sido me hubiera apartado de ellos: la mía era una voluntad de impregnación.
P. Ramón le dice: “Presumido indeciso”. Ana María le espeta: “Vicente, eres un triste, no morirás joven, lo cual no significa que serás un triste para siempre”. Ahí se quiebra el ego...
R. No, el libro no es egocéntrico. Es lo que más he trabajado, no sólo contar la trayectoria de Vicente, sino la vida de este con otras personas. Pedro va a presentar el libro en Barcelona: creo que es la primera vez que un personaje de ficción presenta un libro. Él dice que se ha reconocido cuando habla, aunque no del todo. Es muy importante en el libro Guillermo Carnero, que aún no lo ha leído. Otros por desgracia han muerto. Y para mí era fundamental crear compactadamente esta aventura que nos junta entre 1964 y 1969, el periodo que en realidad cubre el libro con mayor extensión. Y las voces están escritas por mí o, en el caso de algunas de las cartas, reescritas por mí, para darles la verdad que yo mismo me doy a mí mismo. Para darles una densidad que no traicionara su verdad.
P. ¿Y es un libro triste?
R. Es un libro lleno de humor. El arma de construcción masiva de mis libros y de mi vida es el humor; me considero un humorista, si no fuera tan tímido querría dedicarme a ser humorista en la tele. Pero al mismo tiempo hay una tristeza que es consustancial a mi carácter, una especie de pesimismo o melancolía contra la que yo mismo lucho con el humor. No lo quita pero lo palia un poco y lo hace más llevadero.
P. Con todos esos personajes tuvo mucha relación. Con Ramón (Terenci) hay una ruptura dramática. ¿Volvió la amistad o aquella se rompió?
R. Volvió la amistad. Con Ramón tardó tiempo pero volvió; con Pedro y el personaje llamado doctora Mabuse, se produjo el corte que se cuenta. Volvió con Guillermo Carnero, con el que no hubo ningún incidente, simplemente nos separamos por la vida. Y con la persona con la que más crisis hubo fue con quien probablemente fue mi mejor amigo de todos ellos, Leopoldo María. Con Leopoldo viví durante un periodo corto una relación de una intensidad amistosa enorme. Me deslumbró mucho Ramón, me intrigó mucho Ana María, también Pedro con su cultura y su manera de ser. Pero el Leopoldo que yo reflejo en el libro fue verdaderamente la persona más refulgente de aquel periodo. Me deslumbró, pero luego se apagó el fuego.
P. ¿El libro le ha servido para recuperar el alma?
R. Sí, yo creo que me he planteado muchas dudas sobre mí mismo; también coincide que el libro está escrito a una edad en la que uno tiene que hacer balances de todo tipo. Creo que si al lector de este libro, el que no haya leído nada mío antes, le interesara y le intrigara, podría volverse a ‘El invitado amargo’, porque ahí se da respuesta a esa pregunta; aquella sí que fue una relación en la que el autor se implicó y luchó mucho. No llegó a suicidarse porque yo no soy del género suicida, y eso es una especie de predisposición, pero tuve un gran sufrimiento.
P. Es la vez que usted amó.
R. Sí, esa es la vez que amé, exacto.
Pregunta. Eran la ‘coqueluche’.
Respuesta. Así lo bautizó Castellet, sí. En el libro se habla de este grupo, del personaje llamado Vicente cuando los encuentra. Es una novela muy de formación porque es la historia de cómo se forma una conciencia: un grupo de personas en el tiempo de un cambio no sólo político, aunque haya política, sino sobre todo moral y personal, de un cambio de vida.
P. Existe un juego literario, el de los dos Vicentes. ¿Quién es Vicente Molina-Foix de los dos?
R. No es un ‘alter ego’, ni un superego ni un ego. Hay un narrador que es Vicente, el protagonista del libro y también vividor de lo que se cuenta, un verificador. Lo dice al principio: “Yo no me voy a llamar de ninguna manera”. Y nunca se dice quién es, aunque se sabe que es él mismo. Me gustó hacer este juego, y tiene esta finalidad: que el Vicente con nombre y apellido quiere ser personaje en este libro, no quiere ser autor. Soy autor y personaje.
P. ¿Cuál de los dos vive ahora con usted?
R. Yo sigo siendo el primero, el que tiene la memoria interior de todo aquello, el que retrata todas las cosas; igual que sucede en ‘El abrecartas’, aunque yo no lo sabía, ahí no soy yo, soy el que escribe las cartas de todos los personajes. En este caso yo he vivido muchas de las cosas, desde mi encuentro con Cela en mi adolescencia al conocimiento de unas hermanas bellísimas y a mi descubrimiento de un grupo de personas que me cambió la vida cuando entré en contacto con ellas en Film Ideal. Esa es la persona que soy. Pero como el libro no es una memoria ni una autobiografía, sino una novela, una novela romántica, he tenido una enorme libertad.
P. “Sin alma”. El apellido del título es muy terminante. ¿Es así como se ve?
R. Me veo sin alma en el sentido amoroso de la palabra, en el sentimental, porque la novela tiene una parte sentimental muy importante. No me veo como una persona desalmada. El “sin alma” es, además, una manera de hablar de los personajes; disfruté mucho siendo personaje, tratándome de personaje. De todos los personajes de este grupo de seis, Vicente es el que menos ama, el que no sabe amar, el que ama el cine, la amistad, sus vivencias, su ideología, sus abrigos, pero no se entrega amorosamente en una novela en la que todos los demás, excelentes escritores en la realidad conocida, saben amar y de alguna forma viven pendientes del amor. Únicamente en ese sentido se dice “sin alma”.
P. ¿Usted era así?
R. Sí. Yo solamente he amado, lo que se dice amar, una vez en mi vida. Las otras veces no es que hiciera cabronadas, al menos no intencionadamente. No. Yo no sabía amar, o quizá no me interesaba tanto amar durante un periodo. Ese es el joven sin alma. Luego el personaje cambia, claro, en todo caso esa es también otra de las maneras por las que yo los veo unidos; se cuenta en ‘El invitado amargo’ (que con ‘El abrecartas’ constituye una especie de trilogía): ahí sí hay amor.
P. Hay muchas referencias a la carencia de alma. Como si fuera una autocrítica.
R. Sí, es una autocrítica. El libro tiene autocrítica en la parte que corresponde. Ahí es muy importante que un Vicente le diga al otro que no mienta. Se habla de un tiempo en que el joven no traiciona, sino que no sabe llegar. No es la historia de una traición ni de una maldad premeditada. Mis amigos estaban suicidándose continuamente por amor… Los demás tomaban cosas y amenazaban con irse de este mundo. Y mi carácter siempre fue un poco más frío, más prudente.
P. ¿Y no hay ego? Escribe usted: “1969. Y todos habían publicado menos yo”.
R. Es una declaración muy verdadera. Ahí me reivindico como un alumno, he sido siempre muy buen alumno. Ahora que ya tengo una edad muy provecta hago una especie de mirada sobre la vida y me doy cuenta de que para mí el elemento creativo, en mi carácter y en mi obra, ha sido el aprendizaje de gente que he tenido la suerte de tener como maestros, algunos mayores, pero algunos de mi edad. Pedro, Ramón, Ana, Leopoldo, Guillermo fueron maestros coetáneos… Luego los he tenido de todas las edades. Y eso de no haber publicado como ellos no eran celos, quizá si lo hubieran sido me hubiera apartado de ellos: la mía era una voluntad de impregnación.
P. Ramón le dice: “Presumido indeciso”. Ana María le espeta: “Vicente, eres un triste, no morirás joven, lo cual no significa que serás un triste para siempre”. Ahí se quiebra el ego...
R. No, el libro no es egocéntrico. Es lo que más he trabajado, no sólo contar la trayectoria de Vicente, sino la vida de este con otras personas. Pedro va a presentar el libro en Barcelona: creo que es la primera vez que un personaje de ficción presenta un libro. Él dice que se ha reconocido cuando habla, aunque no del todo. Es muy importante en el libro Guillermo Carnero, que aún no lo ha leído. Otros por desgracia han muerto. Y para mí era fundamental crear compactadamente esta aventura que nos junta entre 1964 y 1969, el periodo que en realidad cubre el libro con mayor extensión. Y las voces están escritas por mí o, en el caso de algunas de las cartas, reescritas por mí, para darles la verdad que yo mismo me doy a mí mismo. Para darles una densidad que no traicionara su verdad.
P. ¿Y es un libro triste?
R. Es un libro lleno de humor. El arma de construcción masiva de mis libros y de mi vida es el humor; me considero un humorista, si no fuera tan tímido querría dedicarme a ser humorista en la tele. Pero al mismo tiempo hay una tristeza que es consustancial a mi carácter, una especie de pesimismo o melancolía contra la que yo mismo lucho con el humor. No lo quita pero lo palia un poco y lo hace más llevadero.
P. Con todos esos personajes tuvo mucha relación. Con Ramón (Terenci) hay una ruptura dramática. ¿Volvió la amistad o aquella se rompió?
R. Volvió la amistad. Con Ramón tardó tiempo pero volvió; con Pedro y el personaje llamado doctora Mabuse, se produjo el corte que se cuenta. Volvió con Guillermo Carnero, con el que no hubo ningún incidente, simplemente nos separamos por la vida. Y con la persona con la que más crisis hubo fue con quien probablemente fue mi mejor amigo de todos ellos, Leopoldo María. Con Leopoldo viví durante un periodo corto una relación de una intensidad amistosa enorme. Me deslumbró mucho Ramón, me intrigó mucho Ana María, también Pedro con su cultura y su manera de ser. Pero el Leopoldo que yo reflejo en el libro fue verdaderamente la persona más refulgente de aquel periodo. Me deslumbró, pero luego se apagó el fuego.
P. ¿El libro le ha servido para recuperar el alma?
R. Sí, yo creo que me he planteado muchas dudas sobre mí mismo; también coincide que el libro está escrito a una edad en la que uno tiene que hacer balances de todo tipo. Creo que si al lector de este libro, el que no haya leído nada mío antes, le interesara y le intrigara, podría volverse a ‘El invitado amargo’, porque ahí se da respuesta a esa pregunta; aquella sí que fue una relación en la que el autor se implicó y luchó mucho. No llegó a suicidarse porque yo no soy del género suicida, y eso es una especie de predisposición, pero tuve un gran sufrimiento.
P. Es la vez que usted amó.
R. Sí, esa es la vez que amé, exacto.
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