Nació en Córdoba el 29 de octubre de 1921, colaboró en la mítica revista desde su inicio, dejó de escribir y marchó a Madrid. Volvió a la literatura en los años 80 con una poesía libérrima, en un regreso a la juventud, la vida y el deseo.
Félix Ruiz Cardador | ABC, 2021-10-25
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Sabio en heráldica y genealogía, con no poco de espíritu aristócrata y de príncipe distinguido y distante, mantuvo con Córdoba una relación a veces despegada, a pesar de que era nieto del compositor Cipriano Martínez Rücker y procedía de un ambiente familiar cordobés de situación desahogada.
Se licenció en Derecho, pero pronto comenzó a escribir versos. Aunque la vida se la ganaría finalmente de otro modo: como tasador de arte y antigüedades en Madrid , donde se marchó a mediados de los 60.
Residía en un amplio piso en la calle Bárbara de Braganza, a escasos minutos de la Cibeles y el Paseo de Recoletos y repleto de antigüedades que le daban a su casa un aire ‘dannunziano’. Muy enfermo ya, su familia lo trasladó a Córdoba, donde murió en el verano de 2006.
La obra poética de Aumente, suntuosa en origen y marcada en sus últimos años por sus ansias de vivir y una sensualidad homosexual no exenta de ironía posmoderna, se divide en dos etapas, como en el caso de otros coetáneos suyos. La primera la componen sus libros de juventud, que van unidos a la revista ‘Cántico’ y a esos primeros años en los que casi todos sus miembros vivían en Córdoba y trataban de hacerse un hueco en la poesía española .
El desdén con el que fueron recibidos, pues la poesía de entonces se debatía entre el realismo socialista y las nostalgias imperiales sin mucho espacio para la intimidad, provocó la diáspora. También el silencio de varios de los autores adscritos a la revista. Serían los jóvenes profesores y poetas Carlos Clementson y Guillermo Carnero los que, con sus estudios sobre Cántico, acabarían por resituar al grupo en el mapa en los años 70, lo que propició que sus autores volviesen a escribir. Ese es el caso de García Baena y también de Aumente, al que espoleó un joven amigo, el también poeta Luis Antonio de Villena .
Clementson explica de la primera fase de Aumente que era «un autor muy influenciado en ese momento por Luis Cernuda, pero al mismo tiempo un gran artífice del soneto, en la estela de Góngora». De esos años primeros son sus libros ‘El aire que no vuelve’ (1955) y ‘Los silencios’ (1958). Aunque siguió escribiendo hasta su marcha a Madrid, no volvió a publicar y fue de los autores de Cántico el que se mantenía más alejado de los viejos recuerdos.
Tenía con la ciudad una relación ambivalente, fundada en cierta sensación de despecho por haberse sentido en ella desdeñado en su juventud. Esa distancia con su ciudad de origen la plasmó en versos que no llegó a publicar. Finalmente, algo se aplacó esa amargura en sus últimos años, cuando el Ayuntamiento colaboró en la publicación de sus poesías completas y la prensa cordobesa comenzó a reconocerlo como uno de los grandes autores del XX.
La etapa de desencanto y alejamiento total de la escritura se extendió entre los 60 y los 70, década esta última en la que lo empezó a frecuentar Luis Antonio de Villena por recomendación de Pablo García Baena, con el que por entonces se carteaba. «Nos hicimos muy amigos», explica a ABC De Villena, que lo visitaba un par de veces al mes para cenar con él.
En esas charlas el joven autor incitaba al amigo veterano a que volviese a la poesía, algo que no fue fácil pues Aumente le reconocía que llevaba diez años sin escribir. Recuerda De Villena que el autor cordobés se sentía en esa época de vuelta de todo, en la fase final de la vida.
Incluso parecía haber cerrado las puertas a la vida sentimental. En sus tarjetas de visita incluía largos títulos con un punto decadente e irónico, ropajes verbales que eran parte de la personalidad que se había creado. En sus poemas posteriores, llegaría a reconocer que se había perdido la vida por hacerse «el interesante».
Sus últimos años fueron por ello un estallido y una liberación, un rejuvenecimiento de un hombre que, en parte por decadentismo y en parte como protección, había decidido ser viejo antes de tiempo. Por una parte, comenzó a hacer vida social con nuevos amantes y amores y se echó a las calles de Madrid para vivirlas, lo que sería una fuente de inspiración para sus poemas de gran carga homoerótica y políticamente incorrectos, propios de un escritor que ya no estaba sujeto a la convenciones .
En 1982 publicó ‘Por la pendiente oscura’, en la que reunía los poemas escritos entre el 47 y el 65, pero aún muy en la senda de Cántico. La sorpresa llegó cuando al fin le hizo caso a Luis Antonio de Villena y empezó a escribir textos nuevos. De esos bríos recobrados surgieron libros fundamentales en su obra como ‘La antesala’, que publicó en 1983 Visor con prólogo del propio De Villena. Una década más tarde llegaría ‘El canto de las arpías’, que Villena ha calificado como «poemas coloquiales, palabras de germanía juvenil, marginación, mundo urbano , inmensa sed de vida, ironía y sátira».
En sus últimos años, Aumente vio publicados sus poemas completos en Visor, con prólogo de De Villena y el trabajo compilatorio de Rafael Inglada. En 2017 apareció en la editorial Renacimiento la antología ‘Bellezas y arpías’, editada por Luis Antonio de Villena. Ahora, con motivo del centenario, Rafael Inglada ha publicado una edición de 50 ejemplares con algunos poemas inéditos de los años 80 y 90.
Estas reediciones y tributos mantienen viva la memoria de un autor singular cuya existencia estuvo cargada de anécdotas y que, según cuenta De Villena, acabó sus días poniéndose del lado de los ‘skaters’ adolescentes del Paseo de Recoletos en los conflictos que mantenían con los jubilados que se sentaban por allí.
«Fue siempre un defensor de la juventud», explica Luis Antonio de Villena sobre este escritor cordobés que quizá nació antes de tiempo y que en sus últimos años decidió rejuvenecer. Su leyenda heterodoxa ahí sigue en sus versos para quien la quiera conocer.
Contra trepas y arribistas
Julio Aumente no sólo se alejó de la poesía, de Córdoba y de Cántico, sino también de los foros literarios. Aunque vivía muy cerca de lugares emblemáticos como el café Gijón, donde era fácil ver a otro poeta cordobés como Manuel Álvarez Ortega, nunca sintió Aumente interés alguno por ese mundo y se recluyó en su piso, en sus jóvenes amantes, en sus lecturas y genealogías.
«Julio sólo veía en el mundo literario el interés de unos y otros, a trepas y arribistas», explica Luis Antonio de Villena. Todo eso hizo de él un poeta casi secreto. Los amigos y el talento singular de sus versos, más que la propia insistencia, lo llevaron a publicar en algunas de las mejores editoriales de su tiempo.