Las vidas paralelas de Pepe Espaliú y Alberto Cardín, los dos hombres que se atrevieron a hablar antes que nadie del sida en España.
Ambos frecuentaron los mismos círculos, fueron rostros visibles de la liberación gay y confesaron con valentía que eran seropositivos cuando nadie lo hacía, pero, según se cree, nunca llegaron a conocerse. Una exposición Barcelona fantasea con esa posibilidad.
Ianko López | Icon, El País, 2021-09-10
https://elpais.com/icon/cultura/2021-09-10/las-vidas-paralelas-de-pepe-espaliu-y-alberto-cardin-los-dos-hombres-que-se-atrevieron-a-hablar-antes-que-nadie-del-sida-en-espana.html
Ambos frecuentaron los mismos círculos, fueron rostros visibles de la liberación gay y confesaron con valentía que eran seropositivos cuando nadie lo hacía, pero, según se cree, nunca llegaron a conocerse. Una exposición Barcelona fantasea con esa posibilidad.
Ianko López | Icon, El País, 2021-09-10
https://elpais.com/icon/cultura/2021-09-10/las-vidas-paralelas-de-pepe-espaliu-y-alberto-cardin-los-dos-hombres-que-se-atrevieron-a-hablar-antes-que-nadie-del-sida-en-espana.html
“Conocí a Alberto en 1975. Todos los días paseábamos con nuestro grupo de amigos por las Ramblas y nos contábamos cosas. También viajábamos juntos, él y yo. A Melilla, a Londres, a París. En París había que ir a los baños Continental, una sauna gay donde estaba todo el mundo. Nos habían contado que Roland Barthes iba los martes, y a mí me apetecía tener algo con él, así que ese día nos presentamos para ver si lo encontrábamos”.
No hubo suerte.
El activista LGTBI Eliseo Picó participó en la creación del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC) el mismo año en que conoció al antropólogo y escritor Alberto Cardín. Recuerda muchas historias vividas junto a él en aquellos tiempos. Otros tiempos, sin duda: la prueba es que en ellos un filósofo estructuralista como Barthes se considerara un objetivo erótico de lo más cabal.
Recién finalizada la dictadura franquista (y aún antes), Barcelona era una ciudad inquieta con una intelectualidad que vivía pendiente de lo que sucediera en Francia o en el Reino Unido, pero que también apreciaba los alicientes del lumpen que le quedaba más a mano. Fue ese el mundo donde vivieron Cardín (Asturias, 1948-Barcelona, 1992) y el artista conceptual Pepe Espaliú (Córdoba, 1955-1993), de los que parte la exposición ‘El azar de la restitución’, que se inaugura en la galería barcelonesa Nogueras Blanchard el 15 de septiembre.
En realidad, en Barcelona coincidieron poco tiempo, entre 1973, que es cuando llegó Cardín, y 1976, año en que Espaliú la abandonó. Pero antes y después de eso compartieron muchas cosas: la homosexualidad, algunos amigos y círculos sociales, la fascinación por el psicoanálisis, el activismo desde y frente al sida y una muerte como consecuencia de esta misma enfermedad, a principios de los años noventa. Esa muerte terminó uniéndolos, cuando en vida no está documentada la relación directa entre ellos. Este es el gran enigma que nos ofrecen: es como si sus vidas avanzaran por sendas que uno imagina superpuestas, y que sin embargo se obstinan en transcurrir en paralelo, sin la menor intersección.
Buscando lo moderno
José González Espaliú nació en Córdoba en 1955. Tras un breve paso por Sevilla, en 1971 llegó a Barcelona, donde se matriculó para estudiar Historia y Filosofía. Nunca terminó sus estudios universitarios, quizá por exceso de estímulos. “Buscaba una modernidad que entonces no existía en Andalucía, pero que sí tenía Barcelona”, explica Jesús Alcaide, que además de haber comisariado varias exposiciones sobre el artista reunió sus textos en el libro 'La imposible verdad' (La Bella Varsovia). “Y lo primero que hizo fue conectar con donde estaba la movida, que eran las Ramblas y la gente que se movía por allí”.
Esa gente incluía a Ocaña, pintor y ‘performer’ que se paseaba Rambla arriba y Rambla abajo con aparatosos modelos de fantasía (o sin nada) y que en 1983 fallecería a consecuencias de las quemaduras sufridas al arder uno de sus disfraces, confeccionado en papel. Hoy es un icono –decir un mártir no es exagerar mucho– del acervo gay nacional.
El crítico de arte Juan Vicente Aliaga, que conoció a Espaliú en París una década después, aporta detalles sobre ese periodo barcelonés: “Para él fue un momento de búsqueda inspirado por la figura del escritor Jean Genet, que había visitado Barcelona en los años treinta y solía recorrer el Raval, donde estaba la calle de la Aurora, en la que él vivía. Era muy mitómano y buscaba esa misma atmósfera de travestis y chaperos. Él mismo hizo algunas ‘chapas’ [ejercer la prostitución] en cines de mala nota o en la calle”.
Pero buscando a Genet encontró a Lacan. Así puede resumirse su acercamiento a Óscar Masotta, psicoanalista argentino de la escuela de Jacques Lacan, cuya obra y pensamiento había introducido en el ámbito hispanohablante. Como muchos otros (entre ellos Alberto Cardín) se incorporó al grupo de iniciados que asistían a sus cursos en la calle Aribau con la devoción de quien asiste al despliegue de un universo nuevo. Las teorías lacanianas sobre la identidad y el inconsciente marcaron su posterior senda profesional y vital.
Como artista, Espaliú realizó varias acciones en el espacio público, y con solo 20 años llegó a mostrar su obra en la Sala de exposiciones de Hospitalet de Llobregat. Pero los resultados le decepcionaron. “Pasó sin pena ni gloria para la crítica porque descuadraba respecto a cierta genealogía del arte conceptual catalán”, explica Alcaide. “Así que poco después se fue a París”. Allí asistió a seminarios impartidos por Lacan en persona, mientras abandonaba temporalmente la práctica artística. La retomaría tras su regreso a España en 1983, cuando se vinculó profesionalmente al galerista sevillano Pepe Cobo. En 1990, mientras estaba en Nueva York con una beca Fulbright –llegó a exponer en la galería Brooke Alexander y acariciaba la idea de quedarse en la ciudad–, recibió el diagnóstico del sida. La enfermedad lo mató en 1993 en Córdoba, donde había vuelto solo para cumplir ese trámite.
Mucho cerebro, poco cariño
Apenas un año antes, y por la misma causa, falleció Alberto Cardín. Nacido en el pueblo asturiano de Villamayor, Cardín pasó gran parte de su infancia en México, donde su padre poseía una fábrica de camisas. Según contaba fue en la capital mexicana, durante los largos trayectos del autobús escolar y con solo siete años, donde vivió sus primeras experiencias sexuales con otros chicos. A los nueve regresó a Asturias y, tras una larga formación con los jesuitas, se licenció en Historia del Arte Medieval e Historia del Arte Contemporáneo y en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo. En 1973 recaló en Barcelona, que convertiría en centro de operaciones de su vida cosmopolita.
A su alrededor se generó una camarilla de amigos, una piña que se trataba constantemente, aunque lo hiciera desde cierta distancia emocional. “Éramos un grupo muy despegado, era todo muy cerebral entre nosotros y no había muestras de cariño”, recuerda Eliseo Picó. “Nos podíamos decir las mayores perrerías, y hasta nos tratábamos de usted”.
Entre tanto, su actividad intelectual y creativa era frenética. Se vinculó académicamente a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona mientras se inscribía también en el círculo psicoanalítico de Óscar Masotta y colaboraba en El País y ‘Diario 16’ entre otros periódicos, además de en publicaciones culturales como ‘El Viejo Topo’ o ‘Ajoblanco’. También en ‘Diwan’, una de las revistas que había fundado junto a su amigo Federico Jiménez Losantos, quien fuera joven turco de la escena intelectual barcelonesa. Ambos figuraron en 1981 entre los firmantes del Manifiesto de los 2.300, carta que denunciaba la marginación que a su juicio sufría el idioma castellano en favor del catalán.
Al día siguiente de que el grupo terrorista Terra Lliure atentara contra Jiménez Losantos por haber promovido aquel manifiesto, Cardín publicó en ‘Diario 16’ un artículo titulado ‘Un largo adiós’ donde escribía: “No se preocupen los señores de Terra Lliure, [...] les dejo, toda para ellos, su dulce y tónica Cataluña. Solo unos pocos meses para dejar a punto mis asuntos y se verán libres de este ‘ocupante’, que ha querido a Barcelona y ha gozado de ella como nunca seguramente lo harán ellos”.
Él mismo había sido objeto de pintadas amenazantes en la pared de su casa. Pero, contraviniendo su palabra, mantuvo la residencia barcelonesa hasta el fin de sus días. Ahora bien, para entonces su amistad con Jiménez Losantos ya había terminado. El periodista fue precisamente quien le había presentado a Eliseo Picó, que explica los motivos de aquella ruptura: “Federico le hizo a Alberto algo que él no soportaba, que era censurarle. Alberto escribió un artículo para ‘Diwan’ y Federico se lo recortó porque le parecía demasiado gay. Hubo una pelea y dejaron de hablarse”.
Cardín no se mostraba timorato a la hora de escribir, ya fueran artículos académicos o divulgativos, pero también cuentos y poesías. Por supuesto, también trató sobre la cuestión gay, pero esto no lo convertía necesariamente en un activista. “Yo no lo calificaría así”, indica Aliaga. “Era demasiado individualista y miraba a los otros por encima del hombro, ni siquiera fue muy cercano al FAGC”. Como señala Alberto Mira, profesor en la Oxford Brookes University y ensayista especializado en temas LGTBI, con textos como el artículo de 1987 titulado 'Una cierta sensación de fin' manifestó una postura más bien conservadora: “Es bastante problemático, dice que el sida va a terminar con la cultura gay, lo que por supuesto no fue verdad”.
Arremetió contra sus rivales con dureza y sarcasmo –fueron especialmente sonadas sus diatribas con Juan Goytisolo–, y su maximalismo puede generar desconcierto hoy en día como lo hizo entonces. Picó cita la ocasión en que, durante un curso de verano sobre activismo gay en la Universidad Autónoma, se presentó con una defensa encendida de Anita Bryant, la cantante ultraconservadora norteamericana que pretendía expulsar a los maestros homosexuales de las escuelas, lo que dio lugar a una trifulca entre los asistentes. “Pero con eso pretendía que reaccionaran, que fueran más gritones y chirriantes, tipo Ocaña”.
Esto no le impidió dejarse acariciar por la mano de los medios de comunicación de masas: en 1990 intervino en una emisión del programa de Televisión Española ‘Tribunal Popular’ en la que se juzgaba la existencia de Dios, un momento catódico hoy difícil de concebir por el alarde de erudición al que los espectadores eran sometidos en pleno horario de máxima audiencia.
Entre tanto, el 1 de diciembre de 1992, Pepe Espaliú publicaba en El País un artículo de opinión titulado 'Retrato del artista desahuciado'. Con un tono muy crudo para el momento que ahora resuena con nitidez, hablaba de la experiencia de ser homosexual y además enfermo de sida. Poco antes había escenificado en San Sebastián (coincidiendo con el festival de cine) por primera vez la performance ‘Carrying’, en la que era acarreado en brazos por diversas parejas de amigos y conocidos. La acción se repetiría en Madrid, esta vez con más eco mediático: entre sus porteadores estaban Pedro Almodóvar, Marisa Paredes y la política Carmen Romero, esposa del entonces presidente Felipe González. Para entonces Espaliú, que atravesaba las últimas fases de su enfermedad, se había convertido en un enérgico activista en la línea de la asociación ‘Act Up’, como rememora Juan Vicente Aliaga: “Pepe Cobo le prestó su apartamento de calle Barquillo de Madrid para que viviera en él, y aquello era como una oficina donde constantemente llegaban faxes con información de todas partes, y no paraba de entrar y salir gente”.
Suele decirse por todo lo anterior que Espaliú fue la primera figura pública de nuestro país en significarse como portador del VIH. Y, sin embargo, mucho antes que él lo había hecho Cardín. Fue en 1985, en el transcurso de una entrevista para la revista ‘Cambio 16’ donde hablaba con desenvoltura de su infección, diagnosticada el año anterior. Conviene recordar que entonces la pandemia se encontraba en sus primeras etapas de difusión pública, que el estigma era inconmensurablemente mayor de lo que aún hoy es, y que a la muerte de un ídolo global como Rock Hudson, quizá la primera que despertó conciencias, le faltaban meses para llegar. Aquella urgencia por hacer público su estado puede interpretarse, desde luego, como consecuencia de una toma de postura política que perseguía la visibilización del conflicto.
Pero también cabe considerar otras motivaciones más complejas y subjetivas, o así lo apunta Eliseo Picó: “Alberto era un poco maniático, así que ante cualquier dolorcito se ponía en el peor de los escenarios. Muy pronto dijo que tenía la sensación de tener el sida, y se hizo la analítica como veinte veces hasta que le salió positiva. Cuando se lo confirmaron, en lugar de ocultarlo se lo contó a todo el mundo, y además jugaba con la reacción de la gente ante la noticia. Hasta que hacia 1990 la enfermedad empezó a mostrar sus efectos. Se recogió mucho, vino su madre para cuidarlo, y a sus amigos ya no nos quería ver. Cuando lo vi por última vez me quedé horrorizado por su estado y él se dio cuenta, así que ya no quiso que volviera. Eso sí que fue doloroso. La única de nosotros que estuvo con él hasta el final fue Susana Lijtmaer, lectora de la editorial Anagrama, que era la viuda de Óscar Masotta”.
Sobre la dificultad para encontrar testimonios de la relación entre Cardín y Espaliú a pesar de que todo parece conectarlos, afirma Joaquín García, comisario de la exposición ‘El azar de la restitución’: “En efecto la relación no está documentada. Pero tuvieron que cruzarse seguro, ya fuera en una inauguración o en un ‘cruising’. Por eso mi propuesta es inventar ese encuentro”. La muestra relaciona fotos de las obras y acciones que realizó Espaliú durante su estancia en Barcelona con extractos de los escritos de Cardín como realmente si unos se hubieran realizado para ilustrar las otras. En ese dispositivo cobra una importancia fundamental el marco barcelonés.
“Barcelona era entonces el lugar en el que había que estar”, resume García. El auge de la industria editorial, de la universidad y los movimientos sociales (incluyendo el FAGC, que promovió la primera marcha española del Orgullo Gay en 1977) fueron distintas manifestaciones de este florecimiento. Y el cogollo de intelectuales ubicado en estas coordenadas se esforzó por generar y mantener vínculos con la modernidad que venía de fuera, particularmente de Francia.
“En aquella época leíamos todos a Julia Kristeva, Foucault, Deleuze y Barthes, la revista ‘Tel Quel’ y por supuesto a Lacan”, completa Picó. “Nos visitaba mucha gente de París como el escritor cubano Severo Sarduy, al que paseábamos por los sitios de ambiente. O Copi, el dibujante argentino, que vino varias veces. Una de ellas representó una obra de teatro suya muy divertida, Loretta Strong, sobre el viaje espacial de una mujer trans. Aunque entonces no decíamos eso, decíamos travesti”.
El eje principal de este movimiento se ubicaba en el paseo de La Rambla, que antes de convertirse en decorado para el teatro de la turistificación sirvió como un punto de encuentro mucho más genuino entre intelectualidad y bajos fondos: “Las Ramblas empezaron a caer con las Olimpiadas de 1992”, valora Joaquín García. “Pero no olvidemos que a un lado queda en Raval, el Barrio Chino, y al otro el Borne y el Gótico y que acaban en el puerto, lugares entonces no asumidos por la elite burguesa. Esas son las Ramblas míticas de Ocaña y Nazario, pero también las de Vázquez Montalbán. Un sitio dedicado a cierto tipo de ocio de bar y puticlub. Lo que convivía con otra escena gay muy clara, el “mariconeo fino” digamos, que se insertaba también en el bar Boccaccio y la ‘gauche divine’, con gente como Gil de Biedma o Terenci Moix”.
La exposición de la galería Nogueras Blanchard forma parte del 'Barcelona Gallery Weekend', que tendrá lugar entre el 15 y el 19 de septiembre. Otra galería barcelonesa incluida en el programa, House of Chappaz, presenta la colectiva ‘Contact! / Together Again (Poéticas Políticas del VIH)’, en torno a la infección, de la mano de artistas como David Wojnarowicz o Juan Hidalgo. La coincidencia de ambas ofrece la oportunidad para revisar un tiempo repleto de pérdidas irreparables y constatar una vez más que aquel fue el inicio de un capítulo que aún sigue abierto.
No hubo suerte.
El activista LGTBI Eliseo Picó participó en la creación del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC) el mismo año en que conoció al antropólogo y escritor Alberto Cardín. Recuerda muchas historias vividas junto a él en aquellos tiempos. Otros tiempos, sin duda: la prueba es que en ellos un filósofo estructuralista como Barthes se considerara un objetivo erótico de lo más cabal.
Recién finalizada la dictadura franquista (y aún antes), Barcelona era una ciudad inquieta con una intelectualidad que vivía pendiente de lo que sucediera en Francia o en el Reino Unido, pero que también apreciaba los alicientes del lumpen que le quedaba más a mano. Fue ese el mundo donde vivieron Cardín (Asturias, 1948-Barcelona, 1992) y el artista conceptual Pepe Espaliú (Córdoba, 1955-1993), de los que parte la exposición ‘El azar de la restitución’, que se inaugura en la galería barcelonesa Nogueras Blanchard el 15 de septiembre.
En realidad, en Barcelona coincidieron poco tiempo, entre 1973, que es cuando llegó Cardín, y 1976, año en que Espaliú la abandonó. Pero antes y después de eso compartieron muchas cosas: la homosexualidad, algunos amigos y círculos sociales, la fascinación por el psicoanálisis, el activismo desde y frente al sida y una muerte como consecuencia de esta misma enfermedad, a principios de los años noventa. Esa muerte terminó uniéndolos, cuando en vida no está documentada la relación directa entre ellos. Este es el gran enigma que nos ofrecen: es como si sus vidas avanzaran por sendas que uno imagina superpuestas, y que sin embargo se obstinan en transcurrir en paralelo, sin la menor intersección.
Buscando lo moderno
José González Espaliú nació en Córdoba en 1955. Tras un breve paso por Sevilla, en 1971 llegó a Barcelona, donde se matriculó para estudiar Historia y Filosofía. Nunca terminó sus estudios universitarios, quizá por exceso de estímulos. “Buscaba una modernidad que entonces no existía en Andalucía, pero que sí tenía Barcelona”, explica Jesús Alcaide, que además de haber comisariado varias exposiciones sobre el artista reunió sus textos en el libro 'La imposible verdad' (La Bella Varsovia). “Y lo primero que hizo fue conectar con donde estaba la movida, que eran las Ramblas y la gente que se movía por allí”.
Esa gente incluía a Ocaña, pintor y ‘performer’ que se paseaba Rambla arriba y Rambla abajo con aparatosos modelos de fantasía (o sin nada) y que en 1983 fallecería a consecuencias de las quemaduras sufridas al arder uno de sus disfraces, confeccionado en papel. Hoy es un icono –decir un mártir no es exagerar mucho– del acervo gay nacional.
El crítico de arte Juan Vicente Aliaga, que conoció a Espaliú en París una década después, aporta detalles sobre ese periodo barcelonés: “Para él fue un momento de búsqueda inspirado por la figura del escritor Jean Genet, que había visitado Barcelona en los años treinta y solía recorrer el Raval, donde estaba la calle de la Aurora, en la que él vivía. Era muy mitómano y buscaba esa misma atmósfera de travestis y chaperos. Él mismo hizo algunas ‘chapas’ [ejercer la prostitución] en cines de mala nota o en la calle”.
Pero buscando a Genet encontró a Lacan. Así puede resumirse su acercamiento a Óscar Masotta, psicoanalista argentino de la escuela de Jacques Lacan, cuya obra y pensamiento había introducido en el ámbito hispanohablante. Como muchos otros (entre ellos Alberto Cardín) se incorporó al grupo de iniciados que asistían a sus cursos en la calle Aribau con la devoción de quien asiste al despliegue de un universo nuevo. Las teorías lacanianas sobre la identidad y el inconsciente marcaron su posterior senda profesional y vital.
Como artista, Espaliú realizó varias acciones en el espacio público, y con solo 20 años llegó a mostrar su obra en la Sala de exposiciones de Hospitalet de Llobregat. Pero los resultados le decepcionaron. “Pasó sin pena ni gloria para la crítica porque descuadraba respecto a cierta genealogía del arte conceptual catalán”, explica Alcaide. “Así que poco después se fue a París”. Allí asistió a seminarios impartidos por Lacan en persona, mientras abandonaba temporalmente la práctica artística. La retomaría tras su regreso a España en 1983, cuando se vinculó profesionalmente al galerista sevillano Pepe Cobo. En 1990, mientras estaba en Nueva York con una beca Fulbright –llegó a exponer en la galería Brooke Alexander y acariciaba la idea de quedarse en la ciudad–, recibió el diagnóstico del sida. La enfermedad lo mató en 1993 en Córdoba, donde había vuelto solo para cumplir ese trámite.
Mucho cerebro, poco cariño
Apenas un año antes, y por la misma causa, falleció Alberto Cardín. Nacido en el pueblo asturiano de Villamayor, Cardín pasó gran parte de su infancia en México, donde su padre poseía una fábrica de camisas. Según contaba fue en la capital mexicana, durante los largos trayectos del autobús escolar y con solo siete años, donde vivió sus primeras experiencias sexuales con otros chicos. A los nueve regresó a Asturias y, tras una larga formación con los jesuitas, se licenció en Historia del Arte Medieval e Historia del Arte Contemporáneo y en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo. En 1973 recaló en Barcelona, que convertiría en centro de operaciones de su vida cosmopolita.
A su alrededor se generó una camarilla de amigos, una piña que se trataba constantemente, aunque lo hiciera desde cierta distancia emocional. “Éramos un grupo muy despegado, era todo muy cerebral entre nosotros y no había muestras de cariño”, recuerda Eliseo Picó. “Nos podíamos decir las mayores perrerías, y hasta nos tratábamos de usted”.
Entre tanto, su actividad intelectual y creativa era frenética. Se vinculó académicamente a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona mientras se inscribía también en el círculo psicoanalítico de Óscar Masotta y colaboraba en El País y ‘Diario 16’ entre otros periódicos, además de en publicaciones culturales como ‘El Viejo Topo’ o ‘Ajoblanco’. También en ‘Diwan’, una de las revistas que había fundado junto a su amigo Federico Jiménez Losantos, quien fuera joven turco de la escena intelectual barcelonesa. Ambos figuraron en 1981 entre los firmantes del Manifiesto de los 2.300, carta que denunciaba la marginación que a su juicio sufría el idioma castellano en favor del catalán.
Al día siguiente de que el grupo terrorista Terra Lliure atentara contra Jiménez Losantos por haber promovido aquel manifiesto, Cardín publicó en ‘Diario 16’ un artículo titulado ‘Un largo adiós’ donde escribía: “No se preocupen los señores de Terra Lliure, [...] les dejo, toda para ellos, su dulce y tónica Cataluña. Solo unos pocos meses para dejar a punto mis asuntos y se verán libres de este ‘ocupante’, que ha querido a Barcelona y ha gozado de ella como nunca seguramente lo harán ellos”.
Él mismo había sido objeto de pintadas amenazantes en la pared de su casa. Pero, contraviniendo su palabra, mantuvo la residencia barcelonesa hasta el fin de sus días. Ahora bien, para entonces su amistad con Jiménez Losantos ya había terminado. El periodista fue precisamente quien le había presentado a Eliseo Picó, que explica los motivos de aquella ruptura: “Federico le hizo a Alberto algo que él no soportaba, que era censurarle. Alberto escribió un artículo para ‘Diwan’ y Federico se lo recortó porque le parecía demasiado gay. Hubo una pelea y dejaron de hablarse”.
Cardín no se mostraba timorato a la hora de escribir, ya fueran artículos académicos o divulgativos, pero también cuentos y poesías. Por supuesto, también trató sobre la cuestión gay, pero esto no lo convertía necesariamente en un activista. “Yo no lo calificaría así”, indica Aliaga. “Era demasiado individualista y miraba a los otros por encima del hombro, ni siquiera fue muy cercano al FAGC”. Como señala Alberto Mira, profesor en la Oxford Brookes University y ensayista especializado en temas LGTBI, con textos como el artículo de 1987 titulado 'Una cierta sensación de fin' manifestó una postura más bien conservadora: “Es bastante problemático, dice que el sida va a terminar con la cultura gay, lo que por supuesto no fue verdad”.
Arremetió contra sus rivales con dureza y sarcasmo –fueron especialmente sonadas sus diatribas con Juan Goytisolo–, y su maximalismo puede generar desconcierto hoy en día como lo hizo entonces. Picó cita la ocasión en que, durante un curso de verano sobre activismo gay en la Universidad Autónoma, se presentó con una defensa encendida de Anita Bryant, la cantante ultraconservadora norteamericana que pretendía expulsar a los maestros homosexuales de las escuelas, lo que dio lugar a una trifulca entre los asistentes. “Pero con eso pretendía que reaccionaran, que fueran más gritones y chirriantes, tipo Ocaña”.
Esto no le impidió dejarse acariciar por la mano de los medios de comunicación de masas: en 1990 intervino en una emisión del programa de Televisión Española ‘Tribunal Popular’ en la que se juzgaba la existencia de Dios, un momento catódico hoy difícil de concebir por el alarde de erudición al que los espectadores eran sometidos en pleno horario de máxima audiencia.
Entre tanto, el 1 de diciembre de 1992, Pepe Espaliú publicaba en El País un artículo de opinión titulado 'Retrato del artista desahuciado'. Con un tono muy crudo para el momento que ahora resuena con nitidez, hablaba de la experiencia de ser homosexual y además enfermo de sida. Poco antes había escenificado en San Sebastián (coincidiendo con el festival de cine) por primera vez la performance ‘Carrying’, en la que era acarreado en brazos por diversas parejas de amigos y conocidos. La acción se repetiría en Madrid, esta vez con más eco mediático: entre sus porteadores estaban Pedro Almodóvar, Marisa Paredes y la política Carmen Romero, esposa del entonces presidente Felipe González. Para entonces Espaliú, que atravesaba las últimas fases de su enfermedad, se había convertido en un enérgico activista en la línea de la asociación ‘Act Up’, como rememora Juan Vicente Aliaga: “Pepe Cobo le prestó su apartamento de calle Barquillo de Madrid para que viviera en él, y aquello era como una oficina donde constantemente llegaban faxes con información de todas partes, y no paraba de entrar y salir gente”.
Suele decirse por todo lo anterior que Espaliú fue la primera figura pública de nuestro país en significarse como portador del VIH. Y, sin embargo, mucho antes que él lo había hecho Cardín. Fue en 1985, en el transcurso de una entrevista para la revista ‘Cambio 16’ donde hablaba con desenvoltura de su infección, diagnosticada el año anterior. Conviene recordar que entonces la pandemia se encontraba en sus primeras etapas de difusión pública, que el estigma era inconmensurablemente mayor de lo que aún hoy es, y que a la muerte de un ídolo global como Rock Hudson, quizá la primera que despertó conciencias, le faltaban meses para llegar. Aquella urgencia por hacer público su estado puede interpretarse, desde luego, como consecuencia de una toma de postura política que perseguía la visibilización del conflicto.
Pero también cabe considerar otras motivaciones más complejas y subjetivas, o así lo apunta Eliseo Picó: “Alberto era un poco maniático, así que ante cualquier dolorcito se ponía en el peor de los escenarios. Muy pronto dijo que tenía la sensación de tener el sida, y se hizo la analítica como veinte veces hasta que le salió positiva. Cuando se lo confirmaron, en lugar de ocultarlo se lo contó a todo el mundo, y además jugaba con la reacción de la gente ante la noticia. Hasta que hacia 1990 la enfermedad empezó a mostrar sus efectos. Se recogió mucho, vino su madre para cuidarlo, y a sus amigos ya no nos quería ver. Cuando lo vi por última vez me quedé horrorizado por su estado y él se dio cuenta, así que ya no quiso que volviera. Eso sí que fue doloroso. La única de nosotros que estuvo con él hasta el final fue Susana Lijtmaer, lectora de la editorial Anagrama, que era la viuda de Óscar Masotta”.
Sobre la dificultad para encontrar testimonios de la relación entre Cardín y Espaliú a pesar de que todo parece conectarlos, afirma Joaquín García, comisario de la exposición ‘El azar de la restitución’: “En efecto la relación no está documentada. Pero tuvieron que cruzarse seguro, ya fuera en una inauguración o en un ‘cruising’. Por eso mi propuesta es inventar ese encuentro”. La muestra relaciona fotos de las obras y acciones que realizó Espaliú durante su estancia en Barcelona con extractos de los escritos de Cardín como realmente si unos se hubieran realizado para ilustrar las otras. En ese dispositivo cobra una importancia fundamental el marco barcelonés.
“Barcelona era entonces el lugar en el que había que estar”, resume García. El auge de la industria editorial, de la universidad y los movimientos sociales (incluyendo el FAGC, que promovió la primera marcha española del Orgullo Gay en 1977) fueron distintas manifestaciones de este florecimiento. Y el cogollo de intelectuales ubicado en estas coordenadas se esforzó por generar y mantener vínculos con la modernidad que venía de fuera, particularmente de Francia.
“En aquella época leíamos todos a Julia Kristeva, Foucault, Deleuze y Barthes, la revista ‘Tel Quel’ y por supuesto a Lacan”, completa Picó. “Nos visitaba mucha gente de París como el escritor cubano Severo Sarduy, al que paseábamos por los sitios de ambiente. O Copi, el dibujante argentino, que vino varias veces. Una de ellas representó una obra de teatro suya muy divertida, Loretta Strong, sobre el viaje espacial de una mujer trans. Aunque entonces no decíamos eso, decíamos travesti”.
El eje principal de este movimiento se ubicaba en el paseo de La Rambla, que antes de convertirse en decorado para el teatro de la turistificación sirvió como un punto de encuentro mucho más genuino entre intelectualidad y bajos fondos: “Las Ramblas empezaron a caer con las Olimpiadas de 1992”, valora Joaquín García. “Pero no olvidemos que a un lado queda en Raval, el Barrio Chino, y al otro el Borne y el Gótico y que acaban en el puerto, lugares entonces no asumidos por la elite burguesa. Esas son las Ramblas míticas de Ocaña y Nazario, pero también las de Vázquez Montalbán. Un sitio dedicado a cierto tipo de ocio de bar y puticlub. Lo que convivía con otra escena gay muy clara, el “mariconeo fino” digamos, que se insertaba también en el bar Boccaccio y la ‘gauche divine’, con gente como Gil de Biedma o Terenci Moix”.
La exposición de la galería Nogueras Blanchard forma parte del 'Barcelona Gallery Weekend', que tendrá lugar entre el 15 y el 19 de septiembre. Otra galería barcelonesa incluida en el programa, House of Chappaz, presenta la colectiva ‘Contact! / Together Again (Poéticas Políticas del VIH)’, en torno a la infección, de la mano de artistas como David Wojnarowicz o Juan Hidalgo. La coincidencia de ambas ofrece la oportunidad para revisar un tiempo repleto de pérdidas irreparables y constatar una vez más que aquel fue el inicio de un capítulo que aún sigue abierto.
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