2020/02/26

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | SEJO CARRASCOSA: "NO ESTAMOS CUESTIONANDO LA BICHA: LA HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA"

Pikara / Sejo Carrascosa //

Sejo Carrascosa: «No estamos cuestionando la bicha: la heterosexualidad obligatoria»

Sejo Carrascosa alerta sobre que, si las identidades subversivas desaparecen, políticamente estamos perdidas porque el sistema enseguida nos cooptará». En una época de explosión de las identidades, el histórico activista marica insta a «buscar estrategias conjuntas frente a un enemigo común».
Itziar Abad | Pikara, 2020-02-26
https://www.pikaramagazine.com/2020/02/no-estamos-cuestionando-la-bicha-la-heterosexualidad-obligatoria/

Sejo Carrascosa comenzó su militancia en grupos libertarios y antiautoritarios, a los que siguió la CNT. Su primera movilización fue en el instituto, contra la segregación por sexos que imponía la dictadura: «Había dos edificios: uno, para chicas y otro, para chicos. Llegó un momento en el que les dio por separarnos también en el patio. Primero fue por horas. Los chicos entrábamos a las 9:00 y las chicas a las 9:30 o viceversa. Luego pusieron un alambre, que arrancamos, y más tarde, una pared de ladrillo, cual muro de Berlín, que tiramos a patadas. Éramos de barrio, más brutos que un arado...». El activismo marica lo inició en el FLHOC (Frente de Liberación Homosexual de Castilla) hace tantos años que, por aquel entonces, Madrid, su lugar de origen, aún pertenecía a Castilla la Nueva. Actualmente, Sejo Carrascosa forma parte del colectivo gasteiztarra Lumagorri ZAT (Zisheterosexismoaren Aurkako Taldea).

¿Qué reivindicaban estos frentes de liberación?
Además del tiempo para el bocadillo, pedíamos tiempo para poder ligar o clases para aprender a darse por el culo. Queríamos potenciar las relaciones sexuales en las fábricas, porque planteábamos la homosexualidad como un espacio de liberación del capitalismo. Frente a la producción capitalista, sistema totalmente opresivo, las consignas eran gozar de nuestros cuerpos y abolir el trabajo asalariado: ‘Estamos aquí para gozar, no para currar como cerdas’. También reivindicábamos las relaciones intergeneracionales, porque considerábamos que la edad era una imposición más del sistema capitalista. A los 14 no se podía follar ni elegir con quién follabas, pero sí se podía currar. De hecho, había mucha gente trabajando a partir de esa edad para poder irse de casa de los padres. Aborrecíamos la familia tradicional que, además, era uno de los puntales de la dictadura. Los frentes de liberación formaban parte de la contracultura; no había cosa que no cuestionáramos.

¿Quiénes los componían?
En aquella época, las identidades no eran tan cerradas como ahora porque la lucha era una cuestión de liberación sexual. De forma totalmente estratégica, no reinvindicábamos las identidades homo/hetero. Así, nadie tenía que identificarse de ninguna manera. Los frentes de liberación estaban en todo el Estado y se politizaron cuando llegaron las feministas lesbianas, de la mano del marxismo y del anticapitalismo.

¿Y después del FLHOC?
Cuando te empiezas a drogar no te queda tiempo para...
 
...hacer frente al capitalismo.
¡Bastante tienes con evadirte de él! (risas)

Vuelves en el año 92, como promotor del grupo Radical Gai.
Era un domingo de rastro en Madrid. Había habido un encuentro de la Coordinadora de los Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español, que aún se mantenía como estructura. La Radi la montamos la gente más izquierdista de COGAM [el colectivo LGTB+ de Madrid], que salió de ahí porque el colectivo ya había hecho una apuesta bastante asistencialista, y yo, que era de los pocos que no venía de esa escisión. En aquella época se empezó a abrir la caja del asistencialismo: servicios, orientación, asistencia, etc., lo que exigía rebajar tus principios y, en consecuencia, una despolitización. Anduvimos un par de días buscando un nombre para el nuevo grupo. ‘La Josefin’ planteó que nos llamáramos Confecciones La Rata, por nada en particular... (risas). La Radical Gai era un espacio de supervivencia o de sociabilidad. Ya habían surgido los movimientos okupas, que suponían la autonomía de las instituciones y una crítica a la sociedad, al consumo, a la vivienda, a la convivencia… Estaba Minuesa, que era un centro okupado grande, con una imprenta enorme, donde se hacían fiestas. Nos reuníamos en la fundación anarquista Aurora Intermitente, donde tenía también su sede una agencia de noticias alternativa llamada UPA. Nos impregnábamos de todo aquello.

¿Por qué la Radical Gai resultó tan transgresora?
Modestia aparte, éramos bastante geniales tocando las pelotas. Lo primero que hicimos fue llenar Madrid de pintadas: «Maricas para ligar, maricas para luchar», porque ya existían los bares de ambiente y se había derogado la ley de peligrosidad social. Por entonces estaba al pilpil el movimiento okupa y el de objeción de conciencia, en donde algunas mujeres empezaban a cuestionar la estructura y a denunciar el machismo interno. En la Radical Gai había maricas que también eran objetores y querían ser insumisos. Ahí creamos la ‘insumisión gai’, que planteaba: «Al ejército no vamos no porque no creamos en las guerras, sino porque qué vamos a hacer allí con tantos hombres si no nos los podemos follar» (risas). Editamos un dossier muy bonito titulado ‘Levanten nalgas’. La objeción suponía radicalizarse porque la cárcel estaba de por medio. Había carnalidad en la represión. Que te metieran en la cárcel era chungo.

Practicábais la interseccionalidad avant la lettre.
Mariconizábamos todo lo que tocábamos. Interveníamos en movimientos ‘generales’ porque todos trataban el rollo marica como ‘lo vuestro’. Hacíamos muchas acciones para cuestionar la heterosexualidad, lo cual nos costó muchas amistades... «¿Qué pretendéis, que nos hagamos todos maricas?», nos preguntaban. Y nosotras: «Todos, no, pero ese de ahí...». (risas). Un día pillamos una reglamentación de Renfe que advertía a sus servicios de seguridad que tuvieran cuidado con mendigos, insumisos y homosexuales. Nos fuimos a Chamartín a montar tal show que terminamos detenidas 50 personas. Pasara lo que pasara dábamos el cante. ¿Que el grupo Cuba Dura, al que llamábamos Cuba Erecta, convocaba una mani? Pues ahí íbamos nosotras, con el panfleto «Nos da por Cuba», para denunciar el tratamiento que se daba en ese país a los gaises. ¿Que era jornada de huelga? Pues llenábamos Chueca de pintadas: «La patronal es heterosexual». Y salía el dueño de un bar: «Yo no soy heterosexual». Y nosostras: «Ya, pero eres un explotador que no pagas a los camareros». Todo lo que hacíamos suponían broncas grandes y debates perpetuos. La radicalidad nos venía del hecho de plantear respuestas concretas a cosas que pasaban. Estábamos muy politizadas, teníamos ganas y no dependíamos ya de consensos con gente asistencialista de COGAM. Todo esto sucedía en torno a Lavapiés, donde vivíamos la mayoría de activistas y donde aún no había gentrificación.

¿Y con la eclosión del VIH?
Vino la gran bronca en el activismo. Para tratar de evitar que la sociedad hiciera la ecuación ‘gaises sida’, el VIH se convirtió en un tema tabú. Sin embargo, la Radical Gai supo darle un carácter social muy grande. ¡¿Cómo no íbamos a tocar el tema?! Mis amigas lesbianas tuvieron un papel protagonista en la lucha contra el VIH que, gracias a ellas, se politizó mucho más. La cosa estaba jodida: enfermedades, hospitales, muertes... Veíamos lo rápido que moría la gente, en un periodo de entre tres y seis meses. La prueba no estaba ni mucho menos generalizada y faltaban medicamentos así que, cuando la gente entraba al hospital con algún tipo de enfermedad, muchas veces tenía ya deterioradísmo su sistema inmune. El sida se cebó en los sectores más vulnerables de la sociedad: los yonquis, los presos, las mujeres, las trabajadoras sexuales. Veníamos de épocas de heroína. Eso sirvió para que mucha gente ajena a los gaises se concienciara e involucrara en la lucha contra la infección. Vía carta y fax nos relacionábamos con los grupos Act Up! de la época: de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Holanda. Conocíamos sus formas de acción y queríamos que las nuestras, ante tanto sufrimiento, también fueran más allá, aunque nos detuvieran.

Si tu pluma les molesta, ¡clávasela!

Ese eslogan se nos ocurrió en la fotocopiadora, haciendo unas pegatinas antifascistas para un 20N. Reivindicábamos mucho la pluma, por ser la feminidad una de las mayores potencialidades subversivas del movimiento marica. La gran maestra Empar Pineda decía que los chicos les debían mucho a todas las maricas, que si ahora pueden llevar pendiente y demás cosas estéticas es gracias a ellas. Estaba también el movimiento de gaises, de corte más posibilista y asistencialista. Hoy en día, en el Estado español, en círculos okupas, antiespecistas y veganos hay muchos grupos maricas que reivindican la pluma. Y yo lo celebro.

En el 95 abandonaste Madrid y te instalaste en Gasteiz. Es el sexilio a la inversa...
¡Ojo con Gasteiz que aquí se mandó a hacer puñetas a la Virgen Blanca! Dos cuerdas y ¡pumba! Ahí la tienes ahora, metida en una hornacina. También eran famosas las procesiones ateas en Semana Santa. Cuando llegué, Gasteiz era un punto muy importante del movimiento autónomo y alternativo, pero todavía había mucha gente en el armario. Eso me supuso cierto choque porque yo ya venía de una visibilidad absoluta. Por ejemplo, todavía pesaba que te vieran en la prensa y los grupos que existían eran aún espacios de sociabilidad a los que se iba para conocer gente. Al no ser esto una gran ciudad, faltaban referentes. En Madrid estaba Chueca.

¿Te parece estratégico que el movimiento LGTB incida en la agenda institucional?
El movimiento LGTB no tiene una buena agenda, una que reivindique acabar con los privilegios de la heterosexualidad y romper la base social, totalmente heterocentrada y, por ende, asimétrica, machista y misógina. La heterosexualidad es una identidad tóxica y nociva, pero es muy difícil entrar a cuestionar eso. El matrimonio es una de las grandes herramientas de la heterosexualidad, un contrato para tener a la mujer ahí atada con la prole. Fíjate si papá y mamá tienen privilegios que hasta la Constitución les reconoce la libertad para educar a sus hijos, dando por descontada su capacidad para hacerlo. ¡¿Dónde se ha visto esto, por Dios?! La educación es la única forma que tiene la sociedad de salvar a esas criaturas de las creencias de sus padres. ¡Y encima les dejamos que las lleven a la escuela concertada! Las criaturas están siendo utilizadas como una especie de gran foco de censura y de políticas totalmente antisexuales y antidiversidad: «Los niños no pueden verlo».

Ni el nudismo en la playa.

Ni exposiones en un museo. ¿Cómo no van a poder ver cuerpos desnudos o gente follando, pero sí matándose entre ella? Hay ciertos temas que hemos convertido en tabú. Entonces, volviendo a que el movimiento incida en la agenda institucional, no me interesa que la incidencia consista en una gestión de la diversidad, porque va a ser liberal y sectorial. Quiero incidir con enfoques y puntos de partida que envuelvan a toda la sociedad y que tengan en cuenta los posos de exclusión que ha habido históricamente: por qué las mujeres no están en el ágora o por qué los maricones no hemos cumplido la función del hombre, tocando así el núcleo duro del sistema. La producción no es lo único que lo sostiene.

¿De qué más cosas se vale?

En estos momentos, el sistema capitalista ya no quiere a los cuerpos por productivos, sino por deseables, por exitosos en términos sociales, porque de producir se encargarán los robots y las fábricas en los países empobrecidos. ¿Y aquí a qué nos vamos a dedicar? A tener cuerpos con éxito. De ahí la gordofobia y la construcción de cuerpos no deseables, los que están fuera de los cánones estéticos, los negados, los expulsados más allá de los márgenes porque son incapaces de tener el éxito social. La productividad y el éxito son una imposición del sistema de tener que ser algo. ¿Por qué no limitarnos a vivir, que puede ser bastante enriquecedor?

Decías antes que «el matrimonio es una de las grandes herramientas de la heterosexualidad». ¿Cómo casa esto con el matrimonio igualitario?
El matrimonio igualitario consiguió que las personas no heterosexuales fueran tan vulgares y ordinarias como el resto (risas). A nivel político, supuso legitimar estructuras que van en contra de los derechos individuales. No obstante, representó un gran logro, ante un derecho conculcado, que mitigaba en cierta medida una situación lacerante como era la pandemia del VIH/sida. Ocurría que, cuando moría alguien, su familia homófoba se quedaba con todo el patrimonio y dejaba sin ninguna propiedad a su pareja, en contra de la voluntad de la propia persona fallecida, por falta de una relación contractual de por medio. Pasaba también que, si el enfermo estaba hospitalizado en un centro privado, la familia prohibía la visita de la pareja.

Vale, el movimiento LGTBI no tiene una «buena agenda» para la incidencia. ¿Qué hay de las instituciones? ¿Están a la altura?
La mercantilización y el consumo que han creado en torno a la identidad gay representa una forma de cooptación brutal. Ahora para ellas no somos más que un target económico con el que pueden lucrarse. El pride es el ejemplo más evidente de eso y también de pinkwashing: lo montan para generar unas pelas y, de paso, tienen coartada para poner a sus municipios la medallita de los derechos humanos. Estamos inmersas en un espectáculo continuo, en el que tanto dinero aportas tanto vales. Asistimos a que en las instituciones hay gente sin ninguna conciencia. Hay gaises en Ciudadanos, en Vox, en el PP... que consideran que la orientación sexual y la identidad de género pertenecen al ámbito de la intimidad. ¿Dónde queda la potencialidad subversiva?

¿Hemos perdido el norte con las identidades?
Me parece una ida de olla. Hay una cosa muy importante: la identidad es un efecto, no una causa. No debemos caer en políticas identitarias. Son el equivalente a políticas neoliberales y nos encorsetan, porque parten de un enfoque en absoluto interseccional. Podemos ser hiperidentitarias, pero el no saber jugar con las identidades nos ha llevado a rebajar la carga reivindicativa. No estamos cuestionando la bicha: la heterosexualidad obligatoria, de Adrienne Rich; o la heterosexualidad como construcción política, de Monique Wittig. Ya está bien de seguir promocionando la heterosexualidad, de hablar de diversidad por todas partes en lugar de disidencia. Si las identidades subversivas desaparecen, políticamente estamos perdidas porque el sistema enseguida nos cooptará y, a cambio, nos dará unas miguitas. «Aquí están los gaises; aquí, los judíos; aquí, los gitanos...». Debemos buscar estrategias conjuntas frente a un enemigo común, igual que hicimos en la época del sida. Entonces no caímos en el identitarismo de «hablo yo que soy el enfermo y tú te callas», sino que teníamos el convencimiento de que la lucha era de todo el mundo: «Si te mueres tú, que eres mi amigo, ¿cómo no me va a afectar?».

Y con el repunte del fascismo...
La gente no se hace una idea de lo que es eso... En el año 80, después de una mani en Argüelles, zona facha, al hijo de un ministro y a su novio les metieron un palizón que los mandaron al hospital. Hoy en día, el fascismo en Madrid vuelve a estar crecido y a gozar de mucha impunidad. Su repunte nos va a obligar a evitar de nuevo los espacios geográficos en donde se localizan los mecanismos del desprecio. Vamos a asistir otra vez a la zonificación de las ciudades, a tener que elegir una zona u otra según la seguridad que ofrezca. Es una vuelta al armario. Cerca de donde tenga la sede Vox, por ejemplo, nos andaremos con cuidado con los símbolos que llevamos, como esta chapa y esta banderita del orgullo en mi bolso.

En 'El libro del buen Vmor'. Sexualidades raras y políticas extrañas, coordinado por Fefa Vila y Javier Sáez, escribes: «Hablar del sida es encarnar la vergüenza de sentirse superviviente». Suena durísimo...
Haber sido parte de una generación que se pierde y, sin embargo, seguir vivo me sitúa en un espacio privilegiado e incómodo. ¿Por qué yo no y otra gente sí? No sé si me toca ser el testimonio, el recuerdo o, simplemente, vivir con un déficit o un vacío. Luego hay algo muy ligado al holocausto: el imperativo moral de convertirse en memoria, una forma de dejar de ser tú misma.

Una última pregunta: ¿por qué dices gaises?

Para mí esa es una forma de alejamiento y de cuestionamiento de las identidades más despolitizadas, de las que están dentro de la moda y de las políticas de consumo, de las que no buscar subvertir, sino integrarse.

2020/02/24

DOCUMENTACIÓN | VIH-SIDA | UN VIRUS EN LA INSTITUCIÓN: POR QUÉ EL ARTE VUELVE AL SIDA

Un virus en la institución: por qué el arte vuelve al sida.
El homenaje de Arco a Félix González-Torres demuestra el creciente interés que museos e instituciones (y, ahora, también el mercado) demuestran por los años de la epidemia.
Álex Vicente | El País, 2020-02-24
https://elpais.com/cultura/2020/02/24/babelia/1582564844_427444.html 

“Quiero ser un virus en la institución”, anunció Félix González-Torres en 1994, durante una conversación con el artista estadounidense Joseph Kosuth. “Todos los aparatos ideológicos se están replicando porque es así como funciona la cultura. Si funciono como un virus, un impostor, un elemento infiltrado, podré replicarme con estas instituciones”. En tres frases escasas, el artista cubano sentaba las bases de su práctica artística, pero también de su proyecto político. Uno de sus correligionarios en el Nueva York de los ochenta, Keith Haring –que nació un año después y murió seis antes que él, víctima de la misma enfermedad—, funcionaba, pese a las diferencias de forma, de una manera casi idéntica: adoptando los códigos gráficos del mundo capitalista para inocular en él ideas susceptibles de destruir su dogma blanco y heterosexual. Cada dólar gastado en los productos derivados que reutilizan los motivos de sus obras supone una victoria para su causa.

El homenaje a González-Torres que le dedica ahora Arco, que arranca mañana en Madrid, es sintomático del creciente interés que las instituciones –y, ahora, también el mercado— demuestran por una generación de creadores que, mientras el sida hacía estragos, cambiaron la manera de hacer arte y activismo político. En los últimos tiempos, los nombres de artistas como Nan Goldin, David Wojnarowicz, Mark Morrisroe, Dana Wyse o Zoe Leonard –que exigía “una persona con sida de presidenta” en una obra firmada en 1992— se han vuelto omnipresentes en museos y bienales de todo el mundo, a la vez que el legado de colectivos como General Idea o Group Material, que forzaron la conversión de los museos en espacios para el debate y el pensamiento, parecía cada vez más relevante en el contexto actual.

“No es una simple moda, sino una puesta al día, que sigue el paso de la cultura popular, donde la cuestión está más avanzada que en los museos. Siempre ha habido exposiciones sobre el sida, pero ha hecho falta un salto de generación para ver las cosas con perspectiva”, analiza la crítica de arte francesa Élisabeth Lebovici, que acaba de publicar 'Sida' (Arcàdia), que reúne sus ensayos sobre esta cuestión. La autora lleva años indagando en la relación entre el arte de los ochenta y noventa y las distintas formas de militancia que surgieron durante la epidemia. “Los activistas de la época fueron a buscar herramientas en el arte conceptual. Por eso, la lucha contra el sida empezó a usar la fotocopia, la instalación y la ‘performance’, produciendo una contracultura que se oponía a la representación mediática del enfermo de sida como un ser monstruoso”, señala Lebovici. El más conocido de todos fue el llamado ‘die-in’, variante del ‘sit-in’ de los ‘hippies’ que popularizó la organización Act Up. Los manifestantes se tumbaban en el espacio público y simulaban estar muertos, en una puesta en escena simbólica de las defunciones masivas que tenían lugar ante la indiferencia general.

Los museos y los investigadores llevan años regresando a este turbulento periodo y corrigiendo su deficiente representación. En 2015, una exposición itinerante, ‘Art AIDS America’, lanzó una mirada sobre la época en Nueva York y Los Ángeles. Pero, por bienintencionada que fuese, la iniciativa levantó protestas, recordando el difícil encaje de estas radicales propuestas en un contexto institucional: un colectivo organizó un ‘die-in’ en las salas de la muestra para protestar contra la ausencia de artistas negros, que consideraban sistemática en las instituciones del arte. En 2018, sucedió algo similar con una gran retrospectiva dedicada a David Wojnarowicz, que luego recaló en el Museo Reina Sofía de Madrid. Durante su paso por Nueva York, la muestra no gustó a Act Up, en la que militó el mismo Wojnarowicz, que murió de sida en 1992. La asociación acusó al museo de inscribir la epidemia del VIH en un pasado lejano y de no reconocer que seguía matando, mientras que la revista especializada ‘Frieze’ denunció que la muestra vehiculaba una versión “saneada” y “digerible” de la obra de Wojnarowicz, azote de la sociedad estadounidense que llegó a tildar a sus compatriotas de “esvásticas andantes”. ¿Era correcto hacer entrar en el canon occidental a un artista que escupía sobre él?

Los ejemplos abundan. Dos muestras recientes en Nueva York y Berlín han rescatado la figura del artista y director teatral Reza Abdoh, iraní establecido en Los Ángeles que murió en 1995 por complicaciones ligadas al sida. Al mismo tiempo, ‘Ángeles en América’, la obra que Tony Kushner estrenó en 1991, regresaba a Broadway, protagonizada por una estrella como Andrew Garfield. La Comédie Française de París, el gran templo del teatro público que fundó Luis XIV en 1680, acaba de incorporar ese texto a su repertorio, con un montaje del director Arnaud Desplechin. Mientras tanto, en Bruselas, el museo Bozar propone una retrospectiva dedicada a Keith Haring que presta atención a ese compromiso político que el ‘merchandising’ ha logrado disimular.

En España, existe la iniciativa del Anarchivo Sida, ambicioso proyecto de investigación que recopila prácticas artísticas y experiencias colectivas relacionadas con el VIH, atendiendo al espacio geográfico no anglosajón, a cargo del Equipo Re, formado por Aimar Arriola, Linda Valdés y Nancy Garín. El resultado ha sido visto, entre otros lugares, en centros como el Macba, en Barcelona, donde el proyecto se expuso en 2018 y 2019. "En nuestro proyecto museográfico figura la idea de releer la década de los noventa e introducirla en la narrativa del museo, que hasta hace poco estaba anclada en los setenta", explica el jefe de programas del Macba, Pablo Martínez. "Cuando se analiza ese momento histórico, es imposible no entender que el sida fue un acontecimiento fundamental, que afectó no solo a los artistas como individuos, sino también a sus formas de hacer. La crisis del sida reclamó una concurrencia pública del arte, un compromiso claro ante un conflicto concreto". Además, el genio individual y las prácticas en primera persona regresaron contra pronóstico, invalidando la muerte del autor enunciada por Roland Barthes y Michel Foucault. "Vuelve el yo, aunque sea un yo distinto al de antes. Ya no se puede entender como una entidad individual o atada al sujeto", añade Martínez.

Lebovici coincide en que esa primera persona fue "un yo plenamente político, como demuestran los casos de Wojnarowicz o González-Torres". A esta especialista, la presencia estelar de este último en Arco no le supone un problema, pero sí le genera ciertas dudas. "Nunca dijo que no quisiera vender su trabajo, pero puso condiciones drásticas: él no vendía bienes ni objetos, sino posibilidades", señala la crítica de arte. Es decir, las características de sus relojes de pared o el número de caramelos necesarios para recrear una de sus obras, pero nunca la instalación en sí. "Cuando esa potencialidad se reserva a quienes tienen el poder de comprar esas obras –es decir, un círculo reducido de coleccionistas e instituciones muy ricas— se produce una contradicción respecto a su concepción del arte", apunta Lebovici. Para Martínez, si el sida se infiltra incluso en una feria como Arco es porque nuestra época no es tan distinta a la que se enfrentó a aquella epidemia desbocada. "La era de la expansión del sida coincide con un momento ultraconservador, el del thatcherismo y el reaganismo, cuando se atacan los avances de las mujeres y los de las minorías negras y homosexuales. Hoy vuelven a estar en peligro las identidades subalternas", concluye. Y las lecciones de aquel tiempo remoto siguen siendo útiles.

2020/02/22

DOCUMENTACIÓN | 23F | A LA CAZA DE MARIC*NES DE MIERDA

El intento de golpe de Estado del 23F en Valencia visto desde el cuartel.
En la división que ocupó las calles de Valencia algunos mandos salían ciertas noches de “caza” de homosexuales; la de la intentona de 1981, desplegaron a los soldados con la orden de dar el “¡alto!” y disparar a quien no hiciese caso.
Carles Marco | El Diario, 2020-02-22
https://www.eldiario.es/comunitat-valenciana/golpe-febrero-homosexuales-ministra-defensa_1_1152171.html 

El 23 de febrero de 1981 yo era cabo primero en el Cuartel General de la División Maestrazgo 3 del Ejército de tierra en València. Allí vi y sufrí lo indecible a pesar de ser un cuartel de lujo. Porque algunos de los soldados enchufados eran de Fuerza Nueva, el partido de extrema derecha de Blas Piñar. Mis 'compañeros' captaron que yo no era de 'ellos' y me vacilaban e insultaban sin venir a cuento. Minucias para lo que vi que hacían con otros. Cada cierto tiempo, por la noche, salían con un jeep “de caza”. Un sargento, un brigada y cuatro o cinco soldados de extrema derecha recorrían las avenidas y calles donde se citaban los homosexuales. Secuestraban a unos cuantos en el jeep militar llevándolos al cuartel. Allí a la fuerza los desnudaban y les daban ostias y patadas mientras los mantenían en la ducha fría durante unos 15 minutos. “¡Maricones de mierda!”, “¡hijos de puta, os vamos a cortar los cojones!”, les decían. Tras su 'fiesta' los montaban groguis en el jeep y los tiraban por carreteras. De vuelta al cuartel, bebían mucho alcohol 'vomitando' canciones franquistas y confabulándose entre risas para la próxima “cacería”.

Un día antes del 23 de febrero nos hicieron formar con subfusiles y fusiles Cetme y avisaron de que al día siguiente tendríamos que salir para una misión importante. El 23 de febrero nos hicieron llamar en cola desde el único teléfono del patio a nuestras familias para decirles brevemente que no sabíamos cuándo volveríamos. Las órdenes eran claras: cada veinte metros tenía que haber un soldado en el puente de Aragón: a cualquier ciudadano había que darle el “¡alto!” y, si no hacía caso, disparar. Teníamos entre 19 y 24 años. Mientras tanto, en el Cuartel General de la División Maestrazgo 3 –que fue la que sacó los carros de combate a las calles de València–, los mandos y oficiales descorchaban botellas y botellas de champán. Estaban eufóricos y convencidos de que el golpe de Estado había triunfado. Ni el general de división, ni el de brigada, ni ningún coronel fue imputado. Solo el capitán general Jaime Milans del Bosch fue procesado y sentenciado a 30 años de prisión por delito de rebelión militar. Nunca se arrepintió. No obstante, solo nueve años después fue indultado y puesto en libertad. Todos los demás generales y coroneles de València que estaban en el ajo y movilizaron los carros de combate se fueron de rositas.

Por lo demás, todos los soldados éramos esclavos: allí no trabajaba ningún militar de profesión. Solo firmaban las instancias, textos, estadísticas... que nos obligaban a hacer, mientras los suboficiales, oficiales y mandos se pasaban el día en el bar. El servicio esclavista era total: los soldados les limpiaban y arreglaban sus coches particulares, les iban a casa como electricistas, fontaneros, pintores, etc. Pero más: los soldados entregábamos a los coroneles y generales en su casa el pan y las demás viandas demandadas por la mañana con el jeep del ejército. Y llevábamos de paisano las bolsas de las compras que las mujeres de estos militares hacían en El Corte Inglés. También sin avisar abrían nuestras taquillas del cuartel: tiraban libros inocentes a la basura.

El exteniente Luis Gonzalo Segura publicó hace pocos años ‘El libro negro del Ejército español’. La hoy diputada socialista Zaida Cantera, tras superar por oposición la Escala Superior de Oficiales del Ejército, no paró de denunciar el acoso que sufrían las mujeres en esa institución. Harta... la abandonó.

DOCUMENTACIÓN
Conclusiones de las Jornadas de debate "gay" en Madrid.
El País, 1981-03-23

https://elpais.com/diario/1981/03/24/sociedad/354236403_850215.html

LECTURAS
23F: ¿Qué hubiera pasado con la comunidad LGBTI española si el golpe de Estado hubiera triunfado?
Lottis, 2017-02-23

https://www.loottis.com/23f-que-hubiera-pasado-con-la-comunidad-lgbti-espanola-si-el-golpe-de-estado-hubiera-triunfado/

AUDIOVISUALES
Te quedarás ojiplático al escuchar lo que se pensaba de la homosexualidad en la España de 1981.

Respira.... respira... respira.
El HuffPost, 2017-06-28
https://www.huffingtonpost.es/2017/06/28/te-quedaras-ojiplatico-al-escuchar-lo-que-se-pensaba-de-la-homos_a_23006065/

2020/02/16

DOCUMENTACIÓN | MEMORIA | ARNY, 25 AÑOS DEL CASO EN EL QUE ARDIERON FAMOSOS GAIS INOCENTES

El Español / El pub Arny en Sevilla //

Arny, 25 años del caso en el que ardieron famosos gays inocentes: “Solo quiero olvidar”, dice el dueño.

El Español localiza al culpable de la explotación sexual de menores en el pub de Sevilla. El escándalo se usó para señalar a gente por su condición.
Andros Lozano | El Español, 2020-02-16
https://www.elespanol.com/reportajes/20200216/arny-ardieron-famosos-inocentes-solo-quiero-olvidar/467703639_0.html 

Cuando una voz de hombre responde al otro lado del telefonillo del portal, el reportero pregunta. Son las 10 horas de una tibia mañana de esta semana pasada en el centro de Sevilla.

-¿Es usted Carlos Saldaña? Me dicen que vive en este edificio, pero no sé en qué puerta exactamente.
-Sí, ¿qué quiere?
-Soy periodista.
-¿Y qué?
-En unos meses se cumplen 25 años del ‘caso Arny’. Usted era dueño de aquel pub y el que recibió la condena más alta de todos los implicados. Me gustaría hablar unos minutos con usted.
-No tengo ningún interés en hablar de aquello, lo siento.
-No le quitaría más de cinco o diez min… [Aquella voz todavía sin rostro interrumpe de forma brusca sin dejar terminar la frase]
-No me interesa. Sólo quiero olvidar aquello. Lo siento.

Carlos Saldaña, educado, da por acabada la conversación. No quiere remover el pasado para volver atrás un cuarto de siglo, cuando, tras romper con su vida anterior, dejar a su mujer y a su hija, regentaba un pub de ambiente gay en la calle Trastamara de Sevilla. En febrero de 1995, hace ahora 25 años, José Antonio Sánchez Barriga, un adolescente de 16 años, denunció ante la Policía que en aquel local se le indujo a prostituirse entre los clientes. A él y a otros menores.

Aquella denuncia destapó un escándalo que era real pero, a su vez, generó otro: a determinados personajes reconocidos y famosos de la sociedad pública española de aquel momento se les señaló injustamente para manchar su imagen, como se demostraría meses después durante un juicio que llenó horas y horas de televisión, ocupó titulares de periódicos y se coló en las tertulias de las radios.

En una España aún con los prejuicios de una época pasada y homófoba, se acusó directamente al presentador Jesús Vázquez, al humorista Jorge Cadaval, de Los Morancos, al cantante Javier Gurruchaga, a Antonio Tejado (hermano de María del Monte) o al juez de menores Manuel Rico Lara. Su culpa era ser homosexuales. Nada más. Por la calle alguna gente les llamaba pederastas.

Aunque el testimonio de aquel joven aireó una realidad que sí existía, en su declaración había gran parte de mentira. Finalmente, se llegó a juicio dos años después. Todos esos rostros conocidos de la televisión resultaron absueltos. Pero pagaron una factura demasiada cara ante la sociedad. Jesús Vázquez estuvo dos años sin trabajar. “Fue una muerte social y laboral atroz”, reconoció el artista en enero del año pasado en el programa ‘Chester’, de Risto Mejide.

De los 49 procesados, 33 resultaron absueltos. El principal condenado, al que se le impuso una pena de 33 años de prisión, fue ese hombre de pelo canoso que se lo recoge en un coletilla en la nuca y al que esta semana encontró El Español caminando por el centro de Sevilla cuando se disponía a tirar la basura.

El hombre, ya mayor, ha salido de una edificio próximo a la Alameda de Hércules, probablemente la zona más alternativa y moderna de la capital andaluza. Su casa no está muy lejos de donde estaba el pub que acabaría cambiando su vida. A pie no tardaría más de 15 o 20 minutos en llegar.

Tras el no dado a través del telefonillo de su casa, probamos de nuevo en la calle. Pero Carlos Saldaña, visiblemente enfadado por la llegada de un periodista y un fotógrafo, rechaza hablar del caso y de cómo ha vivido estos últimos 25 años.

“Ni un café ni leches. Aquello es pasado y no tengo nada de qué hablar. Déjeme en paz”.

El escándalo

Febrero de 1995. Sevilla, moderna pero antigua, bonita pero cruel, todavía se relamía por el buen sabor de boca que le dejó la feria internacional de la Expo del 92. Tras aquel acontecimiento, volvía a estar en boca de todo el mundo, fuera y dentro de España.

Pero la confesión del adolescente tres años más tarde iba a provocar un seísmo social en la capital andaluza. José Antonio Sánchez Barriga contó que en varios pubs de Sevilla, entre ellos el Arny, Valentino y 27, todos muy cerca uno del otro, se prostituían menores con clientes adultos. El pub Arny era una expresión vital de Carlos Saldaña, su dueño: lo había montado después de confesarle a su mujer que era gay, abandonar la casa y dejar en ella a su esposa y a una hija.

A la declaración de aquel menor, al que se le empezó a conocer como Testigo 1, se sumaron las de otros adolescentes sevillanos. José Antonio Sánchez Barriga señaló, entre otros clientes, al juez de Menores Rico Lara, el mismo que le había retirado la guarda y custodia a la madre de éste y que lo había internado en un centro.

Poco a poco, según iba avanzando la investigación policial y se tomaba declaración a otros testigos, la prensa fue aireando los nombres que daban los adolescentes. La sociedad española quedó atrapada con aquel escándalo.

La historia de ese pub se remonta a los primeros años de la década de los 90, cuando Carlos Saldaña y su amigo Domingo Arnaldo, argentino, decidieron abrir un local de ambiente gay frente a la estación de autobuses de Sevilla. El diminutivo de Arnaldo dio nombre al bar Arny, que pronto extendió su fama en la capital andaluza gracias, entre otras razones, a su llamado bingo loco musical. Se trataba de una especie de sorteo de chicos para mantener relaciones sexuales entre sí. Tuvo un gran éxito entre la clientela del local.

“Los chicos hacían unos seis o siete servicios cada noche, por los que cobraban entre 5.000 y 8.000 pesetas. Allí había colas", declaró un camarero del pub ante la Policía, que llevó a cabo un operativo dentro del establecimiento en octubre de 1995, ocho meses después de aquella primera denuncia.

El germen del caso está en el testimonio de José Antonio Sánchez Barriga, que denunció a un antiguo amante al que había conocido en La Algaba, un pueblo sevillano. El menor, por aquel entonces, tenía 13 años.

La fiscal Marta Valcárcel dijo en su escrito de acusación que el Testigo 1 mantuvo relaciones sexuales con él “a cambio de regalos y dinero". Con sus declaraciones puso en marcha el caso que más morbo levantó en aquella España.

Cuando la Policía comenzó a investigar, Jesús Vázquez recibió una llamada a su casa. Se puso su madre. Alguien de un juzgado de Sevilla le dijo que su hijo debía presentarse al día siguiente si no quería que se dictara una orden de ingreso en prisión contra él de manera inmediata. “Pero hijo mío, ¿qué has hecho?", preguntó la señora. El escarnio público empezó en ese momento. Vázquez nunca había puesto un pie en aquel local.

El juicio
El juicio arrancó en septiembre de 1997 en la Audiencia Provincial de Sevilla. Hubo 49 acusados. 29 de ellos eran clientes. Las vistas se celebraron a puerta cerrada. Sin público ni prensa. Los tres nombres que más impacto habían generado eran los de Jesús Vázquez, Jorge Cadaval y Javier Gurruchaga, que se sentaron en el banquillo de los acusados por supuesta corrupción de menores. Pero hubo otros que también generaban interés, como el de Ramón de Carranza y Villalonga, marqués de Sotohermoso, o el catedrático de Derecho Santiago Oliveros Lapuerta.

Aquel tiempo de martilleo social y mediático por parte de una parte de la prensa española sirvió para que Vázquez y Cadaval tejieran una amistad que todavía hoy perdura. “Jorge me salvó la vida en ese momento porque estuve viviendo en su casa", explicó el presentador ante Risto Mejide. “Nunca supe por qué me imputaron, por qué yo. Al final he querido pensar que fue el último coletazo de la España de la caverna para asestarle un golpe a la homosexualidad".

El caso levantó tanto interés que se mercadeó con la información. Hasta cinco periódicos, entre ellos ‘El País’ o ‘El Mundo’, recibieron llamadas de presuntos representantes de testigos y acusados. Llegaban a pedir 600.000 pesetas por hablar. Los directores de programas televisivos competían por hacerse con el testimonio de algún implicado y se lamentaban cuando aparecía en un canal de la competencia.

Durante el juicio, se constató que era cierto que en aquellos tres pubs, entre ellos el Arny, se prostituían menores de edad a cambio de dinero. Pero también se evidenció que muchas de las acusaciones estaban basadas en mentiras y en una cierta gana de inflar el caso. Algunos de los testigos se retractaron y otros entraron en evidentes contradicciones.

Uno de los testimonios más reveladores fue el del Testigo 10. Cuando llegó el juicio ya tenía 18 años. Le apodaban ‘el Caqui’. Era un ladrón y un consumidor habitual de cocaína. Acusó a 12 clientes. Dijo que se había acostado en un hotel con el cantante y actor Javier Gurruchaga. También reconoció en una foto al juez de Menores Manuel Rico Lara. Aseguró que era "ese médico bajito con barba que salía en la tele" y que iba por el Arny.

Los letrados de la defensa se agarraron a la propia declaración de ‘el Caqui’ ante la Policía. En ella admitió que durante los reconocimientos iba "puesto de coca hasta los ojos". También reconoció que cuando iba al Arny consumía constantemente cocaína y heroína. ‘El Caqui’ era conocido como jefe de una banda de atracadores de repartidores de pizzas. Admitió que en sus “mejores noches” ganaba hasta 40.000 pesetas y que cobraba el servicio a 5.000.

Francisco Baena, letrado del juez Rico Lara, le preguntó si conocía a Jorge Cadaval. El joven ratificó que estuvo a punto de mantener relaciones sexuales con él. “Llegué a bajarme los pantalones", dijo. Pero agregó que Cadaval desistió justo cuando el menor le dijo su edad: “Tengo 16 años". Aquel juicio duró 5 meses. La expectación mediática fue máxima.

La sentencia

El 19 de marzo de 1998, tres años después de aquella denuncia que destapó un escándalo de prostitución de menores, se conoció la sentencia del ‘caso Arny’, de 72 páginas. En ella se reconoció la absolución de los acusados más famosos. La Audiencia de Sevilla no halló pruebas contra 32 de los procesados.

Consideró que las contradicciones y, en algunos casos, la “animadversión" de los testigos hacia varios de ellos obligaba a dejar libre a la mayoría de los trabajadores del Arny y a casi todos los clientes, entre ellos Jesús Vázquez, Javier Gurruchaga, Jorge Cadaval, el juez de menores Manuel Rico Lara y Antonio Tejado.

Sin embargo, en el caso del marqués de Sotohermoso y Villalonga, el tribunal estimó que la “mantenida y sincera declaración" del Testigo 48 “transmitió la convicción necesaria" de que mantuvo un encuentro sexual con el acusado. Ramón de Carranza fue condenado a un año de prisión.

El fallo explicaba por qué se condenó a los seis clientes que se pudo demostrar que mantuvieron relaciones sexuales con menores en el Arny. Uno de ellos, Manuel Mora Waflar, ni siquiera llegó a mantenerlas debido a un incidente con dos chicos sobre quién debía realizar a quién el coito. El tribunal consideró que la mera negociación del precio del acto sexual era en sí misma la incitación a la prostitución.

El Testigo 1, el chico que había dado origen al caso con su denuncia a un antiguo amante, fue castigado en aquella sentencia. El tribunal dijo que no merecía "absolutamente ninguna credibilidad” por las “múltiples declaraciones prestadas y contradicciones en que ha incurrido, ignorándose cuándo ha dicho la verdad, si es que alguna vez la ha dicho".

En la actualidad, a José Antonio Sánchez Barriga se le ha perdido la pista. En noviembre de 2005 admitió una pena de 15 años de prisión por matar a un cliente de 72 años tras golpearle y robarle el coche en el que se vieron.

La condena más dura recayó sobre el dueño del Arny, Carlos Saldaña. Le fijaron 33 años de cárcel. 18 de ellos por haber facilitado en su negocio seis relaciones sexuales entre clientes y menores. Los 15 años restantes, por los cinco actos mantenidos por él mismo con chicos que no tenían la mayoría de edad.

Sin embargo, ese hombre que ahora separa la basura entre los distintos contenedores en el centro de Sevilla sólo cumplió ocho años de prisión. La sentencia fijó el máximo de pena en el triple de la condena por el delito de mayor gravedad. Ahora vive solo en su piso del centro de la capital andaluza y no quiere hablar del caso. Su amigo Domingo Arnaldo Concha, el bailarín argentino que dio nombre al pub Arny, murió de un infarto el 19 de febrero de 2008. Nunca el diminutivo de un nombre levantó un escándalo similar en España.

MIKEL/A, AQUÍ ESTAMOS Y NO NOS OCULTAMOS

Mikel/a enseña cacho en la 2ª Gayakanpada de EHGAM, 27-29 agosto 1993, Muxika // Este trabajo, no podría ser de otra manera, está dedicado e...