Madrid prepara un gran homenaje a Bambino, el "rey de la rumba".
El cantante vive retirado de los escenarios en Utrera, la ciudad donde nació su estilo.
Francisco Correal | El País, 1998-11-10
https://elpais.com/diario/1998/11/11/cultura/910738815_850215.html
El cantante vive retirado de los escenarios en Utrera, la ciudad donde nació su estilo.
Francisco Correal | El País, 1998-11-10
https://elpais.com/diario/1998/11/11/cultura/910738815_850215.html
Miguel Vargas Jiménez, Bambino, llegó de Utrera a Madrid en los años sesenta con una propuesta musical que le valió la fama y la fortuna, la rumba por bulerías. Ahora, retirado de los escenarios, no ha sido olvidado. En Madrid se le está preparando un gran homenaje al que se han sumado Joan Manuel Serrat, Rocío Jurado, Antonio Canales, Paco de Lucía y sus paisanos Tate y Enrique Montoya. En Utrera habrá una calle con su nombre.
Está sentado leyendo el Marca en el número 110 de una calle que no tiene pinta de tener 110 casas. Tampoco él representa los 54 años que tiene. Dentro, en una memoria donde se esconde una voz de la que sólo salen ecos casi imperceptibles, sigue vivo el chaval de 17 años que en 1961 se fue a conquistar Madrid. Y Bambino lo conquistó. Allí instauró su reinado. ‘El rey de la rumba’, se lee en uno de los carteles que jalonan la peña Bambino, ubicada en el número 108 de la misma calle. La casa y la peña fueron las compras que Bambino hizo con el primer dinero importante que ganó en Madrid. El primer contrato se lo hizo el torero Gitanillo de Triana. Manolo Caracol se lo llevaría más tarde a su mítico tablao de Los Canasteros. El ayuntamiento de Utrera ya ha aprobado rotular con su nombre artístico, Bambino, una calle que recuerde la estela de Miguel Vargas Jiménez, nieto de un carnicero por línea materna, de un talabartero por línea paterna. En Madrid le están preparando un homenaje al que ya se han sumado Joan Manuel Serrat, Rocío Jurado, Antonio Canales, Paco de Lucía y sus paisanos Tate y Enrique Montoya.
Regates a la vida
A Bambino siempre le acompañará este sobrenombre con el que lo bautizó el público cuando interpretó una canción que se llamaba ‘Bambino’. El artista tuvo que hacerle varios regates a la vida para llegar al cante, sortear oficios que el destino le fue negando: cura, peluquero, defensa central del Sevilla. Roma es su ciudad favorita; Amparo Rivelles, su actriz. La cola de toro, la especialidad gastronómica que mejor le sale. Salió ileso de diferentes amoríos. "Soy soltero en grado superlativo. Antes de irme a Madrid, estuve a punto de ir al altar con una gitana llamada Carmen, pero Dios no lo quiso". La conversación transcurre en la peña, un modesto local con un mostrador, un surtidor de cerveza de barril, una máquina de café y una legión de fotos de Bambino con Raphael, con Antonio Mairena, con Sara Montiel, con Isabel Pantoja, con Torrebruno. El local se va llenando de amigos y parroquianos que a veces escuchan al santón de la peña y a veces hablan de sus cosas. Cuando llegó a Madrid se alojó en la pensión Carmen. "Costaba 80 pesetas comer, cenar y dormir. Daban comidas caseras y andaluzas, porque iban muchos andaluces. Allí estaban Lebrijano, Romerito de Jerez y otros artistas de la tierra".
Hijo de Manuel y Francisca, sólo hizo las Américas una vez, para cantar en Venezuela. Japón nunca le interesó. "Es muy bueno para el baile y la guitarra, pero de cante no saben". Sabía que la vida de artista era dura y bonita a la vez. "La dureza se la quitaba yo". Dejó la pensión, se independizó y tuvo en Embajadores y en la céntrica calle General Perón. Madrid le entusiasma. Nunca estuvo en el museo del Prado; muchas veces en el Bernabéu. "Los gitanos no cantamos mejor; cantamos diferente".
"Bambino fue un rupturista", dice un buen aficionado. Se convirtió en una especie de embajador de Utrera en Madrid. "Uno más del cuerpo diplomático", dice, "porque también estaban Gaspar de Utrera, Enrique Montoya, Fernanda y Bernarda de Utrera".
Para el trabajo, Madrid. Para las fiestas, Sevilla. Ésas eran las dos patas del mundo vital de Bambino. Sus cuerdas vocales eran una caja registradora que lo hicieron multimillonario; ahora a duras penas le responden. En la temporada 1963-64, la del gol de Marcelino a Rusia, acertó una quiniela de catorce "pero no me dio más de cinco mil duros".
Su revolución consistió en cantar la rumba por bulerías. "La rumba la inventaron los cubanos. Está la rumba catalana, la rumba flamenca"... y la rumba de Bambino, que dice adiós y vuelve a sentarse en la estrecha puerta del número 110 de la calle de la Fuente.
Está sentado leyendo el Marca en el número 110 de una calle que no tiene pinta de tener 110 casas. Tampoco él representa los 54 años que tiene. Dentro, en una memoria donde se esconde una voz de la que sólo salen ecos casi imperceptibles, sigue vivo el chaval de 17 años que en 1961 se fue a conquistar Madrid. Y Bambino lo conquistó. Allí instauró su reinado. ‘El rey de la rumba’, se lee en uno de los carteles que jalonan la peña Bambino, ubicada en el número 108 de la misma calle. La casa y la peña fueron las compras que Bambino hizo con el primer dinero importante que ganó en Madrid. El primer contrato se lo hizo el torero Gitanillo de Triana. Manolo Caracol se lo llevaría más tarde a su mítico tablao de Los Canasteros. El ayuntamiento de Utrera ya ha aprobado rotular con su nombre artístico, Bambino, una calle que recuerde la estela de Miguel Vargas Jiménez, nieto de un carnicero por línea materna, de un talabartero por línea paterna. En Madrid le están preparando un homenaje al que ya se han sumado Joan Manuel Serrat, Rocío Jurado, Antonio Canales, Paco de Lucía y sus paisanos Tate y Enrique Montoya.
Regates a la vida
A Bambino siempre le acompañará este sobrenombre con el que lo bautizó el público cuando interpretó una canción que se llamaba ‘Bambino’. El artista tuvo que hacerle varios regates a la vida para llegar al cante, sortear oficios que el destino le fue negando: cura, peluquero, defensa central del Sevilla. Roma es su ciudad favorita; Amparo Rivelles, su actriz. La cola de toro, la especialidad gastronómica que mejor le sale. Salió ileso de diferentes amoríos. "Soy soltero en grado superlativo. Antes de irme a Madrid, estuve a punto de ir al altar con una gitana llamada Carmen, pero Dios no lo quiso". La conversación transcurre en la peña, un modesto local con un mostrador, un surtidor de cerveza de barril, una máquina de café y una legión de fotos de Bambino con Raphael, con Antonio Mairena, con Sara Montiel, con Isabel Pantoja, con Torrebruno. El local se va llenando de amigos y parroquianos que a veces escuchan al santón de la peña y a veces hablan de sus cosas. Cuando llegó a Madrid se alojó en la pensión Carmen. "Costaba 80 pesetas comer, cenar y dormir. Daban comidas caseras y andaluzas, porque iban muchos andaluces. Allí estaban Lebrijano, Romerito de Jerez y otros artistas de la tierra".
Hijo de Manuel y Francisca, sólo hizo las Américas una vez, para cantar en Venezuela. Japón nunca le interesó. "Es muy bueno para el baile y la guitarra, pero de cante no saben". Sabía que la vida de artista era dura y bonita a la vez. "La dureza se la quitaba yo". Dejó la pensión, se independizó y tuvo en Embajadores y en la céntrica calle General Perón. Madrid le entusiasma. Nunca estuvo en el museo del Prado; muchas veces en el Bernabéu. "Los gitanos no cantamos mejor; cantamos diferente".
"Bambino fue un rupturista", dice un buen aficionado. Se convirtió en una especie de embajador de Utrera en Madrid. "Uno más del cuerpo diplomático", dice, "porque también estaban Gaspar de Utrera, Enrique Montoya, Fernanda y Bernarda de Utrera".
Para el trabajo, Madrid. Para las fiestas, Sevilla. Ésas eran las dos patas del mundo vital de Bambino. Sus cuerdas vocales eran una caja registradora que lo hicieron multimillonario; ahora a duras penas le responden. En la temporada 1963-64, la del gol de Marcelino a Rusia, acertó una quiniela de catorce "pero no me dio más de cinco mil duros".
Su revolución consistió en cantar la rumba por bulerías. "La rumba la inventaron los cubanos. Está la rumba catalana, la rumba flamenca"... y la rumba de Bambino, que dice adiós y vuelve a sentarse en la estrecha puerta del número 110 de la calle de la Fuente.
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