1985/09/07

DOCUMENTACIÓN | VIH-SIDA | LAS DOS CARAS DE LOS HOMOSEXUALES ANTE EL SIDA

Las dos caras de los homosexuales ante el SIDA.
Mientras el "ambiente' se despreocupa, existe miedo individual.
Javier Rivas | El País, 1985-09-07
https://elpais.com/diario/1985/09/08/sociedad/494978405_850215.html 

Una doble actitud puede observarse en los homosexuales españoles ante la extensión en España del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA); el colectivo, el ‘ambiente’, ha optado por despreocuparse, por seguir su vida normal como si no fuesen un grupo de alto riesgo. Pero muchos individuos sí saben lo que es el miedo ante una enfermedad letal y casi desconocida. A diferencia de los hemofílicos y los heroinómanos, que, junto con los homosexuales, forman las tres H del síndrome en España, este grupo ha sido señalado como el principal ‘culpable’ del síndrome. Por eso odian la denominación ‘peste gay’ y temen que la enfermedad pueda utilizarse para aumentar su marginación. Manolo, ‘el Cojo’, homosexual y ‘chapero’ de 25 años [¿puede tratarse de Manuel Trillo?], es un habitual del ‘ambiente’, el Madrid homosexual que cada noche se ordena con céntricamente en torno a la plaza de Chueca. Manolo estudió en un seminario, cita a Godard y no le angustia particularmente el SIDA, quizá porque le dio negativo la prueba que detecta la presencia del virus que causa la enfermedad. A Manolo, ‘el Cojo’, que debe su sobrenombre a una vieja poliomielitis y se considera un "asistente social", lo que le preocupa es que "ya será tarde cuando se elaboren campañas de profilaxis serias". Y es que el ‘ambiente’ se niega a sentir pánico, a cambiar pautas de conducta establecidas cuando SIDA era sólo una combinación de letras sin un significado mortal. El miedo al síndrome letal queda fuera de las puertas del bar, es algo lejano que no impedirá cambiar de pareja a mitad de la madrugada. Tras recorrer la zona cualquier noche de viernes, puede llegarse a olvidar que el SIDA ha matado, al menos, a 16 homosexuales o bisexuales españoles. Con todo, un homosexual extranjero que visite Madrid, en especial si viene de Estados Unidos, tendrá problemas para ‘ligar’, notará un cierto recelo hacia él y puede que llegue a escuchar que le llaman "el SIDA andante".

Madrid no es San Francisco, no es París ni Nueva York. Los locales del Madrid gay no ostentan en sus paredes carteles recomendando medidas de higiene y prevención, como el uso del preservativo o evitar el continuo cambio de pareja sexual. Aquí no agoniza el ‘ambiente’ y para cualquiera de los homosexuales que un fin de semana llenan hasta rebosar Blanco y Negro o Rimmel, el SIDA siempre lo padecerán otros, pues cada uno piensa que a él no le va a tocar.

"La mayoría de la gente no ha cambiado sus costumbres sexuales ni ha tomado especiales medidas de profilaxis", afirma Manolo, y lugares tradicionales de encuentro gay, como el cine Carretas o los servicios de las estaciones ferroviarias de Atocha y de Chamartín, siguen al máximo", al igual que los principales ‘pubs y saunas’.

"Sólo una vez puede decirse que cundiera el pánico en el ‘ambiente’", comenta Manolo, "y fue a raíz de que un ‘chapero’ robase en una sauna a un cliente rico. Entonces éste, para vengarse, puso en casi todos los ‘pubs’ de la zona un cartel con la foto del ‘chapero’, que avisaba que había contraído el SIDA. Inmediatamente se desmintió, pero el ‘chapero’ estuvo varios meses sin trabajar".

Existe entre la comunidad homosexual madrileña -junto con la de Barcelona, la más importante de España- una suerte de olvido consciente del mal, un constante autoconvencimiento de que el SIDA sólo mata drogadictos o ‘yonquis’.

Muchos toman el síndrome como si fuera una enfermedad venérea más, y si no se angustiaron por la sífilis o la gonorrea tampoco lo van a hacer ahora. No se han vivido dobles vidas hasta conseguir, si no el reconocimiento, al menos la tolerancia de la sociedad normal para ahora volver a sentirse un apestado. Por eso dice Clemente, un homosexual treintañero y franquista, que "más que el SIDA lo que me da miedo es que un día lleguen aquí 30 o 40 ‘guerrilleros’ de Cristo Rey y se pongan a dar palos" usando el síndrome como pretexto.

Parecería que el miedo mayor no fuese a la enfermedad, sino al uso sociopolítico que de ella se pueda hacer para desatar una nueva represión sobre el colectivo homosexual. Dice Manuel Hernández de Osorno, presidente de la Asociación Gay de Madrid (AGAMA): "El SIDA va a ser el arma de batalla de la sociedad conservadora contra los homosexuales y otros marginados. Es el rearme de una sociedad que está decayendo, un rearme moral cuando la gente ‘normal’ se había acostumbrado a tolerar la homosexualidad, a ver que dos hombres o dos mujeres se besasen".

Caza de brujas
Muchos homosexuales creen, de esta forma, más importante tal característica represiva que puede conllevar la enfermedad que los aspectos propiamente médicos o sanitarios de la misma. Hay quien, como Carlos, dependiente en una tienda de modas, o como Víctor, están obsesionados con la idea de que el síndrome es una campaña inquisitorial orquestada por el Vaticano para hundir a los ‘gays’ de nuevo en la oscuridad. Y Carlos llega a decir que "está completamente demostrado que el SIDA lo causa una bacteria creada en un laboratorio".

Estos prejuicios pueden apreciarse en algunos médicos, que consideran que el homosexual (o el drogadicto) enfermo de SIDA es, de alguna manera, culpable de padecer la enfermedad por su ‘conducta impropia’, frente a la inocencia de un hemofílico en la misma circunstancia. Hay, incluso, quien ve a un homosexual como causa primera de cualquier caso de SIDA que se detecte. Si esto ocurre en personas con preparación científica, entra dentro de lo lógico que se den casos como el del que rehúsa beber de la misma botella de cerveza de la que acaba de servirse un homosexual o el de aquellos que al observar las extravagantes indumentarias de Salvador (‘La cerillera cósmica’, una institución dentro del ‘ambiente’) musitan: "Cuidado, que te puede contagiar el SIDA".

"La presión social es un componente básico en la muerte de los SIDA", aprecia Ricardo Usieto, director-coordinador de Sociología de la Salud de la Escuela Nacional de Sanidad, para quien "las denominaciones de enfermedad bíblica, castigo divino, cáncer rosa, etiquetan y marginan a una población ya de por sí tremendamente golpeada". "No existe una población inocente y un grupo culpable", continúa el sociólogo, "pero da la impresión de que existiera un ‘hitlerianismo’, una concepción hitleriana del SIDA entre los sectores de derecha, que les lleva a dar la bienvenida a la enfermedad como factor de purificación racial".

"Es necesario, en consecuencia", opina Usieto, "una mayor y mejor información a toda la población, y en especial a los afectados y posibles enfermos, unida a medidas sanitarias, epidemiológicas y sociales".

Continúa la promiscuidad
Para que no les señalen como apestados, los hombres del ambiente han optado por restarle importancia al SIDA, por hablar de ello sólo de pasada, tomándoselo a broma o con un cierto fatalismo. "Si tengo que coger el SIDA, pues lo cogeré", dice Clemente, "pero voy a seguir yendo con chaperos todas las noches". Lo cierto es que la promiscuidad no ha disminuido, a pesar de las recomendaciones del Ministerio de Sanidad, que aquí resultan muy lejanas, como si vinieran de otro país. Nadie en el ambiente quiere cambiar sus relaciones y su vida sexual por un miedo difuso. "Es que los síntomas son tan comunes, ganglios, diarreas, que en cuanto tienes uno de ellos puedes caer en la paranoia de que tienes un SIDA", afirma David.

"Cada noche siguen pasando 200 o 300 personas por el cuarto oscuro de cualquiera de los ‘pubs’ importantes", dice Manolo. Ésa es también la cifra media de contactos diferentes que un joven ‘gay’ puede llegar a mantener en un año, cifra que no ha bajado por miedo al SIDA.". No parece que se haya extendido en España, como en otros países, una tendencia al ‘safer sex’ (sexo más seguro). Una de las razones que explican esta alta promiscuidad es que un homosexual se ‘quema’ muy joven, a los 28 años ya es un viejo para el ‘ambiente’, donde la juventud es una mercancía de alta cotización. Por tanto, en esa corta juventud cualquier homosexual trata de tener el mayor número posible de relaciones distintas.

Además, los locales del ‘ambiente’ están montados de forma que apenas permiten otra posibilidad de relación que el ligue directo. Locales no muy amplios, de decoración en tonos apagados y luces indirectas, nucleados en tomo a una barra, un cuarto oscuro y unos servicios, muy cercanos unos a otros en los pequeños límites del gueto, no están pensados para la afectividad o la comunicación, sino para la relación indiscriminada, anónima, determinantemente sexual. Claro que "la gente pasa de comunicarse; lo que quiere es beber, bailar y ‘follar’", afirma el presidente de AGAMA.

Estas mismas características de los locales impiden que circulen con mayor amplitud las recomendaciones de higiene, prevención y profilaxis aconsejables para evitar el peligro de contagio. Y en un mundo marginado, muy cerrado en sí mismo, sólo pueden tener efectividad tales recomendaciones si se difunden entre las propias fronteras del gueto. Los mismos locales presionan en contra de la difusión de estas medidas, pues ello supondría reconocer, en cierto modo, que el temor existe, y la espiral creciente del miedo revertiría en un fuerte descenso del negocio. "Yo estuve poniendo pegatinas", dice Manolo, ‘el Cojo’, "en los servicios de los ‘pubs’ y en las saunas, recomendando a la gente medidas de prevención, y eran inmediatamente arrancadas. Y la verdad es que la higiene de los locales va a peor. Sólo cuando se enteran, no se cómo, de que va a haber una inspección de Sanidad se hace una limpieza tan a fondo que todo el día hay un profundo olor a lejía"."Si hubiese más respaldo de la gente", opina Manuel Hernández de Osorno, "podría plantearse un boicoteo a los locales, o a uno determinado, dejando de ir a él un día o dos, por ejemplo, para que mejorasen sus condiciones sanitarias. Pero en AGAMA somos pocos y no encontraríamos ningún respaldo para una acción así. Nosotros planteamos en 1983 al Ministerio de Sanidad que tomase medidas de higiene y salubridad en los locales, pues AGAMA no lo puede hacer porque se nos echarían encima.

Existe otra razón importante para que se produzca esa ausencia de una difusión mayor de tales medidas y es la falta de un movimiento ‘gay’ fuerte y con el suficiente respaldo detrás como para ejercer una presión social que le permita ser tomado en consideración. AGAMA ni siquiera tiene un local propio ni medios económicos. Las tensiones ideológicas entre el movimiento gay de izquierdas y el de derechas han dado al traste con las diversas asociaciones y frentes homosexuales que han existido en Madrid.

El solo punto de la sexualidad no sirve de nexo de unión entre personas que discrepan por completo en la mayoría de sus opiniones políticas, a lo que se une un individualismo que cabría considerar típico de la conciencia homosexual. En el País Vasco o en Cataluña el movimiento es más fuerte al entremezclarse las reivindicaciones homosexuales con las nacionalistas. Por ejemplo, el Frente de Liberación Homosexual de Euskadi (EHGAM) asume como propios los puntos de la alternativa KAS.

Quienes sí padecen pánico
"En el tema del SIDA hacemos lo que podemos", dice el presidente de AGAMA, "pero en Madrid el movimiento está aletargado, prácticamente se puede decir que no existe. La Semana Santa pasada organizamos unas jornadas sobre el síndrome y desde entonces no hemos hecho nada. Nuestra labor es más de concienciación de la gente dentro del ‘ambiente’ que hablar a la opinión pública o contradecir las tesis científicas". El Ministerio de Sanidad invitó a AGAMA a participar en la Comisión Nacional de Seguimiento del SIDA, pero la asociación ‘gay’ no aceptó la oferta al no tener a nadie capacitado técnicamente para intervenir. "A nivel estatal pensamos restarle importancia al síndrome hasta no tener alternativas viables de actuación, hacer el juego callado y ganar terreno poco a poco. Aparte, queremos dar charlas de información en los locales".

Sin embargo, fuera del ‘ambiente’, en las conciencias y en las vidas de muchos sí que hay miedo, incluso terror. El pánico es absoluto entre los enfermos, aun cuando sus más allegados les oculten la enfermedad que padecen y que con toda seguridad les matará. Sí hay homosexuales que, como individuos, no sienten esa despreocupación colectiva, que no pueden dormir, han de tratarse con ansiolíticos o presentan un cuadro casi psiquiátrico de paranoia.

Gran parte de los atemorizados pasan por el despacho de la doctora Pepa Sanz, jefe en funciones de Medicina Interna-Infecciosas-I del hospital del Rey de Madrid. "Llegan aterrorizados", afirma la doctora, "y cuando se les dice que los análisis tardarán ocho días se vuelven locos, pues no pueden esperar tanto tiempo sin conocer los resultados, sin saber si están contagiados o no".

"La información que la Prensa ha dado de los síntomas del síndrome es tan inespecífica que se ha producido una invasión de homosexuales en el hospital con un cuadro de adenopatías -ganglios- de importancia menor y que pueden tener desde hace años, o de diarreas, obsesionados con que han contraído el síndrome".

"Es tal el temor de algunos que preguntan si disminuirán las posibilidades de contagio dejando los contactos homosexuales y los hay dispuestos a olvidarse de la homosexualidad, al menos por un tiempo y hasta que se aclare el tema. Están dispuestos a cambiar una promiscuidad más amplia por contactos en un círculo más reducido de personas conocidas, o por una pareja fija si con ello disminuye el riesgo de contraer la enfermedad. Ha habido, incluso, quienes, al saber que la prueba les ha dado negativo, se han puesto de rodillas dando gracias al cielo al saberse salvados". Han vuelto a vivir y ya podrán dormir tranquilos.

Otros acuden sin ningún síntoma, diciendo simplemente: "Soy homosexual y quiero que se me haga un estudio para saber si tengo el SIDA"; sólo pretenden cerciorarse de que no están contagiados para poder seguir su ritmo de vida sin miedos. Pero también hay quien ha acudido con un cuadro clínico mucho más grave.

Desde que se hizo público que el actor norteamericano Rock Hudson padecía el SIDA, al parecer presionado por el movimiento ‘gay’ estadounidense para que el Gobierno de aquel país dotase con mayores fondos la investigación de la enfermedad, se ha producido un salto cuantitativo del miedo.

"Hay días en que vienen para ser estudiadas hasta 20 personas, fundamentalmente homosexuales, pero también drogadictos", asegura la doctora Sanz. "También se ha notado en el último mes un descontrol en los enfermos que ya estaban en tratamiento desde tiempo atrás y que, a raíz de lo de Rock Hudson, han pasado de la tranquilidad al miedo. En la actualidad tenemos en estudio a cerca de 90 personas".

Entre quienes llegan para ser tratados al hospital del Rey, muchos son bisexuales, personas con esposa e hijos que mantienen contactos homosexuales más o menos esporádicos y llevan una doble vida. "Éstos presentan un miedo terrible a la posibilidad de contagiar a su familia y, sobre todo, un terror absoluto a que trascienda su nombre y se conozca su homosexualidad. Hay quien, en este mismo despacho, ha llegado a hincarse de rodillas, casi llorando, para que su nombre no se divulgue ni quede constancia de él por escrito en ningún documento. Preguntan reiteradamente quién conoce su nombre y te repiten decenas de veces que les guardes el secreto". El miedo es doble: por una parte, al síndrome y a la muerte; por otra, a quedar socialmente marcado.

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