Cine Carretas: la catedral del morbo homosexual.
La sala aparece en la guía 'gay' internacional.
José María Cervantes | El País, 1986-09-23
https://elpais.com/diario/1986/09/24/madrid/527945061_850215.html
La sala aparece en la guía 'gay' internacional.
José María Cervantes | El País, 1986-09-23
https://elpais.com/diario/1986/09/24/madrid/527945061_850215.html
La puerta de un local inevitable y sin competencia del mundillo gay se ubica en Madrid, ciudad de los mil vicios, y a la altura del número 13 de la populosa calle de Carretas. La atraviesan en su mayoría hombres de doble vida, terapeutas de cintura para abajo, aventureros sexuales que buscan a tientas, en lo oscuro de la sala, un alivio a sus sentimientos de ansiedad a través del amor urgente y del ligue rápido y anónimo.
Al viandante despistado, la fachada del cine Carretas le resulta poco llamativa: ni parpadea el nombre del local en tubos de neón, ni hay grandes carteleras anunciando el título de la película que se proyecta, ni los nombres de sus protagonistas. Sin embargo, sus asiduos han hecho que el nombre del cine aparezca en la guía ‘gay’ internacional. La deferencia se ha conseguido con el paso del tiempo, y es que la veteranía, incluso en el gueto, es un grado. La señora de la taquilla tiene asumido su papel; facilita los trámites para que el falso cinéfilo desaparezca cuanto antes de la luz del día. Ella le tiene preparada la entrada -cuesta 175 pesetas- antes de que él la solicite.
La señora de la limpieza del local recuerda que aquí hubo en otros tiempos un bazar, "una especie de grandes almacenes", llamado paradójicamente Bazar X. Después, el solar se vendió y se transformó en sala de proyecciones.
Desde su fundación, pajilleras y sarasas ocuparon, circunstancial o casualmente, las localidades de la vasta sala. Los parroquianos más mayores no supieron dar respuesta a la pregunta de cuándo y por qué comenzó a crearse ambiente precisamente en el cine Carretas, a unos metros del kilómetro cero y de la extinta Dirección General de Seguridad.
A partir de aquí, todas las especulaciones son válidas. Es fácil imaginar que los homosexuales de antaño, tras muchos avatares, se vieron obligados a tomar como sede un lugar discreto para sus contactos y este cine queda ubicado en una zona neurálgica del Madrid sensual.
Lugar de desahogo
"Vengo para desahogarme, muchas veces vienes y no haces nada; das vueltas y vueltas. En ‘pubs’ y discotecas se liga poco, ahí la gente es tonta. Aquí por lo menos puedes conocer a alguien o tener un contacto. Lo importante es que conozcas a alguien, que nunca o casi nunca se conoce. Yo me voy de aquí igual que he entrado y sin hacer nada con nadie". Son palabras de un joven de 26 años, ‘gay’, que trabaja en el gremio de hostelería y que acude al cine Carretas desde que llegó a Madrid, hace tres años. Juan, otro homosexual, dice conocer más a fondo el ambiente del local, puesto que fue en este cine, a los 19 años, viendo una película de miedo, cuando se inició en las prácticas homosexuales. Ahora alcanza la treintena y confiesa que durante diez años no pisó el local. Según él, antes la gente que asistía a esta sala "era mucho más sana, podías hablar un poquito más y en cambio ahora, ¡hala, aquí te pillo y aquí te mato! y adiós, muy buenas. Ni comunicación ni nada", denuncia. "Antes ligabas, hablabas en el cine, luego te ibas para casa o a otro sitio, pero fuera de aquí. Ahora veo que lo hacen todo en la butaca, ensuciándolo todo. Igual te sientas y, no te digo nada... Es una guarrería".
"Lo del SIDA es una tontería"
El decálogo preventivo del SIDA no existe para la concurrencia: no se extreman las medidas higiénicas en las relaciones con desconocidos, el contacto bucal se establece como norma, los preservativos ni se conocen y el punto referido a la exclusión de los grupos de riesgo es el más vapuleado. Las masticadas siglas se conocen, pero no imponen a los presentes. "No me supone ningún reparo a la hora de hacer el amor. No pienso en ello. Tampoco utilizo el preservativo", dice uno. Otro manifiesta que no le infunde pánico, "por eso estoy aquí; además, hay gente que muere de otras cosas: en la carretera, de cáncer. Es una tontería. Hay que tener cuidado, como en todo". Hay también opiniones adversas: "Sí, me preocupa. Pongo los medios para no ser receptor del virus, utilizando por ejemplo el preservativo, aunque el acto sexual resulte diferente". "¿Para qué usarlo, si no hay peligro de embarazo?", opina otro asiduo en tono jocoso.
Los mismos rostros
La tipología y la clase social del público es variada: estudiantes, jubilados, ejecutivos, reclutas de paseo, modistos, escritores, chaperos, cabezas de familia, chulos de altos vuelos, mariquitas plumeras, travestidos, jóvenes, maduros y viejos, sobre todo viejos."Siempre venimos los mismos, un 70% de la gente que ves ahora te la puedes encontrar otro día. Son los mismos rostros. Varía un poco los domingos y en fiestas". Un editor critica la postura de los maridos "que vienen a pasar el rato y después se van a casa para reunirse con la mujer y los hijos. Me parece mal que hagan esto, muy mal. Demuestran ser unos cobardes que han conocido la homosexualidad después de casados y otros que han nacido así y que se han casado por la familia, ya sabes, por el qué dirán, cosas de esta sociedad".
Despistados hay pocos, pues "la gente viene aquí a sabiendas de lo que se va a encontrar. Y si la gente acude a ver la película, no le pasa nada. Esa persona habrá descubierto el último cine que hay en el mundo. Para mí esto es una cuadra". Son las manifestaciones de un joven, con barba, que afirma haber caído allí con su novia por casualidad.
El portero reconoce que son muchos los tiques que recorta cada noche. Trabaja siete horas y lo que haga el público en las butacas no le importa. "Cada uno es libre de hacer lo que le apetezca, siempre que no se metan conmigo, claro, ni con mis compañeros". Dice que en alguna ocasión ha tenido problemas con algún espectador, "porque se han confundido conmigo y se piensan que todos somos de la misma clase; no paso eso ni un milímetro", advierte.
Al viandante despistado, la fachada del cine Carretas le resulta poco llamativa: ni parpadea el nombre del local en tubos de neón, ni hay grandes carteleras anunciando el título de la película que se proyecta, ni los nombres de sus protagonistas. Sin embargo, sus asiduos han hecho que el nombre del cine aparezca en la guía ‘gay’ internacional. La deferencia se ha conseguido con el paso del tiempo, y es que la veteranía, incluso en el gueto, es un grado. La señora de la taquilla tiene asumido su papel; facilita los trámites para que el falso cinéfilo desaparezca cuanto antes de la luz del día. Ella le tiene preparada la entrada -cuesta 175 pesetas- antes de que él la solicite.
La señora de la limpieza del local recuerda que aquí hubo en otros tiempos un bazar, "una especie de grandes almacenes", llamado paradójicamente Bazar X. Después, el solar se vendió y se transformó en sala de proyecciones.
Desde su fundación, pajilleras y sarasas ocuparon, circunstancial o casualmente, las localidades de la vasta sala. Los parroquianos más mayores no supieron dar respuesta a la pregunta de cuándo y por qué comenzó a crearse ambiente precisamente en el cine Carretas, a unos metros del kilómetro cero y de la extinta Dirección General de Seguridad.
A partir de aquí, todas las especulaciones son válidas. Es fácil imaginar que los homosexuales de antaño, tras muchos avatares, se vieron obligados a tomar como sede un lugar discreto para sus contactos y este cine queda ubicado en una zona neurálgica del Madrid sensual.
Lugar de desahogo
"Vengo para desahogarme, muchas veces vienes y no haces nada; das vueltas y vueltas. En ‘pubs’ y discotecas se liga poco, ahí la gente es tonta. Aquí por lo menos puedes conocer a alguien o tener un contacto. Lo importante es que conozcas a alguien, que nunca o casi nunca se conoce. Yo me voy de aquí igual que he entrado y sin hacer nada con nadie". Son palabras de un joven de 26 años, ‘gay’, que trabaja en el gremio de hostelería y que acude al cine Carretas desde que llegó a Madrid, hace tres años. Juan, otro homosexual, dice conocer más a fondo el ambiente del local, puesto que fue en este cine, a los 19 años, viendo una película de miedo, cuando se inició en las prácticas homosexuales. Ahora alcanza la treintena y confiesa que durante diez años no pisó el local. Según él, antes la gente que asistía a esta sala "era mucho más sana, podías hablar un poquito más y en cambio ahora, ¡hala, aquí te pillo y aquí te mato! y adiós, muy buenas. Ni comunicación ni nada", denuncia. "Antes ligabas, hablabas en el cine, luego te ibas para casa o a otro sitio, pero fuera de aquí. Ahora veo que lo hacen todo en la butaca, ensuciándolo todo. Igual te sientas y, no te digo nada... Es una guarrería".
"Lo del SIDA es una tontería"
El decálogo preventivo del SIDA no existe para la concurrencia: no se extreman las medidas higiénicas en las relaciones con desconocidos, el contacto bucal se establece como norma, los preservativos ni se conocen y el punto referido a la exclusión de los grupos de riesgo es el más vapuleado. Las masticadas siglas se conocen, pero no imponen a los presentes. "No me supone ningún reparo a la hora de hacer el amor. No pienso en ello. Tampoco utilizo el preservativo", dice uno. Otro manifiesta que no le infunde pánico, "por eso estoy aquí; además, hay gente que muere de otras cosas: en la carretera, de cáncer. Es una tontería. Hay que tener cuidado, como en todo". Hay también opiniones adversas: "Sí, me preocupa. Pongo los medios para no ser receptor del virus, utilizando por ejemplo el preservativo, aunque el acto sexual resulte diferente". "¿Para qué usarlo, si no hay peligro de embarazo?", opina otro asiduo en tono jocoso.
Los mismos rostros
La tipología y la clase social del público es variada: estudiantes, jubilados, ejecutivos, reclutas de paseo, modistos, escritores, chaperos, cabezas de familia, chulos de altos vuelos, mariquitas plumeras, travestidos, jóvenes, maduros y viejos, sobre todo viejos."Siempre venimos los mismos, un 70% de la gente que ves ahora te la puedes encontrar otro día. Son los mismos rostros. Varía un poco los domingos y en fiestas". Un editor critica la postura de los maridos "que vienen a pasar el rato y después se van a casa para reunirse con la mujer y los hijos. Me parece mal que hagan esto, muy mal. Demuestran ser unos cobardes que han conocido la homosexualidad después de casados y otros que han nacido así y que se han casado por la familia, ya sabes, por el qué dirán, cosas de esta sociedad".
Despistados hay pocos, pues "la gente viene aquí a sabiendas de lo que se va a encontrar. Y si la gente acude a ver la película, no le pasa nada. Esa persona habrá descubierto el último cine que hay en el mundo. Para mí esto es una cuadra". Son las manifestaciones de un joven, con barba, que afirma haber caído allí con su novia por casualidad.
El portero reconoce que son muchos los tiques que recorta cada noche. Trabaja siete horas y lo que haga el público en las butacas no le importa. "Cada uno es libre de hacer lo que le apetezca, siempre que no se metan conmigo, claro, ni con mis compañeros". Dice que en alguna ocasión ha tenido problemas con algún espectador, "porque se han confundido conmigo y se piensan que todos somos de la misma clase; no paso eso ni un milímetro", advierte.
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