1988/11/30

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | EDUARDO HARO IBARS, LA FASCINACIÓN DIONISÍACA

La fascinación dionisíaca.
Eduardo Haro Ibars, recordado por sus compañeros en la Sociedad de Autores.
Ricardo Cantalapiedra | El País, 1988-11-30
https://elpais.com/diario/1988/12/01/cultura/596934009_850215.html 

La figura del escritor y periodista Eduardo Haro Ibars, fallecido el pasado 16 de agosto a la edad de 40 años, fue recordada en una mesa redonda celebrada en la Sociedad de Autores el pasado martes. Haro Ibars, que dejó escritos media docena de libros y numerosos artículos periodísticos, fue evocado principalmente como persona, confabulador nocturno, provocador lúcido y ácido, antihéroe y pionero de marginaciones. En el acto intervinieron, además de su hermano Eugenio, los periodistas Carlos Tena, Jesús Ordovás y Moncho Alpuente, y el músico Fernando Márquez.

Al final de su obra ‘Empalador’, hay una frase que define con bastante precisión el talante de Eduardo Haro Ibars: "Aconsejo a los jóvenes poetas que dejen la escritura idiota y salgan a la calle a hacer algo divertido". Jesús Ordovás se refirió al carácter callejero y noctámbulo del escritor, que le hicieron imprescindible en todo tipo de manifestaciones, conciertos y festejos. Ordovás destacó también la profunda influencia que Haro Ibars tuvo en el mundo del ‘pop’ y del ‘rock’: "Fue la influencia más revulsiva y más culta". Durante todo el acto planeó en la sala una palabra clave: ‘maldito’. Porque Eduardo lo fue, seguramente a su pesar. Su tremenda sinceridad se consideró siempre como una provocación. Esta sinceridad le llevó a declarar en 1975 a la revista ‘Disco Express’: "Soy homosexual, delincuente y drogadicto". Vivió vertiginosamente, casi al borde en todo momento, merodeando por las fronteras y seducido por el abismo. Por eso su prematuro final no carece de lógica. "Prefirió morir estando vivo que vivir como un ‘zombie’", dijo Fernando Márquez.

También hubo constantes referencias al artículo ‘La generación bífida’, escrito por Eduardo Haro Tecglen, padre de Eduardo, en El País. Moncho Alpuente discrepó de algunos conceptos: "No es cierto que en los años sesenta hubiera una izquierda alegre y juvenil. Por entonces la izquierda estaba todavía de luto y pensaba que el sexo, las drogas y el ‘rock and roll’ eran contrarrevolucionarios. Haro Ibars sufrió una doble marginación: "por ser de izquierdas y por ser ‘moderno’". Tanto Alpuente como Fernando Márquez recordaron algo que Haro Ibars repetía: "El SIDA es una creación tan artificial como la heroína. El SIDA es una trampa propiciada por el poder". Carlos Tena, refiriéndose a la muerte del escritor y periodista, llegó a decir: "Se está dejando morir a la inteligencia. Esta muerte es un ejemplo de cómo trata el poder a la gente que piensa en libertad".

A pesar de que todavía había congoja en los rostros de casi todos los asistentes al acto, muchos de ellos amigos de Eduardo, se hizo hincapié en el sutilísimo sentido del humor que le caracterizaba. Se contaron algunas anécdotas que le hicieron ser temido por los organizadores de actos y deseado por los amantes de la provocación y de la risa. Y se dio a conocer otra anécdota que casi nadie sabía: Eduardo Haro Ibars quemó todos sus escritos pocos meses antes de morir.

Esta noche tendrá lugar, a las 22.30 horas, en la discoteca El Sol de Madrid, un homenaje musical en el que participarán muchos de los artistas para quienes Eduardo Haro Ibars escribió: Joaquín Sabina, Javier Gurruchaga y Ricardo Solfa.

Bífidos.
Moncho Alpuente | El País, 1988-11-30

https://elpais.com/diario/1988/12/01/cultura/596934001_850215.html

Ni la corona de laurel, que a título póstumo y bienintencionado intentan ceñir sobre sus sienes algunos popes de la cultura a la búsquela de poetas malditos, ni la palma del martirio, capaz de reconvertir los mayores excesos en viñetas de una biografía justificada por una muerte prematura, cuadran con la figura de Eduardo Haro Ibars, provocador irónico, poeta tan lúcido en su vida como en su obra, inseparables. La desaparición reciente de Eduardo Haro Ibars ha dado pie a una serie de celebraciones en amigos y compañeros, a pesar, han, hemos, caído en los clichés habituales de la funeraria.

En los salones modernistas de la Sociedad de Autores tuvo lugar el pasado martes una mesa redonda convocada por los amigos y herederos de Eduardo; el legado, por supuesto, nada tiene que ver con lo monetario. Tan lejos como pudimos huir de la evocación nostálgica, casi todos los ponenentes coincidimos en glosar una tribuna de este periódico en la que bajo el título de ‘La generación bífida’, Eduardo Haro Tecglen pasaba revista a los coetáneos de Eduardo Haro Ibars, ubicados cronológicamente alrededor de los 40 años e ideológicamente en los territorios, hoy absolutos páramos, de cierta izquierda que vibró, más por resonancia que por vivencia, con el Mayo francés.

Las dos puntas de esta generación bífida señalan, según el artículo citado, al poder, al que accedieron algunos tras renunciar a sus postulados ideológicos y vitales, incapaces de resistir al suculento plato de lentejas, y a la marginación y la muerte.

Quisimos matizar los ponentes las aristas de este profundo abismo separador, esa dicotomía entre el cielo infernal de los poderosos y el infierno celestial en el que se pudren los puros de corazón que no se dejaron tentar por la oferta de Esaú hecha plato de lentejas.

Primogénito
Eduardo Haro Ibars, el primogénito de estos ángeles caídos, experto funámbulo en la cuerda floja que separa más que une los márgenes del abismo, exploró las más profundas simas a pecho descubierto y eligió, consciente de los riesgos, los sinuosos senderos de la marginación sin paliativos que pudieran mitigar ese desclasamiento. Fiel al eslogan generacional que preconizaba "Sexo, droga y rock and roll" en un escenario dominado por la castidad, el deporte y el hilo musical.

Poeta angélico en la órbita de Blake, Eduardo Haro Ibars se quemó en todas las hogueras de su tiempo mientras muchos de sus compañeros de viaje pasábamos de puntillas sobre las brasas para no quemarmos como él.

Sus cuadernos de ruta, dispersos o perdidos, sus crónicas, poemas, canciones y opúsculos son y seguirán siendo imprescindible guía para los viajeros de un tiempo que nunca ha sido nuestro.

La generación bífida.
Eduardo Haro Tecglen | El País, 1988-11-26

https://elpais.com/diario/1988/11/27/opinion/596588409_850215.html

La punta de la generación de quienes están por los 40 años -algo más, algo menos- se bifurca. Unos llegan al poder, otros a la muerte. Estuvieron juntos en una izquierda alegre, abierta, que se unía en las calles, en el vino, en ciertos conceptos generales de la libertad. Vivieron en las mismas comunas, salieron hacia París -o se impregnaron de él- o se fueron a Lisboa para lo de los claveles (¿se acuerdan?), compartieron los libros prohibidos, sufrieron los mismos golpes de guardias o de grupos derechistas. Ahora unos están en el poder, otros mueren. Darwin dijo algo de la supervivencia del más fuerte. Su largo título victoriano resumía ya: ‘Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida’. Ya había varios errores en el enunciado: considerar lo natural como algo benéfico y considerablemente oportuno encaminado hacia algo con un concepto de futuro mejor, pretender que la vida se plantea como una lucha exclusivamente, determinar que la naturaleza favorece unas razas contra otras y que ésas, por ser las más fuertes, son las mejores. De lo que fue punta de lanza de la ideología científica de su época salieron, a través de distintas revisiones, el liberalismo o concurrencia abierta (la lucha de todos contra todos), el fascismo, el comunismo estaliniano y los libertarismos aniquiladores: millones de muertos. La estirpe de ese pensamiento llega hasta hoy. Reagan ha sido el gran defensor de la supervivencia del más fuerte como equivalencia del mejor -en el momento en que uno es más fuerte, nadie le va a discutir que es el mejor- y Bush ha recogido de ahí su puñado de votos para que todo continúe con los meros matices de moda o verbo que se requieran.

Añadiendo algo a Darwin se llegó a la frase de la "survival of the fittest", o la supervivencia del más adaptado (Herbert Spencer en Principios de biología). Será eso lo que está pasando aquí con esta punta bifurcada. La diferencia entre unos y otros es demasiado grande de todos modos y se ha producido en tan poco tiempo que constituye un fenómeno rápido y singular. Se ha formado la raza favorecida de los adaptados: acuden a los besamanos de los obispos, comen langostinos, llevan pianos de respeto a sus despachos, tienden moquetas hasta donde se abrigan de la calle, tienen escoltas, compran fraques, usan Visa Oro, viajan en Concorde, eligen trajes y corbatas de buen paño y buena seda, tienen asesores de imagen, cambian de esposas en busca de la riqueza, la elegancia o la popularidad, segregan unos seguidores que crean a su imagen y semejanza -lealtad y langostinos- y que ocupan los vigorosos puestos delegados del poder. Los otros vagan por los centros sanitarios pidiendo ayuda, a veces sólo alguna píldora para pasar el trago del insomnio, y no saben -son los inadaptados- encontrar el certificado del censo del barrio, la tarjeta de beneficencia, el papel del paro. Cuando llegan a los psicólogos desbordados, les aplican el rígido conductismo que no saben realizar. Escriben en periódicos casi clandestinos, se les niegan los micrófonos de las radiúnculas [¿?] porque escandalizan, ya no se prestan libros unos a otros, sino harapos. Los guardias de las urgencias de los hospitales pueden rechazarles caundo son ‘drogatas’. Duermen en los bancos. No pueden ni acogerse al Plan de Empleo Juvenil -las hierbas que otro arrojó- porque son mayores.

Los vecinos de sus tabucos quieren expulsarles por su riesgo potencial. Cuando encuentran una secta donde podrían adaptarse al menos un rato, que les puede llevar a una granja con sus compañeras pálidas, sus compañeros de la otra punta bífida -los que gustan de santificar las fiestas- les encarcelan, les evacuan, les acusan de promiscuidad sexual o de ser pobres víctimas de lavado de cerebro. Los burgueses se cruzan de acera cuando les ven, los guardias vuelven a pegarles cuando arrastran sus últimas fuerzas en las manifestaciones contra las bases, la OTAN o al son de las movilizaciones del día 14 [¿huelga general del 14 de diciembre de 1988?]. Están, se dice, locos. La Unión Soviética de antes percibió hace muchos años que esta inadaptación no podía ser sino fruto de una locura que llevaba al amor.

Se respetan los derechos humanos: son estos marginales, alcohólicos, drogados, sidosos, libertarios, poetas sin juegos florales, una peluca y una gabardina al juzgado para que se escapen. Ni siquiera intentan escaparse. Ni se les dejaría.

Es una generación curiosa, cuya doble faz -la que ríe, la que llora- no se ha dado fácilmente en otros tiempos históricos. Quizá en otros lugares se está produciendo algo parecido al mismo tiempo: digamos, Nueva York. Pero allí difícilmente constituyen una generación determinada -son de muchos estratos- ni han ido juntos con sus coetáneos a las manifestaciones ni compartido durante unos años la misma lucha y las mismas esperanzas. Es más un problema clásico de riqueza y pobreza desnuda, que aquí también existe, pero con otras características. Ahora impresiona Tom Wolfe porque lo cuenta; pero ya lo contaba mejor John Dos Passos, a los que leyeron escondidos los de las dos puntas de esta generación (Dos Passos se arrepintió y se adaptó en una época dura).

Esto es otra cosa. Algo darwiniano. La naturaleza ha seleccionado a los más fuertes, quizá gracias al meritorio esfuerzo de éstos por adaptarse a lo previamente existente y a lo que el general De Gaulle llamó "la nature des choses", y la lucha por la vida les ha dado el poder. Los otros, los caínes de aquella fraternidad -o tratados como caínes-, cometieron el error de querer adaptar la sociedad a sus ideologías. Creían que iban todos a lo mismo, y se equivocaban. Decía Bernard Shaw que sólo los tontos han creado los progresos del mundo, porque los listos se han adaptado a lo que había sin necesidad de inventar. También se equivocaba. Aquí los tontos son tontos para siempre y la naturaleza no tiene ningún interés en que sobrevivan. Por eso se van muriendo después de sufrir la marginación, la porra, el desprecio, el sermón, el conductismo, las redadas, las visitas de alguna buena monja, el aislamiento en los lugares de trabajo, el abandono -con necesarias lágrimas de la madre- de las familias que consideran cualquier inversión en ellos como algo a fondo perdido, la calificación de irrecuperables. Qué tontos, qué tontos.

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