Repaso de las discotecas donostiarras que cerraron.
Nombres que van desde Ku en Igueldo hasta Young Play en Galarreta, pasando por Keops, La Perla, Zorongo 66 o el Txikitenis.
Mikel Huarte | Cadena SER, 2014-12-10
https://cadenaser.com/emisora/2014/12/10/radio_san_sebastian/1418229321_434797.html
San Sebastián vivió un tiempo pasado con discotecas fueron referencia, marcaron época y dejaron innumerables recuerdos que perviven en la memoria de muchos. La lista es extensa y Eneko Matilla, que durante 27 años trabajó de relaciones públicas en Bataplan nos ayuda a completarla: Keops, Ku, Young Play, Tiffanys, Paladín [era la anterior a Bataplan, en el mismo lugar] o La Perla son algunos de los nombres de discotecas que, ya sea por decisiones empresariales o por cambio de modas, acabaron echando el cierre.
En 'Qué fue de... aquella discoteca' conversamos también con José, jefe de cabina de la discoteca Young Play durante 25 años o con Juan Carlos, que fue durante 17 años disc jockey de Ku Donosti.
Eneko Matilla vuela solo.
Acaba de estrenar el Warhol Bar en la calle Sánchez Toca, después de 26 años como relaciones públicas en la discoteca Bataplán.
Joti Díaz | El Diario Vasco, 2006-02-12
https://www.diariovasco.com/pg060212/prensa/noticias/San_Sebastian/200602/12/DVA-SSB-184.html
Acaba de estrenar el Warhol Bar en la calle Sánchez Toca, después de 26 años como relaciones públicas de la discoteca Bataplán. Es uno de los famosos de la ciudad. No ha cumplido los 45 años pero su trayectoria laboral es muy larga, siempre vinculada a la música. Ya en su etapa escolar organizaba guateques y cuando dejó el colegio Marianistas comenzó a trabajar de disc jockey y organizar fiestas en las discotecas La Perla y Bataplán, con la familia Sabadell-Montenegro. Eran los inicios de los bailes universitarios con la ESTE y el club Juven de baloncesto. Unos años más tarde se convirtió en relaciones públicas, puesto que dejó el mes de junio del año pasado. A este joven veterano, nacido en la Parte Vieja le rondaba la idea de montar su propio negocio y por fin ha llegado la hora. Se fijó en un local de la calle Sánchez Toca, antes llamado Palumbo, y no lo dudó. El nombre de Warhol Bar lo eligió pensando en un estilo de bar de copas con estilo popero y que se pueda relacionar con la modernidad.
Eneko Matilla pretende ofrecer buena música, calidad en el servicio, buenas copas y una carta especial de cafés y coktails. Él mismo ha decorado el local con la gran ayuda de su esposa, Nora Gómara, no pasan por ella los años, con un diseño moderno y nada recargado. Manda en la barra Gendry Heredia, un joven profesional con una buena trayectoria, ya que ha sido campeón de España de coctelería y ha trabajado en locales como Dionis, Stik ó Splash.
La fiesta de inauguración estuvo muy animada y contó con la asistencia de numerosas personas vinculadas al mundo de la hostelería, la música, la moda y el estilismo. Por allí esaban Toby Aymerich preparando nuevos proyectos profesionales; Javier Elena, de la Gula del Norte, que hizo una degustación entre los invitados; Nerea Matilla y Cristina Gallego de Domecq; Javier Tizón de Osborne, Ibon Cusset y Luis Collado de Bataplán, Javier Urbistondo, concejal de Ayuntamiento y Patricia Parcero de Zubizarreta Moda. También del mundo de la hostelería, Iñigo Jiménez de La Venta de Curro, Agustín Ciriza del Sheraton, Chicho Alvarez del Kontra, Démelsa Pantigoso de Hollywood, Jon Zabaleta del bar Zabaleta, Alberto Mos de G Star, los amigos y vecinos del bar Pokhara, también del Txirula e Imanol del Nido. No faltó el presentador de ETB Klaudio Landa, ni el gran estilista Iñaki Sagarzazu, que fuera hace años campeón del mundo, acompañado de su esposa Marian Álvaro. En otro grupo Javier Solórzano, Carolina Villar, Cristina Espín, María Cabezudo, Unai Astigarraga, Javier Urizberrueta, Tito Moro y su esposa Sol de Hawai Surf y Ramón de La Fuente de la boutique Boom London.
Saludé a Ane Vadillo de Get In, muy ocupada con la dura temporada de conciertos musicales que llega. El televisivo entrenador Gorka Etxeberria sigue buscando equipo y me hacía algunos comentarios optimistas sobre el futuro deportivo de la Real Sociedad. No se pierde una Pablo Villaverde y Kote Cabezudo sigue inmerso en la fotografía del mundo de la moda y su consulta de estomatología. También estaban Roberto del restaurante Altuna, Ion Berregui de Visa Seguridad, Rosa Gómara, Rocío de la Fuente, Ainara y Begoña y Marian y Félix Desojo de Betiko Kafea.
Cuando 'La Zona' entró en coma.
¿Por qué mueren algunas calles de San Sebastián? San Bartolomé, la vía que irradiaba ruido y juventud hace más de una década, es el mejor de los ejemplos.
Gontzal Largo | El Diario Vasco, 2009-09-14
https://www.diariovasco.com/20090913/san-sebastian/cuando-zona-entro-coma-20090913.html
La calle está casi desierta. Apenas dos o tres almas. Alguien ha pintado estas tres palabras en el exterior de un antiguo bar de la calle San Bartolomé. El local se encuentra, hoy en día, cerrado, sin actividad aparente. No es el único: esta vía donostiarra es una suerte de cementerio hostelero, una necrópolis en la que los toldos y los neones no anuncian la existencia de un bar, sino la muerte de éste. Se llama , se llamó y fue uno de los epicentros de la, cada vez más, extinta juerga donostiarra. Hoy en día, apenas sobreviven cinco locales de los casi veinte que llegaron a funcionar a todo gas hace diez años. no es lo que era, pero ¿qué ocurrió? ¿Por qué, en ocasiones, se muere el tejido de una parte de la ciudad y éste no se regenera?
Los orígenes lúdicos de este rincón de San Sebastián se hunden en los últimos años de la dictadura. Lo que comenzó siendo una zona de marcha adulta evolucionó a un ambiente más juvenil en los años ochenta. Ese carácter se acentuó y confirmó en los años noventa, cuando alcanzó su cenit, el paroxismo al que le seguiría la inevitable caída. Tan dorada fue la última década del siglo XX que, incluso, se planteó tímidamente la posibilidad remota de peatonalizar San Bartolomé, a raíz de un experimento llevado a cabo en el verano de 1994, cuando el Ayuntamiento autorizó a varios bares a instalar terrazas en la rúa cerrada al tráfico.
En los noventa, los bares abiertos alcanzaron la veintena, algunos de corte tradicional como el Juanito; otros de corte gay como El Trígono, pasando por locales que cambiaban de nombre y gestores con agilidad (Yabba Dabba, Kopa's.); algunos que aparecían y desaparecían al poco tiempo (T.K.C.), nombres míticos que duraron años (El Moro, Rash, Zakro, Bogart, Twickenham...) o unos pocos que todavía mantienen el tipo y las puertas abiertas como el Kuttun, Pachá o Kentucky. De entre todos, hubo uno que destacó por muchas razones: por su tamaño, por su éxito social, por el perfil que se asociaba a su clientela habitual y porque llegó a actuar como catalizador y locomotora del ambiente festivo de la calle San Bartolomé. Se trataba de El Cine.
Éste fue iniciativa de Adolfo Pantigoso, histórico de la noche donostiarra y paladín de otro rincón mítico, también asociado al mundo del celuloide: el Hollywood de Blas de Lezo. Pantigoso adquirió el local de El Cine en 1981. Primero funcionó con el nombre de Rainbow y, luego, con el de Trocadero, a la vez que uno de sus rincones se habilitaba como hamburguesería, de nombre La Prima Puri. Finalmente, en 1988, lo rebautizaron como El Cine, nombre bajo el cual siguió funcionando hasta su cierre definitivo en 2004. ¿La razón de su ocaso? Tal y como nos explica el propio Pantigoso, contaban con licencia de bar y la escasa altura del local les impidió obtener la de pub, única categoría viable para un espacio de esas características. Durante el tiempo que estuvo funcionando, El Cine no sólo fue el más amplio -casi 200 metros cuadrados- de todas las tabernas modernas de La Zona, sino el más frecuentado, llegando a emplear hasta 14 personas para atender las barras en las noches más multitudinarias. Así, cuando éste cerró, muchos le siguieron irremediablemente.
Los mismo ocurrió con otros locales que poco tenían que ver con el copeteo y se alimentaban de la gente que iba y venía a la citada calle como la bolera SB -situada en una entreplanta- o la Bodega Blas de Lezo, -ubicada en la calle homónima y conocida popularmente entre la chavalería como [¿?] -, que los fines de semana daba un giro de 180 grados a su clientela habitual: de los jubilados que lo frecuentaban de lunes a viernes, pasaba a los adolescentes que allí acudían a tomar una ronda -o dos, o tres. o doce- de claretes con gas, convirtiéndose en un sitio popularísimo. El contraste estaba servido: allí convivían lolitas y adolescentes vanidosos con el flequillo a capas, con barricas de vino peleón, mesas de madera, un suelo carcomido y una decoración antediluviana.
Paralelamente al éxito de San Bartolomé, crecieron las presiones vecinales, lógicas si se tiene en cuenta el ruidoso embudo que se creaba las noches de los viernes y los sábados, además de las inconveniencias propias del cóctel alcohol-juventud. El desgaste llegó al límite a principios de esta década: la San Bartolomé ya estaba herida. Perdía plasma. Las costumbres generacionales habían mutado y, para colmo, una nueva zona de marcha había visto la luz: los bares situados en el Complejo de Ocio de Illumbe. Lo que nació como una propuesta lúdica para toda la familia, poco a poco fue mutando hasta convertirse en una suerte de barrio juerguista soñado por todo Ayuntamiento: estaba alejado del casco urbano y era gestionado por el sector privado, algo muy similar a los polígonos industriales de copeteo que triunfan, por ejemplo, en el extrarradio de Madrid. El consistorio se podía lavar las manos: no había vecinos, ni la problemática asociada a mezclar la juerga con el descanso.
Ello, sumado a los cambios de hábitos de la juventud -«ya no alternan, ya no saltan de bar en bar», nos dice un hostelero-, la proliferación de locales alquilados, los botellones multitudinarios y el cierre de El Cine en 2004 acabaron por puntillear definitivamente la vía, convirtiéndola en una especie de geografía muerta. Si a San Bartolomé -el santo- le arrancaron la piel en vida, San Bartolomé -la calle- sufrió un proceso similar y, como las serpientes, hizo la muda, se despojó de su epidermis, de su reputación de lugar estruendoso y juvenil para convertirse en un rincón imberbe, silencioso, casi siempre desértico, ensimismado y al margen de la rutina diaria de San Sebastián. La situación actual no llamaría en absoluto la atención -en la ciudad hay todo un abanico de callejas llamémoslas [¿?]- si no fuera por aquel pasado halagüeño que muchos recuerdan y se encuentra a la vuelta de la esquina del túnel del tiempo: ¿cuánta gente se enamoró, por vez primera, en ese lugar?
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