1979/06/25

DOCUMENTACIÓN | 28-J | ¡VIVA LA ANORMALIDAD!

¡Viva la anormalidad!
José-Miguel Ullán | El País, 1979-06-25

https://elpais.com/diario/1979/06/26/madrid/299244257_850215.html 

Llegaban neutramente hasta la oscura nave. Sin aspavientos tímidos ni soberbia fingida. Ya los desorientados habían percibido la mamola en vacío de algún probo guardián de la Casa de Campo: «¿El pabellón número cuatro? ¡Ah! Más arriba, en la acera de enfrente.» No había aceras. Llegaban neutramente. Sin capullos bermejos en ojales, sin boquitas pintadas, sin adornos chillones, sin pelucas, sin plumas cotorriles, sin lunares postizos y sin la risa loca de un domingo campestre. Muchas barbas. Muchos bigotes. Tan sólo las miradas de ciertos elegidos proclamaban al viento veraniego viejos augurios de inocencia: ver un mundo nuevo en un grano de arena y un cielo despejado en una flor silvestre; tener el infinito en la palma de la mano y la eternidad en un día de orgullo.

Detrás de la tribuna amoratada, una enorme pancarta: «Día mundial del orgullo ‘gay’. Contra todas las normas y leyes que reprimen la homosexualidad.» Cuatro oradores disponibles. Nombres sin apellidos. Y un borbotar común de sufrimiento, cárceles, manicomios, chacotas y desprecio. Historia necrológica o resumen: Inquisición, Hitler, Stalin, Franco, Mao, Fidel y Jomeini. Presente de la espada democrática: un travestí asesinado en Rentería [Francis], continuas agresiones de las bandas fascistas, piadosas cataratas médicas, escarnio colectivo. En memoria de todas las víctimas, un minuto infinito de silencio. Puños alzados. Indices alzados. Leves silbidos que carcomen las notas lenitivas de ‘La Internacional’.

Son discursos nerviosos que enfrentan el placer a la esclavitud. Discursos que estructuran un cerrado holocausto para el que nunca hubo su Nuremberg. No son discursos; son ausencias: «Somos humanos.» Humanos con sinónimos degradantes: maricas, locas, sarasas, bujarrones... De ahí, la fraternidad que otra pancarta exhibe: «Homosexuales, lesbianas, presos, mujeres, locos, minusválidos y putas.» Todos hablan con palabra párvula, lirismo elemental, guiños ecologistas y candorosa demagogia. Tremolar de banderas moradas con triangular blancura.

Estereotipos de raíces políticas quedan pronto anegados por el poema anónimo, por la confesión dulce e insostenible. Nada puede el cinismo o la bondad del militante: «Animad a los jóvenes: al partido le toca determinar el triunfo.» El deseo vacila en otras aguas, pues empieza a saberse que el homosexual no existe: puro fantasma es, creado por el macho para ocultar sus miedos más domésticos. Alto a la pestilencia oportunista.

No es una fiesta. No son muchos tampoco. Pero aguantan la ristra de mensajes en este pabellón de ladrillo, sobre un suelo empolvado, cruzando, cepos quedos, sobre invisibles arrecifes de desaliento. Los vendedores de helados no hacen aquí su agosto; nadie cede a la tentación de parodiar la imagen pornolegal del chupeteo amarillo en buen papel ‘couché’. El comunicado de las lesbianas madrileñas será el más aplaudido. El de Comisiones Obreras recibe un abucheo memorable.

Contra la norma, una anormalidad reivindicada. Sin aspavientos soberbios ni timidez fingida. Se van neutramente, pero con miedo a la salida. Sin capullos bermejos en ojales, sin boquitas pintadas, sin adornos chillones, sin pelucas, sin plumas cotorriles, sin lunares postizos y sin la risa loca de un domingo campestre.

Han estado solos. Ni un líder de la izquierda parlamentaria. Ni una figura de las artes y las letras. Ni una lumbrera de la ciencia. Su soledad es firme. Tal vez porque escribieron hace tiempo en su existencia las palabras de Gide: «Creed en aquellos que buscan la verdad, dudad de los que la encuentran; dudad de todo, pero no de vosotros mismos.» No fue una fiesta. Tampoco eran muchos. Pero, como llegaron, se fueron: con la anormalidad más neutra. Esa que puede sernos propia a usted y a mí, al policía de la esquina y al cura de su diócesis, al taxista y al profesor, a su hijo y a su propia esposa, al albañil y al cirujano. No dirá que no entiende. Porque la duda está en su casa y en su calle. Ya no hay salida. Ellos lo saben. Y ese es también su orgullo permanente.

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