Rock Hudson, la otra vida de un héroe americano.
Gerald Clarke · Time | El País, 1985-08-03
https://elpais.com/diario/1985/08/04/sociedad/491954404_850215.html
Gerald Clarke · Time | El País, 1985-08-03
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Es cierto que ha habido mejores actores, e incluso algunos eran más atractivos. Pero para los aficionados al cine de los años cincuenta y sesenta, ninguna estrella representó mejor las anticuadas virtudes norteamericanas que Rock Hudson. "Es completo", escribía la revista ‘Look’ en 1958 "No suda. No tiene granos. Huele a leche. Su apariencia es de limpieza y respetabilidad. Este muchacho es puro". La pasada semana, mientras Hudson yacía gravemente afectado por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) en un hospital de París, quedó claro que el héroe americano tenía otra vida: era casi con seguridad un homosexual. Mucha gente lo sabía, al igual que habían sabido de la homosexualidad de otras estrellas, desde Ramón Novarro -uno de los más grandes ‘latin lover’ de la época del cine mudo- hasta Montgomery Clift, Tyrone Power, Errol Flynn o Sal Mineo. En cierto sentido, el dilema de los homosexuales no es distinto en el mundo del cine que en cualquier otro tipo de actividad. Muchos temen, normalmente con razón, que el reconocimiento de sus vidas privadas pueda dañar y quizá arruinar sus carreras, tanto si trabajan para la Metro-Goldwyn-Mayer como si lo hacen para la General Motors.
En otro sentido, su situación es a un tiempo más seria y patética. Han de presentar una imagen falsa no solamente ante sus amistades y colegas, sino también, en el caso de una estrella como Hudson, ante millones de admiradores, de quienes temen que no puedan ni quieran aceptar la verdad. Durante años han jugado al gato y al ratón con una Prensa que en su mayor parte es benévola. Ahora, muchos de ellos están amenazados por algo más cruel de lo que cualquier publicación escandalosa podía haber imaginado nunca: por un mal terrible, incurable y fatal de necesidad.
Hudson es un símbolo trágico de otros muchos. Alto (1,93 metros), mandíbula cuadrada y atractivo, fue a dar, como la cosa más natural, a Hollywood al dejar la Marina después de la II Guerra Mundial. El agente Henry Wilson creyó lógico que Roy Fitzgerald se transformara en Rock Hudson, tan firme como Gibraltar y tan invariable como el río que pasa por las torres de Manhattan. Siguió una serie de películas B y, trabajando duro, Hudson aprendió la técnica, si no el arte, de la actuación. Tuvo una buena actuación en ‘Gigante’ (1956) y fue nominado para un premio de la Academia, y demostró talento para la comedia en una serie de películas, como ‘Pillow talk’ (‘Pijama para dos’), que interpretó con Doris Day a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Cuando su carrera en el cine empezó a desvanecerse se dedicó a la televisión, demostrando su atractivo en ‘McMillan y su esposa’ (‘McMillan and wife’) como el policía de San Francisco que resuelve todos los casos, y más tarde en ‘Dinastía’, en la que animosa pero infructuosamente asedia a Krystie (Linda Evans).
La constante frustración
Casi en todos los papeles representó al hombre fuerte y evidentemente heterosexual, y la frustración aparentemente afectó a sus nervios. En Los Ángeles solía pasar las tardes en su casa con vista a Beverly Hills. Cuando quería desahogarse iba a San Francisco, donde, según un artículo del ‘Chronicle’, no le importaba que se le viera en restaurantes y discotecas homosexuales. Un antiguo columnista del ‘Chronicle’, Writer Armistead Maupin, dijo que en 1976 había intentado convencer a Hudson para que manifestara públicamente que era homosexual. "Rock pareció tomar la idea en consideración, y dijo: 'Un día de éstos voy a tener mucho que decir'. Me pareció una buena idea, porque su comportamiento en público era, igual que en el cine, muy masculino y natural". El actor seguía sintiendo amargura, dijo Maupin, porque en los años cincuenta se había visto forzado a un desafortunado matrimonio de conveniencia. Una revista especializada en escándalos había amenazado con descubrirlo, contó Maupin, y para proteger su imagen, el estudio de Hudson arregló apresuradamente un matrimonio con la secretaria de su agente, que duró menos de tres años.
Los sentimientos han cambiado desde los años cincuenta. Los homosexuales se muestran muy activos en una serie de campos, y se han realizado muchas películas y obras de teatro sobre homosexuales. Tennessee Williams escribió y habló largo y tendido sobre su homosexualidad, algo que los grandes del teatro anterior, como Lorenz Hart, Cole Porter y Noël Coward, nunca se atrevieron a hacer. Sin embargo, ninguna estrella del escenario ni del cine ha manifestado su homosexualidad. Y por una razón muy sólida: han pensado que el público les volvería la espalda. "A la larga, el dólar es lo que cuenta", dice George Christy, un columnista del ‘Hollywood Reporter’, un periódico gremial. "La homosexualidad sigue siendo una mancha en nuestra sociedad".
De todas formas, el SIDA ha añadido una nueva y más siniestra vertiente al viejo cuento, y puede empujar a muchas otras estrellas a salir del anonimato. La enfermedad ya ha conmovido los cimientos de las colonias teatrales y cinematográficas de ambas costas. "En los últimos dos o tres años han muerto por lo menos 20 personas que trabajaban aquí", dice Joseph Papp, director del Public Theatre de Nueva York. "La primera vez nos sorprendió la muerte de una persona tan joven (tenía 23 años). Le preparamos un homenaje, y luego tuvimos otros por otras víctimas. Hubo un momento en que teníamos un homenaje cada pocos meses. Es algo terrible".
Una decisión valiente
La confesión de Hudson de padecer el SIDA ha tenido más eco de lo que él podía haberse imaginado. "Es una vergüenza que se necesite algo así para que la gente preste atención", dice Hamburg, pero es extraordinario que suceda. Necesitamos hacer comprender a la gente que el SIDA no tiene por qué ser una enfermedad incurable y que el dinero para la investigación puede ayudarnos". Según otros, Hudson ha puesto un rostro a la enfermedad y la llevó a casa de muchos que hace un par de semanas ni se hubieran preocupado.
Pensando sobre su vida y su carrera hace varios años, mucho antes de padecer el SIDA, Hudson parecía un poco cansado de la vida. "Me he pasado mucho tiempo tratando de saber qué es la vida", dijo. "Sigo sin saberlo, pero ahora me importa un bledo". Pero quizá en el fondo le importe. Su declaración la semana pasada fue probablemente el gesto más dramático de su larga carrera.
En otro sentido, su situación es a un tiempo más seria y patética. Han de presentar una imagen falsa no solamente ante sus amistades y colegas, sino también, en el caso de una estrella como Hudson, ante millones de admiradores, de quienes temen que no puedan ni quieran aceptar la verdad. Durante años han jugado al gato y al ratón con una Prensa que en su mayor parte es benévola. Ahora, muchos de ellos están amenazados por algo más cruel de lo que cualquier publicación escandalosa podía haber imaginado nunca: por un mal terrible, incurable y fatal de necesidad.
Hudson es un símbolo trágico de otros muchos. Alto (1,93 metros), mandíbula cuadrada y atractivo, fue a dar, como la cosa más natural, a Hollywood al dejar la Marina después de la II Guerra Mundial. El agente Henry Wilson creyó lógico que Roy Fitzgerald se transformara en Rock Hudson, tan firme como Gibraltar y tan invariable como el río que pasa por las torres de Manhattan. Siguió una serie de películas B y, trabajando duro, Hudson aprendió la técnica, si no el arte, de la actuación. Tuvo una buena actuación en ‘Gigante’ (1956) y fue nominado para un premio de la Academia, y demostró talento para la comedia en una serie de películas, como ‘Pillow talk’ (‘Pijama para dos’), que interpretó con Doris Day a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Cuando su carrera en el cine empezó a desvanecerse se dedicó a la televisión, demostrando su atractivo en ‘McMillan y su esposa’ (‘McMillan and wife’) como el policía de San Francisco que resuelve todos los casos, y más tarde en ‘Dinastía’, en la que animosa pero infructuosamente asedia a Krystie (Linda Evans).
La constante frustración
Casi en todos los papeles representó al hombre fuerte y evidentemente heterosexual, y la frustración aparentemente afectó a sus nervios. En Los Ángeles solía pasar las tardes en su casa con vista a Beverly Hills. Cuando quería desahogarse iba a San Francisco, donde, según un artículo del ‘Chronicle’, no le importaba que se le viera en restaurantes y discotecas homosexuales. Un antiguo columnista del ‘Chronicle’, Writer Armistead Maupin, dijo que en 1976 había intentado convencer a Hudson para que manifestara públicamente que era homosexual. "Rock pareció tomar la idea en consideración, y dijo: 'Un día de éstos voy a tener mucho que decir'. Me pareció una buena idea, porque su comportamiento en público era, igual que en el cine, muy masculino y natural". El actor seguía sintiendo amargura, dijo Maupin, porque en los años cincuenta se había visto forzado a un desafortunado matrimonio de conveniencia. Una revista especializada en escándalos había amenazado con descubrirlo, contó Maupin, y para proteger su imagen, el estudio de Hudson arregló apresuradamente un matrimonio con la secretaria de su agente, que duró menos de tres años.
Los sentimientos han cambiado desde los años cincuenta. Los homosexuales se muestran muy activos en una serie de campos, y se han realizado muchas películas y obras de teatro sobre homosexuales. Tennessee Williams escribió y habló largo y tendido sobre su homosexualidad, algo que los grandes del teatro anterior, como Lorenz Hart, Cole Porter y Noël Coward, nunca se atrevieron a hacer. Sin embargo, ninguna estrella del escenario ni del cine ha manifestado su homosexualidad. Y por una razón muy sólida: han pensado que el público les volvería la espalda. "A la larga, el dólar es lo que cuenta", dice George Christy, un columnista del ‘Hollywood Reporter’, un periódico gremial. "La homosexualidad sigue siendo una mancha en nuestra sociedad".
De todas formas, el SIDA ha añadido una nueva y más siniestra vertiente al viejo cuento, y puede empujar a muchas otras estrellas a salir del anonimato. La enfermedad ya ha conmovido los cimientos de las colonias teatrales y cinematográficas de ambas costas. "En los últimos dos o tres años han muerto por lo menos 20 personas que trabajaban aquí", dice Joseph Papp, director del Public Theatre de Nueva York. "La primera vez nos sorprendió la muerte de una persona tan joven (tenía 23 años). Le preparamos un homenaje, y luego tuvimos otros por otras víctimas. Hubo un momento en que teníamos un homenaje cada pocos meses. Es algo terrible".
Una decisión valiente
La confesión de Hudson de padecer el SIDA ha tenido más eco de lo que él podía haberse imaginado. "Es una vergüenza que se necesite algo así para que la gente preste atención", dice Hamburg, pero es extraordinario que suceda. Necesitamos hacer comprender a la gente que el SIDA no tiene por qué ser una enfermedad incurable y que el dinero para la investigación puede ayudarnos". Según otros, Hudson ha puesto un rostro a la enfermedad y la llevó a casa de muchos que hace un par de semanas ni se hubieran preocupado.
Pensando sobre su vida y su carrera hace varios años, mucho antes de padecer el SIDA, Hudson parecía un poco cansado de la vida. "Me he pasado mucho tiempo tratando de saber qué es la vida", dijo. "Sigo sin saberlo, pero ahora me importa un bledo". Pero quizá en el fondo le importe. Su declaración la semana pasada fue probablemente el gesto más dramático de su larga carrera.
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