1994/07/04

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | JUAN GIL-ALBERT, POETA DESLUMBRADOR E INCLASIFICABLE, FUE ENTERRADO AYER EN VALENCIA

Juan Gil-Albert, poeta deslumbrador e inclasificable, fue enterrado ayer en Valencia.
La familia logró imponer la intimidad que el escritor quería para su despedida.
Adolf Beltrán | El País, 1994-07-04
https://elpais.com/diario/1994/07/05/cultura/773359201_850215.html 

Apenas varias decenas de personas, por voluntad de la familia, que escogió un acto íntimo para la despedida, acompañaron en su entierro al escritor Juan Gil-Albert. Llevaba tres o cuatro años recluido en su casa de Valencia. Y el domingo, de la mano de una neumonía que había agravado su estado de salud durante las últimas semanas, se fue definitivamente, a los 90 años de edad, este escritor de prosa deslumbradora y de imposible clasificación. Su cuerpo reposa desde las cuatro y media de la tarde de ayer en el panteón de la familia Gil Albert-Simón, en el cementerio general de Valencia.

Presidente del Consell Valencià de Cultura hasta su muerte, el fallecimiento de Gil-Albert, pese a que era conocido su progresivo deterioro físico, causó en los ambientes culturales la conmoción de una pérdida irreparable. El presidente de la Generalitat Valenciana, el socialista Joan Lerma, visitó en la mañana de ayer a sus familiares y fueron numerosísimas las muestras de condolencia recibidas desde diversos sectores políticos y sociales. Proustiano, según unos, -por su intimismo y su cultivo de la memoria-, él mismo señaló, por motivos bien diferentes, a Gabriel Miró, a Valle-Inclán y a Azorín como sus maestros, aunque Oscar Wilde es otra referencia imprescindible a la hora de citar sus influencias, como lo son Gide y Nietzsche al referirse a sus grandes devociones. Nacido en Alcoy en 1904, en una familia de comerciantes, se trasladó en 1912 a Valencia. Siempre mantuvo, de todas maneras, una vinculación afectiva con su ciudad natal -cuyo alcalde, Josep Sanus, declaró ayer tres días de duelo oficial- y con la casa familiar del antiguo -molino de El Salt, a pocos kilómetros de la capital de la comarca de L'Alcoiá.

De cultura cosmopolita y sutil, Gil-Albert cultivó la novela, la poesía y el ensayo. Tras el impacto de su estancia en Francia a principios de los años veinte y desde que en 1927 publicó, a sus expensas, ‘La fascinación de lo irreal’, obra bien acogida por la crítica, se dedicó íntegramente a la literatura, dejando atrás sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia.

Comprometido
Muy activo intelectualmente en el ambiente cultural de la República, se comprometió, sin vincularse a ningún partido, con las ideas de izquierda. Con Sánchez Barbudo, Rafael Dieste y Ramon Gaya, fue uno de los creadores de la revista ‘Hora de España’, en la que colaboró durante la guerra. Tras la contienda, Gil-Albert, después de pasar por él campo de concentración de Saint Ciprien (Francia), se exilió a México, donde fue secretario de la revista Taller, que dirigía Octavio Paz. En 1944, con Rosa Chacel, viajó a Buenos Aires, donde residió un año y colaboró en revistas como la mítica ‘Sur’. Tras volver a México, en 1947 emprendió el retorno a España. Marginado por la crítica oficial y por el espeso ambiente de la dictadura franquista, en los años cincuenta y sesenta Gil-Albert se encerró en una especie de exilio interior, del que salieron escasos títulos editados, aunque su labor literaria fue intensa. A partir de 1972, con la publicación en Ocnos de su antología ‘Fuentes de la constancia’, comenzó un redescubrimiento en el que tuvo mucho que ver Gil de Biedma.

La publicación de su ‘Obra Completa’, a inicios de los ochenta, a cargo de la Institució Alfons El Magnánim, hoy Institució Valenciana d'Estudis i Investigació (IVEI), situó de nuevo a Gil-Albert en el lugar que le correspondía, como uno de los grandes escritores en lengua castellana. Como ha destacado César Simón, sobrino suyo y su mejor biógrafo, casi todos los libros de Gil-Albert fueron escritos antes de 1972. ‘Valentín’, ‘Concierto en "mi" menor’, ‘Crónica General’, ‘El retrato oval’, ‘La trama inextricable’, ‘Breviarium vitae’ o ‘Contra el cine’ son algunos de los libros más destacados de una obra en prosa de cerca de 30 títulos. En poesía, ‘El existir medita su corriente’, ‘A los presocráticos’, ‘Fuentes de la constancia’, ‘Mi voz comprometida’ o ‘Variaciones sobre un tema inextinguible’ son algunos de los ejemplos más importantes de una producción de más de una quincena de títulos.

Una exposición, de la que fueron comisarios Mario García Bonafé y Artur Heras, titulada ‘Literatura y compromiso en los años treinta’, reivindicó públicamente la figura de Gil-Albert a mediados de los años ochenta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En 1982, año de la muerte de su anciana madre, Gil-Albert recibió el Premio de las Letras Valencianas, uno de los escasos galardones que se le otorgaron a lo largo de su vida.

"El peor de los modelos y el más eminente de los prosistas actuales", según la paráfrasis utilizada por César Simón en la introducción a uno de sus libros, Gil-Albert mantuvo un pulso con el estilo y la estética de dificilísima, casi imposible, imitación. "Bordear el amaneramiento no sólo sin naufragar en él, sino explotándolo en la medida en que no se naufraga" fue el ejercicio permanente de su escritura, incisivamente elocuente.

Relatos, recuerdos, teorías, suaves y prolongadas disquisiciones, llenas de sentido pagano, de delicado erotismo y de conocimiento de la cultura, conforman la obra de Gil-Albert, a quien Joan Fuster no dudó en calificar, con su provocadora contundencia, como "uno de los primeros valencianos que utilizan el castellano con rendimientos poéticos". Luis Antonio de Villena, por su parte, al comentar ‘El retrato oval’, que Gil-Albert escribió a partir de una imagen de la familia imperial de Rusia, dijo que la "autocontemplación histórica" era el aspecto más representativo del quehacer en prosa del escritor.

Estética
La escritora Pilar Pedraza, actualmente consejera de Cultura de la Generalitat Valenciana, señaló ayer la "literatura subjetiva y de su tiempo" que practicó Juan Gil-Albert y su "constelación estética de raíces muy clásicas" como características que lo convierten, por su brillante singularidad, en un autor "poco encuadrable". Y son precisamente esas peculiaridades las que, en opinión de Pedraza, impiden la existencia de influencias directas de su obra sobre escritores más jóvenes, pese al afecto y el interés que su producción y su persona han despertado en muchos integrantes de las generaciones literarias posteriores.

El enigma del hombre.
Ángel Rupérez | El País, 1994-07-04

https://elpais.com/diario/1994/07/05/cultura/773359202_850215.html

Gil-Albert tenía más o menos, la misma edad que Leopoldo Panero, que Rosales, que Ridruejo, por mencionar sólo algunos de los que, vencedores decidían por los años cuarenta el gusto triunfador en poesía. Por aquellas fechas, 1947 exactamente, Gil-Albert volvía a España y escribía una poesía -inédita por muchos años- que nada tenía que ver con el neotradicionalismo ideológico y estilístico de los poetas mencionados antes, ni tampoco con cualquiera de los grupúsculos que se salieron de la ortodoxia. Sus afinidades en todo caso podían estar con los poetas del grupo Cántico, de Córdoba, pero Gil-Albert seguía solo, tan periférico como la mayoría pero no desgraciado: su vocación rendía frutos constantes y, si le leemos, comprendemos enseguida que en su determinación solitaria debía de estar y está su genuina capacidad de supervivencia. Antes de la guerra, Gil-Albert había sido un poeta imitador, interesante pero imitador. Su veta mejor, germen de su poesía más auténtica-se puede observar ya en ‘Son nombres ignorados’ (1939). De aquí saltamos -con la aventura del exilio a cuestas- a ‘Las ilusiones’ (1945), un libro ya genuinamente gilarbertiano, por más que sus deudas sigan siendo evidentes; Cernuda, el decadentismo posromántico.

A partir de aquí la poesía de Gil-Albert no cambia sustancialmente, como suele ocurrir en los buenos poetas atentos a - sus llamadas interiores antes que a la veleta de las modas que van y vienen. Los sonetos de ‘Concertar es amor’ (19 5 l), por ejemplo, son excelentes, porque en ellos se afirma un hombre, un espíritu, y lo hace con una sobriedad perfecta y además pone contra las cuerdas el fantasma del decadentismo, la tentación que más amordaza la poesía de Gil-Albert. ¿0 es que alguien se imagina a un Oscar Wilde, por poner un ejemplo no local, dedicando un libro entero a hongos, abejorros y serpientes entre otros elementos de la naturaleza? Libros como ‘Migajas del pan nuestro’ (1954) o ‘Meta-física’ (1974), con más hojarasca ocasional, confirma sin embargo una visión del mundo que puede estar a veces cerca de la de Cernuda, pero con menos aliento metafísico o compulsión moral.

Gil-Albert es sobre todo un vitalista contemplativo, una especie sedentaria del vitalismo con más pedigrí que podríamos llamar bayroniano, y que consiste en afirmar irremediablemente la vida, siempre, incondicionalmente. Y afirmarla a sabiendas de sus oscuridades, fragilidades y abismos. Al final siempre triunfa la vida, y lo hace con una elementalidad que también podríamos llamar estoica. Un sensualismo estoico, en eso consiste buena parte de la poesía de Gil-Albert, o al menos la más interesante.

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