Rosariyo de Jerez era mayordomo.
Manolo Gómez ocultó su actividad nocturna como travestido en el Madrid de hace tres décadas
Alex Niño | El País, 1995-11-26
https://elpais.com/diario/1995/11/27/madrid/817475070_850215.html
Manolo Gómez ocultó su actividad nocturna como travestido en el Madrid de hace tres décadas
Alex Niño | El País, 1995-11-26
https://elpais.com/diario/1995/11/27/madrid/817475070_850215.html
La habilidad para salir de situaciones difíciles forma parte de la historia de Rosariyo de Jerez. Un día de mediados de los años setenta un grupo de jóvenes de Fuerza Nueva entró en La Fragata, un local de ambiente ‘gay’ ubicado en la madrileño calle de Caballero de Gracia, y comenzó a insultar a los clientes que en ese momento se encontraban allí. Todo el mundo se quedó paralizado por el miedo. Sólo Rosariyo consiguió reaccionar a tiempo. Se abalanzó sobre una bandera de España que había tras el escenario e interpreta la canción de ‘La banderita’: "Allá por tierra africana, / allá por la morería, un soldadito español de esta manera cantaba: / como el vino de Jerez / y el vinillo de Rioja / son los colores que tiene la banderita española". "Y eso fue mano de santo, como si les hubiera dado una píldora. Al final, a una amiga y a mi invitaron a tomar una copa. Se quedaron la mar de contentos", recuerda entre carcajadas Rosariyo, nacida, por caprichos de la genética, Manolo Gómez, hace unos 50 años más o menos, en Jerez de la Frontera. Hijo de un guardia municipal, llevó una vida de las que se califica como normal hasta los 20 años, aunque su familia ya se había percatado de que Manolito "era un poco raro". Su primer oficio fue el de mayordomo, que, tras un aprendizaje en su pueblo, siguió ejerciéndolo en Madrid, "en casa de una gran familia que vivía enfrente de Nuevos Ministerios".
Aquí llegó tras hacer la mili, después de una corta estancia en Barcelona. En un mesón de la Plaza Mayor le detuvieron a los pocos días de aterrizar. Acompañado de un amigo y ataviado con un discreto pantalón negro, jersey rojo y un ceñido cinturón, Rosariyo se acercó por la histórica plaza para conocer la noche madrileña: "Todavía no me vestía de [mujer]. Entramos, en un local en el que por lo visto paraban muchos mariquitas y gentuza de esa, aunque yo no lo sabía. No nos dio tiempo ni a pedir la copa. Llegó la policía y al son de ‘maricones’ nos metieron en el furgón, y en fila, como los conguitos, nos llevaron a comisaría. Lo pasé muy mal. Tenía un dolor de barriga tremendo, pero a eso de las siete de la mañana me soltaron".
En 1968 Rosariyo inició su propia revolución con el espectáculo ‘Madrugadas locas’. Su debú como travestido fue con la canción ‘Soy de España y nada más’, en el cabaré Holwys, propiedad de Mónica Randall, ubicado en la calle de las Hileras. "Siempre me había atraído eso de vestirme de mujer pero nunca me había atrevido. Me lancé porque teñía que mandarle dinero a mi madre. Era un viernes y nunca lo olvidaré porque mi actuación fue un bombazo". Su nombre artístico está inspirado en una antigua cantante gaditana. Cuenta que éste era también el nombre que Lola Flores quería ponerle a la menor de sus hijas. "Pero su modisto, que me conocía, le advirtió que ya lo llevaba yo, y por eso Lola decidió llamar a su niña Rosario a secas".
Durante varios años compatibilizó su trabajo diurno de mayordomo con el de travestido. "En aquel oficio aprendí mucho: a saber estar, a recibir a gente importante o a servir un aperitivo. Todo el servicio me apreciaba mucho. He visto muchas joyas y mucho dinero, pero gracias a Dios nunca me he manchado en nada. En la casa era Manolo pero de noche me convertía en Rosariyo. Lo mantuve en secreto y jamás supieron lo que hacía. Llevaba una doble vida como la mayoría. Aún tengo compañeros que de día están colocados en buenos sitios de oficinas y por la noche ni su jefe los reconocería.
Legalizado
A pesar de que su actividad estaba mal vista durante la dictadura la policía organizaba continuas redadas "para cazar mariquitas", Rosariyo añora aquella época: "Eran tiempos muy bonitos. Aunque estábamos más perseguíos, lo pasábamos mejor que ahora. Había compañerismo y unos chiquitos maravillosos. Cuando terminábamos la actuación nos sentábamos con los clientes, pero no por sacarles la copa o los cigarrillos ni nada de eso, sino que era una cosa más sana. Eso sí, siempre con el temor de que llegara la poli. “Era lo malo”.
Advierte que él estaba legalizado. "Tenía patente ‘fiscá’ y el carné de fonomímica del sindicato del espectáculo. Para sacármelo me tuve hasta que examinar: dos canciones; y un poco de piruetas e interpretación". Pues así, legalizada, lleva casi más de tres décadas haciendo "chous" en locales de la capital: en el Pasapoga, Jota Jota, Oxford Street, Griff-lns's, FortyForty, El Centauro, la discoteca Alex, Bubú o El Diecisiete de Recoletos. Trabajó con travestidos de fama internacional: "Y siendo la más fea te llevabas la mayor cantidad de aplausos, claro que eso significaba un pie en el escenario y otro en la puta calle, porque a las estrellas no les gusta que les hagas sombra".
Ahora se le puede ver todos los viernes y sábados en El Candil, en la calle de Hernán Cortés, y a sus clásicas interpretaciones de folclóricas ha sumado imitaciones de Madonna y Nana Mouskouri. A su espectáculo acude un público heterodoxo: "Le gusto a todo el mundo. Vienen a verme desde señoras mayores hasta chicas […] y gente muy moderna". Guarda como oro en paño el vestido con el que Paquita Rico interpretó Mariana Pineda y que la folclórica le regaló.
Ni siquiera de la mili tiene malos recuerdos. “En el campamento sólo tuve que ir una vez a dar tiros. Pero cuando tenía que disparar […] el mosquetón que no veas y no daba ni una en el blanco. Así que me pusieron de asistente con el general de brigada, que se quedó encantado conmigo. Le hacía unas limpiezas que no veas". Únicamente se queja de que le ha faltado en la vida ese golpe de suerte que hubiera podido lanzarle a la fama. En 1992 actuó en el programa especial de fin de año de Martes y Trece. Dice que entre sus fans están El Gran Wyoming, Javier Gurruchaga, Moncho Borrajo e Isabel Gemio: "Esta última me llamó para ir al programa ese que tenía de sexo. Pero no pagaban nada, y yo por un bocadillo y un refresco no salgo ni de mi casa".
Vive de alquiler en una céntrica buhardilla. Un piso en Jerez es todo su patrimonio, y allí piensa marcharse cuando se retire. En el amor tampoco le ha acompañado la suerte. Mantuvo una relación estable con un madrileño divorciado, pero aquello terminó hace unos 12 años. Reconoce que, para él ligar es difícil: "A mí me gustan los hombres y para irme con una como yo y estar las dos bordando en casa mejor me quedo sola".
Aquí llegó tras hacer la mili, después de una corta estancia en Barcelona. En un mesón de la Plaza Mayor le detuvieron a los pocos días de aterrizar. Acompañado de un amigo y ataviado con un discreto pantalón negro, jersey rojo y un ceñido cinturón, Rosariyo se acercó por la histórica plaza para conocer la noche madrileña: "Todavía no me vestía de [mujer]. Entramos, en un local en el que por lo visto paraban muchos mariquitas y gentuza de esa, aunque yo no lo sabía. No nos dio tiempo ni a pedir la copa. Llegó la policía y al son de ‘maricones’ nos metieron en el furgón, y en fila, como los conguitos, nos llevaron a comisaría. Lo pasé muy mal. Tenía un dolor de barriga tremendo, pero a eso de las siete de la mañana me soltaron".
En 1968 Rosariyo inició su propia revolución con el espectáculo ‘Madrugadas locas’. Su debú como travestido fue con la canción ‘Soy de España y nada más’, en el cabaré Holwys, propiedad de Mónica Randall, ubicado en la calle de las Hileras. "Siempre me había atraído eso de vestirme de mujer pero nunca me había atrevido. Me lancé porque teñía que mandarle dinero a mi madre. Era un viernes y nunca lo olvidaré porque mi actuación fue un bombazo". Su nombre artístico está inspirado en una antigua cantante gaditana. Cuenta que éste era también el nombre que Lola Flores quería ponerle a la menor de sus hijas. "Pero su modisto, que me conocía, le advirtió que ya lo llevaba yo, y por eso Lola decidió llamar a su niña Rosario a secas".
Durante varios años compatibilizó su trabajo diurno de mayordomo con el de travestido. "En aquel oficio aprendí mucho: a saber estar, a recibir a gente importante o a servir un aperitivo. Todo el servicio me apreciaba mucho. He visto muchas joyas y mucho dinero, pero gracias a Dios nunca me he manchado en nada. En la casa era Manolo pero de noche me convertía en Rosariyo. Lo mantuve en secreto y jamás supieron lo que hacía. Llevaba una doble vida como la mayoría. Aún tengo compañeros que de día están colocados en buenos sitios de oficinas y por la noche ni su jefe los reconocería.
Legalizado
A pesar de que su actividad estaba mal vista durante la dictadura la policía organizaba continuas redadas "para cazar mariquitas", Rosariyo añora aquella época: "Eran tiempos muy bonitos. Aunque estábamos más perseguíos, lo pasábamos mejor que ahora. Había compañerismo y unos chiquitos maravillosos. Cuando terminábamos la actuación nos sentábamos con los clientes, pero no por sacarles la copa o los cigarrillos ni nada de eso, sino que era una cosa más sana. Eso sí, siempre con el temor de que llegara la poli. “Era lo malo”.
Advierte que él estaba legalizado. "Tenía patente ‘fiscá’ y el carné de fonomímica del sindicato del espectáculo. Para sacármelo me tuve hasta que examinar: dos canciones; y un poco de piruetas e interpretación". Pues así, legalizada, lleva casi más de tres décadas haciendo "chous" en locales de la capital: en el Pasapoga, Jota Jota, Oxford Street, Griff-lns's, FortyForty, El Centauro, la discoteca Alex, Bubú o El Diecisiete de Recoletos. Trabajó con travestidos de fama internacional: "Y siendo la más fea te llevabas la mayor cantidad de aplausos, claro que eso significaba un pie en el escenario y otro en la puta calle, porque a las estrellas no les gusta que les hagas sombra".
Ahora se le puede ver todos los viernes y sábados en El Candil, en la calle de Hernán Cortés, y a sus clásicas interpretaciones de folclóricas ha sumado imitaciones de Madonna y Nana Mouskouri. A su espectáculo acude un público heterodoxo: "Le gusto a todo el mundo. Vienen a verme desde señoras mayores hasta chicas […] y gente muy moderna". Guarda como oro en paño el vestido con el que Paquita Rico interpretó Mariana Pineda y que la folclórica le regaló.
Ni siquiera de la mili tiene malos recuerdos. “En el campamento sólo tuve que ir una vez a dar tiros. Pero cuando tenía que disparar […] el mosquetón que no veas y no daba ni una en el blanco. Así que me pusieron de asistente con el general de brigada, que se quedó encantado conmigo. Le hacía unas limpiezas que no veas". Únicamente se queja de que le ha faltado en la vida ese golpe de suerte que hubiera podido lanzarle a la fama. En 1992 actuó en el programa especial de fin de año de Martes y Trece. Dice que entre sus fans están El Gran Wyoming, Javier Gurruchaga, Moncho Borrajo e Isabel Gemio: "Esta última me llamó para ir al programa ese que tenía de sexo. Pero no pagaban nada, y yo por un bocadillo y un refresco no salgo ni de mi casa".
Vive de alquiler en una céntrica buhardilla. Un piso en Jerez es todo su patrimonio, y allí piensa marcharse cuando se retire. En el amor tampoco le ha acompañado la suerte. Mantuvo una relación estable con un madrileño divorciado, pero aquello terminó hace unos 12 años. Reconoce que, para él ligar es difícil: "A mí me gustan los hombres y para irme con una como yo y estar las dos bordando en casa mejor me quedo sola".
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