Jose Antonio Valdelomar, muerto a los 36 años. Lali Spinet, muerta a los
34. Sonia Martínez, muerta a los 34. José Luis Manzano, muerto a los
30. José Luis Fernández Eguia, muerto a los 23. Todos ellos eran
intérpretes célebres entre la juventud de los ochenta gracias a
películas como ‘Deprisa, deprisa’, ‘Colegas’ o ‘El pico’. Si el cine
quinqui mantiene hoy un poder de fascinación perenne incluso entre
espectadores que no habían nacido cuando reinaba en taquilla se debe, en
gran parte, a ser el retrato literal de una generación perdida.
¿Qué
era el cine denominado quinqui (un mote que no gustaba nada a algunos
de sus artífices)? Eran historias de delincuencia, drogas y amor que
triunfaron a finales de los setenta y principios de los ochenta y casi
siempre tiraban de actores no profesionales, directamente recogidos de
las calles. No eran prodigios visuales y tampoco tenían guiones
redondos, pero con su mezcla de tragedia, lumpen, sexo y honor se
cuentan entre las películas más efectivas y exitosas que ha dado el cine
español y han alcanzado, con el tiempo, el estatus de radiografía
social de ese extrarradio que el poder olvidó.
Estos días se
vuelve a hablar mucho de él gracias a la interpretación que Rosalía hizo
de ‘Me quedo contigo’ (canción de Los Chunguitos que aparecía en la
banda sonora del clásico del género quinqui ‘Deprisa, Deprisa’, de
Carlos Saura). A su vez, figuras del ‘trap’ como Yung Beef, La Zowi o C.
Tangana reivindican, de forma voluntaria o no, cierto espíritu de una
juventud desencantada que ha preferido optar por los placeres efímeros e
inmediatos de la vida.
El propio Tangana fue mucho más
explícito en su vídeo de ‘Bien duro’, homenaje en toda regla a la
estética y el espíritu del cine de Eloy de la Iglesia o José Antonio de
la Loma. La película independiente 'Quinqui Stars', de Juan Vicente
Córdoba, lleva diez semanas triunfando en los cines Renoir Princesa de
Madrid. Y después de muchos años de espaldas al género, la cultura
oficial también reconoce la trascendencia de este cine: el pasado año el
Kutxa Kultur Artegunea de San Sebastián organizaba 'Oscuro objeto de
deseo', una completa retrospectiva a Eloy de la Iglesia, director de
clásicos del género como ‘Colegas’, ‘El Pico’, ‘Navajeros’ o ‘La
estanquera de Vallecas’.
¿Pero es este ‘revival’ sociocultural o
puramente mercantil? “No hay comparación posible ya que la situación
social es otra y el ciudadano está mucho más controlado y es más
dependiente del sistema", dice Eduardo Fuembuena, autor de ‘Lejos de
aquí’ (que será reeditada esta primavera con material extra por la
editorial Applehead). Su libro no es solo la biografía más completa que
se ha publicado sobre Eloy de la Iglesia y su ‘muso’ José Luis Manzano,
sino un tratado sobre aquella España democrática que echaba a andar con
entusiasmo desmedido, pero olvidando ciertos flancos, y sobre una
intelectualidad comunista (como Eloy de la Iglesia) que se rendía a
todos los placeres, legales o no, que podía comprar el capital.
"Se
han perdido la militancia política, la defensa y reivindicación de los
derechos del trabajador y la conciencia de clase –añade Fuembuena–. Los
‘quinquis’ originales no tenían conciencia política, pero sí de clase o
de procedencia, eran lumpen o niños delincuentes que se vieron abocados a
la lucha callejera para subsistir en un contexto de país en el que se
les miraba bajo sospecha solo por ser jóvenes. Eso terminó por quitarles
cualquier atisbo de dignidad y exterminarlos con la pandemia de heroína
y sus consecuencias. Sin duda, la fea realidad que mostraba De la
Iglesia en su cine no era la imagen del país que interesaba mostrar a
los gobiernos de turno".
Ese trágico destino de casi todas las
estrellas del género es uno de los motivos por los que el cine quinqui
sigue teniendo hoy tanto poder de fascinación. Sus intérpretes eran,
casi siempre, actores sacados de la calle y que, de alguna manera, se
interpretaban a sí mismos. Lo hacían, según Fuembuena, "de una manera
natural, sin métodos, remitiéndose a la realidad que conocían por
observación directa y que les había tocado padecer. En el caso de José
Luis Manzano, interpretar significaba incorporar prototipos de la
juventud del momento, vivir en el personaje y no soltarlo después de la
claqueta final".
José Luis Manzano (Toledo, 1963-Madrid, 1992)
fue el Jaro en ‘Navajeros’, José Luis en ‘Colegas’, Paco en ‘El pico’ y
‘El pico 2’ y Tocho en ‘La estanquera de Vallecas’. Procedente de la UVA
(Unidad Vecinal de Absorción) de Vallecas (Madrid), conoció al director
de cine Eloy de la Iglesia cuando, para sacarse un dinero, se
prostituía en unos billares cercanos a la Puerta del Sol de Madrid. El
director pronto se quedó fascinado con él. Entre los dos surgió una
relación ambigua: creador y ‘muso’, ¿pero amantes? Manzano tenía novias y
coqueteaba con sus admiradoras, pero a la vez su relación con De la
Iglesia se tornó enfermiza. No solo por la dependencia a las drogas,
sino por la dependencia laboral y, al final, en cierto modo, emocional.
La
imposición de Eloy para que Manzano no trabajase con ningún otro
director pudo afectar a la carrera del joven, que pese a ser un sus
inicios prácticamente analfabeto y no tener ningún tipo de formación
actoral, tenía carisma para parar un tren, una belleza entre cruda y
apolínea que la cámara amaba y un talento innato para seducir al
espectador.
Tras ‘La estanquera de Vallecas’, su última colaboración en
1988, director e intérprete se distanciaron. "Estos jóvenes
fueron seres humanos explotados por un sistema industrial, como era el
cine español entonces, y desechados cuando dejaron de ser útiles",
denuncia Fuembuena. Manzano recibió ayuda de un cura de Getafe y
consiguió un trabajo en 1990 como el de chico de los recados en algún
programa de TVE. Pero la adicción no desapareció. En 1992 fue condenado
por un robo con intimidación en plena Gran Vía. Tras salir de prisión
(donde concedió su última entrevista
a la revista ‘Interviú’), fue hallado muerto en el apartamento
madrileño de su mentor, Eloy de la Iglesia, debido a una sobredosis de
heroína.
Una historia semejante se repitió con José Luis
Fernández Eguia (Madrid, 1965-1988), alias El Pirri. Llamativo
secundario en el cine de Eloy de la Iglesia y otras películas de los
ochenta, su voz y porte de macarra le dieron, sin embargo, más
oportunidades que a Manzano: aparte de en las películas de De la Iglesia
trabajó con Emilio Martínez Lázaro, Gutiérrez Aragón y Carlos Saura y
llegó a tener una breve aparición en 'The Hit', de Stephen Frears. Sin
embargo, el cine no le dio la oportunidad de cambiar su vida: en 1985,
ya convertido en un rostro famoso,
confesó
a El País que seguía viviendo con sus abuelos y no tenía “ni una
‘lechuga’ [como se llamaba al verde billete de mil pesetas, unos seis
euros] para tomar unas cañas”. Durante la entrevista, la periodista
narra cómo uno de los amigos del Pirri, que se preparaba para ir a
Sevilla a promocionar una película, le cuenta que en el barrio de Triana
de la capital hispalense “te ofrecen de todo y por kilos”, refiriéndose
a sustancias ilegales.
El 9 de mayo de 1988 un transeúnte descubrió el cuerpo sin vida
del Pirri en un descampado de la carretera de Vicálvaro a San Blas.
Tenía una aguja colgando del brazo. Era el Pirri, el actor que
recientemente acaba de dar el salto también a la televisión y la radio y
se había hecho todavía más reconocible entre el público.
Fuembuena
añade un caso menos conocido de la órbita de De la Iglesia, pero
igualmente trágico: el de Lali Spinet, que rodó con el director vasco
‘El Pico’. Era una "talentosa actriz del cine de la Transición que
también se enganchó, poco antes de rodar con De la Iglesia ‘El pico’, y
llegó a estar detenida y recluida en la cárcel Modelo de Barcelona por
tráfico de estupefacientes antes de fallecer a causa de enfermedades
derivadas del sida, en 1994".
José Antonio Valdelomar (Ciudad
Real, 1958 - Madrid, 1992) conoció la gloria como protagonista de
‘Deprisa, deprisa’, la película que lo sacó del barrio madrileño de
Villaverde Alto y lo llevó hasta Berlín, donde la cinta se llevó el Oso
de Oro en 1981. Solo dos semanas después de esa victoria y tres antes
del estreno de la película en España, Valdelomar fue detenido en Madrid
después de atracar un banco en la calle Ríos Rosas y huir en un taxi
robado con un botín de 167.000 pesetas (algo más de mil euros en su día,
pero equivalentes a casi cinco mil de hoy).
No hizo ninguna
película más. El cine no lo salvó de continuar con sus problemas de
criminalidad y adicción a las drogas y la siguiente vez que los medios
se refirieron a él fue para anunciar
su muerte en 1992, con solo 34 años, debido a una sobredosis que sufrió cuando cumplía otra condena en la cárcel de Carabanchel.
El
caso de Sonia Martínez fue muy diferente. Sonia era de clase media,
tenía formación actoral (y dominaba el inglés) y participó en más
películas más allá del género quinqui (‘Epílogo’, de Gonzalo Suárez, o
‘Violines y trompetas’, de Romero Marchent), series (‘Segunda
enseñanza’) y programas de televisión (‘3,2,1, contacto’ y
‘Dabadabadá’). Incluso rodó en alemán. Fue también una de las
protagonistas de ‘Perras callejeras’ (1985), de José Antonio de la Loma,
uno de los últimos estertores del género, y su destino fue a partir de
ahí semejante al de Manzano y Pirri.
La muerte de su madre en
1985 le dejó muy tocada anímicamente y poco después empezó a consumir
cocaína y posteriormente heroína (como ella misma confesó en
una cruda entrevista
con Isabel Gemio). En 1989 ingresó en un centro de rehabilitación y al
año siguiente concedió una entrevista con Isabel Gemio. “La gente se
cree que sigo pinchándome, pero estoy viva, con muchas ganas de vivir y
de trabajar”. Llevaba, según confesó, solo 17 días sin pincharse. Al
final de la entrevista, un momento que hiela la sangre: “Me he hecho los
análisis del sida y aún no tengo los resultados. Puedo tenerlo o no
puedo tenerlo”. Se supo poco después (ella misma lo declaró) que los
resultados eran positivos. Falleció el 4 de septiembre de 1994, con solo
30 años.
Estas fueron las víctimas más visibles y célebres de
ese cine de los ochenta que creó industria, pero abocó a sus estrellas
al abismo. Pero hay más: en el plano musical, relacionado también con
este movimiento cultural, podemos citar a tres cantantes que
fallecieron, casualmente, en 1995: Juan Antonio Jiménez ‘Jeros’, de Los
Chichos (que se tiró del balcón de su casa de Madrid), Antonio Flores
(uno de los protagonistas de ‘Colegas’ junto a José Luis Manzano, que
sucumbió a una sobredosis dos semanas después de la muerte de su madre
Lola) o Tina Muñoz, de Las Grecas, que tras alternar la calle, la
prisión y algunos psiquiátricos, falleció de sida.
Es posible
que ningún género haya caminado de forma más paralela y trágica a la
realidad de sus directores e intérpretes. Eloy de la Iglesia, para la
posteridad el gran director de cine quinqui (aunque su carrera, que duró
unos 35 años, conoció muchos más estilos y contiene grandes hallazgos),
moriría en 2006. Antes, en
una entrevista a El País,
declaró que no creía que fuese el éxito lo que los hubiese llevado a
todos hacia el abismo. Aclaró a continuación que, más bien, "se podría
decir que fue el fracaso". Sea cual sea la causa, la consecuencia fue
devastadora y Eduardo Fuembuena la resume de un modo punzante y seco:
"Salvo algunos como Javier García (Urko en ‘El pico’) o Manuel Álvarez
(el Chus en ‘Navajeros’), que han optado por vidas anónimas, todos los
demás están muertos".