Hablamos con Christine Guibert, viuda del escritor Hervé Guibert: "Era terrible ver a Foucault morir de sida teniendo la premonición de que él mismo iba a terminar así".
La Fundación Loewe dedica una exposición fotográfica al artista Hervé Guibert.
Ianko López | Vanity Fair, 2019-07-06
https://www.revistavanityfair.es/cultura/articulos/herve-guibert-christine-exposicion-fundacion-loewe/39198
La Fundación Loewe dedica una exposición fotográfica al artista Hervé Guibert.
Ianko López | Vanity Fair, 2019-07-06
https://www.revistavanityfair.es/cultura/articulos/herve-guibert-christine-exposicion-fundacion-loewe/39198
“La distancia es una de las formas más bellas de respeto”, dijo el escritor, fotógrafo y cineasta francés Hervé Guibert (1955-1991). Él fue en todas sus facetas creativas un hombre pudoroso, que rechazaba el tremendismo y la cursilería aunque tratara los temas más duros: la traición de los amigos, la enfermedad, la muerte de sus allegados y la inminencia de la suya. La exposición que estos días dedica a sus fotos la Fundación Loewe en la tienda que la marca tiene en la Gran Vía madrileña ofrece una buena selección de estas imágenes en blanco y negro, cargadas de una de emoción seca.
De una asombrosa precocidad –publicó su primer libro a los 22 años, y antes de los 30 tenía otra media docena en el mercado, era el crítico de fotografía más influyente de Francia y había obtenido un premio César por el guión de la película “El hombre herido” de Patrice Chéreau-, Guibert vivió con intensidad en lo laboral y lo sentimental, marcado por la convicción de que moriría muy joven. No se equivocó en su predicción, ya que falleció con apenas 36 años, durante el periodo más violento de la crisis del sida. Duele pensar en lo que habría podido ser de él si no hubiera conocido un final tan abrupto, como en realidad le ocurrió a toda una generación diezmada por la enfermedad. Su viuda, Christine Guibert, ofrece una pista. “Él habría querido ser un gran director de cine”, nos ha revelado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Allí Christine ha participado junto a Agathe Guillard (galerista de Hervé Guibert desde los años 80) y el DJ Kiddy Smile en una conversación organizada por la Fundación Loewe. Minutos antes, se ha sentado con ‘Vanity Fair’ para hablar de su relación con quien fue su amigo y marido, pero también amante del padre de sus hijos.
Viendo la exposición uno se da cuenta de su enorme talento. Las fotos son excelentes, lo que sorprende en alguien básicamente autodidacta y que, al menos en España, era más conocido como escritor que como fotógrafo.
Bueno, en Francia era también conocido como fotógrafo. Agathe lleva exponiendo sus fotos desde 1980. Aunque sobre todo era conocido como crítico de fotografía, y a mucha gente no le gustaba que hiciera fotos y crítica al mismo tiempo. Cuando dejó de escribir las críticas le resultó más fácil ser reconocido como fotógrafo. Pero sí, era autodidacta. No hay escuela para eso, como tampoco la hay para ser escritor, en realidad.
Durante unos quince años, Hervé Guibert y usted mantuvieron una especie de trío con Thierry Jouno, el padre de sus dos hijos, que después también fallecería de sida. Me pregunto cómo fue esa convivencia, que corresponde a un modelo que hoy no choca tanto pero que entonces como mínimo no tenía tanta visibilidad.
En realidad no vivíamos juntos. Yo vivía con Thierry y Hervé vivía en su casa, así que no había una convivencia de los tres. Compartíamos vacaciones, eso sí. Y luego Thierry se iba de vacaciones con Hervé por otro lado. Pero nunca tuvimos la sensación de tener dificultades para vivir así, porque era algo natural. Tampoco había ninguna intención de reivindicar nada, simplemente éramos libres.
Y en un momento dado, cuando él estaba enfermo, Guibert y usted decidieron casarse.
Cuando me casé con Hervé no se lo dije a nadie. Tampoco lo hizo Hervé, excepto en su libro de 1991 (“El protocolo compasivo”). Era algo que solo nosotros sabíamos.
Entiendo que la finalidad de ese matrimonio era que su herencia pudiera transmitirse a usted y a sus hijos con Jouno, pero en este libro él dice que se trataba un matrimonio por amor.
Sí, porque el hecho de querer casarse conmigo era para darnos todo lo que pudiera darnos, y así protegernos. Es decir, que nos amaba. Ese es el amor en el más amplio sentido que puede haber.
Y como viuda usted conserva el apellido de él, cuando supongo que podía haber mantenido el de soltera. No sé si es justamente con el fin de conservar su memoria.
Hasta su muerte conservé mi propio nombre. En mi carnet de identidad yo no llevaba el nombre de Guibert, y eso empezó a generar problemas en los bancos, en fin, en muchas cosas, así que cambié los papeles para llevar también su apellido. Pero fue raro perder el mío, aunque fuera por motivos administrativos.
En aquel momento no existía el matrimonio igualitario. ¿Cree que de haber tenido esa opción las cosas habrían sucedido de otra manera?
No podemos decirlo, porque esas son suposiciones que no tiene sentido hacer. “Y si”... “Y si”... Las cosas fueron así, y es así como se hicieron.
En su libro ‘La imagen fantasma’, Guibert escribía que su deseo de fotografiar estaba siempre cerca de la muerte. La muerte está muy presente en sus imágenes. Aunque no siempre sea de forma directa, es algo que puede percibirse.
Bueno, no en todas las imágenes. Y muchas veces en sus fotos, como por ejemplo en las que hizo de sus tías abuelas, lo que hay es una intención de guardar la memoria de esas personas. La fotografía capta algo que existe y que después ya deja de existir, pero que de alguna manera existirá siempre gracias a esa foto.
De nuevo está la muerte. Aunque se trate de una lucha contra ella, que es algo que de alguna manera está en toda fotografía.
Así es. Y es verdad que la muerte era importante para él, como fotógrafo y también como escritor. Ya su primer libro se llamaba “La Mort propagande” (1977). Él estaba fascinado por la muerte, por la enfermedad. Y tenía una premonición sobre su propia muerte, que pensaba que le llegaría siendo joven.
No solo él. He leído que también todos los que estaban a su alrededor compartían esa premonición.
Así es. Hervé también hacía bromas con eso, porque estaba siempre al borde del suicidio. Así que al pasar por una determinada calle le divertía decir cosas como “aquí Hervé Guibert sufrió mucho, aquí se quitó la vida a la edad de tal y tal...”. Así que bromeaba sobre la posibilidad del suicidio, sí. Y por esa premonición de que su vida sería corta también tenía tanta necesidad de hacer cosas... Crear una obra. Por eso trabajó mucho.
¿Y no existe un cierto grado de autodesprecio en ese fatalismo, en ese convencimiento de que la muerte le llegará a uno siendo joven, como si la mereciera?
En el fondo lo que había en él era una gran desesperación, una gran melancolía. Tenía un gran sufrimiento vital, mucho más que nosotros, por ejemplo. Pero también vivió momentos de gran alegría y felicidad.
¿Usted cree que él se quería?
Sí y no. Las dos cosas. Eso sí, estaba muy seguro de su talento. Estaba convencido de que era un gran escritor, aunque dudara de sí mismo en muchas cosas. Por ejemplo, no pensaba que fuera guapo. No entendía cómo alguien podía enamorarse de él.
En todo caso, algo muy característico de él es su rechazo del sentimentalismo, que está presente sobre todo en sus libros. Esto es algo que choca bastante con lo que está en boga hoy en día.
Puede ser. ¿Pero qué quiere decir?
Tengo la impresión de que ahora todo está envuelto en una especie de capa de sentimentalismo, de emoción fácil y primaria. Ya sea un libro, una comedia de televisión o una campaña política, todo incurre en ese registro sentimental que se acerca a la cursilería. El estilo de Guibert, incluso cuando habla del plano emocional, es muy seco, casi clínico.
Sin piedad, sí. Él era duro, y al mismo tiempo extremadamente tierno y generoso. Pero sabía no ir a lo fácil. Pues a usted le digo: detestamos esta época. Nosotros no estábamos para nada en ese registro. Además esta es una época de corrección política, y no era ese su caso para nada. Para empezar era muy duro con sus padres. Y cuando eres duro con tus padres, el resto va de sí.
No solo con ellos. Pienso en el caso de la actriz Isabelle Adjani, que era su amiga, y la trata en términos muy severos en el libro ‘Al amigo que no me salvó la vida’ por el modo en que se comportó con él (Adjani le iba a protagonizar una película que Guibert había escrito para ella, pero después fue dándole largas comprometiendo la capacidad financiera del escritor hasta que sin previo aviso abandonó el proyecto para irse a vivir a Estados Unidos con Warren Beatty, relación que además le había ocultado). De ahí se deduce cierta intención de canalizar su rencor a través de la escritura.
Isabelle Adjani le hizo algo que a él le costó digerir, es verdad. Pero no fue él quien se comportó con dureza, fue ella. Luego sí, pudo ser duro con algunas personas si esas personas hicieron cosas inelegantes o poco apropiadas. También es verdad que en sus libros contó cosas que pudieron molestar a algunos. Porque su prioridad era su obra, eso seguro. Y si esa obra molestaba a alguien, no era su problema.
En el mismo libro está también el caso de otro amigo, el filósofo Michel Foucault, una especie de figura paterna para Guibert. De él cuenta cómo murió de sida, y lo hace de una forma tan fría como conmovedora, porque lo que hace es claramente una prefiguración de su propia muerte.
Exactamente, es así. Es que es como hemos dicho, Hervé escribía sin piedad, pero sin piedad también consigo mismo. ¿Por qué se permitió contar la muerte de Foucault cuando él podía considerarlo como una traición? Porque efectivamente con ella estaba contando su propia muerte. Para él era terrible ver a Foucault morir de sida teniendo la premonición de que él mismo iba a terminar así.
Ese libro explica de manera muy precisa una etapa aterradora, cuando la gente empezaba a caer como moscas a causa del sida pero se hablaba poco de ello públicamente, y además no había mucha información y la que había era contradictoria. En ese sentido puede leerse casi como un libro de terror.
Y además de todo la enfermedad se vivía como algo escandaloso. Con Hervé empezó, al menos en Francia, un periodo en el que al fin se hablaba públicamente de ella. Quizá en los Estados Unidos empezó a hacerse un poco antes, pero por ejemplo Freddie Mercury esperó al último momento para pronunciarse. Hervé lo anunció un año antes de morir, y eso es lo que poco a poco hizo entender a la gente lo que pasaba. Porque sí, se veía a la gente caer, no se hablaba mucho de ello, y ese periodo duró bastante tiempo.
En esa misma línea esta su película ‘La pudeur ou l’impudeur’, un filme donde cuenta las etapas finales de su enfermedad, que resulta muy poético pero también incómodo por su crudeza. ¿Cómo se vivió la realización de esa película en su entorno?
Para empezar todo sucedió en un tiempo muy breve, porque (la productora) Pascale Breugneot, que era amiga nuestra, le propuso hacerlo en el último minuto, cuando estaba ya muy enfermo. Y él aceptó porque su sueño era hacer una película. El rodaje fue muy fluido, muy ligero, él sabía muy bien lo que hacía. La parte más difícil fue el montaje, donde estaba muy débil y telefoneaba mucho a la montadora (Maureen Mazurek), porque no podía ver la mesa de montaje. Tuvo una estupenda conexión con esa mujer, que hizo un trabajo admirable. Es magnífica esa película, ¿no le parece?
La exposición de la Fundación Loewe se ha montado en la tienda de la marca en la Gran Vía. Así que uno puede comprarse un bolso Amazona en el piso de arriba e inmediatamente después bajar a ver las fotografías de Guibert, que son de una gran intensidad emocional y tratan temas muy complejos. Es una decisión desde luego muy valiente por parte de la marca, pero también puede resultar chocante.
Bueno, Hervé tampoco era ningún gamberro que digamos, él era un hombre muy elegante. Aunque en lugar de decir Comme des Garçons (la marca japonesa fundada por la diseñadora de moda Rei Kawakubo, traducible como “como chicos”) dijera “Comme des cochons” (“Como cerdos”). Cuando ganó un poco de dinero se compró cosas elegantes, y también obras de arte. Y que haya una exposición allí no me choca, permite que todo el mundo que entre en la tienda la vea. No va a hacerse en un hospital, o en un cementerio (ríe).
No muy lejos de Loewe, en el Museo Reina Sofía, está a exposición de David Wojnarowicz, que es magnífica, pero que a su paso por Nueva York fue también acusada de hacer de la crisis del sida un asunto del pasado, cuando por desgracia sigue existiendo.
Eso es cierto. Aunque hay que admitir una cosa, y es que, si bien el sida existe hoy, mata mucho menos. Y eso hace que nos olvidemos, porque desgraciadamente la naturaleza humana es así. Ocurre como con la sífilis, que sigue existiendo. Yo todavía estoy sometida a seguimiento médico, y el médico que lo hace me cuenta que los jóvenes ya no toman precauciones porque siguen la profilaxis de preexposición tomando una pastilla. Y luego, como soy militante de este asunto, le digo lo siguiente: si hicieran el test a todo el mundo para ver si son o no seropositivos y a quienes sí lo sean los pusieran en tratamiento, se acabaría el sida. Porque ya no contaminamos si estamos tratados. No hay ningún riesgo para quienes se acuestan con nosotros. Así que, si se quisiera, se acabaría con el sida. Aunque costaría muy caro.
De una asombrosa precocidad –publicó su primer libro a los 22 años, y antes de los 30 tenía otra media docena en el mercado, era el crítico de fotografía más influyente de Francia y había obtenido un premio César por el guión de la película “El hombre herido” de Patrice Chéreau-, Guibert vivió con intensidad en lo laboral y lo sentimental, marcado por la convicción de que moriría muy joven. No se equivocó en su predicción, ya que falleció con apenas 36 años, durante el periodo más violento de la crisis del sida. Duele pensar en lo que habría podido ser de él si no hubiera conocido un final tan abrupto, como en realidad le ocurrió a toda una generación diezmada por la enfermedad. Su viuda, Christine Guibert, ofrece una pista. “Él habría querido ser un gran director de cine”, nos ha revelado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Allí Christine ha participado junto a Agathe Guillard (galerista de Hervé Guibert desde los años 80) y el DJ Kiddy Smile en una conversación organizada por la Fundación Loewe. Minutos antes, se ha sentado con ‘Vanity Fair’ para hablar de su relación con quien fue su amigo y marido, pero también amante del padre de sus hijos.
Viendo la exposición uno se da cuenta de su enorme talento. Las fotos son excelentes, lo que sorprende en alguien básicamente autodidacta y que, al menos en España, era más conocido como escritor que como fotógrafo.
Bueno, en Francia era también conocido como fotógrafo. Agathe lleva exponiendo sus fotos desde 1980. Aunque sobre todo era conocido como crítico de fotografía, y a mucha gente no le gustaba que hiciera fotos y crítica al mismo tiempo. Cuando dejó de escribir las críticas le resultó más fácil ser reconocido como fotógrafo. Pero sí, era autodidacta. No hay escuela para eso, como tampoco la hay para ser escritor, en realidad.
Durante unos quince años, Hervé Guibert y usted mantuvieron una especie de trío con Thierry Jouno, el padre de sus dos hijos, que después también fallecería de sida. Me pregunto cómo fue esa convivencia, que corresponde a un modelo que hoy no choca tanto pero que entonces como mínimo no tenía tanta visibilidad.
En realidad no vivíamos juntos. Yo vivía con Thierry y Hervé vivía en su casa, así que no había una convivencia de los tres. Compartíamos vacaciones, eso sí. Y luego Thierry se iba de vacaciones con Hervé por otro lado. Pero nunca tuvimos la sensación de tener dificultades para vivir así, porque era algo natural. Tampoco había ninguna intención de reivindicar nada, simplemente éramos libres.
Y en un momento dado, cuando él estaba enfermo, Guibert y usted decidieron casarse.
Cuando me casé con Hervé no se lo dije a nadie. Tampoco lo hizo Hervé, excepto en su libro de 1991 (“El protocolo compasivo”). Era algo que solo nosotros sabíamos.
Entiendo que la finalidad de ese matrimonio era que su herencia pudiera transmitirse a usted y a sus hijos con Jouno, pero en este libro él dice que se trataba un matrimonio por amor.
Sí, porque el hecho de querer casarse conmigo era para darnos todo lo que pudiera darnos, y así protegernos. Es decir, que nos amaba. Ese es el amor en el más amplio sentido que puede haber.
Y como viuda usted conserva el apellido de él, cuando supongo que podía haber mantenido el de soltera. No sé si es justamente con el fin de conservar su memoria.
Hasta su muerte conservé mi propio nombre. En mi carnet de identidad yo no llevaba el nombre de Guibert, y eso empezó a generar problemas en los bancos, en fin, en muchas cosas, así que cambié los papeles para llevar también su apellido. Pero fue raro perder el mío, aunque fuera por motivos administrativos.
En aquel momento no existía el matrimonio igualitario. ¿Cree que de haber tenido esa opción las cosas habrían sucedido de otra manera?
No podemos decirlo, porque esas son suposiciones que no tiene sentido hacer. “Y si”... “Y si”... Las cosas fueron así, y es así como se hicieron.
En su libro ‘La imagen fantasma’, Guibert escribía que su deseo de fotografiar estaba siempre cerca de la muerte. La muerte está muy presente en sus imágenes. Aunque no siempre sea de forma directa, es algo que puede percibirse.
Bueno, no en todas las imágenes. Y muchas veces en sus fotos, como por ejemplo en las que hizo de sus tías abuelas, lo que hay es una intención de guardar la memoria de esas personas. La fotografía capta algo que existe y que después ya deja de existir, pero que de alguna manera existirá siempre gracias a esa foto.
De nuevo está la muerte. Aunque se trate de una lucha contra ella, que es algo que de alguna manera está en toda fotografía.
Así es. Y es verdad que la muerte era importante para él, como fotógrafo y también como escritor. Ya su primer libro se llamaba “La Mort propagande” (1977). Él estaba fascinado por la muerte, por la enfermedad. Y tenía una premonición sobre su propia muerte, que pensaba que le llegaría siendo joven.
No solo él. He leído que también todos los que estaban a su alrededor compartían esa premonición.
Así es. Hervé también hacía bromas con eso, porque estaba siempre al borde del suicidio. Así que al pasar por una determinada calle le divertía decir cosas como “aquí Hervé Guibert sufrió mucho, aquí se quitó la vida a la edad de tal y tal...”. Así que bromeaba sobre la posibilidad del suicidio, sí. Y por esa premonición de que su vida sería corta también tenía tanta necesidad de hacer cosas... Crear una obra. Por eso trabajó mucho.
¿Y no existe un cierto grado de autodesprecio en ese fatalismo, en ese convencimiento de que la muerte le llegará a uno siendo joven, como si la mereciera?
En el fondo lo que había en él era una gran desesperación, una gran melancolía. Tenía un gran sufrimiento vital, mucho más que nosotros, por ejemplo. Pero también vivió momentos de gran alegría y felicidad.
¿Usted cree que él se quería?
Sí y no. Las dos cosas. Eso sí, estaba muy seguro de su talento. Estaba convencido de que era un gran escritor, aunque dudara de sí mismo en muchas cosas. Por ejemplo, no pensaba que fuera guapo. No entendía cómo alguien podía enamorarse de él.
En todo caso, algo muy característico de él es su rechazo del sentimentalismo, que está presente sobre todo en sus libros. Esto es algo que choca bastante con lo que está en boga hoy en día.
Puede ser. ¿Pero qué quiere decir?
Tengo la impresión de que ahora todo está envuelto en una especie de capa de sentimentalismo, de emoción fácil y primaria. Ya sea un libro, una comedia de televisión o una campaña política, todo incurre en ese registro sentimental que se acerca a la cursilería. El estilo de Guibert, incluso cuando habla del plano emocional, es muy seco, casi clínico.
Sin piedad, sí. Él era duro, y al mismo tiempo extremadamente tierno y generoso. Pero sabía no ir a lo fácil. Pues a usted le digo: detestamos esta época. Nosotros no estábamos para nada en ese registro. Además esta es una época de corrección política, y no era ese su caso para nada. Para empezar era muy duro con sus padres. Y cuando eres duro con tus padres, el resto va de sí.
No solo con ellos. Pienso en el caso de la actriz Isabelle Adjani, que era su amiga, y la trata en términos muy severos en el libro ‘Al amigo que no me salvó la vida’ por el modo en que se comportó con él (Adjani le iba a protagonizar una película que Guibert había escrito para ella, pero después fue dándole largas comprometiendo la capacidad financiera del escritor hasta que sin previo aviso abandonó el proyecto para irse a vivir a Estados Unidos con Warren Beatty, relación que además le había ocultado). De ahí se deduce cierta intención de canalizar su rencor a través de la escritura.
Isabelle Adjani le hizo algo que a él le costó digerir, es verdad. Pero no fue él quien se comportó con dureza, fue ella. Luego sí, pudo ser duro con algunas personas si esas personas hicieron cosas inelegantes o poco apropiadas. También es verdad que en sus libros contó cosas que pudieron molestar a algunos. Porque su prioridad era su obra, eso seguro. Y si esa obra molestaba a alguien, no era su problema.
En el mismo libro está también el caso de otro amigo, el filósofo Michel Foucault, una especie de figura paterna para Guibert. De él cuenta cómo murió de sida, y lo hace de una forma tan fría como conmovedora, porque lo que hace es claramente una prefiguración de su propia muerte.
Exactamente, es así. Es que es como hemos dicho, Hervé escribía sin piedad, pero sin piedad también consigo mismo. ¿Por qué se permitió contar la muerte de Foucault cuando él podía considerarlo como una traición? Porque efectivamente con ella estaba contando su propia muerte. Para él era terrible ver a Foucault morir de sida teniendo la premonición de que él mismo iba a terminar así.
Ese libro explica de manera muy precisa una etapa aterradora, cuando la gente empezaba a caer como moscas a causa del sida pero se hablaba poco de ello públicamente, y además no había mucha información y la que había era contradictoria. En ese sentido puede leerse casi como un libro de terror.
Y además de todo la enfermedad se vivía como algo escandaloso. Con Hervé empezó, al menos en Francia, un periodo en el que al fin se hablaba públicamente de ella. Quizá en los Estados Unidos empezó a hacerse un poco antes, pero por ejemplo Freddie Mercury esperó al último momento para pronunciarse. Hervé lo anunció un año antes de morir, y eso es lo que poco a poco hizo entender a la gente lo que pasaba. Porque sí, se veía a la gente caer, no se hablaba mucho de ello, y ese periodo duró bastante tiempo.
En esa misma línea esta su película ‘La pudeur ou l’impudeur’, un filme donde cuenta las etapas finales de su enfermedad, que resulta muy poético pero también incómodo por su crudeza. ¿Cómo se vivió la realización de esa película en su entorno?
Para empezar todo sucedió en un tiempo muy breve, porque (la productora) Pascale Breugneot, que era amiga nuestra, le propuso hacerlo en el último minuto, cuando estaba ya muy enfermo. Y él aceptó porque su sueño era hacer una película. El rodaje fue muy fluido, muy ligero, él sabía muy bien lo que hacía. La parte más difícil fue el montaje, donde estaba muy débil y telefoneaba mucho a la montadora (Maureen Mazurek), porque no podía ver la mesa de montaje. Tuvo una estupenda conexión con esa mujer, que hizo un trabajo admirable. Es magnífica esa película, ¿no le parece?
La exposición de la Fundación Loewe se ha montado en la tienda de la marca en la Gran Vía. Así que uno puede comprarse un bolso Amazona en el piso de arriba e inmediatamente después bajar a ver las fotografías de Guibert, que son de una gran intensidad emocional y tratan temas muy complejos. Es una decisión desde luego muy valiente por parte de la marca, pero también puede resultar chocante.
Bueno, Hervé tampoco era ningún gamberro que digamos, él era un hombre muy elegante. Aunque en lugar de decir Comme des Garçons (la marca japonesa fundada por la diseñadora de moda Rei Kawakubo, traducible como “como chicos”) dijera “Comme des cochons” (“Como cerdos”). Cuando ganó un poco de dinero se compró cosas elegantes, y también obras de arte. Y que haya una exposición allí no me choca, permite que todo el mundo que entre en la tienda la vea. No va a hacerse en un hospital, o en un cementerio (ríe).
No muy lejos de Loewe, en el Museo Reina Sofía, está a exposición de David Wojnarowicz, que es magnífica, pero que a su paso por Nueva York fue también acusada de hacer de la crisis del sida un asunto del pasado, cuando por desgracia sigue existiendo.
Eso es cierto. Aunque hay que admitir una cosa, y es que, si bien el sida existe hoy, mata mucho menos. Y eso hace que nos olvidemos, porque desgraciadamente la naturaleza humana es así. Ocurre como con la sífilis, que sigue existiendo. Yo todavía estoy sometida a seguimiento médico, y el médico que lo hace me cuenta que los jóvenes ya no toman precauciones porque siguen la profilaxis de preexposición tomando una pastilla. Y luego, como soy militante de este asunto, le digo lo siguiente: si hicieran el test a todo el mundo para ver si son o no seropositivos y a quienes sí lo sean los pusieran en tratamiento, se acabaría el sida. Porque ya no contaminamos si estamos tratados. No hay ningún riesgo para quienes se acuestan con nosotros. Así que, si se quisiera, se acabaría con el sida. Aunque costaría muy caro.
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