"El hecho de dejar la heroína no es curativo", según el psiquiatra Antonio Mendizábal.
Congreso en San Sebastián sobre legislación y drogas.
Rafael Castellano | El País, 1985-07-06
https://elpais.com/diario/1985/07/07/sociedad/489535204_850215.html
Congreso en San Sebastián sobre legislación y drogas.
Rafael Castellano | El País, 1985-07-06
https://elpais.com/diario/1985/07/07/sociedad/489535204_850215.html
Hace sólo 12 o 15 años, en Euskadi se pensaba en el alcohol como vacuna cotidiana que no permitiría jamás la penetración de otras sustancias. Olvidando que las condiciones demográficas, económicas, políticas, geográficas y psicológicas lo convertían en territorio abonado para la narcosis. Frías estadísticas sitúan hoy al País Vasco a la cabeza de Europa en consumo de heroína. Pero, más allá del guarismo, el hecho real late y se vislumbra en sus barrios y pueblos: en Rentería, Elgoibar, Bermeo, Indauchu, San Sebastián, Ondarroa, donde el ‘caballo’ corre desbocado. Antonio Mendizábal es psiquiatra, urbanista, conferenciante y virtuoso del piano. Ex teniente de alcalde de Rentería por Herri Batasuna (HB), pasó de una actividad pionera en Alcohólicos Anónimos a la organización posterior -y fallida- de comunas de rehabilitación de drogadictos. Hoy, la clientela de más de 700 heroinómanos que a diario desbordan su consulta lo convierten en un buen depósito de datos. "El caballo irrumpe de 10 años para acá. Cuando empezó a sonar y a hacer daño, me surgió un gran interés, porque se hablaba de droga y de drogadicción como circunstancias aisladas, es decir, un equivalente del alcoholismo". Equivalencia engañosa, porque "hay una normalidad del alcohol y una patología del alcohol; en la heroína, esa distinción no existe. Si el chiquiteo forma parte de nuestra cultura es porque ayuda al coloquio, mientras que la heroína aísla".
El doctor Mendizábal sitúa el problema de los estupefacientes en Euskadi "en el contexto social de los últimos 10 años, en una situación de cambio histórico y social de la llamada dictadura a la llamada democracia: el desencanto y la desilusión". Ya no se ve en la gente ni alegría ni entusiasmo. Entonces existió un suponer que el cambio iba a traer más o menos la felicidad a todos. Luego vino la frustración, las escisiones de partidos, y la euforia se fue extinguiendo". Atmósfera colectiva que da paso a dimensiones aisladas mucho más irracionales. "Al suponer que todos los problemas iban a resolverse, cada uno incluía allí la solución a su conflicto personal, individual". El facultativo debe, así, indagar las condiciones previas para que a un sujeto le induzca la heroína, y a otro, no. "Tenemos dos amigos de biografía y ambiente social similares. En un momento dado, uno se pica, y otro, no. ¿Por qué?".
Los hemos visto en la sala de espera, bajo una litografía del ‘Guernica’, con la lividez convaleciente en el rostro, hojeando revistas de la vida en rosa de las princesas de Mónaco, Julio Iglesias, Lolita, Isabel Preysler, Sara Montiel. Tienen la expresión hundida por la coz del 'jaco'. "Lo que une a los heroinómanos", nos está explicando el doctor Mendizábal, "es una falta de proyecto en la vida. Carecen de afición a nada".
La enfermera entrará, a lo largo del diálogo, dos o tres veces, con talonarios para la metadona, que Mendizábal rubrica maquinal y lacónico. Se le ilumina el rostro cuando le informan de que uno de ellos "ya no necesita más". Se trata, sin embargo, de un optimismo precario. "El hecho de dejar la heroína no es curativo. La solución no está en pensar: 'Ya no me pico' obsesivamente, sino en 1 qué voy a hacer'.
Carencia de agresividad
En cuanto a la saturación política y al desengaño militante, Mendizábal puntualiza: "A todos puede definírseles como personas que ante el conflicto optan por decaer por sufrir, en lugar de adoptar una postura agresiva frente a la vida. Cuando se lo defino, lo admiten: masoquismo". Cree el doctor que para afiliarse a un partido o sindicato es necesario un cierto grado de combatividad y creatividad. "Pero ellos carecen de esta agresividad creativa, y ante el conflicto, en lugar de atacar, se agreden. Aquí han venido algunos", revela, "que contribuyeron al cambio con actitudes muy agresivas. Pero ocurre que, después del cambio, para cambiar se precisa más agresividad que antes, que entonces era más accidental mientras que ahora debe ser más constructiva, más creativa. Y como carecen de ella, se derrumban".
Está el doctor Mendizábal firmemente convencido de que los más recalcitrantes hallarían una tabla de salvación en comunidades similares a las de las órdenes monacales de la Edad Media. "Sin mitología", recalca. Añade: "Antes, una persona en crisis vital, desorientada y sin futuro, en su fracaso caía en una mística religiosa que la conducía a un monasterio. Creyendo dirigirse a una plenitud espiritual, veían nacer en sí capacidades insospechadas: se convertían en tallistas, organistas, archiveros. "No defiendo el retorno a la vida monástica. Aquí existe un vacío que las sectas no solventan: el de los trabajos manuales y la realización personal. Lo que tiene que hacer la sociedad en este sentido está claro: la revolución cultural a ultranza".
Para el doctor Mendizábal, el ‘pavo’ o ‘mono’ ofrece un cuadro idéntico al de una depresión. "No hay", señala, "un enfermo que teniendo a mano un medicamento, una vez que se ha producido la depresión, aguante el administrárselo. Y la única diferencia entre el heroinómano y el deprimido ‘normal’ es que a éste la depresión se le despierta lentamente, en dos, cuatro, 10 años, y en el ‘yonqui’ se presenta en 24 o 48 horas, aumentada, porque el pánico crea los síntomas". Hace unos cinco años, Mendizábal organizó un falansterio de drogadictos en un caserío cercano al estudio de escultura Taller de Aia, con la esperanza de que los muchachos se sintieran atraídos por éste y cambiaran la jeringa por la maceta y el compresor. Fue en vano.
El doctor Mendizábal sitúa el problema de los estupefacientes en Euskadi "en el contexto social de los últimos 10 años, en una situación de cambio histórico y social de la llamada dictadura a la llamada democracia: el desencanto y la desilusión". Ya no se ve en la gente ni alegría ni entusiasmo. Entonces existió un suponer que el cambio iba a traer más o menos la felicidad a todos. Luego vino la frustración, las escisiones de partidos, y la euforia se fue extinguiendo". Atmósfera colectiva que da paso a dimensiones aisladas mucho más irracionales. "Al suponer que todos los problemas iban a resolverse, cada uno incluía allí la solución a su conflicto personal, individual". El facultativo debe, así, indagar las condiciones previas para que a un sujeto le induzca la heroína, y a otro, no. "Tenemos dos amigos de biografía y ambiente social similares. En un momento dado, uno se pica, y otro, no. ¿Por qué?".
Los hemos visto en la sala de espera, bajo una litografía del ‘Guernica’, con la lividez convaleciente en el rostro, hojeando revistas de la vida en rosa de las princesas de Mónaco, Julio Iglesias, Lolita, Isabel Preysler, Sara Montiel. Tienen la expresión hundida por la coz del 'jaco'. "Lo que une a los heroinómanos", nos está explicando el doctor Mendizábal, "es una falta de proyecto en la vida. Carecen de afición a nada".
La enfermera entrará, a lo largo del diálogo, dos o tres veces, con talonarios para la metadona, que Mendizábal rubrica maquinal y lacónico. Se le ilumina el rostro cuando le informan de que uno de ellos "ya no necesita más". Se trata, sin embargo, de un optimismo precario. "El hecho de dejar la heroína no es curativo. La solución no está en pensar: 'Ya no me pico' obsesivamente, sino en 1 qué voy a hacer'.
Carencia de agresividad
En cuanto a la saturación política y al desengaño militante, Mendizábal puntualiza: "A todos puede definírseles como personas que ante el conflicto optan por decaer por sufrir, en lugar de adoptar una postura agresiva frente a la vida. Cuando se lo defino, lo admiten: masoquismo". Cree el doctor que para afiliarse a un partido o sindicato es necesario un cierto grado de combatividad y creatividad. "Pero ellos carecen de esta agresividad creativa, y ante el conflicto, en lugar de atacar, se agreden. Aquí han venido algunos", revela, "que contribuyeron al cambio con actitudes muy agresivas. Pero ocurre que, después del cambio, para cambiar se precisa más agresividad que antes, que entonces era más accidental mientras que ahora debe ser más constructiva, más creativa. Y como carecen de ella, se derrumban".
Está el doctor Mendizábal firmemente convencido de que los más recalcitrantes hallarían una tabla de salvación en comunidades similares a las de las órdenes monacales de la Edad Media. "Sin mitología", recalca. Añade: "Antes, una persona en crisis vital, desorientada y sin futuro, en su fracaso caía en una mística religiosa que la conducía a un monasterio. Creyendo dirigirse a una plenitud espiritual, veían nacer en sí capacidades insospechadas: se convertían en tallistas, organistas, archiveros. "No defiendo el retorno a la vida monástica. Aquí existe un vacío que las sectas no solventan: el de los trabajos manuales y la realización personal. Lo que tiene que hacer la sociedad en este sentido está claro: la revolución cultural a ultranza".
Para el doctor Mendizábal, el ‘pavo’ o ‘mono’ ofrece un cuadro idéntico al de una depresión. "No hay", señala, "un enfermo que teniendo a mano un medicamento, una vez que se ha producido la depresión, aguante el administrárselo. Y la única diferencia entre el heroinómano y el deprimido ‘normal’ es que a éste la depresión se le despierta lentamente, en dos, cuatro, 10 años, y en el ‘yonqui’ se presenta en 24 o 48 horas, aumentada, porque el pánico crea los síntomas". Hace unos cinco años, Mendizábal organizó un falansterio de drogadictos en un caserío cercano al estudio de escultura Taller de Aia, con la esperanza de que los muchachos se sintieran atraídos por éste y cambiaran la jeringa por la maceta y el compresor. Fue en vano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.