El escritor francés Hervé Guibert muere de sida en París a los 36 años.
Amigo de Foucault, fue uno de los primeros en anunciar públicamente su enfermedad.
Vicente Molina Foix | El País, 1991-12-28
https://elpais.com/diario/1991/12/29/cultura/693961201_850215.html
Amigo de Foucault, fue uno de los primeros en anunciar públicamente su enfermedad.
Vicente Molina Foix | El País, 1991-12-28
https://elpais.com/diario/1991/12/29/cultura/693961201_850215.html
El escritor francés, Hervé Guibert, de 36 años, murió el pisado viernes víctima del Sida en el hospital Antoine Beclere de Chamart, en las afueras de París. Autor de obras como ‘Al amigo que no me salvó la vida’ y ‘El tratamiento compasivo’, Guibert fue uno de los primeros personajes famosos que reveló públicamente su enfermedad. Guibert fue uno de los últimos amigos íntimos del filósofo Michel Foucault. El ministro francés de Cultura, Jack Lang, destacó ayer el coraje demostrado por este escritor y periodista al decidir luchar con todas sus fuerzas y talento contra la enfermedad.
La mala noticia de la muerte de Guibert es -si nos excluímos del círculo de su intimidad, para cuyos miembros constituirá igualmente un hecho trágico- una noticia literaria. Desde que en 1988 el escritor tuvo constancia indudable de que había desarrollado la enfermedad fatal del sida, su valeroso ‘ejemplo’ humano se resolvió en términos escritos, en un asombroso, impetuoso y también muy hermoso combate literario contra el aviso de la muerte. Hace sólo seis meses, entrevistado en ‘Le Nouvel Observateur’, tras la salida en Francia de ‘La mort propagande’, donde recuperaba textos de juventud junto a la reedición de su primer libro, y ya en prensa la que constituye hoy su última obra en vida, ‘Mon valet et moi’, Guibert confesaba seguir trabajando a ritmo infatigable, con intenciones de secreta conjuración frente: al silencio terminal que él mismo aclaraba en voz alta al periodista: "Quiero quitarme de encima el sida, querría arrancarlo. Desgraciadamente eso no es posible".
Lo único posible ahora es leer a Guibert literariamente, sin compasión ni morbo, admirando en su frenética trayectoria de los últimos cuatro años (ya antes, a pesar de su juventud, había publicado una docena de títulos), una apuesta de trascendencia artística a partir del vidrioso motivo de una condena mortal relatada por el propio condenado.
Hervé Guibert no se pudo arrancar la condena de la enfermedad, pero salió triunfante de ese reto, no sólo en los dos libros mayores que describen sin veladuras el progreso de su propio mal (‘Al amigo que no me salvó la vida’ y ‘El tratamiento compasivo’, de próxima publicación por Tusquets Editores en España), sino por una original vía interpuesta, en su última novela, aparecida en septiembre, ‘Mon valet et moi’.
Se trata en este caso de un divertimento lleno de escenas de ‘marivaudage’ erótico, con frecuencia picantes, en el que la relación entre un viejo autor teatral y su nuevo y lanzado sirviente da pie a un interesante ejercicio de trasposiciones ‘voyeurísticas’, de gran eficacia narrativa, en las que no es difícil advertir la identificación del escritor en forzosa limitación sexual con las imaginativas ‘contemplaciones’ de su anciano y ya inactivo protagonista.
Deja Guibert también un caudal impreciso de actividades plásticas, en pintura y fotografía. Y si bien como fotógrafo ya era conocido antes de su enfermedad, parece ser que la pintura ha sido una pasión última, otro sustituto del erotismo según él, que también le llevó a iniciar una nueva novela sobre el medio artístico, que ignoro si ha podido terminar. No es extraño, en cualquier caso, el despertar de esta pasión, ya que Guibert siempre sintió afinidad por la obra de algunos pintores, siendo en particular uno de ellos Bacon, una confesada fuente de inspiración literaria. Hace poco, yendo en autobús a una de sus regulares pruebas médicas, un muchacho que le reconoció por las fotos y que según Guibert estaba "un poco tarumba", le acarició la mano y le dijo: "Usted es historia. Historia de los hombres, historia de la literatura". Y si siempre habrá que reconocerle al enfermo Hervé Guibert la valiente decisión de conjurar públicamente esta enfermedad, la memoria de su palabra escrita, lo único que sobrevive al cuerpo del escritor, puede descansar en paz: sus libros vencerán al olvido.
La mala noticia de la muerte de Guibert es -si nos excluímos del círculo de su intimidad, para cuyos miembros constituirá igualmente un hecho trágico- una noticia literaria. Desde que en 1988 el escritor tuvo constancia indudable de que había desarrollado la enfermedad fatal del sida, su valeroso ‘ejemplo’ humano se resolvió en términos escritos, en un asombroso, impetuoso y también muy hermoso combate literario contra el aviso de la muerte. Hace sólo seis meses, entrevistado en ‘Le Nouvel Observateur’, tras la salida en Francia de ‘La mort propagande’, donde recuperaba textos de juventud junto a la reedición de su primer libro, y ya en prensa la que constituye hoy su última obra en vida, ‘Mon valet et moi’, Guibert confesaba seguir trabajando a ritmo infatigable, con intenciones de secreta conjuración frente: al silencio terminal que él mismo aclaraba en voz alta al periodista: "Quiero quitarme de encima el sida, querría arrancarlo. Desgraciadamente eso no es posible".
Lo único posible ahora es leer a Guibert literariamente, sin compasión ni morbo, admirando en su frenética trayectoria de los últimos cuatro años (ya antes, a pesar de su juventud, había publicado una docena de títulos), una apuesta de trascendencia artística a partir del vidrioso motivo de una condena mortal relatada por el propio condenado.
Hervé Guibert no se pudo arrancar la condena de la enfermedad, pero salió triunfante de ese reto, no sólo en los dos libros mayores que describen sin veladuras el progreso de su propio mal (‘Al amigo que no me salvó la vida’ y ‘El tratamiento compasivo’, de próxima publicación por Tusquets Editores en España), sino por una original vía interpuesta, en su última novela, aparecida en septiembre, ‘Mon valet et moi’.
Se trata en este caso de un divertimento lleno de escenas de ‘marivaudage’ erótico, con frecuencia picantes, en el que la relación entre un viejo autor teatral y su nuevo y lanzado sirviente da pie a un interesante ejercicio de trasposiciones ‘voyeurísticas’, de gran eficacia narrativa, en las que no es difícil advertir la identificación del escritor en forzosa limitación sexual con las imaginativas ‘contemplaciones’ de su anciano y ya inactivo protagonista.
Deja Guibert también un caudal impreciso de actividades plásticas, en pintura y fotografía. Y si bien como fotógrafo ya era conocido antes de su enfermedad, parece ser que la pintura ha sido una pasión última, otro sustituto del erotismo según él, que también le llevó a iniciar una nueva novela sobre el medio artístico, que ignoro si ha podido terminar. No es extraño, en cualquier caso, el despertar de esta pasión, ya que Guibert siempre sintió afinidad por la obra de algunos pintores, siendo en particular uno de ellos Bacon, una confesada fuente de inspiración literaria. Hace poco, yendo en autobús a una de sus regulares pruebas médicas, un muchacho que le reconoció por las fotos y que según Guibert estaba "un poco tarumba", le acarició la mano y le dijo: "Usted es historia. Historia de los hombres, historia de la literatura". Y si siempre habrá que reconocerle al enfermo Hervé Guibert la valiente decisión de conjurar públicamente esta enfermedad, la memoria de su palabra escrita, lo único que sobrevive al cuerpo del escritor, puede descansar en paz: sus libros vencerán al olvido.
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