Alberto Cardín, escritor, antropólogo y destacado agitador cultural, muere en Barcelona a los 44 años.
Combinó la narración con poesía, ensayo y articulismo.
Manuel Delgado | El País, 1992-01-26
https://elpais.com/diario/1992/01/27/cultura/696466801_850215.html
Combinó la narración con poesía, ensayo y articulismo.
Manuel Delgado | El País, 1992-01-26
https://elpais.com/diario/1992/01/27/cultura/696466801_850215.html
El escritor y antropólogo Alberto Cardín falleció ayer víctima de sida en su domicilio de Barcelona. Cardín -Villamayor (Asturias), 1.948-, además de especialista en Antropología, estuvo estrechamente vinculado desde hace más de dos décadas al mundo de la creación literaria, participando incluso en la gestación de numerosas revistas. Además de polifacético en la escritura, donde combinó el ensayo, la poesía y la narración, Cardín fue sobre todo un transgresor, dedicado a lanzar con sus textos golpes de mano contra la cultura española oficial.
Alberto Cardín nos ha dejado en la mañana del domingo 26 de enero. Tenía 44 años y ha muerto en ese exilio interior y voluntario en el que se refugian los lúcidos. Su virtud principal estuvo en saber profetizar un presente que no le merecía. Bajo el despotismo de los impostores, él sobrevivió en su casi robinsónica parcela de autenticidad para, cercano y remoto a la vez, reprocharle a la realidad sus traiciones y sus torpezas. Idéntico como pocos a sí mismo, no se dejó engañar por lo que dicen los altavoces y se erigió en interlocutor de una era marcadamente sordomuda. Lo hizo en sus libros de poesía, ‘Paciencia del destino’ (Alcrudo, 1980), 'Despojos' (Pre-textos, 1981), ‘Indiculo de sombras’ (Laertes, 1983). Lo hizo en ensayos como ‘Como si nada’ (Pre-textos, 1983), lo hizo incluso cuando se dejó poseer por Lacan, por Wilde, por Kristeva, por Lawrence -aquella genial versión de ‘Los siete pilares de la sabiduría’ (Júcar, 1988)- para engendrar traducciones de una rara sensibilidad. Lo hizo en infinidad de aquellos artículos que animaban las revistas heroicas que tanto y tan inútilmente hizo por impulsar –‘Diwan’, ‘Sinthoma’, ‘El Viejo Topo’, ‘Revista de Literatura’ o ‘La Bañera’-, así como en diversas publicaciones, entre ellas El País. También como narrador, en compilaciones como ‘Lo mejor es lo peor’ (Laertes, 198 l), ‘Detrás por delante’ (Laertes, 1986) y ‘Sin más ni más’ (Moreno Zila, 1989).
Un desenmascador
Pero, por encima de todo, Alberto Cardín fue un etnólogo. Es desde el ánimo antropológico que toda su obra deviene comprensible en su vocación desenmascaradora, y es desde la manera antropológIca de dar con las cosas, que Cardín ha ejercitado un pensamiento tan atroz como tierno. Lo pueden constatar quienes hayan tenido el privilegio de ser alumnos suyos en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, donde su presencia exceptuaba ese patético páramo en que se ha constituido la antropología académica española y que él tantas veces había denunciado. Lo pueden constatar también quienes hayan leído sus trabajos disciplinarios (‘Guerreros, chamanes y travestís’, Tusquets, 1984; ‘Tientos etnológicos’, Júcar, 1988; ‘Lo próximo y lo ajeno’, Icaria, 1990, o la recopilación de artículos que prepara Muchnick). Autosegregado por voluntad propia a la periferia del tinglado intelectual español, se dedicó a lanzar desde allí constantes golpes de mano contra la memez entronizada y sus lacayos. Con el tiempo, la enfermedad que se le iba comiendo y la propia desolación del paisaje que le rodeaba acabaron por hacerle demasiado fatigosa su epopeya de último maquis.
Seguramente por ello una de las películas que más admiraba era ‘Blade Runner’. No había que ser demasiado sensitivo para darse cuenta de cuán cerca debía percibirse de Batty, el jefe de los replicantes, y como él conocedor de que un destino necio le había condenado a una muerte prematura. ¿Recuerdan? "Yo he visto cosas que vosotros no creeriais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos D brillar en la oscuridad... Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es la hora de rnorir".
Nosotros añadimos aquello que el replicante ya no pudo escuchar, lo que Gaff, el extraño policía que habla en interlingua, le dice al ‘blade runner’ encarnado por Harrison Ford: "Lástima que ella tenga que morir. Pero... ¿quién vive?"
Alberto Cardín nos ha dejado en la mañana del domingo 26 de enero. Tenía 44 años y ha muerto en ese exilio interior y voluntario en el que se refugian los lúcidos. Su virtud principal estuvo en saber profetizar un presente que no le merecía. Bajo el despotismo de los impostores, él sobrevivió en su casi robinsónica parcela de autenticidad para, cercano y remoto a la vez, reprocharle a la realidad sus traiciones y sus torpezas. Idéntico como pocos a sí mismo, no se dejó engañar por lo que dicen los altavoces y se erigió en interlocutor de una era marcadamente sordomuda. Lo hizo en sus libros de poesía, ‘Paciencia del destino’ (Alcrudo, 1980), 'Despojos' (Pre-textos, 1981), ‘Indiculo de sombras’ (Laertes, 1983). Lo hizo en ensayos como ‘Como si nada’ (Pre-textos, 1983), lo hizo incluso cuando se dejó poseer por Lacan, por Wilde, por Kristeva, por Lawrence -aquella genial versión de ‘Los siete pilares de la sabiduría’ (Júcar, 1988)- para engendrar traducciones de una rara sensibilidad. Lo hizo en infinidad de aquellos artículos que animaban las revistas heroicas que tanto y tan inútilmente hizo por impulsar –‘Diwan’, ‘Sinthoma’, ‘El Viejo Topo’, ‘Revista de Literatura’ o ‘La Bañera’-, así como en diversas publicaciones, entre ellas El País. También como narrador, en compilaciones como ‘Lo mejor es lo peor’ (Laertes, 198 l), ‘Detrás por delante’ (Laertes, 1986) y ‘Sin más ni más’ (Moreno Zila, 1989).
Un desenmascador
Pero, por encima de todo, Alberto Cardín fue un etnólogo. Es desde el ánimo antropológico que toda su obra deviene comprensible en su vocación desenmascaradora, y es desde la manera antropológIca de dar con las cosas, que Cardín ha ejercitado un pensamiento tan atroz como tierno. Lo pueden constatar quienes hayan tenido el privilegio de ser alumnos suyos en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, donde su presencia exceptuaba ese patético páramo en que se ha constituido la antropología académica española y que él tantas veces había denunciado. Lo pueden constatar también quienes hayan leído sus trabajos disciplinarios (‘Guerreros, chamanes y travestís’, Tusquets, 1984; ‘Tientos etnológicos’, Júcar, 1988; ‘Lo próximo y lo ajeno’, Icaria, 1990, o la recopilación de artículos que prepara Muchnick). Autosegregado por voluntad propia a la periferia del tinglado intelectual español, se dedicó a lanzar desde allí constantes golpes de mano contra la memez entronizada y sus lacayos. Con el tiempo, la enfermedad que se le iba comiendo y la propia desolación del paisaje que le rodeaba acabaron por hacerle demasiado fatigosa su epopeya de último maquis.
Seguramente por ello una de las películas que más admiraba era ‘Blade Runner’. No había que ser demasiado sensitivo para darse cuenta de cuán cerca debía percibirse de Batty, el jefe de los replicantes, y como él conocedor de que un destino necio le había condenado a una muerte prematura. ¿Recuerdan? "Yo he visto cosas que vosotros no creeriais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos D brillar en la oscuridad... Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es la hora de rnorir".
Nosotros añadimos aquello que el replicante ya no pudo escuchar, lo que Gaff, el extraño policía que habla en interlingua, le dice al ‘blade runner’ encarnado por Harrison Ford: "Lástima que ella tenga que morir. Pero... ¿quién vive?"
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