Fallece César Manrique, el artista que mejor supo unir arte y naturaleza.
El pintor canario, de 73 años, murió a consecuencia de un accidente de tráfico en Lanzarote.
Carmelo Martin | El País, 1992-09-25
https://elpais.com/diario/1992/09/26/cultura/717458401_850215.html
El pintor canario, de 73 años, murió a consecuencia de un accidente de tráfico en Lanzarote.
Carmelo Martin | El País, 1992-09-25
https://elpais.com/diario/1992/09/26/cultura/717458401_850215.html
El artista César Manrique falleció en la tarde de ayer en Lanzarote, víctima de un accidente de tráfico, cuando salía en su coche de la fundación que lleva su nombre, en Teguise. El cuerpo sin vida del pintor quedó atrapado en el interior del vehículo y fue extraído con la ayuda de gatos hidráulicos y pinzas cortadoras. Manrique Cabrera, de 73 años, falleció a las 15.00 (hora canaria), una hora después del accidente, tras ingresar en el hospital General de la isla.
Una ambulancia que casualmente circulaba por la zona del suceso pudo auxiliarle pero, a causa de la gravedad de sus lesiones, no fue posible salvarle la vida. El coche conducido por Manrique, un Jaguar de su propiedad, fue alcanzado lateralmente en un cruce de la carretera por un ‘jeep’, cuyo ocupante resultó con heridas de carácter leve. El artista se dirigía a su casa, en Haría, después de trabajar, como cada día, en su fundación, en Taíche, en el municipio de Teguise. Ultimaba los preparativos de su participación en los actos del Día Mundial del Turismo, previstos para el próximo domingo en la isla. Su muerte ha conmocionado al mundo cultural y político de Canarias. El presidente del Gobierno autónomo, Jerónimo Saavedra, expresó "el pesar que siento y creo que es compartido por todo el pueblo canario por la pérdida de César Manrique".
El escritor y amigo de Manrique, Alberto Vázquez Figueroa, señaló que "esta es la mayor pérdida de los últimos años en el mundo cultural de nuestro ámbito". Vázquez Figueroa y Manrique colaboraban en la actualidad en la realización de un monumento a la paz, promovido por la Consejería de Turismo y Transportes del Gobierno canario, para cuya inauguración había sido ya invitado el Premio Nobel de la Paz y ex presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov. A pesar de su avanzada edad, gozaba de una gran vitalidad y era, sin duda, uno de los agitadores sociales más brillantes de esta comunidad autónoma. Su ideario artístico, basado en una defensa acérrima de la convivencia de la plástica con la naturaleza, sincronizaba con su propio talante de activista y provocador nato de la sociedad, en aras de propiciar el máximo respeto al medio ambiente y al hombre. Por suerte, Manrique consiguió plasmar su filosofía del arte y, de la vida en una isla, Lanzarote, donde había nacido, a la que diseñó a su imagen y semejanza, en permanente disputa con la especulación inherente a un territorio marcadamente turístico.
La revolución del ocio
Autor de importantes proyectos urbanísticos ubicados en zonas turísticas y rurales del archipiélago, Manrique revolucionó la oferta de ocio y practicó un estilo estético nuevo que cautivó a críticos y artistas del mundo. En Tenerife creó el lago de Martianez (en el Puerto de la Cruz); proyectaba el parque marítimo de la capital, Santa Cruz de Tenerife. En Madrid realizó el proyecto de decoración del centro comercial La Vaguada. Su última obra en esta isla es Playa-jardín, la recuperación de una amplia costa de la isla, en el citado municipio de Puerto de la Cruz, obra que está a punto de ser concluida. En otras islas creó miradores y monumentos. Trabajó fielmente con un equipo de colaboradores y profesionales, entre los que destacan los arquitectos Juan Alfredo Amigó y José Luis Olcina y el constructor Luis Díaz de Losada.
Manrique, que se había sometido hace algunos años a una intervención quirúrgica a causa de una lesión que le afectaba la vista, no estaba impedido para conducir, según indicó anoche uno de sus colaboradores. El artista será enterrado hoy en el cementerio municipal de Haría. La capilla ardiente permanecerá instalada hasta el mediodía en el hospital insular de Arrecife.
Una inquietud sin limites.
Francisco Calvo Serraller | El País, 1992-09-25
https://elpais.com/diario/1992/09/26/cultura/717458412_850215.html
Una ambulancia que casualmente circulaba por la zona del suceso pudo auxiliarle pero, a causa de la gravedad de sus lesiones, no fue posible salvarle la vida. El coche conducido por Manrique, un Jaguar de su propiedad, fue alcanzado lateralmente en un cruce de la carretera por un ‘jeep’, cuyo ocupante resultó con heridas de carácter leve. El artista se dirigía a su casa, en Haría, después de trabajar, como cada día, en su fundación, en Taíche, en el municipio de Teguise. Ultimaba los preparativos de su participación en los actos del Día Mundial del Turismo, previstos para el próximo domingo en la isla. Su muerte ha conmocionado al mundo cultural y político de Canarias. El presidente del Gobierno autónomo, Jerónimo Saavedra, expresó "el pesar que siento y creo que es compartido por todo el pueblo canario por la pérdida de César Manrique".
El escritor y amigo de Manrique, Alberto Vázquez Figueroa, señaló que "esta es la mayor pérdida de los últimos años en el mundo cultural de nuestro ámbito". Vázquez Figueroa y Manrique colaboraban en la actualidad en la realización de un monumento a la paz, promovido por la Consejería de Turismo y Transportes del Gobierno canario, para cuya inauguración había sido ya invitado el Premio Nobel de la Paz y ex presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov. A pesar de su avanzada edad, gozaba de una gran vitalidad y era, sin duda, uno de los agitadores sociales más brillantes de esta comunidad autónoma. Su ideario artístico, basado en una defensa acérrima de la convivencia de la plástica con la naturaleza, sincronizaba con su propio talante de activista y provocador nato de la sociedad, en aras de propiciar el máximo respeto al medio ambiente y al hombre. Por suerte, Manrique consiguió plasmar su filosofía del arte y, de la vida en una isla, Lanzarote, donde había nacido, a la que diseñó a su imagen y semejanza, en permanente disputa con la especulación inherente a un territorio marcadamente turístico.
La revolución del ocio
Autor de importantes proyectos urbanísticos ubicados en zonas turísticas y rurales del archipiélago, Manrique revolucionó la oferta de ocio y practicó un estilo estético nuevo que cautivó a críticos y artistas del mundo. En Tenerife creó el lago de Martianez (en el Puerto de la Cruz); proyectaba el parque marítimo de la capital, Santa Cruz de Tenerife. En Madrid realizó el proyecto de decoración del centro comercial La Vaguada. Su última obra en esta isla es Playa-jardín, la recuperación de una amplia costa de la isla, en el citado municipio de Puerto de la Cruz, obra que está a punto de ser concluida. En otras islas creó miradores y monumentos. Trabajó fielmente con un equipo de colaboradores y profesionales, entre los que destacan los arquitectos Juan Alfredo Amigó y José Luis Olcina y el constructor Luis Díaz de Losada.
Manrique, que se había sometido hace algunos años a una intervención quirúrgica a causa de una lesión que le afectaba la vista, no estaba impedido para conducir, según indicó anoche uno de sus colaboradores. El artista será enterrado hoy en el cementerio municipal de Haría. La capilla ardiente permanecerá instalada hasta el mediodía en el hospital insular de Arrecife.
Una inquietud sin limites.
Francisco Calvo Serraller | El País, 1992-09-25
https://elpais.com/diario/1992/09/26/cultura/717458412_850215.html
Nacido en la isla canaria de Lanzarote el año 1920, César Manrique era más que un destacado artista plástico entre los surgidos en nuestro país tras la guerra civil. Es verdad que se dio a conocer primero como pintor y escultor, alcanzando un notable prestigio como un brillante seguidor del informalismo matérico español de los años cincuenta, pero, junto a estas cualidades, demostró también pronto poseer inquietudes no limitadas al espacio del marco de un cuadro. Por de pronto, César Manrique era un promotor y organizador nato, y, en este sentido, remontándonos a sus primeros pasos profesionales como artista, fue uno de los fundadores de la Galería Fernando Fe, que tan relevante papel promocional desempeñó en determinado momento de la historia del arte contemporáneo español. En Madrid había cursado los estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y, de acuerdo con su espíritu curioso y vivaz, viajó después por todo el mundo, recalando durante cuatro años en Nueva York a partir de 1966. Esta estancia fue muy importante para Manrique por muchos motivos, pero en especial porque fue allí donde se suscitaron sus primeras preocupaciones acerca de la integración entre arte y naturaleza, mucho antes de que se pusiera de moda el ecologismo.
Su gran obra
De regreso a España, César Manrique se entregó a la que sería la gran obra de su vida, su obra de arte total: a Lanzarote, su isla natal. Comenzó predicando con el ejemplo: con su propia casa y jardín, que fue creciendo como un modelo, a partir del cual, fue comparativamente más fácil demostrar cómo era posible atender las exigencias de un turismo civilizado sin arrasar la belleza, el carácter y hasta la higiene locales. Eso no quiere decir que César Manrique no tuviera que seguir luchando ardorosamente hasta el final para evitar que se esfumaran esas conquistas iniciales que convirtieron a Lanzarote en un caso único en el mundo, pero dichos esfuerzos, que llevó a cabo con convicción y una enorme capacidad persuasiva, fueron los que le hicieron acreedor a los más diversos y relevantes premios internacionales.
Fijándonos exclusivamente en su obra pictórica, cabe reseñar, tras unos primeros momentos de estilo realista y temas regionales, su pronta vinculación con la corriente informalista española, que pronto él interpretó desde bases matéricas y texturales. Esta obra, por otra parte, preconizaba su ulterior pasión por los temas ecológicos, ya que evocaba el mundo de la tierra, concedida a través del hermoso paisaje volcánico de su isla natal. En cuanto a la escultura, César Manrique pudo explayar con ella su veta lúdica, utilizando materiales industriales y colores vivos.
Su gran obra
De regreso a España, César Manrique se entregó a la que sería la gran obra de su vida, su obra de arte total: a Lanzarote, su isla natal. Comenzó predicando con el ejemplo: con su propia casa y jardín, que fue creciendo como un modelo, a partir del cual, fue comparativamente más fácil demostrar cómo era posible atender las exigencias de un turismo civilizado sin arrasar la belleza, el carácter y hasta la higiene locales. Eso no quiere decir que César Manrique no tuviera que seguir luchando ardorosamente hasta el final para evitar que se esfumaran esas conquistas iniciales que convirtieron a Lanzarote en un caso único en el mundo, pero dichos esfuerzos, que llevó a cabo con convicción y una enorme capacidad persuasiva, fueron los que le hicieron acreedor a los más diversos y relevantes premios internacionales.
Fijándonos exclusivamente en su obra pictórica, cabe reseñar, tras unos primeros momentos de estilo realista y temas regionales, su pronta vinculación con la corriente informalista española, que pronto él interpretó desde bases matéricas y texturales. Esta obra, por otra parte, preconizaba su ulterior pasión por los temas ecológicos, ya que evocaba el mundo de la tierra, concedida a través del hermoso paisaje volcánico de su isla natal. En cuanto a la escultura, César Manrique pudo explayar con ella su veta lúdica, utilizando materiales industriales y colores vivos.
Generosidad atlántica.
Juan Cruz | El País, 1992-09-25
https://elpais.com/diario/1992/09/26/cultura/717458413_850215.html
César Manrique desayunaba higos tunos de madrugada. Luego corría por las tierras baldías de los alrededores de su casa y regresaba fresco como una fuerza intacta de la naturaleza. No había manera de disminuirle la vitalidad ni había forma de quitarle el entusiasmo. La vida sólo podía acabársele con la muerte y ésta ha venido de la única manera que podía arredrar a César Manrique, por casualidad y a traición, en su tierra. Hace más de 30 años, sentado como un adolescente al borde de una cueva subterránea, César Manrique miró a su amigo Pepín Ramírez, que era presidente del Cabildo lanzaroteño, y se fijó en el eco de aquella cueva. "Pepín, levantaremos esta tierra". Hizo un quiebro en la historia y convirtió aquel erial que fue Lanzarote en un monumento en sí mismo.
Era un artista del Renacimiento al que la naturaleza quiso poner en este siglo y en Lanzarote. El fue el responsable de la imagen total de su tierra y dotó con su generosidad atlántica muchos de los rincones olvidados de una isla que durante siglos había sido dejada de la mano. Trasladó esa actitud hacia otros territorios, y en medio de la incredulidad cicatera de su tiempo se empeñó en adelantarse a los hechos y siempre puso ante reyes y ejecutivos su libertad de pensamiento como la virtud más contundente. Gracias a ese tesón impidió muchos disparates de la expansión turística que ha sufrido Lanzarote y aunque muchas veces fue un incordio para los acomodaticios, éstos al fin se rindieron a la evidencia.
Hizo de todo César Manrique, y de todo estuvo orgulloso. A veces podía pensarse que pecaba de orgullo excesivo, pero quienes saben hasta qué punto nadie creyó en él en los años sucesivos de su cabezonería entenderá por qué en medio de aquel descrédito él se crecía afirmándose. En realidad, su mayor orgullo estaba en su origen. Él decía que nunca dejó de ser aquel niño que corría por las playas de Famara como una cabra loca. Escribió, pintó, hizo poemas, discutió con todo el mundo y conservó siempre, como el joven a que se dirigía Kipling, la cabeza erguida de los que saben que en el fondo del alma tienen una razón que les viene de muy lejos. Tuvo toda la razón en muchas cosas. Su mejor obra es Lanzarote, hasta el punto que a veces parece que el propio nombre de la isla lo puso él mismo.
Hace más de 20 años, César Manrique inauguró el Monumento al Campesino. La burla general hacia aquella obra abstracta fue hiriente. César no se arredró. Tiempo después visitó Lanzarote el escritor Camilo José Cela. "Manrique", dijo, "se ha adelantado más de 20 años a lo que se verá dentro de 20 años". César recordaba años después esa anécdota como como un timbre de gloria. Hoy una frase de esa clase se lee como un epitafio, y los que conocieron a César Manrique saben hasta qué punto aquel muchacho de Famara no hubiera querido ver jamás junto a él una despedida de muerte. En los últimos años había cambiado su casa de Tahiche, que era una escultura debajo de la lava, por un ámbito más señorial y reposado en la localidad de Haría, en el centro húmedo de esta isla reseca. Como si simulara jubilarse, tenía allí su retiro, pero no paró en ningún momento: ahora en Sevilla hay una exposición suya y proyectos de César están en los despachos de muchas instituciones, así como en los litorales y en el interior de su propia tierra. Vivió como parte de la fuerza de la naturaleza, como la naturaleza propiamente dicha. Su ilusión era confundirse con la tierra en la que nació y para la que vivió. La muerte era su frustración; él no la quería. Acaso por eso fue tan creativo, tan inagotable.
Era un artista del Renacimiento al que la naturaleza quiso poner en este siglo y en Lanzarote. El fue el responsable de la imagen total de su tierra y dotó con su generosidad atlántica muchos de los rincones olvidados de una isla que durante siglos había sido dejada de la mano. Trasladó esa actitud hacia otros territorios, y en medio de la incredulidad cicatera de su tiempo se empeñó en adelantarse a los hechos y siempre puso ante reyes y ejecutivos su libertad de pensamiento como la virtud más contundente. Gracias a ese tesón impidió muchos disparates de la expansión turística que ha sufrido Lanzarote y aunque muchas veces fue un incordio para los acomodaticios, éstos al fin se rindieron a la evidencia.
Hizo de todo César Manrique, y de todo estuvo orgulloso. A veces podía pensarse que pecaba de orgullo excesivo, pero quienes saben hasta qué punto nadie creyó en él en los años sucesivos de su cabezonería entenderá por qué en medio de aquel descrédito él se crecía afirmándose. En realidad, su mayor orgullo estaba en su origen. Él decía que nunca dejó de ser aquel niño que corría por las playas de Famara como una cabra loca. Escribió, pintó, hizo poemas, discutió con todo el mundo y conservó siempre, como el joven a que se dirigía Kipling, la cabeza erguida de los que saben que en el fondo del alma tienen una razón que les viene de muy lejos. Tuvo toda la razón en muchas cosas. Su mejor obra es Lanzarote, hasta el punto que a veces parece que el propio nombre de la isla lo puso él mismo.
Hace más de 20 años, César Manrique inauguró el Monumento al Campesino. La burla general hacia aquella obra abstracta fue hiriente. César no se arredró. Tiempo después visitó Lanzarote el escritor Camilo José Cela. "Manrique", dijo, "se ha adelantado más de 20 años a lo que se verá dentro de 20 años". César recordaba años después esa anécdota como como un timbre de gloria. Hoy una frase de esa clase se lee como un epitafio, y los que conocieron a César Manrique saben hasta qué punto aquel muchacho de Famara no hubiera querido ver jamás junto a él una despedida de muerte. En los últimos años había cambiado su casa de Tahiche, que era una escultura debajo de la lava, por un ámbito más señorial y reposado en la localidad de Haría, en el centro húmedo de esta isla reseca. Como si simulara jubilarse, tenía allí su retiro, pero no paró en ningún momento: ahora en Sevilla hay una exposición suya y proyectos de César están en los despachos de muchas instituciones, así como en los litorales y en el interior de su propia tierra. Vivió como parte de la fuerza de la naturaleza, como la naturaleza propiamente dicha. Su ilusión era confundirse con la tierra en la que nació y para la que vivió. La muerte era su frustración; él no la quería. Acaso por eso fue tan creativo, tan inagotable.
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