Las putas que clamaron por María Isabel.
Andrea Momoitio | Pikara, 2018-03-05
https://www.pikaramagazine.com/2018/03/huelga-prostitutas-las-cortes-bilbao/
Andrea Momoitio | Pikara, 2018-03-05
https://www.pikaramagazine.com/2018/03/huelga-prostitutas-las-cortes-bilbao/
En los 70, las reivindicaciones de los presos considerados ‘comunes’ o ‘sociales’ sonaban con fuerza en el Estado español. En noviembre de 1977, en la prisión de Basauri, María Isabel Gutiérrez Velasco aparecía muerta en su celda. Las prostitutas de la ciudad se unieron a las protestas para derogar la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social y denunciar así la muerte de su compañera.
Nadie lo diría hoy, pero durante un tiempo, en la calle bilbaína de Las Cortes brillaban más las luces de neón que las de la policía. El barrio, un arrabal hasta la mitad del siglo XIX, creció sin control con el desarrollo económico de la ciudad, atravesó momentos muy distintos, de la bonanza a la precariedad más absoluta, hasta convertirse en una de las zonas con más personalidad de la capital bizkaitarra. Bilbao no se entiende sin estos barrios, alejados urbanísticamente del centro, pero situados en el corazón de este pequeño rincón del mundo, escondido entre montañas y atravesado por sus vientos de grandeza. Pero, aunque resulte excepcional, Bilbao cede en estas líneas el protagonismo a una historia apasionante o, más bien, a los pequeños retales emocionantes que hemos podido construir de ella. Acomódense en sus asientos.
Poco o nada hemos podido averiguar sobre quién era María Isabel Gutiérrez Velasco. Pudo haber nacido en Asturias o en Cantabria, entre 1953 y 1954. Un cálculo, aproximado, porque lo que sí sabemos es que tenía 23 años cuando murió, en noviembre de 1977. Quizá mejor si hacen la resta ustedes mismos, que no es leyenda urbana la dificultad de las periodistas con las matemáticas. Murió en Basauri, una localidad a unos 5 km de la capital. En algunas referencias de la hemeroteca se sitúa su nacimiento en Cantabria, concretamente en Santander, pero su madre vino desde Gijón al entierro. Puede que ella viviera allí o que la noticia esté mal redactada. La homilía se celebró en la Iglesia de Corazón de María, en el barrio de San Francisco. Dicen que hubo mucha gente, pero faltó María Isabel: su cuerpo estaba tan deteriorado, que se decidió que el cadáver no entrase en la Iglesia. Esperó en la puerta. El olor, dicen en una noticia de entonces, era insoportable. Marta, nombre ficticio, se acuerda perfectamente de su compañera, aunque no se acuerde ya de casi nada, y asegura que era una mujer “guapísima, guapísima, guapísima” y muy educada. Podemos intuir, entonces, que estaría de acuerdo con la decisión. María Isabel se perdió muchas cosas en su corta vida. Entre ellas, su entierro y la amnistía.
Más allá de las noticias sobre su muerte apenas hay información sobre ella. Faltan muchas piezas para completar el puzzle de su biografía y cualquier aproximación está más relacionada con la intuición que con el rigor. En el Boletín Oficial de la provincia de Santander aparece en varias ocasiones su nombre. En 1973, estuvo acusada de estafa y de robo y, según aparece publicado en estos documentos oficiales, estaba entonces en paradero desconocido. Tendría 18 ó 19 años. Llegó a Bilbao probablemente en tren, el medio de transporte más habitual en aquel momento entre esta ciudad y las provincias de Cantabria y Asturias, pero no sabemos cuándo ni con qué intención. Trabajaba de prostituta cuando, dicen, robó en la tienda Bernardo.
Bernardo Gómez tenía una tienda de dulces en la calle San Francisco, paralela a Las Cortes, donde María Isabel trabajaba de prostituta. El 4 de noviembre de 1977 fue detenida por robar, según informan algunos periódicos de la época, unos pasteles. Él, sin embargo, declaró días después del fallecimiento de María Isabel que nunca había denunciado tal hurto: “Sería importante que este punto se aclarara ya que la citada joven era una buena clienta mía y nunca he tenido queja alguna”, declaró al periódico ‘El Correo Español’ el 11 de noviembre de ese mismo año. Aseguraba, en las mismas páginas, que prefería no interponer denuncia por los daños que se habían ocasionado esos días en su negocio, pero, ¿quién y por qué agredió al tendero? ¿Robó o no robó María Isabel los dulces? En el barrio no han sabido decirme si Bernardo sigue o no vivo —tampoco he hecho, nadie vaya a creerlo, una gran labor de investigación— y ya sabemos la fortuna que corrió ella. No tenemos respuesta para ese interrogante, pero si se llevó o no algo de aquella tienda resulta anecdótico en la historia de la única huelga de prostitutas de la que se tiene constancia en el Estado español.
María Isabel prendió fuego a la cama de la celda de la prisión de Basauri en la que estaba encerrada un martes, concretamente el primer martes del mes de noviembre de 1977. Ese mismo día le habían anunciado su traslado a un centro psiquiátrico de Madrid. Ninguna de las noticias a las que hemos tenido acceso cuentan los motivos: ¿Tenía, efectivamente, algún problema de salud mental o su traslado respondía a los requerimientos de Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que aún estaba en vigor? Esta ley pretendía “defender a las sociedad contra determinadas conductas individuales, que sin ser, en general, estrictamente delictivas, entrañan un riesgo para la comunidad”. La prostitución, por ejemplo. Heredera directa de la Ley de Vagos y Maleantes, consideraba peligrosos a todos los que realicen actos de homosexualidad, mendigos, “vagos habituales”, ebrios o toxicómanos, entre otros. La ley, completamente derogada en 1995, establecía distintas medidas de seguridad para proteger a la ciudadanía de bien de estos “rufianes”. A los que realizaban actos de homosexualidad y a las que habitualmente ejercían la prostitución se les imponía el “internamiento en un establecimiento de reeducación” y “la prohibición de residir en el lugar o territorio que se designe o de visitar ciertos lugares o establecimientos públicos, y sumisión a la vigilancia de los delegados”. Quizá por eso quisieron enviar a María Isabel a Madrid. Quizá para evitarlo o, tal vez, para llamar la atención sobre su situación, quemó la cama en la que dormía y se quemó ella. Entonces, los presos afines a COPEL (Coordinadora de Presos En Lucha) se autolesionaban para protestar por la situación de abandono en la que se encontraban en las prisiones españolas. Los presos, considerados políticos, habían disfrutado ya de la amnistía del 77, pero la salida de prisión de muchas personas, con el objetivo de que pudieran participar en las elecciones, dejó en evidencia una dicotomía entre presos sociales y políticos, que aún está pendiente de revisarse.
Las calles y las cárceles ardían a finales de los 70. Organizados, las y los presos sociales situaron sus demandas en la agenda mediática de la época a través de diferentes estrategias políticas. Una de ellas, las autolesiones, pero también motines en las propias prisiones, congresos, manifestaciones o encierros. El asesinato reivindicado por el GRAPO de Jesús Miguel Haddad Blanco, director general de Instituciones Penitenciarias o el motín de la cárcel de Carabanchel fueron algunos de los momentos más álgidos en esos años de lucha. Mano a mano, con otras organizaciones de personas consideradas peligrosas para el correcto funcionamiento de la sociedad, como prostitutas o homosexuales, los presos sociales de las cárceles españolas pusieron el grito en el cielo aunque el cielo no se vea bien desde ninguna prisión. En Bilbao, por ejemplo, entonces existía la Coordinadora de Marginados, que aglutinaba las reivindicaciones de todos los grupos sociales afectados por la ley franquista. Las compañeras de María Isabel, que no se creyeron la versión oficial del suicidio, aprovecharon ese marco de protestas o, tal vez, sus clamores se instrumentalizaron, pero de una forma u de otra, las putas de Las Cortes tomaron las calles de Bilbo para convertir su dolor en rebeldía, en protesta, en rabia compartida por la muerte de una de sus compañeras.
Tras el entierro de María Isabel, con su cadáver esperando en la puerta, sus compañeras se lanzaron a las calles. Ellas no iban a esperar. Agarraban una pancarta en la que podía leerse “María Isabel, la soledad, el olvido y la desesperación te acompañaron hasta el fin. No conociste la amnistía”. Tomaron la zona del barrio de San Francisco y llegaron también con sus protestas a la Gran Vía, el corazón de la ciudad. Durante la marcha, el clima de tensión aumentaba a cada paso. Hubo destrozos en la tienda de Don Bernardo y la policía acabó disolviendo la manifestación a tiros. Rabiosas y silenciadas, las compañeras de María Isabel decidieron hacer huelga. Uno a uno fueron cerrando prácticamente todos los locales de alterne de Las Cortes y las calles aledañas. Clamaban ante los periodistas que las entrevistaron entonces: ¿Nadie escuchó los gritos? ¿Por qué no lo evitaron? La Coordinadora de Presos En Lucha ya había convocado para esos días un encierro en el Hospital de Basurto para reivindicar mejoras en el trato de los presos de la prisión de Basauri, la más cercana a la ciudad y en la que apareció muerta María Isabel. Sus compañeras decidieron unirse a la protesta y alrededor de 50 personas se encerraron en las instalaciones del hospital. Esos mismos días, convocaron también otra manifestación a la que también acudieron cientos de personas, y militantes de COPEL se encadenaron en distintas zonas de la ciudad para exigir la desaparición de las celdas de castigo o la despenalización del adulterio, entre otras aberraciones que permitía la Ley de Peligrosidad Social. Las celdas de castigo siguen existiendo hoy. Detuvieron a nueve personas aquel día. Las protestas se sucedieron, al menos, durante todo el mes de noviembre.
El 19 de noviembre, ‘El Correo Español’ publicaba un breve en el que contaban que alrededor de 40 prostitutas empezaban a reunirse para constituir un comité permanente que pudiera recoger y denunciar las vulneraciones de sus derechos. Se quejaban del trato de los dueños de los locales, de las alcahuetas y de la policía que, también entonces, realizaban redadas aleatorias: “Casualmente —explicaban al periódico— a las menos atractivas y a las que tenemos hijos que alimentar”. María Isabel tenía un hijo de cuatro años cuando murió, ¿dónde y con quién pasó aquel niño las navidades del 77?
Este trabajo está dedicado también a su memoria.
Nadie lo diría hoy, pero durante un tiempo, en la calle bilbaína de Las Cortes brillaban más las luces de neón que las de la policía. El barrio, un arrabal hasta la mitad del siglo XIX, creció sin control con el desarrollo económico de la ciudad, atravesó momentos muy distintos, de la bonanza a la precariedad más absoluta, hasta convertirse en una de las zonas con más personalidad de la capital bizkaitarra. Bilbao no se entiende sin estos barrios, alejados urbanísticamente del centro, pero situados en el corazón de este pequeño rincón del mundo, escondido entre montañas y atravesado por sus vientos de grandeza. Pero, aunque resulte excepcional, Bilbao cede en estas líneas el protagonismo a una historia apasionante o, más bien, a los pequeños retales emocionantes que hemos podido construir de ella. Acomódense en sus asientos.
Poco o nada hemos podido averiguar sobre quién era María Isabel Gutiérrez Velasco. Pudo haber nacido en Asturias o en Cantabria, entre 1953 y 1954. Un cálculo, aproximado, porque lo que sí sabemos es que tenía 23 años cuando murió, en noviembre de 1977. Quizá mejor si hacen la resta ustedes mismos, que no es leyenda urbana la dificultad de las periodistas con las matemáticas. Murió en Basauri, una localidad a unos 5 km de la capital. En algunas referencias de la hemeroteca se sitúa su nacimiento en Cantabria, concretamente en Santander, pero su madre vino desde Gijón al entierro. Puede que ella viviera allí o que la noticia esté mal redactada. La homilía se celebró en la Iglesia de Corazón de María, en el barrio de San Francisco. Dicen que hubo mucha gente, pero faltó María Isabel: su cuerpo estaba tan deteriorado, que se decidió que el cadáver no entrase en la Iglesia. Esperó en la puerta. El olor, dicen en una noticia de entonces, era insoportable. Marta, nombre ficticio, se acuerda perfectamente de su compañera, aunque no se acuerde ya de casi nada, y asegura que era una mujer “guapísima, guapísima, guapísima” y muy educada. Podemos intuir, entonces, que estaría de acuerdo con la decisión. María Isabel se perdió muchas cosas en su corta vida. Entre ellas, su entierro y la amnistía.
Más allá de las noticias sobre su muerte apenas hay información sobre ella. Faltan muchas piezas para completar el puzzle de su biografía y cualquier aproximación está más relacionada con la intuición que con el rigor. En el Boletín Oficial de la provincia de Santander aparece en varias ocasiones su nombre. En 1973, estuvo acusada de estafa y de robo y, según aparece publicado en estos documentos oficiales, estaba entonces en paradero desconocido. Tendría 18 ó 19 años. Llegó a Bilbao probablemente en tren, el medio de transporte más habitual en aquel momento entre esta ciudad y las provincias de Cantabria y Asturias, pero no sabemos cuándo ni con qué intención. Trabajaba de prostituta cuando, dicen, robó en la tienda Bernardo.
Bernardo Gómez tenía una tienda de dulces en la calle San Francisco, paralela a Las Cortes, donde María Isabel trabajaba de prostituta. El 4 de noviembre de 1977 fue detenida por robar, según informan algunos periódicos de la época, unos pasteles. Él, sin embargo, declaró días después del fallecimiento de María Isabel que nunca había denunciado tal hurto: “Sería importante que este punto se aclarara ya que la citada joven era una buena clienta mía y nunca he tenido queja alguna”, declaró al periódico ‘El Correo Español’ el 11 de noviembre de ese mismo año. Aseguraba, en las mismas páginas, que prefería no interponer denuncia por los daños que se habían ocasionado esos días en su negocio, pero, ¿quién y por qué agredió al tendero? ¿Robó o no robó María Isabel los dulces? En el barrio no han sabido decirme si Bernardo sigue o no vivo —tampoco he hecho, nadie vaya a creerlo, una gran labor de investigación— y ya sabemos la fortuna que corrió ella. No tenemos respuesta para ese interrogante, pero si se llevó o no algo de aquella tienda resulta anecdótico en la historia de la única huelga de prostitutas de la que se tiene constancia en el Estado español.
María Isabel prendió fuego a la cama de la celda de la prisión de Basauri en la que estaba encerrada un martes, concretamente el primer martes del mes de noviembre de 1977. Ese mismo día le habían anunciado su traslado a un centro psiquiátrico de Madrid. Ninguna de las noticias a las que hemos tenido acceso cuentan los motivos: ¿Tenía, efectivamente, algún problema de salud mental o su traslado respondía a los requerimientos de Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que aún estaba en vigor? Esta ley pretendía “defender a las sociedad contra determinadas conductas individuales, que sin ser, en general, estrictamente delictivas, entrañan un riesgo para la comunidad”. La prostitución, por ejemplo. Heredera directa de la Ley de Vagos y Maleantes, consideraba peligrosos a todos los que realicen actos de homosexualidad, mendigos, “vagos habituales”, ebrios o toxicómanos, entre otros. La ley, completamente derogada en 1995, establecía distintas medidas de seguridad para proteger a la ciudadanía de bien de estos “rufianes”. A los que realizaban actos de homosexualidad y a las que habitualmente ejercían la prostitución se les imponía el “internamiento en un establecimiento de reeducación” y “la prohibición de residir en el lugar o territorio que se designe o de visitar ciertos lugares o establecimientos públicos, y sumisión a la vigilancia de los delegados”. Quizá por eso quisieron enviar a María Isabel a Madrid. Quizá para evitarlo o, tal vez, para llamar la atención sobre su situación, quemó la cama en la que dormía y se quemó ella. Entonces, los presos afines a COPEL (Coordinadora de Presos En Lucha) se autolesionaban para protestar por la situación de abandono en la que se encontraban en las prisiones españolas. Los presos, considerados políticos, habían disfrutado ya de la amnistía del 77, pero la salida de prisión de muchas personas, con el objetivo de que pudieran participar en las elecciones, dejó en evidencia una dicotomía entre presos sociales y políticos, que aún está pendiente de revisarse.
Las calles y las cárceles ardían a finales de los 70. Organizados, las y los presos sociales situaron sus demandas en la agenda mediática de la época a través de diferentes estrategias políticas. Una de ellas, las autolesiones, pero también motines en las propias prisiones, congresos, manifestaciones o encierros. El asesinato reivindicado por el GRAPO de Jesús Miguel Haddad Blanco, director general de Instituciones Penitenciarias o el motín de la cárcel de Carabanchel fueron algunos de los momentos más álgidos en esos años de lucha. Mano a mano, con otras organizaciones de personas consideradas peligrosas para el correcto funcionamiento de la sociedad, como prostitutas o homosexuales, los presos sociales de las cárceles españolas pusieron el grito en el cielo aunque el cielo no se vea bien desde ninguna prisión. En Bilbao, por ejemplo, entonces existía la Coordinadora de Marginados, que aglutinaba las reivindicaciones de todos los grupos sociales afectados por la ley franquista. Las compañeras de María Isabel, que no se creyeron la versión oficial del suicidio, aprovecharon ese marco de protestas o, tal vez, sus clamores se instrumentalizaron, pero de una forma u de otra, las putas de Las Cortes tomaron las calles de Bilbo para convertir su dolor en rebeldía, en protesta, en rabia compartida por la muerte de una de sus compañeras.
Tras el entierro de María Isabel, con su cadáver esperando en la puerta, sus compañeras se lanzaron a las calles. Ellas no iban a esperar. Agarraban una pancarta en la que podía leerse “María Isabel, la soledad, el olvido y la desesperación te acompañaron hasta el fin. No conociste la amnistía”. Tomaron la zona del barrio de San Francisco y llegaron también con sus protestas a la Gran Vía, el corazón de la ciudad. Durante la marcha, el clima de tensión aumentaba a cada paso. Hubo destrozos en la tienda de Don Bernardo y la policía acabó disolviendo la manifestación a tiros. Rabiosas y silenciadas, las compañeras de María Isabel decidieron hacer huelga. Uno a uno fueron cerrando prácticamente todos los locales de alterne de Las Cortes y las calles aledañas. Clamaban ante los periodistas que las entrevistaron entonces: ¿Nadie escuchó los gritos? ¿Por qué no lo evitaron? La Coordinadora de Presos En Lucha ya había convocado para esos días un encierro en el Hospital de Basurto para reivindicar mejoras en el trato de los presos de la prisión de Basauri, la más cercana a la ciudad y en la que apareció muerta María Isabel. Sus compañeras decidieron unirse a la protesta y alrededor de 50 personas se encerraron en las instalaciones del hospital. Esos mismos días, convocaron también otra manifestación a la que también acudieron cientos de personas, y militantes de COPEL se encadenaron en distintas zonas de la ciudad para exigir la desaparición de las celdas de castigo o la despenalización del adulterio, entre otras aberraciones que permitía la Ley de Peligrosidad Social. Las celdas de castigo siguen existiendo hoy. Detuvieron a nueve personas aquel día. Las protestas se sucedieron, al menos, durante todo el mes de noviembre.
El 19 de noviembre, ‘El Correo Español’ publicaba un breve en el que contaban que alrededor de 40 prostitutas empezaban a reunirse para constituir un comité permanente que pudiera recoger y denunciar las vulneraciones de sus derechos. Se quejaban del trato de los dueños de los locales, de las alcahuetas y de la policía que, también entonces, realizaban redadas aleatorias: “Casualmente —explicaban al periódico— a las menos atractivas y a las que tenemos hijos que alimentar”. María Isabel tenía un hijo de cuatro años cuando murió, ¿dónde y con quién pasó aquel niño las navidades del 77?
Este trabajo está dedicado también a su memoria.
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