Supervivientes del MHAR recuerdan la primera marcha en Sevilla // |
El día de junio de 1978 en el que los homosexuales y transexuales andaluces cambiaron el mundo.
Raúl Solís | La Voz del Sur, 2018-06-28
https://www.lavozdelsur.es/actualidad/el-dia-junio-de-1978-en-el-que-los-homosexuales-y-transexuales-andaluces-cambiaron-el-mundo_75824_102.html
El domingo 25 de junio de 1978 nada hacía presagiar que los homosexuales y transexuales andaluces escribirían una página en la historia de las que no se borran. Paquito Cambrollé, un mariquita de La Tres Mil Viviendas, el barrio más pobre de España, que dormía con un cuchillo debajo de la almohada porque tenía pavor a que su padre entrara a darle una paliza de noche; Miguel, muy macho él pero tan gai como la más loca de las mariquitas, hijo de un obrero de la Cruzcampo; Javier, un niño afeminado de 18 años que terminaría siendo una mujer transexual, hija de una madre soltera pobre de solemnidad; una librera feminista, María Fulmen, que cedió la planta alta de su librería para que el Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria de Andalucía se reuniese sin peligro de que llegara la ultraderecha a hacer de las suyas; Paco Pepe, un joven del barrio obrero de San Pablo donde llegó la emigración extremeña y del resto de provincias andaluzas a vivir en los pisos construidos por el sindicato vertical.
Antonio Morillo, La Pelli, Eugenio, María, una valiente que se decía lesbiana en tiempos donde no existían nada más que amigas que vivían juntas; Soraya, una folclórica casi analfabeta de Triana que llegó a ser detenida 14 veces en un solo día por cruzar el Puente de Triana con sus andares delicados; Vianca, de Gerena, que se iría a Bruselas para ser la mujer que siempre soñó ser. Y Carlitos, María José, Alberto, Eugenio... todos ellos, insultantemente jóvenes, salieron a la calle aquel domingo glorioso a gritar que salieran de la cárcel los homosexuales a los que el franquismo metió entre rejas por ser más libres de lo permitido por una dictadura atroz.
Un año antes, en 1977, había sido la manifestación en Barcelona, con violencia policial incluida, y nada decía que fuera a ser fácil, pero allí estuvieron. A las 11:30 horas se citaron para un mitin en un local propiedad de Comisiones Obreras, en la calle Calatrava de la capital andaluza. Pensaban que irían unas 100 personas y se encontraron con más de 1.000 fervientes defensores de la democracia y de la libertad de los peligrosos sociales del franquismo. No se cabía.
Muchos y muchas de quienes allí estuvieron ya no viven, el Sida se los llevó por delante en los 80 y 90, pero los que todavía viven recuerdan la épica. El Front d’Alliberament Gai de Catalunya les financió los carteles que pegaron las noches anteriores por los lugares más estratégicos de la ciudad hispalense. Se los mandaban por correo a casa de Paquito Cambrollé, en Las Tres Mil Viviendas: “Niña, nos van a meter presos por comunistas”, le decía la madre a Mar Cambrollé, ahora toda una mujer. También pintaron las paredes, las redes sociales de la época, con pintadas que aún están vivas para refrescar la memoria de quienes sufren de amnesia o de cinismo. O de ambos males.
Del mitin, se fueron hasta la sede de la Diputación Provincial de Sevilla, en la Plaza del Triunfo, entre la Catedral y el Alcázar. Allí sacaron una pancarta pintada a mano por Miguel, el hijo del obrero de la Cruzcampo, muy macho él, que años más tarde sería profesor de Dibujo. Un mapa de Andalucía en blanco y verde con un triángulo rosa en medio, un puño cerrado y el acrónimo del Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria (MHAR).
Más de un año estuvieron preparándose para desafiar al franquismo, que seguía estando vivo aunque Franco ya estuviera bajo tierra: pidiendo firmas a los partidos políticos de izquierdas a favor de la libertad sexual, colocando mesas de recogida de firmas en las calles más céntricas de la ciudad, en las facultades y también donde se reunía el movimiento obrero. Practicaron la transversalidad sin saber siquiera que ese palabro existía.
De alguna mesa tuvieron que salir huyendo para salvarse de la brutalidad de la extrema-derecha que todavía andaba con brío en aquella Andalucía en blanco y negro, donde ser homosexual o travesti, que era como se les llamaba entonces las transexuales, era lo peor de lo peor, muy lejos del glamour de ahora: “Cualquier tirado te podía dar una hostia y tú no le podías hacer nada porque eras más tirado todavía que él”, relata Miguel, el hijo del obrero de la Cruzcampo, que se enamoró de Paco Pepe y éste lo introdujo en los salones del Palacio Arzobispal donde preparaban las reuniones del MHAR gracias al salvoconducto de Cambrollé, que militaba en las Juventudes Obreras Cristianas en las Tres Mil Viviendas, cuando la Iglesia española tenía curas rojos y más doctrina social que moral.
“Sólo íbamos unos 30, sabemos quiénes éramos porque teníamos una lista y si no estabas no podías pasar, para evitar que se infiltraran los fascistas. Ahora todo el mundo dice que era del MHAR, incluso gente que nos miraba por encima del hombro, porque entonces, entre los mismos gais, nos llamaban las locas comunistas”, quien dice esto es Mar Cambrollé, entonces Paca La Borde o Paca La Brava, como más guste. Una mujer poderosa sin la cual no podría entenderse la historia del movimiento LGTB andaluz y español.
La Giralda rosa
Entre el camino del mitin a la manifestación, varios miembros del MHAR, entre ellos María, una lesbiana feminista, valiente como ella sola, del colectivo feminista Prímula, y África, entonces un niño mariquita de afeminadas maneras, ahora una señora maravillosa que no ha perdido la ternura ni la inocencia de los veinte años, se hicieron pasar por turistas. Subieron todos los escalones de La Giralda y desde lo más alto de Sevilla desplegaron una pancarta rosa: “Libertad sexual”, ponía en el trapo lanzado al aire. Duró en el aire el tiempo que se tardaba en tirar varias fotografías con aquellas cámaras analógicas. Había que tirar más de una foto por si no salían. Era la época analógica que aquel domingo de junio de 1978 se vistió de digital en un paisaje en blanco y negro lleno de fascistas que años más tarde se transformarían en demócratas de toda la vida.
María y África salieron corriendo de La Giralda para que no las detuviesen y se juntaron con sus compañeros en la manifestación, que ya había pasado por delante del Rectorado de la Universidad de Sevilla tras bajar desde la Plaza del Triunfo hasta la Avenida de la Constitución y continuar por la calle San Fernando. Unos metros más adelante, a unos 100 metros del Palacio de Justicia donde estaba previsto finalizar la manifestación, una lechera se interpuso en horizontal delante de los 400 valientes que, después del mitin, habían decidido marchar por la libertad: “Tienen ustedes que disolver esto”, le dijo la policía franquista a Cambrollé. “Ustedes tienen dos salidas: o nos dejan llegar hasta los juzgados o me llevan presa”, le espetó Paca La Borde.
A todos le temblaron las piernas en ese momento a una velocidad desconocida. En el recuerdo, las imágenes de la violencia policial del pasado año en la manifestación de Barcelona. “Sigan”, dijo en seco el agente. Y siguieron, vaya que si siguieron. Llegaron al Palacio de Justicia, lo celebraron, se fueron a casa de Alberto a festejarlo y unos meses más tarde obligaron al Gobierno postfranquista de Adolfo Suárez a sacar los actos de homosexualidad del Código Penal.
Al día siguiente, los periódicos hablaban de ellos y y de las manifestaciones de Madrid, Valencia, Galicia, Barcelona y Bilbao. "La gente nos decía: te hemos visto en la prensa. Fue una salida del armario a lo bonzo", dice Miguel, el hijo del obrero de la Cruzcampo que ahora tiene 62 años y que anuló una boda con su novia dos meses antes de meterse en el armario para toda la vida. Aquellas “locas comunistas” andaluzas cambiaron el mundo en una mañana de domingo, con la ultraderecha detrás y la policía franquista delante.
Antonio Morillo, La Pelli, Eugenio, María, una valiente que se decía lesbiana en tiempos donde no existían nada más que amigas que vivían juntas; Soraya, una folclórica casi analfabeta de Triana que llegó a ser detenida 14 veces en un solo día por cruzar el Puente de Triana con sus andares delicados; Vianca, de Gerena, que se iría a Bruselas para ser la mujer que siempre soñó ser. Y Carlitos, María José, Alberto, Eugenio... todos ellos, insultantemente jóvenes, salieron a la calle aquel domingo glorioso a gritar que salieran de la cárcel los homosexuales a los que el franquismo metió entre rejas por ser más libres de lo permitido por una dictadura atroz.
Un año antes, en 1977, había sido la manifestación en Barcelona, con violencia policial incluida, y nada decía que fuera a ser fácil, pero allí estuvieron. A las 11:30 horas se citaron para un mitin en un local propiedad de Comisiones Obreras, en la calle Calatrava de la capital andaluza. Pensaban que irían unas 100 personas y se encontraron con más de 1.000 fervientes defensores de la democracia y de la libertad de los peligrosos sociales del franquismo. No se cabía.
Muchos y muchas de quienes allí estuvieron ya no viven, el Sida se los llevó por delante en los 80 y 90, pero los que todavía viven recuerdan la épica. El Front d’Alliberament Gai de Catalunya les financió los carteles que pegaron las noches anteriores por los lugares más estratégicos de la ciudad hispalense. Se los mandaban por correo a casa de Paquito Cambrollé, en Las Tres Mil Viviendas: “Niña, nos van a meter presos por comunistas”, le decía la madre a Mar Cambrollé, ahora toda una mujer. También pintaron las paredes, las redes sociales de la época, con pintadas que aún están vivas para refrescar la memoria de quienes sufren de amnesia o de cinismo. O de ambos males.
Del mitin, se fueron hasta la sede de la Diputación Provincial de Sevilla, en la Plaza del Triunfo, entre la Catedral y el Alcázar. Allí sacaron una pancarta pintada a mano por Miguel, el hijo del obrero de la Cruzcampo, muy macho él, que años más tarde sería profesor de Dibujo. Un mapa de Andalucía en blanco y verde con un triángulo rosa en medio, un puño cerrado y el acrónimo del Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria (MHAR).
Más de un año estuvieron preparándose para desafiar al franquismo, que seguía estando vivo aunque Franco ya estuviera bajo tierra: pidiendo firmas a los partidos políticos de izquierdas a favor de la libertad sexual, colocando mesas de recogida de firmas en las calles más céntricas de la ciudad, en las facultades y también donde se reunía el movimiento obrero. Practicaron la transversalidad sin saber siquiera que ese palabro existía.
De alguna mesa tuvieron que salir huyendo para salvarse de la brutalidad de la extrema-derecha que todavía andaba con brío en aquella Andalucía en blanco y negro, donde ser homosexual o travesti, que era como se les llamaba entonces las transexuales, era lo peor de lo peor, muy lejos del glamour de ahora: “Cualquier tirado te podía dar una hostia y tú no le podías hacer nada porque eras más tirado todavía que él”, relata Miguel, el hijo del obrero de la Cruzcampo, que se enamoró de Paco Pepe y éste lo introdujo en los salones del Palacio Arzobispal donde preparaban las reuniones del MHAR gracias al salvoconducto de Cambrollé, que militaba en las Juventudes Obreras Cristianas en las Tres Mil Viviendas, cuando la Iglesia española tenía curas rojos y más doctrina social que moral.
“Sólo íbamos unos 30, sabemos quiénes éramos porque teníamos una lista y si no estabas no podías pasar, para evitar que se infiltraran los fascistas. Ahora todo el mundo dice que era del MHAR, incluso gente que nos miraba por encima del hombro, porque entonces, entre los mismos gais, nos llamaban las locas comunistas”, quien dice esto es Mar Cambrollé, entonces Paca La Borde o Paca La Brava, como más guste. Una mujer poderosa sin la cual no podría entenderse la historia del movimiento LGTB andaluz y español.
La Giralda rosa
Entre el camino del mitin a la manifestación, varios miembros del MHAR, entre ellos María, una lesbiana feminista, valiente como ella sola, del colectivo feminista Prímula, y África, entonces un niño mariquita de afeminadas maneras, ahora una señora maravillosa que no ha perdido la ternura ni la inocencia de los veinte años, se hicieron pasar por turistas. Subieron todos los escalones de La Giralda y desde lo más alto de Sevilla desplegaron una pancarta rosa: “Libertad sexual”, ponía en el trapo lanzado al aire. Duró en el aire el tiempo que se tardaba en tirar varias fotografías con aquellas cámaras analógicas. Había que tirar más de una foto por si no salían. Era la época analógica que aquel domingo de junio de 1978 se vistió de digital en un paisaje en blanco y negro lleno de fascistas que años más tarde se transformarían en demócratas de toda la vida.
María y África salieron corriendo de La Giralda para que no las detuviesen y se juntaron con sus compañeros en la manifestación, que ya había pasado por delante del Rectorado de la Universidad de Sevilla tras bajar desde la Plaza del Triunfo hasta la Avenida de la Constitución y continuar por la calle San Fernando. Unos metros más adelante, a unos 100 metros del Palacio de Justicia donde estaba previsto finalizar la manifestación, una lechera se interpuso en horizontal delante de los 400 valientes que, después del mitin, habían decidido marchar por la libertad: “Tienen ustedes que disolver esto”, le dijo la policía franquista a Cambrollé. “Ustedes tienen dos salidas: o nos dejan llegar hasta los juzgados o me llevan presa”, le espetó Paca La Borde.
A todos le temblaron las piernas en ese momento a una velocidad desconocida. En el recuerdo, las imágenes de la violencia policial del pasado año en la manifestación de Barcelona. “Sigan”, dijo en seco el agente. Y siguieron, vaya que si siguieron. Llegaron al Palacio de Justicia, lo celebraron, se fueron a casa de Alberto a festejarlo y unos meses más tarde obligaron al Gobierno postfranquista de Adolfo Suárez a sacar los actos de homosexualidad del Código Penal.
Al día siguiente, los periódicos hablaban de ellos y y de las manifestaciones de Madrid, Valencia, Galicia, Barcelona y Bilbao. "La gente nos decía: te hemos visto en la prensa. Fue una salida del armario a lo bonzo", dice Miguel, el hijo del obrero de la Cruzcampo que ahora tiene 62 años y que anuló una boda con su novia dos meses antes de meterse en el armario para toda la vida. Aquellas “locas comunistas” andaluzas cambiaron el mundo en una mañana de domingo, con la ultraderecha detrás y la policía franquista delante.
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