2018/12/26

DOCUMENTACIÓN | TESTIMONIOS | JORDI PETIT: "GAIS Y TRANSEXUALES FUIMOS LOS ÚLTIMOS EN SALIR DE LAS CÁRCELES FRANQUISTAS"

El Periódico / Jordi Petit //

"Gais y transexuales fuimos los últimos en salir de las cárceles franquistas"

El histórico activista LGTBI Jordi Petit reflexiona sobre la eliminación, hace 40 años, del delito de homosexualidad. La ley de peligrosidad social reprimió al colectivo durante décadas con el encarcelamiento y el destierro.
Beatriz Pérez | El Periódico, 2018-12-26
https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20181226/jordi-petit-gais-transexuales-fuimos-los-ultimos-salir-carceles-franquistas-ley-peligrosidad-social-7213491 

Estuvo dos veces en la cárcel (donde fue violado) por militar en el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y por ser sospechoso de subversión mientras hacía la mili. Jordi Petit (Barcelona, 1954) fue uno de los primeros activistas LGTBI de España y un histórico de la lucha por los derechos civiles. Su trabajo, desde la Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya (1986-2014), contribuyó en 1994 a incluir a las parejas homosexuales en la ley de arrendamientos urbanos y en 1998, a promulgar la primera ley de parejas de hecho en toda España. Petit, que recibió la Creu de Sant Jordi y la Medalla de Honor de la ciudad de Barcelona por su trabajo, conoce bien la ley franquista de peligrosidad y rehabilitación social, denominada popularmente como la de 'vagos y maleantes', que fue usada para reprimir a homosexuales y transexuales (o 'travestis', como se les llamaba en la época) mediante el encarcelamiento y el posterior destierro. Hoy se cumplen 40 años de la reforma de esta norma que supuso la eliminación del delito de homosexualidad.

-¿Cómo fue ese momento?
-Mágico y muy esperado, porque hasta entonces no existíamos. Los últimos presos del franquismo en salir de las cárceles fuimos los homosexuales y los transexuales. La reforma de la ley de peligrosidad social apareció en el Boletín Oficial del Estado (BOE) del 11 de enero de 1979 y un mes más tarde salieron los presos homosexuales, que no recibieron compensación económica alguna hasta el Gobierno de Zapatero. Muchos ya no vivían. La ley no se derogó por completo hasta 1995.

-¿Y por qué fueron los últimos en ser excarcelados?
-Porque la Transición tuvo muchas limitaciones. Los presos políticos habían salido antes de las elecciones del 77, pero muchas otras cosas no cambiaron. Tampoco fue una condición para los acuerdos de la Transición tocar la ley de peligrosidad social. Quizás se cometió el error de no haber participado en órganos de oposición democrática como la Assemblea de Catalunya pero, en cualquier caso, no fue posible antes. La Transición no dio tanto de sí como hubiéramos querido y, por eso, salimos dos años largos más tarde.

-¿Cómo se consiguió esa victoria?
-Tuvo dos niveles de actuación. Por una parte, las primeras manifestaciones de Barcelona en el 77, sumadas a los manifiestos, artículos de prensa y a una notable simpatía de la opinión pública. Todo esto creó una fuerza que, en aquel momento, lideró el Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), coordinado por Armand de Fluvià. Pero, por otra parte, en paralelo y de manera más práctica, tres diputados hicieron de puente con el Congreso de los Diputados. Fueron Josep Maria Riera del PSUC, Rudolf Guerra del PSC y Pablo Castellanos del PSOE. Ellos, en los pasillos de las Cortes, le insistían a Adolfo Suárez en la idea de que la democracia española no se podría homologar a las demás si existía esa ley tan rancia y si los homosexuales estaban en la cárcel. Y que eso, además de ser intolerable en democracia, podía ser incluso un elemento de boicot turístico.

-Tras la supresión del delito de homosexualidad, ¿cuál fue el siguiente paso?
-La batalla por legalizar las asociaciones y los locales homosexuales. En 1980, Josep Maria Riera y Rudolf Guerra, de nuevo, y Juan María Bandrés del Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra (PSE-EE) [error, entonces el partido solo era Euskadiko Eskerra] insistieron a Suárez y al ministro del Interior en la legalización del FAGC, que finalmente se produjo en julio del 80. A esos diputados les debemos más de lo que pensamos.

-¿Cómo era ser homosexual en la Barcelona franquista?
-Por más cosmopolita que fuera Barcelona, para un niño de la época ser gay era un infierno. Los adolescentes más espabilados sabían dónde ligar de manera clandestina: los 'drugstore' de Passeig de Gràcia o las casetas de baño de la playa de Sant Sebastià, donde a veces había redadas. La Barcelona franquista quizás fue tolerante con los homosexuales de la 'Gauche Divine' por ser de origen bienestante. Ellos hacían su vida bohemia en el Bocaccio y La Cova del Drac, en la calle Tusset. Pero ser gay no dejaba de ser un gravísimo problema para los demás adolescentes y niños, porque no teníamos ninguna referencia ni información.

-¿Qué vivió usted?
-Recuerdo que de pequeño, cuando visitaba las casas de amigos de mis padres o familiares, me iba a la biblioteca a mirar los diccionarios y, cuando veía la descripción de la homosexualidad, salía aterrado. Yo sufrí 'bullying' en los Salesianos de la calle de Rocafort por parte de los compañeros y por culpa de una incursión del Opus Dei, que me indujo a la automortificación para expiar mi pecado de homosexualidad y para educar mi voluntad a través de un cilicio que yo me ponía en el brazo. Buscaba mi salvación como homosexual porque no me aceptaba. Así, la primera victoria del movimiento LGTBI en sus inicios, antes que salir de la ley de peligrosidad social, fue empezar a autoaceptarse y dejar atrás la 'autohomofobia'.

-La aparición del VIH/sida en los 80 obligó al movimiento a dar un cambio de rumbo. ¿Por qué?
-Así es. Con la derogación de la ley y la legalización, los frentes de liberación se vaciaron y se llenaron las pistas de baile. Fue muy lógico: la gente nunca había tenido tanta libertad. Muchas entidades nacidas en el 77 se disolvieron en el 80. Pero en entonces llegó el sida, que supuso una crisis tremenda en las asociaciones que quedaban. Unas apostaban por el voluntariado de la prevención del sida de la mano de las instituciones; otro sector quería hacer la revolución sin colaborar con las instituciones porque consideraba que había que derribarlas. En aquel debate ni unos ni otros sabíamos lo terrible de lo que se nos venía encima. Yo pertenezco a una generación desaparecida. Muchísimos de mis amigos y amantes murieron.

-El año 1998 también fue importante para el movimiento.
-Sí, ese fue un año de cambio de humor en el colectivo. Aparece la revista 'Zero', llega Boris Izaguirre a España, hubo los 'Gay Games' en Ámsterdam y aparece la medicación que hace crónico el sida. La gente dejó de morirse…

-...Y en el 2005 España aprueba la ley del matrimonio homosexual.
-Fue una conquista que casi no nos creíamos, pero a veces en la política hay un juego similar al del billar. Durante los ocho años del mandato de Aznar fui llamado, de forma discreta, dos veces a la Moncloa para hablar con sus asesores. En el primer mandato, pedimos una ley de parejas de hecho, pero en el segundo, cuando ya se habían empezado a aprobar las leyes del matrimonio en Bélgica, Holanda y Dinamarca, exigimos el matrimonio tal cual. El asesor dijo que ni hablar. Las manifestaciones a favor de la ley de parejas y luego del matrimonio en el Orgullo Gay de Madrid -que no de Barcelona- enseguida se volvieron multitudinarias. La oposición de entonces, IU y el PSOE, se comprometió con nuestras reivindicaciones y Zapatero lo hizo posible.

-¿Qué queda por conseguir?
-Las leyes no significan que la sociedad cambie de manera automática. Ha aumentado la visibilidad, pero también las agresiones y la homofobia. El gran reto es ser tan visibles, que lleguemos a ser indiferentes. También dar más y mejor atención a las personas mayores LGTBI, acompañar a los refugiados LGTBI -que son rechazados por el resto de migrantes- e integrar en la escuela desde primaria la educación igualitaria. Ahora estamos ante un fenómeno que es la vanguardia del movimiento actual: las familias homoparentales. Son activistas las 24 horas del día: van con los críos a la escuela, por el barrio, a visitar a sus familias. Y eso es un elemento transformador importantísimo porque expande algo fundamental: el cariño, el amor. No hay arma más eficiente que el quererse.

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