El 16 de noviembre de 1989 se celebraron los primeros juicios militares
contra insumisos en nuestro país contra Josep María Moragriega y Carlos
Hinojosa. “El rechazo a la mili era compartido por la mayoría de la
sociedad, era muy transversal”, afirma Nacho Murgui, juzgado por
insumisión en 1996. “Nuestra lucha sigue siendo un referente para los
movimientos sociales”, señala José Manuel López, antimilitarista e
insumiso a principios de los años 90.
Año 1989. Mes de noviembre. El PSOE de Felipe González gobierna con una
mayoría absoluta obtenida, en esta ocasión, por la mínima. En las calles
aún resonaban los ecos de la huelga general celebrada un año antes. Y
de las movilizaciones anti OTAN surgidas años antes del referéndum de
permanencia celebrado en 1986. 1989 sería un año clave para entender un
movimiento político histórico en nuestro país: la insumisión. El rechazo
a formar parte del ejército, al servicio militar obligatorio. A “la
mili”. Tal día como hoy, 16 de noviembre, se celebraron hace tres
décadas los primeros juicios militares contra insumisos en nuestro país.
Josep María Moragriega y Carlos Hinojosa fueron los nombres propios de
aquel día. Ambos formaron parte de los 57 primeros insumisos declarados.
Se presentaron, coordinadamente, el 20 de febrero del citado año 89,
ante diferentes gobiernos militares. Solo 11 fueron detenidos.
Moragriega fue uno de ellos. Pasó quince días en prisión preventiva. Y
posteriormente fue citado, junto a Hinojosa, a juicio militar para el
mes de noviembre.
“Organizamos una movilización estudiantil muy potente, hubo huelga ese
día. Culminó con una macromanifestación a las puertas del gobierno
militar donde se realizaba el juicio en Barcelona”, recuerda el propio
Moragriega en conversación con cuartopoder. El juicio se celebró un año
después de la primera presentación. La condena fue de 13 meses de
prisión. “Intentaron hacer una condena suave para intentar desmovilizar a
los futuribles insumisos. Eso no fue así porque en la segunda
presentación se incrementó el número de manifestantes”, señala
Moragriega.
Aunque el primer objetor de conciencia por razones no sólo religiosas
fue Pepe Beunza, que se declaró insumiso en 1971 y estuvo preso hasta
1974, el año 1989 marca un antes y un después. Se había anunciado la
próxima puesta en marcha de la Prestación Social Sustitutoria (PSS) por
parte del Gobierno. Es decir, realizar un servicio social en sustitución
de la mili. Además, se comenzaron a denegar las declaraciones
colectivas de objeción de conciencia que habían sido aceptadas en años
anteriores. Los colectivos antimilitaristas, entre los que destacan el
Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) o el Mili KK, intensificaron
sus acciones.
“Usaban la represión selectiva de baja intensidad, con el objetivo de
intentar frenar la ola que se les venía encima. Fue una ola que creció
exponencialmente. No tuvo fin ni siquiera cuando sacaron la ley civil
para regular la PSS”, reflexiona. La variedad de movimientos también
produjo diferentes estrategias que variaban entre hacer visible la causa
entrando voluntariamente a la cárcel o la “insumisión total”, que
incluía no presentarse a los juicios.
La sentencia de Moragriega tardó en llegar tras varias vistas. No
ingresó en prisión hasta el año 1991. “Del juicio militar salí por la
puerta, la sentencia salió 48 horas después”, recuerda. Entonces pasó a
situación de clandestinidad para no ser detenido. La idea era entregarse
cuando más le interesara al movimiento, para que causara mayor impacto.
Ese momento llegó el 15 de Mayo, Día Internacional de la Objeción de
conciencia.
Moragriega fue detenido. Se presentó solo porque Hinojosa seguía la
línea de la “insumisión total”. “Fui al gobierno militar, dije que ahí
estaba y que procedieran a hacer lo que tuvieran que hacer. Me
trasladaron a Cartagena después de un viaje larguísimo, incomunicado. Me
aplicaron ley antiterrorista, estuve desaparecido más de 72 horas,
todas de conducción. Pisé cuatro prisiones: Modelo y Trinidad en
Barcelona. Modelo de Valencia, Sangonera (Murcia) y finalmente
Cartagena, en el Penal Naval de Santa Lucía”, relata. Pasó allí unos 11
meses.
Dentro de prisión, la lucha seguía. Entre otras cuestiones, aportaba
textos que eran leídos en actos del movimiento insumiso. “Había que
mantener alta la moral antirepresiva. Yo desde la cárcel poca cosa más
podía hacer, confiar en todos mis compañeros y esperar mi día”, apunta.
Moragriega “celebró” su 25 cumpleaños en prisión y allí acabó su carrera
universitaria. Luego empezó a trabajar como profesor.
Con los años se vinculó mucho a la situación creada por la Guerra de los
Balcanes. “La insumisión continuaba activa pero ya dejé paso a nuevos
insumisos. A nivel de organización me retiré y pasé a fundar y trabajar
en Maestros por Bosnia”, señala. En febrero de este año, aprovechando el
aniversario de aquella primera presentación ante los gobiernos
militares, la prisión de la Modelo en Barcelona, convertida ahora en un
centro de memoria,
organizó un acto de recuerdo y homenaje de aquellos pioneros.
Coordinación y multiplicación de casos
El número de personas insumisas creció exponencialmente con el paso de
los años. Los juicios pasaron a ser de carácter civil por la entrada en
vigor de la PSS. Las historias son innumerables. Otros
hitos
a tener en cuenta tuvo lugar en 1991 en Albacete. Allí tuvo lugar el
primer juicio contra insumisos a la PSS. Los juicios siguieron mientras
la administración ejecutaba esa “represión selectiva” o “de baja
intensidad”. Entre otras cosas esto derivaba en diversidad de condenas
dependiendo del juez en cuestión e incluso absoluciones.
El periodista
Joan Canela es autor del libro ‘Insubmissió. Quan
joves dearmats van derrotar a un exércit’ (Sembra Libres, 2019). También
fue activista, en su caso del Mili KK. “El movimiento fue muy potente
pero más tarde, no en sus primeros años”, señala a este medio. Canela
destaca que la estrategia a seguir era dura, había que asumir que se iba
a la cárcel y no se sabían bien las consecuencias de las acciones. “Al
principio hubo muchas dudas y debates, si seguir una estrategia u otra,
si había posibilidades, etc.”. El periodista recuerda además la
actuación del PSOE amnistiando a todos los objetores acumulados en
espera de aprobar la nueva ley. “Se hizo para quitarse un grueso de
activismo de en medio”, afirma.
“El movimiento antimilitarista fue muy capilar. En número y cantidad,
Catalunya y País Vasco fueron los puntos fuertes, pero hubo insumisos en
todos sitios. En sitios con escasa presencia de movimientos sociales
alternativos, había insumisos. Fue muy generacional y transversal”,
describe este periodista. Además, destaca la coordinación estatal que
había entre diferentes partes del Estado. El MOC y el Mili KK eran
coordinadoras estatales, asamblearias. Tenían núcleos locales,
intercomarcales y una coordinación estatal que cada dos meses iba a
Madrid a reunirse durante el fin de semana.
“Era un nivel de militancia muy intenso, la gente estaba muy comprometida”, señala.
La actividad era incesante, y en época pre-redes sociales.
“Era muy espectacular, detenían a dos insumisos en Sevilla y desde allí
llamaban por teléfono, local por local, a todo el Estado. A la mañana
siguiente ya había concentración en Valencia, Madrid, etc. Había cierta
cohesión de colectivo. Eso ayudó mucho a mantener la lucha contra la
represión”, argumenta Canela.
Esa coordinación estatal la vivieron personas como
Carlos Herrero Canencia.
En 1988 descubrió el movimiento insumiso mientras estudiaba Filología
en la Universidad Complutense. Además, participó en unas pioneras
jornadas antimilitaristas en Zaragoza ese mismo año. “Me daba al
principio mucho miedo, era algo ilegal, podías entrar en la cárcel”,
reconoce.
Su condición de homosexual, además, fue relevante para su lucha.
“Tenía claro que el ejército era un sitio completamente homófobo. En el
juicio, una de las razones que alegué era el hecho de ser gay y estar
en contra del ejército por su homofobia”, afirma. En marzo de 1990 se
presentó como insumiso y tuvo el juicio cuatro años más tarde.
Herrero pertenecía a la Coordinadora Antimilitarista. “Fueron años de
muchísimo activismo, dando charlas, montando manifestaciones,
acompañamiento a los presos, etc. En Madrid se hizo un trabajo
antirrepresivo muy importante”, comenta. Recuerda una acción concreta en
la prisión militar de Alcalá de Henares, donde el director de la
prisión provocó agresiones entre algunos soldados presos y los
insumisos. A él le tocó visitar a los presos el día de los hechos.
“Llegué a casa, llame a toda la gente, se organizó mucho follón, una
manifestación, etc. Aparte de que fue algo muy bonito y surgió un efecto
grande. Contamos con el apoyo de varios diputados y el director de la
prisión se acojonó”, señala.
Aquello fue en 1998. Pero antes, Herrero pasó por su proceso judicial.
Juicio. “Fue, por un lado, muy tenso y por otro muy emocionante porque
se montó un acto de solidaridad brutal. En el momento del discurso final
vi que había entrando gente y la sala estaba hasta arriba”, apunta. Su
condena fue de un año de cárcel por lo que te podían hacer firmar la
libertad condicional y no entrar. “Me pasaba que no sabía qué hacer. Si
firmaba me quitaba de problemas. Fue muy duro pero no lo firmé. Me
volvieron a llamar pidiendo que firmara un papel diciendo que no había
firmado el otro papel. Yo dije que no iba a firmar ya nada. Los meses
que mayor tensión tuve fueron ahí cuando tenía la orden de búsqueda y
captura. Me podían detener en cualquier momento”, recuerda.
La estrategia pasaba por elegir alguna acción concreta llamativa para
provocar la detención y darle un sentido político. Pero había mandos
policiales y políticos que preferían no dar más publicidad al movimiento
y no los detenían. Finalmente, Herrero se presentó a entregarse junto
con tres compañeros más. “Convocamos a la prensa y una concentración y
fuimos. Fue muy emocionante, tener a toda la gente coreándote y gritando
consignas mientras entras en prisión”. Cumplió su condena en
Carabanchel, luego en Yeserías y finalmente en Valdemoro en régimen
abierto. Desde entonces ha seguido vinculado a movimientos sociales y ha
impulsado un colectivo en Madrid de Docentes LGBTi.
Referente de los movimientos sociales actuales
“Nuestra lucha sigue siendo un referente para los movimientos sociales”. Habla con
José Manuel López,
activista antimilitarista que formó parte del MOC desde el año 1987. Él
estuvo presente, acompañando, aquel 20 de febrero, en Madrid en la
primera presentación de insumisos pese a que todavía no lo era.
También pasó por la cárcel. “Hubo jueces que pensaban que no deberíamos
ir a la cárcel y se inventaban eximentes. Es lo que pasó en mi caso, me
condenaron a 6 meses”. Un tiempo que repartió entre las cárceles de
Carabanchel y Valdemoro. “La PSS no tenía ninguna intención social, era
simplemente un castigo. Durante los años que duró era una chapuza.
Muchas organizaciones sociales se negaron a colaborar con el Estado.
Como Cáritas, por ejemplo”, apunta.
Recuerda este activista aquellos años al movimiento “bastante coordinado
y con muchos colectivos”. Y señala su vigencia. En su caso, el MOC pasó
a llamarse
Alternativa Antimilitarista.
“A día de hoy se nos sigue llamando en muchos movimientos para pedirnos
talleres sobre acción directa no violenta, desobediencia civil,
campañas, etc. Desde el 15M hasta los movimientos por la crisis
climática”.
Y es que los insumisos fueron en cierto modo pioneros en acciones
llamativas. “Lo de colgarse de una pancarta en un puente, encadenarse en
juzgados, ocupar cuarteles, etc. Fueron los primeros en actuar de esa
forma. Supieron usar los medios de forma muy inteligente”, apunta por su
parte el periodista Canela.
“El hecho de la desobediencia civil tiene una capacidad de impacto
enorme. Se pusieron en juego todo un repertorio de acciones que de
alguna manera fueron novedad y lograron que el movimiento tuviera mucha
visibilidad: acciones en los cuarteles con las entregas de insumisos,
encadenamientos en el gobierno militar, en el cuartel general del
ejército, etc. Con no mucha gente lograbas un impacto enorme”. Quien
habla es
Nacho Murgui, insumiso en los años 90 y actual concejal de Más Madrid en el Ayuntamiento.
El movimiento, como decía López, sigue vigente. Su “horizonte utópico”
es la desmilitarización de la sociedad. Por ello han desarrollado varias
campañas. Una, contra el gasto militar. Más antigua aún que la
insumisión que es la objeción fiscal a los gastos militares. Se lleva
haciendo desde principios de los años 80. “En el 15M tuvo un importante
impulso”, apunta López. También se realizan campañas contra fabricación y
venta de armamentos, que incluye, por ejemplo, denunciar las ferias de
armas que se celebraban en Ifema. La militarización de las fronteras, en
colaboración con otros colectivos como
Caravana Abriendo Fronteras, es otro de los temas que siguen.
Amplio apoyo social
“En el tiempo que estuve en busca y captura a mí me avisaban todo el
rato los vecinos. El frutero de la esquina, que no era un hombre de
izquierdas precisamente, estaba pendiente y cada vez que veía alguna
cosa extraña de que fueran a por mí, me avisaba. Lo viví con mucho
apoyo, se generó una comunidad potente”. Son los recuerdos de Murgui,
que fue juzgado en 1996 tras estar más de un año en busca y captura. En
su caso, optó por no asistir a la citación judicial y formaba parte de
un pequeño colectivo autónomo madrileño.
Una de las acciones que realizaban era mandar cartas a los juzgados, una
vez citados a declarar, exponiendo sus razones políticas para no
asistir. "No reconozco a ningún tribunal la capacidad de juzgar las
conciencias y mucho menos a un movimiento social ampliamente reconocido
por la población”, destaca uno de los alegatos de Murgui en su momento.
“El rechazo a la mili era compartido por la mayoría de la sociedad, era
muy transversal”, destaca el actual concejal. La gran cantidad de
personas que se fueron declarando insumisas suponía un problema incluso
práctico a la hora de que el Gobierno aplicará la ley. “Era una ley
inaplicable por la extensión del movimiento de desobediencia civil”,
comenta.
Por su parte, el periodista Canela comparte que la insumisión generaba
muchas simpatías sociales. Y además pone de relevancia que, visto desde
la perspectiva actual, al movimiento insumiso lo trataban muy bien en
los medios de comunicación. “En el momento, el movimiento no se sentía
demasiado apoyado. Pero si lo comparas con cómo se tratan ahora los
movimientos similares, es impresionante. Destacaban al movimiento
antimilitarista como un actor político, no como una tribu urbana.
Después sacaban las barbaridades del ministro o artículos
criminalizando. Pero también salía la otra parte. No fue un apoyo pero
sí una cobertura seria”. Un ejemplo: el diario El País
publicó un artículo de Moragriega e Hinojosa el día que fueron juzgados.
Otro aspecto curioso fue la cierta presencia del cristianismo de base.
“El MOC, en sus orígenes, tiene cierta conexión con el cristianismo de base”, destaca el periodista.
Conviene recordar que el mencionado Pepe Beunza venía de ahí. Esas
conexiones se van diluyendo a partir de los 80 y 90 pero agrupaciones
con peso en la base, como Justicia y Pau, representada por
Arcadi Oliveres,
tuvieron su importancia. No obstante, aunque desde la jerarquía
católica tuvieron su reflexión interna, se hizo una pastoral criticando a
los insumisos. “La Iglesia en sí no apoyó nunca la insumisión”, apunta
Canela.
Un movimiento que logró vencer
La mili acabó porque el gobierno de
José María Aznar lo pactó con la CIU de
Jordi Pujol
en el famoso pacto del Majestic, en 1996. Se hizo efectiva en 2001. “En
una década acabar con la mili está bastante bien. Teniendo en cuenta
que veníamos de una dictadura militar, que el ejército en este país era
una institución sagrada, el éxito es bastante grande, nosotros así lo
vivimos. Supuso un impulso importante y 30 años después seguimos
luchando”, señala López.
“El movimiento murió de éxito. Al principio todos los insumisos formaban
parte de un colectivo, estaban coordinados, tenían abogados del
movimiento. Pero llega un momento en que se desborda, empiezan a salir
montones de insumisos, no se pueden juzgar a todos. Se creó como un
manual para hacer campañas, se replican de formas autónomas, se desbordó
el movimiento”, destaca, por su parte Canela. El periodista considera
que el movimiento no tuvo la fuerza necesaria para vender políticamente
su victoria. “Creo que estaba un poco decaído pero también hay que
entender que del 89 al 92 o 93 fue la dinámica de activismo frenético.
Desgastó a muchos activistas. En el 95 o 96 había mucha gente en segunda
línea porque no podía más”, añade.
“Fue una victoria enorme. El movimiento partía de un discurso de mayor
alcance, logró acumular mucha fuerza contra la mili pero cuando esa
cuestión se acaba, el movimiento antimilitarista queda mucho más aislado
de la sociedad”, apunta Murgui. Considera, además, que
“cuando los movimientos sociales logran algunos de sus objetivos muchas veces languidecen”.
Murgui reconoce que no recuerda que por ejemplo hubiera actos
celebrativos. “En estos ámbitos siempre tenemos un carácter muy crítico y
cuesta reconocer las victorias. Pasa en los movimientos sociales y en
la izquierda. Pero el acabar con una institución como la mili, tan
arraigada en un país como éste, tiene un mérito tremendo, fue una
transformación de un alcance tremendo. No se ha reconocido, ni siquiera
por quienes formamos parte de él, el papel que tuvo el movimiento”,
concluye.