Manifestación de Act-Up. Eugene Gordon, Nueva York, 1988 // |
Lucha contra el VIH-SIDA: Por un acceso al tratamiento gratuito, universal y de calidad.
Se conmemoró por primera vez el 1 de diciembre de 1988. Se eligió esa fecha en una cumbre mundial de ministros de Salud y se declaró a 1988 como el "año de la Comunicación y la Cooperación sobre el Sida". Casi 34 años después, queda mucho por lo qué luchar.
Ivan Vela | Izquierda Diario, 2021-12-01
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Hoy en día, donde el Covid ocupa el centro de la lista de las preocupaciones sanitarias, sigue persistiendo un virus que ha causado la muerte de más de 25 millones de personas desde 1981, según estima la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hablamos del VIH, del que cada 1 de diciembre se celebra el día mundial.
Un olvido producto de la estigmatización y el olvido al cual ha sido empujado por Gobiernos, multinacionales, Iglesia y medios de comunicación, pero que sigue teniendo consecuencias diarias en millones de personas.
Actualmente se estima que cerca de 40 millones de personas tienen el virus del VIH, según apuntan los datos del 2020 publicados por ONUSIDA, el programa especial de las Naciones Unidas para luchar contra este virus.
Tampoco son pequeñas las cifras en el Estado español. Más de 150.000 personas viven con el virus y se calcula que más de 20.000 están infectadas sin saberlo. A esto se suma que el 48% de los nuevos diagnósticos son tardíos.
Como señalan desde diferentes colectivos activistas que luchan los 365 días contra las consecuencias sanitarias, económicas y sociales del virus, la discriminación es una constante.
Atendiendo a los datos de la encuesta “VIH y Discriminación”, realizada por el Comitè 1r Decembre, “El 56% de les persones con VIH a Catalunya han sufrido discriminación por su estado serológico y hasta un 87% se han sentido discriminados por esta u otras causas (LGTBIfòbia, racismo...)”.
Si nos centramos tan solo en los últimos 365 días, el porcentaje de personas que reconocer haber sufrido discriminación se mantiene cerca del 30%.
Esto no es nada nuevo. El VIH siempre tuvo una carga de discriminación, llegando a conocerse como “la peste rosa”. Desde el principio, el sida se asoció al sexo “desviado” y al uso de drogas por vía intravenosa, adoptando una doble metáfora: como “invasión” del cuerpo, igual que el cáncer, y como “contaminación” a través de fluidos corporales, del mismo modo que la sífilis.
Sin embargo, su metáfora fundamental ha sido la de “plaga”, como castigo a las personas con comportamientos “impuros”. Se señaló a las personas con sida como una amenaza, hasta el punto de ser estigmatizadas y alejadas de toda participación social, que produjo una división entre los “desviados” y la “población general”, como señala Juan Argelina en esta nota publicada en Contrapunto.
Y esto sigue teniendo un impacto terrible en el día a día de las personas con VIH. En la citada encuesta, entre las personas que reconocían algún tipo de discriminación por ser personas con sida, el 16% lo enmarca en el ámbito laboral. La consecuencia de esta discriminación es evidente. El 37% de las personas encuestadas tiene unos ingresos inferiores a 600 euros mensuales, mientras que este porcentaje asciende al 50% en el caso de las mujeres. La brecha se mantiene, y el discurso de “desviados” y “población general” que señala Argelina, sigue presente.
Fin a la estigmatización: por un acceso al tratamiento gratuito, universal y de calidad
De esto tienen responsabilidad los Gobiernos, que con su desidia no han plantado programas serios de prevención, sensibilización e información. Las grandes multinacionales, siguen, como con el resto de tratamientos médicos, haciendo un suculento negocio económico a costa de la salud de la población.
De hecho, a día de hoy en el Estado español, el precio de los antirretrovirales, necesarios para frenar el avance del virus en sangre, alcanza entre los 2,67 y los 20,99 euros por cada día de tratamiento. Esto deja un precio anual de entre 1.000 y 7.700 euros. Una auténtica barbaridad que alcanza aún más gravedad en personas de mayor vulnerabilidad, como las personas migrantes que sufren las leyes racistas de los gobiernos.
No se puede dejar de denunciar tampoco a la Iglesia, que con su doctrina reaccionaria difundió y defendió la idea de rechazo al preservativo, y es responsable de millones de muertes. De hecho, fue Benedicto XVI quién en su primera visita como pontífice a África en 2009, donde el sida mata a más de 6.000 personas al día, afirmó que el preservativo, no solo no sirve para prevenir el sida, sino que añade más problemas.
Y junto a ellos, los grandes medios de comunicación, que se han dedicado a mostrar un perfil de la persona infectada con sida como marginal, “desviado”, ajeno a lo común, colaborando de este modo en su estigmatización y continua invisibilización.
Frente a esta maquinaria atroz, hay que exigir el fin de la estigmatización de las personas con VIH. El Estado debe garantizar el tratamiento efectivo. Y este debe ser accesible de forma universal, gratuita y de calidad.
Hay que acabar con el negocio de las farmacéuticas, conscientes que es un tratamiento que es de por vida y que no puede detenerse. Y este plan de prevención, investigación y seguimiento, debe estar controlado por las y los trabajadores de los centros de investigación y farmacéuticas junto a los pacientes.
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