Joaquina Prades | El País, 1979-12-12
https://elpais.com/diario/1979/12/13/espana/313887623_850215.html
Entre los muchos temas que las feministas trataron el pasado fin de semana en Granada durante las II Jornadas Estatales de la Mujer, dos cuestiones han acaparado la atención de la mayoría de las 3.000 participantes: la vinculación entre la liberación de la mujer y la transformación de la sociedad capitalista en otra de modelo socialista, y todos los aspectos relacionados con la sexualidad femenina.
En lo que se refiere al primer apartado, todas las corrientes feministas integradas en este grupo (sean vinculadas a los partidos políticos PCE, PTE, ORT, LCR, MCE o sin adscripción política concreta, como el Frente de Liberación de la Mujer) afirman que «sólo en un sistema social de igualdad económica podremos plantearnos consecuentemente la tarea de acabar con la ideología machista». Todas ellas parten del supuesto común de que dentro de la misma clase obrera o trabajadora el machismo es «una dura realidad con la que las mujeres tenemos que enfrentarnos cada día».
Tal vez la diferencia ideológica que se desprende de sus ponencias (la diferencia práctica habría que buscarla en los hechos concretos) sea el grado de ‘presión interna’ en esas corrientes políticas a que están adscritas. Así, el Frente de Liberación insiste repetidas veces en que el movimiento feminista no debe conformarse con rechazar el papel de correa de trasmisión de los partidos, sino que debe ir más allá. «A las mujeres nos corresponde», afirman, «establecer las prioridades y el ritmo de la lucha feminista.»
Para las mujeres de Comisiones Obreras que acudieron a las Jornadas, «el machismo de nuestros compañeros trabajadores nos relega a veces a un trato insultante y discriminatorio», pero al mismo tiempo recuerdan que «cada vez son más los trabajadores que recogen nuestras reivindicaciones y luchan codo a codo con nosotras». Esta afirmación provocó diversas intervenciones en los debates del pasado sábado, en las que se cuestionó si esta lucha codo a codo no respondería más bien a intereses electoralistas, dado que la presencia de las mujeres organizadas es cada día más exigente y numerosa, o si, por el contrario, cabría albergar esperanzas de que realmente asistimos a una lenta transformación ideológica del machismo del hombre, por muy obrero que éste sea. Esta última parte de la cuestión, defendida por algunas de las ponentes de CCOO de cara a la galería, fue puesta en entredicho en conversaciones de pasillos.
A fin de cuentas, ellas manifiestan que su labor, aun admitiendo los visos de utopía que tal transformación conlleva, seguía siendo necesaria porque -se preguntaron-, ¿no sería aún peor que dejásemos de presionar desde dentro a los dirigentes varones de nuestros partidos?
Revolucionarios machistas
Más crítica en sus observaciones a los hombres de la clase obrera fue la ponencia de Empar Pineda, del Movimiento Comunista de España, quien afirmó: «Los hombres del pueblo son también nuestros opresores y contra ellos tenemos que luchar. Son esos padres despóticos; esos maridos que ven con suma indiferencia como perecen nuestras ilusiones entre las cuatro paredes de la casa; esos compañeros de fatigas a los que no conmueven sino sus propias fatigas y desprecian las nuestras; esos esclavos aristócratas a quienes su dignidad de hombres les impide colaborar en las faenas de la casa, aunque nos vean llegar tan baldadas como ellos, esos piropeadores baratos, esos sobones de autobús, esos trabajadores que ven nuestra presencia en las fábricas como una amenaza a sus puestos de trabajo; esos pésimos y apresurados amantes..., esos hombres revolucionarios, cuyo progresismo acaba donde empieza su machismo.» «Nuestra situación», concluye Empar, «es ciertamente complicada. Nos esclavizan los poderosos y, al propio tiempo, nos esclavizan los oprimidos. De aquí las polémicas, a veces acaloradas, que surgen entre las propias mujeres. ¿Contra quién nos enfrentamos? Para mí, la polémica no tiene sentido: contra ambos, contra el capitalismo y contra los hombres. Contra los primeros, guerra sin cuartel. Nada nos une. Contra los segundos, lucha para que abran los ojos y abandonen su machismo, y también unidad, porque muchas cosas nos unen.»
Junto a esta corriente coexiste la defendida por el Partido Feminista (PF), única entidad que se presenta como tal en nuestro país. Para el PF la única manera de evitar que las distintas concepciones políticas integradas en la corriente anterior dividan a las mujeres es considerar el feminismo como una opción política, a la mujer como una clase social en sí misma (la división entre mujeres burguesas y proletarias es para ellas una falacia; éstas no son ni una cosa ni otra, adquieren ese status al contraer matrimonio con un proletario o con un burgués), y, consecuentemente, marcarse como objetivo final la toma del poder por la clase mujer.
Mención aparte merece la ponencia presentada por Gretel Ammann. Esta mujer, integrada en varios colectivos feministas catalanes, realiza una profunda crítica a las dos posturas anteriores y ofrece una serie de alternativas propias. Su análisis tiene como punto de partida la negativa a emplear la terminología y el método de análisis marxista para aplicarlo a la causa de las mujeres. La contradicción entre las clases hombre-mujer no existe. Sí existe ‘la diferencia’. Y su razonamiento es el siguiente: «La mujer es diferente al hombre. Por tanto, no hay que reivindicar la igualdad con él, sino buscar caminos propios. No vamos a ocupar el terreno de los hombres, puesto que al ser diferentes no nos sirve de nada su terreno. La toma de poder no sirve para nada y sólo es una reproducción de los métodos del hombre, que a mí, personalmente, no me satisfacen. Por ello, no sirve de nada convencer a las mujeres desde fuera, sino que debe madurar dentro de ellas el momento consciente de reivindicar su diferencia. Tenemos que separarnos de los hombres (y esto no debe interpretarse necesariamente como lesbianismo), sino en el sentido de que debemos alejarnos de su dependencia ideológica, social y económica.»
«No creemos en revoluciones de futuro prometidas, abstractas, engañosas», dice finalmente, «sino que cada día debemos imponer nuestro cambio y nuestra diferencia, hasta haber conseguido el terreno que es nuestro y que nos corresponde.»
Las posturas radicales en torno a este tema se resumieron en las ponencias debatidas el pasado sábado, más la del Partido Feminista, no expuesta ese día, al retirarse sus representantes en protesta por los enfrentamientos que se produjeron (véase El País del pasado domingo). En síntesis, esta corriente de mujeres rechaza la sexualidad-penetración, desmitifica la función del pene como proporcionador de placer para la mujer y reivindica en su lugar el clítoris, la masturbación y el lesbianismo.
Para ellas, que se apoyan en los estudios de Kinsey, Masters y Johnson, Ann Koedt y Shere Hite, la gran mayoría de las mujeres no experimenta el llamado orgasmo vaginal, y a partir de ahí, «para la mujer no debería haber ninguna motivación para el coito» (Partido Feminista). «Si la mujer acepta el coito», añaden, «es porque se han enseñado a desempeñar el papel de hembra, pasiva, dócil y resignada.»
Como la mujer no sólo no obtiene orgasmo en la relación coital -siempre según sus, argumentos-, sino que además le perjudica gravemente la utilización de hormonas y objetos extraños a su cuerpo, como anticonceptivos, la alternativa es «no a la penetración», y se resuelven de esta manera los dos problemas al mismo tiempo.
También estas tesis han tenido contestación dentro del movimiento feminista, aunque no durante las jornadas, porque sus representantes abandonaron la mesa. Así, para el grupo catalán DAIA (Mujeres por el Autoconocimiento y la Anticoncepción) hay que evitar a toda costa «que la liberación de la mujer sea una especie de nueva religión con dogmas tales como: amarás a las mujeres por encima de todo; elevarás el clítoris al órgano fundamental de la mujer; la penetración es una práctica sexual de la que ‘pasarás’ la mayor parte de veces que puedas; darás fe públicamente de tu liberación e independencia, aunque en ciertos momentos no te sientas libre independiente, etcétera...». Su alternativa frente a estos supuestos dogmas es la de ‘sentir’, pero sentir como a cada mujer le sea conveniente, con la aceptación del propio cuerpo, con la relación sexual que a cada cual más le gratifique, con el sexo que elija, con autonomía y plena libertad, en suma.
Revisión del "código feminista"
La autocrítica sin paliativos también fue protagonizada por Gretel Ammann, en esta ocasión desde su vivencia como lesbiana. Gretel planea una primera contradicción: «La mujer de antes reprimía su sexualidad porque estaba mal visto, y dejaba ver sólo su lado afectivo. La mujer llamada ‘progre’ o ‘liberada’ reprime ahora su afectividad, porque esto es "romanticismo mojigato y trasnochado", y sólo expresa su lado sexual. El resultado, dentro del corsé de un código, es obvio para Gretel Ammann: un empobrecimiento y una miseria total de la sexualidad.
También cuestiona el ‘slogan’ supuestamente feminista de ‘no a la pareja’. «Con estas palabras», explica, «nos referíamos exclusivamente a un tipo muy determinado que se da entre algunos hombres y algunas mujeres y también, por mimetismo, entre las homosexuales. Bajo esta premisa se han acribillado y destruido muchas relaciones enriquecedoras. («Si eres lesbiana o ‘liberada’, ¿cómo te limitas exclusivamente a la pareja?») Se ha dado más importancia al número que al tipo de vinculación/relación que existía. Se ha confundido lo que se entendía por pareja (relación de poder, sumisión..) con la relación dual.
La conclusión final de Gretel es una llamada a las mujeres para ‘desencorsetar’ el movimiento y no por ello poner en peligro la unidad del movimiento. «Ya es hora», finaliza, «de que rompamos la moralidad feminista y empecemos a ser sinceras, a atrevernos a decir cada una lo que estamos viviendo y sintiendo. En Barcelona lo hemos hecho y nos hemos sentido muy bien.»
En lo que se refiere al primer apartado, todas las corrientes feministas integradas en este grupo (sean vinculadas a los partidos políticos PCE, PTE, ORT, LCR, MCE o sin adscripción política concreta, como el Frente de Liberación de la Mujer) afirman que «sólo en un sistema social de igualdad económica podremos plantearnos consecuentemente la tarea de acabar con la ideología machista». Todas ellas parten del supuesto común de que dentro de la misma clase obrera o trabajadora el machismo es «una dura realidad con la que las mujeres tenemos que enfrentarnos cada día».
Tal vez la diferencia ideológica que se desprende de sus ponencias (la diferencia práctica habría que buscarla en los hechos concretos) sea el grado de ‘presión interna’ en esas corrientes políticas a que están adscritas. Así, el Frente de Liberación insiste repetidas veces en que el movimiento feminista no debe conformarse con rechazar el papel de correa de trasmisión de los partidos, sino que debe ir más allá. «A las mujeres nos corresponde», afirman, «establecer las prioridades y el ritmo de la lucha feminista.»
Para las mujeres de Comisiones Obreras que acudieron a las Jornadas, «el machismo de nuestros compañeros trabajadores nos relega a veces a un trato insultante y discriminatorio», pero al mismo tiempo recuerdan que «cada vez son más los trabajadores que recogen nuestras reivindicaciones y luchan codo a codo con nosotras». Esta afirmación provocó diversas intervenciones en los debates del pasado sábado, en las que se cuestionó si esta lucha codo a codo no respondería más bien a intereses electoralistas, dado que la presencia de las mujeres organizadas es cada día más exigente y numerosa, o si, por el contrario, cabría albergar esperanzas de que realmente asistimos a una lenta transformación ideológica del machismo del hombre, por muy obrero que éste sea. Esta última parte de la cuestión, defendida por algunas de las ponentes de CCOO de cara a la galería, fue puesta en entredicho en conversaciones de pasillos.
A fin de cuentas, ellas manifiestan que su labor, aun admitiendo los visos de utopía que tal transformación conlleva, seguía siendo necesaria porque -se preguntaron-, ¿no sería aún peor que dejásemos de presionar desde dentro a los dirigentes varones de nuestros partidos?
Revolucionarios machistas
Más crítica en sus observaciones a los hombres de la clase obrera fue la ponencia de Empar Pineda, del Movimiento Comunista de España, quien afirmó: «Los hombres del pueblo son también nuestros opresores y contra ellos tenemos que luchar. Son esos padres despóticos; esos maridos que ven con suma indiferencia como perecen nuestras ilusiones entre las cuatro paredes de la casa; esos compañeros de fatigas a los que no conmueven sino sus propias fatigas y desprecian las nuestras; esos esclavos aristócratas a quienes su dignidad de hombres les impide colaborar en las faenas de la casa, aunque nos vean llegar tan baldadas como ellos, esos piropeadores baratos, esos sobones de autobús, esos trabajadores que ven nuestra presencia en las fábricas como una amenaza a sus puestos de trabajo; esos pésimos y apresurados amantes..., esos hombres revolucionarios, cuyo progresismo acaba donde empieza su machismo.» «Nuestra situación», concluye Empar, «es ciertamente complicada. Nos esclavizan los poderosos y, al propio tiempo, nos esclavizan los oprimidos. De aquí las polémicas, a veces acaloradas, que surgen entre las propias mujeres. ¿Contra quién nos enfrentamos? Para mí, la polémica no tiene sentido: contra ambos, contra el capitalismo y contra los hombres. Contra los primeros, guerra sin cuartel. Nada nos une. Contra los segundos, lucha para que abran los ojos y abandonen su machismo, y también unidad, porque muchas cosas nos unen.»
Junto a esta corriente coexiste la defendida por el Partido Feminista (PF), única entidad que se presenta como tal en nuestro país. Para el PF la única manera de evitar que las distintas concepciones políticas integradas en la corriente anterior dividan a las mujeres es considerar el feminismo como una opción política, a la mujer como una clase social en sí misma (la división entre mujeres burguesas y proletarias es para ellas una falacia; éstas no son ni una cosa ni otra, adquieren ese status al contraer matrimonio con un proletario o con un burgués), y, consecuentemente, marcarse como objetivo final la toma del poder por la clase mujer.
Mención aparte merece la ponencia presentada por Gretel Ammann. Esta mujer, integrada en varios colectivos feministas catalanes, realiza una profunda crítica a las dos posturas anteriores y ofrece una serie de alternativas propias. Su análisis tiene como punto de partida la negativa a emplear la terminología y el método de análisis marxista para aplicarlo a la causa de las mujeres. La contradicción entre las clases hombre-mujer no existe. Sí existe ‘la diferencia’. Y su razonamiento es el siguiente: «La mujer es diferente al hombre. Por tanto, no hay que reivindicar la igualdad con él, sino buscar caminos propios. No vamos a ocupar el terreno de los hombres, puesto que al ser diferentes no nos sirve de nada su terreno. La toma de poder no sirve para nada y sólo es una reproducción de los métodos del hombre, que a mí, personalmente, no me satisfacen. Por ello, no sirve de nada convencer a las mujeres desde fuera, sino que debe madurar dentro de ellas el momento consciente de reivindicar su diferencia. Tenemos que separarnos de los hombres (y esto no debe interpretarse necesariamente como lesbianismo), sino en el sentido de que debemos alejarnos de su dependencia ideológica, social y económica.»
«No creemos en revoluciones de futuro prometidas, abstractas, engañosas», dice finalmente, «sino que cada día debemos imponer nuestro cambio y nuestra diferencia, hasta haber conseguido el terreno que es nuestro y que nos corresponde.»
Las posturas radicales en torno a este tema se resumieron en las ponencias debatidas el pasado sábado, más la del Partido Feminista, no expuesta ese día, al retirarse sus representantes en protesta por los enfrentamientos que se produjeron (véase El País del pasado domingo). En síntesis, esta corriente de mujeres rechaza la sexualidad-penetración, desmitifica la función del pene como proporcionador de placer para la mujer y reivindica en su lugar el clítoris, la masturbación y el lesbianismo.
Para ellas, que se apoyan en los estudios de Kinsey, Masters y Johnson, Ann Koedt y Shere Hite, la gran mayoría de las mujeres no experimenta el llamado orgasmo vaginal, y a partir de ahí, «para la mujer no debería haber ninguna motivación para el coito» (Partido Feminista). «Si la mujer acepta el coito», añaden, «es porque se han enseñado a desempeñar el papel de hembra, pasiva, dócil y resignada.»
Como la mujer no sólo no obtiene orgasmo en la relación coital -siempre según sus, argumentos-, sino que además le perjudica gravemente la utilización de hormonas y objetos extraños a su cuerpo, como anticonceptivos, la alternativa es «no a la penetración», y se resuelven de esta manera los dos problemas al mismo tiempo.
También estas tesis han tenido contestación dentro del movimiento feminista, aunque no durante las jornadas, porque sus representantes abandonaron la mesa. Así, para el grupo catalán DAIA (Mujeres por el Autoconocimiento y la Anticoncepción) hay que evitar a toda costa «que la liberación de la mujer sea una especie de nueva religión con dogmas tales como: amarás a las mujeres por encima de todo; elevarás el clítoris al órgano fundamental de la mujer; la penetración es una práctica sexual de la que ‘pasarás’ la mayor parte de veces que puedas; darás fe públicamente de tu liberación e independencia, aunque en ciertos momentos no te sientas libre independiente, etcétera...». Su alternativa frente a estos supuestos dogmas es la de ‘sentir’, pero sentir como a cada mujer le sea conveniente, con la aceptación del propio cuerpo, con la relación sexual que a cada cual más le gratifique, con el sexo que elija, con autonomía y plena libertad, en suma.
Revisión del "código feminista"
La autocrítica sin paliativos también fue protagonizada por Gretel Ammann, en esta ocasión desde su vivencia como lesbiana. Gretel planea una primera contradicción: «La mujer de antes reprimía su sexualidad porque estaba mal visto, y dejaba ver sólo su lado afectivo. La mujer llamada ‘progre’ o ‘liberada’ reprime ahora su afectividad, porque esto es "romanticismo mojigato y trasnochado", y sólo expresa su lado sexual. El resultado, dentro del corsé de un código, es obvio para Gretel Ammann: un empobrecimiento y una miseria total de la sexualidad.
También cuestiona el ‘slogan’ supuestamente feminista de ‘no a la pareja’. «Con estas palabras», explica, «nos referíamos exclusivamente a un tipo muy determinado que se da entre algunos hombres y algunas mujeres y también, por mimetismo, entre las homosexuales. Bajo esta premisa se han acribillado y destruido muchas relaciones enriquecedoras. («Si eres lesbiana o ‘liberada’, ¿cómo te limitas exclusivamente a la pareja?») Se ha dado más importancia al número que al tipo de vinculación/relación que existía. Se ha confundido lo que se entendía por pareja (relación de poder, sumisión..) con la relación dual.
La conclusión final de Gretel es una llamada a las mujeres para ‘desencorsetar’ el movimiento y no por ello poner en peligro la unidad del movimiento. «Ya es hora», finaliza, «de que rompamos la moralidad feminista y empecemos a ser sinceras, a atrevernos a decir cada una lo que estamos viviendo y sintiendo. En Barcelona lo hemos hecho y nos hemos sentido muy bien.»
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