Chamouleau, Brice [Universidad de París 8] (2018) [07]. Militancias gays descuartizadas en la Transición: duelos y retos. Fundación Salvador Seguí-Madrid (coord.). Las otras protagonistas de la Transición. Izquierda radical y movilizaciones sociales. Brumaria. 75-84.
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La historia ‘queer’ en España dibuja sujetos de la disidencia sexual y de género y arranca de un desafío: establecer unas genealogías ‘queer’ propias, que también incorpore epistemes propias, representándose el pasado bien desde la perspectiva de sujetos resistentes al orden patriarcal y capitalista que funda el heternormativismo y las opresiones que conlleva, bien como sujetos que ya en los setenta se conformaban con las luchas del siglo xxi, aunque se diesen con un trasfondo con visos anticuados, la España del Tardofranquismo y de la Transición. Esas representaciones en buena medida arrastran una fuerte carga autorreferencial, poniendo en cuestión las implicaciones de una identificación con aquéllas voces que forjaron la jerga de las luchas sexuales en España desde la década de los sesenta. La autorreferencialidad incide en la violencia a la que fueron sometidas las subjetividades no heteronormadas bajo la dictadura y en la manera cómo la democracia posfranquista y la incorporación de España al capitalismo de consumo sentaron las bases para un empoderamiento colectivo que confluye en las leyes de la democracia del siglo xxi. El problema de esta autorreferencialidad en la representación de las voces del pasado, sometidas a la violencia dictatorial y redimidas por la democracia, hace caso omiso de subjetividades que no se identifi- caron con la narrativa redentora que empapa la producción historiográfica sobre la politización sexual en la democracia. Para esta historiografía son, las de aquellas, vidas que no cuentan narrativamente.
La cuestión es por tanto la de la representación de las subjetividades del pasado y a la vez la de una sociología de la producción del discurso sobre aquéllas. La reflexión entronca con reflexiones butlerianas sobre el duelo y sus posibilidades: “¿Cuál es la relación entre la violencia por la que estas vidas que no valen la pena se han perdido y la prohibición de su duelo público? ¿La prohibición del duelo es la continuación de la violencia?”. Apartadas de la memoria de la transición sexual, las poéticas de esas voces silenciadas no pasaron a aquélla que teoriza las experiencias sexuales en el momento transicional: esta violencia epistémica exige indagar en las condiciones de la identificación de las víctimas de la violencia institucional y social hacia subjetividades minorizadas sexualmente en la España posfranquista, partiendo de nuevo de un requisito apuntado por Butler leyendo a Lévinas: “la identificación depende siempre de una diferencia que se trata de superar. [...] De otro modo [...] la identificación recae en la identidad, lo que significa la muerte de la identificación misma”. Un enfoque que desestabilice la historicidad de la memoria y de sus condiciones de producción extraña la evidencia del recuerdo y del mismo victimismo que sustenta la percepción mitificada de una democracia inclusiva –incluso en ciernes– en que se puede participar sin diferencia sexual o de género y abre la vía a una desidentificación que pueda suscitar no solo otras imaginaciones del pasado, sino también memorias intersubjetivas del proceso transicional como momento de producción de los comunes democráticos y de sus valores. Las voces rastreadas aquí, procedentes de las luchas sexuales que habitaron parte de los imaginarios de la izquierda radical, aunque incómodas con su codificación institucional, permiten complejizar los procesos de identificación histórica y ubican el acontecer de subjetividades sexualizadas en aquél de la producción de los comunes cívicos que cimientan la vida democrática posfranquista.
“Nuestra vida privada, escondida, es separada, descuartizada de nuestra vida colectiva”, apuntan en 1978 lxs colaboradorxs de ‘La Pluma’, fanzine de la Coordinadora de Col·lectius d’Alliberament Gai de Catalunya, ante la edificación del orden constitucional. Para ellxs, un año más tarde, “tras haberse enterado a golpes de que la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social había sido derogada”, el consenso es una “barbarie institucionalizada”: de la segmentación de lo sexual y de lo social que están sufriendo dependen sus existencias en el nuevo orden posfranquista. Le dan un sentido biopolítico evidente al consenso: no solo instituye formas de participación en la vida democrática y regula las voces que pueden participar en la política tal como se va recortando en la segunda mitad de los setenta, sino que regula vidas. Más allá de las retóricas habermasianas sobre dialogismo en el espacio público de la modernidad, el consenso deviene metaconcepto por el que la política establece sus modalidades de participación, sus límites, involucrando en el proceso vidas humanas, según la hipótesis ya barajada por André-Bazzana. Desnaturalizando el espacio público transicional a partir de esas voces consideradas radicales y revolucionarias en los antagonismos militantes de la Transición y en la historiografía, aquél deviene tecnología que recorta qué es el campo de la política, que habilita sujetos para formar parte de ésta, proceso que corre parejas con otro coetáneo en que se produce la “privacidad”, lugar de la autonomía de la sexualidad del individuo democrático liberal –o de la reclusión de las sexualidades fuera del campo de lo político.
La cuestión es por tanto la de la representación de las subjetividades del pasado y a la vez la de una sociología de la producción del discurso sobre aquéllas. La reflexión entronca con reflexiones butlerianas sobre el duelo y sus posibilidades: “¿Cuál es la relación entre la violencia por la que estas vidas que no valen la pena se han perdido y la prohibición de su duelo público? ¿La prohibición del duelo es la continuación de la violencia?”. Apartadas de la memoria de la transición sexual, las poéticas de esas voces silenciadas no pasaron a aquélla que teoriza las experiencias sexuales en el momento transicional: esta violencia epistémica exige indagar en las condiciones de la identificación de las víctimas de la violencia institucional y social hacia subjetividades minorizadas sexualmente en la España posfranquista, partiendo de nuevo de un requisito apuntado por Butler leyendo a Lévinas: “la identificación depende siempre de una diferencia que se trata de superar. [...] De otro modo [...] la identificación recae en la identidad, lo que significa la muerte de la identificación misma”. Un enfoque que desestabilice la historicidad de la memoria y de sus condiciones de producción extraña la evidencia del recuerdo y del mismo victimismo que sustenta la percepción mitificada de una democracia inclusiva –incluso en ciernes– en que se puede participar sin diferencia sexual o de género y abre la vía a una desidentificación que pueda suscitar no solo otras imaginaciones del pasado, sino también memorias intersubjetivas del proceso transicional como momento de producción de los comunes democráticos y de sus valores. Las voces rastreadas aquí, procedentes de las luchas sexuales que habitaron parte de los imaginarios de la izquierda radical, aunque incómodas con su codificación institucional, permiten complejizar los procesos de identificación histórica y ubican el acontecer de subjetividades sexualizadas en aquél de la producción de los comunes cívicos que cimientan la vida democrática posfranquista.
“Nuestra vida privada, escondida, es separada, descuartizada de nuestra vida colectiva”, apuntan en 1978 lxs colaboradorxs de ‘La Pluma’, fanzine de la Coordinadora de Col·lectius d’Alliberament Gai de Catalunya, ante la edificación del orden constitucional. Para ellxs, un año más tarde, “tras haberse enterado a golpes de que la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social había sido derogada”, el consenso es una “barbarie institucionalizada”: de la segmentación de lo sexual y de lo social que están sufriendo dependen sus existencias en el nuevo orden posfranquista. Le dan un sentido biopolítico evidente al consenso: no solo instituye formas de participación en la vida democrática y regula las voces que pueden participar en la política tal como se va recortando en la segunda mitad de los setenta, sino que regula vidas. Más allá de las retóricas habermasianas sobre dialogismo en el espacio público de la modernidad, el consenso deviene metaconcepto por el que la política establece sus modalidades de participación, sus límites, involucrando en el proceso vidas humanas, según la hipótesis ya barajada por André-Bazzana. Desnaturalizando el espacio público transicional a partir de esas voces consideradas radicales y revolucionarias en los antagonismos militantes de la Transición y en la historiografía, aquél deviene tecnología que recorta qué es el campo de la política, que habilita sujetos para formar parte de ésta, proceso que corre parejas con otro coetáneo en que se produce la “privacidad”, lugar de la autonomía de la sexualidad del individuo democrático liberal –o de la reclusión de las sexualidades fuera del campo de lo político.
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